lunes, 31 de mayo de 2010

El dogma del dualismo cartesiano

Es muy probable que la psiquis sea tan orgánica como cualquier otra parte de nuestro cuerpo.

Lo cierto es que la ciencia biológica, no ha encontrado aún esa parte anatómica encargada de las funciones psíquicas (sentimientos, ideas, razonamiento).

Ante la ignorancia de nuestra ciencia, continuamos adhiriendo a la hipótesis de René Descartes (1596-1650) (imagen), según la cual, el ser humano está compuesto de dos partes: una tangible y otra intangible (1).

Lo que le valió un reconocimiento que aún perdura, fue proponer que una parte nuestra (la intangible, la mente, la psiquis, el espíritu) es inmortal.

Tenemos la costumbre de crear mitos, leyendas, personajes, héroes.

Nuestra mente necesita concentrarse en una figura visible para poder funcionar.

Esta particularidad es la metonimia, con la cual condensamos en un aspecto aislado, un conjunto de características que, por lo abundantes y diversas, serían difícilmente manejables.

Me explico mejor:

El instinto de conservación:

— nos provee del temor a la muerte,
— hace que nos angustien mucho las pérdidas,
— nos induce la amargura por los deterioros del envejecimiento,
— alienta nuestra curiosidad sobre para qué nacemos, de dónde venimos y cómo continuará nuestra vida después de la muerte.

Las respuestas y reacciones a estas provocaciones que recibimos del valioso instinto de conservación, son las más convincentes que podemos encontrar, las que mejor se adaptan a nuestras exigencias, las más satisfactorias en todo sentido.

Las religiones nos daban argumentos (soluciones, respuestas) excesivamente mágicos (Dios, milagros, Biblia, mística, rezos, rituales).

René Descartes tuvo la habilidad (o suerte, o acierto) de proponer un argumento que le da un apoyo racional a todas esas creencias tan poco serias e infantiles.

Él encontró una idea (tenemos un cuerpo mortal y una mente inmortal), que parece científica, alienta nuestra esperanza y nos tranquiliza, aunque también sea un dogma indemostrable.

(1) Pienso, luego ... sigo pensando

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domingo, 30 de mayo de 2010

Problemas de alcoba

Rafael tiene la costumbre de darme un beso en la comisura de los labios y con eso me despierto.

No con el beso, sino con el olor de su aliento. Similar al de cualquier otro hombre cuando recién se despierta.

Todos los días me hago las mismas preguntas: ¿Qué hago yo acá?, ¿qué hago conviviendo con él?

Así comenzaron todos los aburrimientos anteriores; inclusive con Javier, que tenía todo para ser el amor eterno.

Recuerdo que un día, al despertarme, sentí que su mano, apoyada en mi vientre, me aplastaba.

Me reí cuando la analista me dijo: — ¿Javier se está poniendo pesado?

Se lo comenté a Lorena: — ¡Fíjate, la ocurrencia de la mujer! ¡Confundió el peso de un brazo con lo tedioso que fuera él!

Querría que alguien me informe si es posible la convivencia y qué es eso de la soledad.

Rafael se encarga de hacer las compras para el desayuno, sin protestar, sin reparar en el clima.

Esa costumbre suya me ha convencido de que la primera comida del día, determina el resto de la jornada.

Quizá me esté aburriendo porque está todo demasiado bien.

No tenemos problemas con las familias, nos alcanza el dinero, nuestros gustos no son tan incompatibles como para que nos estemos importunando.

En estos ventidós meses de convivencia, sólo tuvimos una discusión que nos probó a fondo y que logramos superar —debo reconocerlo—, gracias a su ternura.

Quizá si no fuera tan inteligente, hábil, memorioso ...

La envidia siempre fue mi talón de Aquiles. Desde la infancia, sufría por las calificaciones, los regalos, los padres, los hermanos, la belleza, el timbre de voz, la forma de las manos, la elegancia al caminar, la suavidad de la piel...

Rafael es mucho más valioso que yo y eso corroe mi maltrecha autoestima.

Cuando no puedo penetrarlo, su comprensión me pone aún más impotente.

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sábado, 29 de mayo de 2010

La depresión constructiva

“Somos hijos del rigor” dice el proverbio, y con esta afirmación la sabiduría popular está reconociendo lo que parece ser una ley natural.

La naturaleza tanto nos mortifica con el hambre como nos deleita con las sensaciones voluptuosas del orgasmo.

Nuestra psiquis se corresponde con esta ley natural y por eso en nuestro pensamiento conviven las ideas amorosas y odiosas, constructivas y destructivas.

Describir los procesos mentales (ideas, sentimientos, razonamientos), puede hacerse indirectamente apelando a un estilo literario.

En los hechos, nos gusta una novela cuando —quizá sin darnos cuenta— los personajes y sus vicisitudes, representan nuestros diálogos interiores, conflictos, angustias, contradicciones.

Los personajes buenos y los personajes malos, sienten, piensan y actúan como nosotros lo haríamos, si no fuera porque las leyes y las normas de convivencia reprimen a nuestros personajes maléficos.

Una teoría (1) muy confiable (porque los pacientes la confirman con sus dichos y actitudes), opina que esa ambivalencia que caracteriza a nuestra psiquis, es la que nos permite amar los senos maternos que nos alimentan, al mismo tiempo que deseamos devorarlos, destruirlos.

Esta segunda aspiración, nos llena de preocupación (angustia) porque intuimos que si nuestro afán destructivo se concretara, nos moriríamos de hambre (perderíamos los senos que nos alivian el hambre).

La teoría dice que ese niño de unos pocos meses de vida, ya siente culpa e intenta (con los pocos recursos psíquicos que logró desarrollar en tan poco tiempo), reparar los senos que imaginariamente devoró, destruyó, mató.

Mientras el pequeño cursa ese período de preocupación, angustia y arrepentimiento e intenta reparar el daño que hizo en su imaginación, está triste, deprimido.

Esta es una depresión (tristeza) saludable porque termina en un equilibrio que le aporta tranquilidad, serenidad y bienestar.

Lo interesante es que ese proceso (daño-arrepentimiento-tristeza-reparación), se repite a lo largo de toda la vida.

(1) Esta teoría es de la psicoanalista Melanie Klein (1882 - 1960) (imagen).

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viernes, 28 de mayo de 2010

Los aturdidores silencios de la fantasía

En un artículo publicado hace poco (1) les comentaba que cuando nuestros sentidos reciben algún estímulo muy fuerte (encandilamiento, aturdimiento), pierden sensibilidad, agudeza.

En ese artículo también agregaba que eso no solamente ocurre a nivel de los sentidos, sino también en las funciones psíquicas. Podemos ignorar características positivas de una persona, un grupo, una situación, porque un rasgo demasiado negativo eclipsa todos los demás.

Pondré otro ejemplo bien diferente.

Si le preguntamos a alguien por qué no confesaría un crimen, el argumento encandilante sería «para evitar la condena».

Sin embargo, no es el único. Más aún, quizá no sea el más determinante del ocultamiento.

La literatura de divulgación científica del psicoanálisis alude frecuentemente a que detrás de todo crimen hay un parricidio.

Usando otras palabras: los criminales siempre matan (imaginariamente) a su propio padre.

Esta afirmación se explica porque el psicoanálisis afirma que es la figura paterna la que nos priva del amor de nuestra madre, cuando aún somos muy pequeños.

Es también esa figura paterna la que nos da ordenes, la que nos sanciona, la que nos impone las normas de convivencia.

El odio que nos inspira ese personaje nefasto para nuestra vida emocional, justifica plenamente las fantasías parricidas.

Lamentablemente, algunas personas no se conforman con las fantasías y pasan a los hechos.

Corresponde aclarar que la figura paterna en psicoanálisis no es necesariamente el padre biológico o por adopción, sino que es aquel personaje (hombre o mujer) con autoridad para darnos órdenes, prohibirnos conductas, frustrarnos deseos.

Confesar un crimen, no solamente acarrea el juicio, condena y castigo de la justicia, sino que además, el criminal puede entrar en un mundo tan real que le haga perder la fantasía de haberse vengado.

Por eso: El motivo para ocultarse es preservar una fantasía.


(1) Podemos tapar el dedo con el sol

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jueves, 27 de mayo de 2010

La creatividad y el miedo

En un artículo publicado hace poco con el título La mujer de Juan Pérez les decía que nuestra psiquis actúa metafóricamente, esto es, repite el mismo esquema de diferentes formas.

Les comentaba que el afán de poseer un terreno donde poder sembrar, cultivar y cosechar lo que necesitamos para comer, se repite metafóricamente en el afán de poseer una mujer (terreno), fecundarla (sembrar y cultivar), para que nos dé hijos (cosechar), que luego nos ayuden.

Si tenemos en cuenta que casi todas nuestras acciones son semejantes entre sí (metáforas unas de otras) y que nuestra única misión (1) es conservarnos (producir) y tener hijos (reproducirnos) (2), ahora les propongo pensar en el fatídico aburrimiento.

Cuando trabajamos con nuestras manos (reparando, cocinando, tejiendo), estamos creando.

En otras palabras, las tareas que hacemos son una forma de gestar, de reproducirnos, de preservar la especie.

La «tarea» que hace el útero cuando está gestando, se parece (metafóricamente) a lo que hace un artesano cuando moldea el barro, o a lo que hace un obrero cuando construye un edificio, o a lo que hace un escritor cuando escribe una novela.

Nuestro sistema nervioso necesita estímulos (trabajo, desafíos, curiosidad, diversión) en forma constante.

Cuando nuestro sistema nervioso recibe esos estímulos (aferencias), nos sentimos bien, disfrutamos de la vida, estamos entretenidos.

Cuando nuestro sistema nervioso no recibe esos estímulos, nos sentimos mal, tristes, aburridos.

Conclusión: las máquinas que hacen nuestro trabajo, también nos quitaron esos estímulos, que ahora tratamos de sustituir con temores por la salud, por la seguridad y por la economía.

Los estímulos que nos quitaron las máquinas, provienen de la creatividad y los estímulos sustitutivos que hemos encontrado, provienen del miedo.

La creatividad aporta mejor calidad de vida que el miedo.

(1) Ver blog titulado La única misión

(2) Menos orgasmos y menos salario

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miércoles, 26 de mayo de 2010

Todos los abortos son espontáneos II

En un artículo titulado El enfermo acusado, les comentaba que un suicida no se mata porque quiere sino porque tiene una enfermedad (diagnosticada o no) que termina con su vida.

Para hacer esta afirmación es preciso estar convencido de que el libre albedrío no es más que una ilusión y que todas nuestras acciones, vicisitudes, errores y aciertos, están sobredeterminados por factores que no podemos controlar (el funcionamiento corporal, el ecosistema en el que vivimos, las circunstancias en las que estamos insertos).

La creencia en el libre albedrío es gratificante porque nos permite suponer que cuando padecemos, es por culpa de alguien.

Todo lo que nos ocurre con la participación de otros, parecen acciones u omisiones realizadas conscientemente, a propósito, con intencionalidad.

Cuando dos vehículos chocan, decimos que «ha ocurrido un accidente».

Si consultamos el diccionario, veremos que accidente es un perjuicio ocasionado involuntariamente.

Aunque decimos que esa colisión fue «un accidente», reclamamos contra el dueño del vehículo «culpable» para que nos indemnice por algo que no hizo voluntariamente, sino que fue parte de nuestra mala suerte, pues el perjuicio ocurrió involuntariamente.

La ley respalda nuestra exigencia porque supone que el dueño del vehículo que embistió al nuestro, algo hizo o dejó de hacer, deliberadamente, irresponsablemente, voluntariamente.

El punto de vista que sostiene el libre albedrío es prácticamente universal, como fue universal creer que nuestro planeta estaba en el centro del universo o que nuestra especie había sido creada especialmente por Dios en vez de ser el resultado de una evolución de los monos.

En otro artículo (1) digo que todos los abortos son espontáneos siguiendo este mismo razonamiento.

La mujer que rechaza un embarazo tiene un padecimiento (diagnosticado o no), que la obliga a interrumpirlo.

Quieren prohibírselo quienes creen que la ciencia ya lo sabe todo.

(1) Todos los abortos son espontaneos

martes, 25 de mayo de 2010

El padre femenino

El arte está lleno de historias en las que el amor ocupa el mayor protagonismo.

Por lo que he podido observar, todos estamos expuestos a padecer desencuentros amorosos, pero sin embargo son ellas las que más lo padecen.

Los varones y mujeres estamos de acuerdo en que es más difícil entender a una mujer que a un hombre, pero creo que son ellas las más expuestas a la frustración afectiva.

De hecho, las estadísticas indican que la depresión las afecta en mayor número.

A pesar de estos infortunios, ellas se convierten en madres con el hombre que han elegido (1).

Una vez resuelta la imposición natural que las obliga a ser madres (instintivamente necesitan que eso ocurra), subsiste el deseo de sentirse protegidas, acompañadas y ayudadas por un hombre.

Para que este varón pueda cumplir sus aspiraciones, deberá ser protector, compañero y proveedor (respectivamente).

Hace miles de años, el ser humano se dio cuenta de que todos tenemos el deseo de hacer el amor con familiares directos.

Es una particularidad de nuestra especie, el imponernos la represión de ese deseo. La prohibición del incesto la tenemos en exclusividad.

Esta prohibición nos frustra y por eso pasamos el resto de la vida tratando de transgredirla.

Para las mujeres, el mejor varón que pudo protegerlas, acompañarlas y ayudarlas, fue su papá.

Sin embargo, ellas (al igual que los varones), tienen predilección por su mamá (2).

Como ambos sexos aprendimos a amar a una mujer, hombres y mujeres amamos a “la mujer” (3).

Estas complejidades (deseo del padre protector y preferencia reprimida por las mujeres), hacen difícil (o imposible) comprenderlas y que encuentren al hombre adecuado, pues lo que buscan es un padre femenino.

Nota: la imagen corresponde a la escultura Hermafrodita dormido, cuyo original fue esculpido por Policleto durante el siglo 2 antes de Cristo.


(1) «A éste lo quiero para mí»
«Soy celosa con quien estoy en celo»
«La suerte de la fea...»

(2) Las mujeres aman a todos

(3) Mi mamá y mi marido me aman

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lunes, 24 de mayo de 2010

Todos los abortos son espontáneos

Nuestros avances tecnológicos nos han permitido postergar la muerte.

Quien más quien menos, procura devolver lo que le prestaron lo más tarde posible, intenta que las leyes lo exoneren de ciertas obligaciones, procura disminuir su contribución a los gastos generales del país donde vive (pagar menos impuestos).

En estas prácticas, a veces logramos éxitos completos (no devolver un préstamo, no ser condenados, no pagar algunos impuestos), pero con la muerte, sólo conseguimos aplazamientos: nunca cancelaciones.

Nuestra especie está dotada de muy buena capacidad adaptativa. Nos ingeniamos para contrarrestar más ataques a la existencia que las demás especies.

En dos artículos ya publicados (1), les decía que el suicidio no es otra cosa que una forma de llamarle a lo que ocurre con ciertas enfermedades terminales que utilizan al propio enfermo para provocar el fallecimiento.

Las instituciones de reclusión (penitenciarías y hospitales) toman precauciones para evitar que se produzca ese desenlace, quitándole a los internados todos los medios que pudieran ser usados para matarse.

Los creyentes en el libre albedrío suponen que quien se mata, lo hace porque quiere, pero en realidad es más lógico suponer que el suicida no puede evitarlo, como tampoco puede evitarlo cualquier otro enfermo que fallezca a consecuencia de una enfermedad mortífera.

Lo mismo podemos pensar respecto al aborto.

Estos pueden ocurrir de tal forma que la mujer lamente la pérdida o pueden ocurrir de tal forma que la mujer se sienta beneficiada por la interrupción del embarazo.

No creo que la naturaleza esté muy interesada por la satisfacción o disgusto de los humanos.

Todos los abortos son naturales, aunque algunos parezcan tan intencionales como el suicidio.

(1) El enfermo acusado
Al rescate del soldado Marilyn Monroe

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domingo, 23 de mayo de 2010

La sensibilidad en el ring

Estanislao fue un niño que sufrió mucho.

Doña Casilda lo había hecho fecundar por un hermoso señor que lucía un perfume embriagador, aunque en realidad era ella quien había tomado varios vasos de sidra.

Este aromático varón y cumplidas siete menstruaciones en su vida, la alentaron a respetar la tradición familiar de convertirse en mujer, es decir, en madre.

Su embarazo provocó el inmediato despido de la casa donde hacía tareas de limpieza y de ahí en más, la acompañaron la pobreza, las dificultades y Estanislao.

Quienes aliviaron tantas penurias fueron Dios y Jesús.

Don Perfume lo proveyó genéticamente de un cuerpo enorme, que luego también se mostró apto para resistir altas dosis de dolor.

El Reverendo Jeremías (habitual concurrente al convento de monjas donde se alojaban Estanislao y doña Casilda), dictaminó que lo mejor para él sería el boxeo.

Con sólo 16 años ganó su primera pelea cuando tres muchachones aludieron indecorosamente a la moral de su mamá.

Una pizca de suerte lo llevó a un club donde se lo disputaron los entrenadores de básquetbol, de voleibol y de natación, pero el Padre Jeremías había sido convincente.

Buscó y encontró dónde practicar boxeo y la inescrupulosidad de un empresario lo llevó a pelear con menos de 18 años, ante un público exigente y despiadado, que alentaba masacres, destrozos, fracturas, fileteados, pulverizaciones.

El debut fue increíble por la fiereza de Estanislao. Los boxeadores quedaban atontados con los primeros golpes.

Después se supo que la profunda religiosidad lo hacía pedir disculpas con mucho sentimiento, al punto de distraerlos con la conversación lastimera posterior a cada trompada sobrenatural.

Al principio, esta conducta se justificaba como «la extravagancia de un superdotado», pero la Federación de Boxeo comenzó a inquietarse cuando, además de pedir disculpas, besaba con desmesurada devoción las heridas que provocaba en el rostro de los oponentes.

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sábado, 22 de mayo de 2010

¡Cuidado con los monos de leo!

En dos artículos publicados recientemente (1), les comenté que, en su origen, la palabra considerado significó «guiado por las estrellas» y que, en su origen, la palabra deseo significó «NO guiado por las estrellas».

Agregaba además, que una persona considerada es, no solamente quien tiene en cuenta los intereses ajenos, sino también quien es respetada por la comunidad.

Por otra parte, aquel predominio de los criterios astrológicos, alcanzaba a las definiciones sobre el temperamento de los nativos en cada signo zodiacal.

En pleno siglo 21, muchas personas toman en cuenta este atributo para suponer que alguien es autoritario, romántico o se lleva bien con los nativos de acuario.

Recordemos además la astrología china y la adivinación del futuro mediante el uso del calendario con 12 ciclos anuales representados por animales.

Detrás de todas estas definiciones, está la angustia que nos provocan la inseguridad, la incertidumbre y los riesgos.

Es claro que la humanidad creyente en estos designios quiere evitar el misterio que nos envuelve a todos, la inseguridad que aportamos a cualquier vínculo, las perturbaciones anímicas que provoca nuestra inestabilidad emocional.

Estas creencias son incompatibles con las que sostienen el libre albedrío.

La astrología se basa en la suposición de que existen factores determinantes de nuestra forma de ser y de actuar, mientras que los horóscopos predicen (casi matemáticamente) lo que nos sucederá.

Mi conclusión es que la creencia en el libre albedrío es una creencia implantada para poder acusar, juzgar y condenar a personas supuestamente responsables de actos inconvenientes para los demás.

Como vemos, acomodamos la ciencia popular a lo que más nos conviene, salteándonos las posibles incoherencias que existan entre sus verdades.

Por un lado decimos que somos libres de hacer lo que queremos y por el otro decimos que «estamos influidos por los astros».

(1) Los profesionales no desean
Ciudadanos con cadena y bozal


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viernes, 21 de mayo de 2010

El matrimonio entre homosexuales

Es natural y saludable discutir sobre el matrimonio entre homosexuales.

Discutir es bueno por dos motivos:

1) Para escuchar los diferentes argumentos que cada uno tiene a favor o en contra;

2) Porque discutir es tan aeróbico como correr, nadar o levantar pesas.

Discutir es bueno para la salud física, mental y social.

Habría un tercer beneficio: cuando se puede discutir, se está haciendo uso de la función simbólica (el lenguaje) que, usada eficazmente, tramita un monto de agresividad que ya no tiene por qué ser canalizado a través de la violencia física.

Por lo tanto, es muy bueno que exista una discusión sobre las ventajas y desventajas de que dos personas del mismo sexo se unan en matrimonio, porque siempre es bueno discutir y porque además el tema es interesante.

Creé un blog (La única misión) que reúne mis diferentes aportes sobre lo único que tenemos para hacer realmente los humanos y cualquier otro ser vivo: conservarnos (como individuos y como especie).

A partir de esa premisa, es obvio que cuando dos personas del mismo sexo se unen, sexualmente son estériles.

Por lo tanto la misión de reproducirse queda excluida.

Si alguien se escandaliza porque ese matrimonio no tendrá hijos, basta pensar que hace siglos aceptamos de buen grado el celibato de algunos religiosos (mayoritariamente católicos en el área hispano-parlante).

En otro orden, es aberrante que una mujer no tenga autorización para abortar cuando lo desee.

Por lo tanto, si es humanamente razonable interrumpir un embarazo, es humanamente razonable que dos personas se asocien para compartir la vida aunque no puedan reproducirse.

Como esa única misión que tenemos los seres vivos, incluye conservar la propia vida, es legítima la libertad de procurarlo en soledad o asociándose con quien o quienes se prefiera.

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jueves, 20 de mayo de 2010

Ciudadanos con cadena y bozal

En un artículo de reciente publicación con el título Los profesionales no desean decía que la sociedad nos prefiere sumisos, obedientes, previsibles.

Les contaba ahí que la palabra deseo proviene de la astrología, en tanto se pensaba que eran las estrellas (con su influencia gravitacional o con alguna otra energía de constatación menos científica) las que imponían las normas de buen comportamiento.

Un ciudadano es considerado en dos sentidos:

1) Cuando respeta las normas («Fulano es muy considerado porque tiene en cuenta los intereses ajenos»); y también

2) Cuando es respetado por los demás («Fulano es considerado un ciudadano ejemplar»).

Copio y pego un párrafo del artículo mencionado, porque explica todo esto:

«La palabra sidus en latín significa estrella. La palabra con-siderar originariamente significaba «ser guiado por las estrellas» y de-siderare luego se convirtió en desear y significaba «NO ser guiado por la estrellas».»

Como todos deseamos que los demás no nos molesten, preferimos y hacemos lo posible para que todos (excepto uno mismo) cumplan el deseo colectivo (las leyes, normas, costumbres, prejuicios, creencias, reglamentos) en desmedro de su propio deseo.

Dicho de forma más cruda: «Quiero ser el único que satisface sus deseos y que los demás no me molesten cuando satisfacen sus deseos».

La sumatoria de estos deseos personales (individuales, mezquinos, egoístas), conduce a que cada uno quiere que los demás sean considerados, que cumplan (ellos, los demás, la gente) las normas... que ya estaban, que otros pusieron, que las estrellas indican.

En suma: los severos defensores de la ley y el orden (del sistema, del stablishment, de la tradición) desean no ser molestados, quieren a todo el mundo obediente, que renuncien (repriman) a sus desagradables deseos personales, para gozar la libertad de hacer lo que quieran.

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Instituciones 007 (con licencia para educar)

En el artículo titulado La violenta violación educativa les decía que la enseñanza obligatoria que imponen los países a sus ciudadanos, es una forma de violación cuando el alumno no desea aprender lo que le enseñan.

Los alumnos no fracasan: simplemente se resisten a la violencia de la que son objeto y abortan (olvidan, no retienen, rechazan) todo lo que recibieron contra su voluntad.

Como una mayoría de personas está convencida de que «los sistemas son buenos, pero los que siempre fallan son las personas», agreden a las víctimas (violados) y defienden a los agresores (los sistemas ineficaces).

La causa de esta infamia universal es compleja. De hecho, son muchas causas asociadas.

Como el cerebro humano sólo puede percibir pequeñas parecelas de la realidad (1) y además tiene dificultades para luego acceder a una visión global, esa cantidad de causas están en la cabeza de muchas personas, que a veces ni se conocen entre sí, como para trabajar en equipo y lograr una sístesis que descubra «la causa» de esta actitud aberrante (enseñar por la fuerza).

Una de las causas, es la creencia en el libre albedrío y la necesidad de suponer que los malos alumnos (o los malos docentes) son culpables de los pobres resultados educativos.

Cuando nuestra atención se focaliza en la culpabilidad, automáticamente se nos ocurren soluciones que sólo determinan el delito y el castigo a personas de carne y hueso.

La propia noción de culpabilidad, dificulta identificar como causa de un problema algo que no sea una persona física condenable.

Para los amantes del libre albedrío, los sistemas siempre son buenos porque no pueden ser ni condenados ni castigados.

En suma: los sistemas siempre son buenos porque son inimputables y sus víctimas siempre son culpables porque pueden ser castigados.

(1) Comer la verdad
Los análisis de Hiroshima y Nagasaki


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martes, 18 de mayo de 2010

En democracia no se puede vivir

Nuestra capacidad de equivocarnos es portentosa, enorme, insuperable. Es decir, el resto de los seres vivos que nos acompañan en esta roca voladora, no le erran tanto como nosotros.

Esto lo pensé a propósito de una reunión donde se discutían los problemas que aquejan a la humanidad hoy en día.

Lo que más nos preocupa es la delincuencia y la actitud de los jueces, que casi nunca encarcelan a los malvivientes.

La policía ya ni quiere perseguirlos porque luego la justicia los libera en menos de 24 horas.

En el corazón de todos y en los labios de los más atrevidos, sobrevuelan criterios de represión medievales.

Y estoy totalmente de acuerdo con todo eso. A mí no me gusta que un desconocido me aborde para pedirme dinero. Ni siquiera me gusta que me mire con insistencia.

Quisiera una ciudad limpia de personajes mal vestidos que tienen normas de convivencia grotescas.

También me molestan sus criterios higiénicos, muy diferentes a los míos (jabón, antisudoral, dentífrico, zapatos brillosos, ropa sin arrugas).

En otro orden, también me irrita sobremanera la repentina interrupción de los servicios públicos en cumplimiento de medidas gremiales, que reclaman intereses de los que no tengo ni noticia.

Todos defendemos una ciudad limpia, habitadas por personas de buenas costumbres, que no molesten ni siquiera mediante la polución visual, con servicios permanentes, a toda hora, todos los días del año.

Estoy convencido de que unánimemente clamamos por estas condiciones mínimas.

Claro que como los humanos somos expertos en cometer más errores que el resto de los seres vivos, tampoco queremos vivir en una tiranía despótica.

Aunque sea obvio, prefiero decirlo: esas comodidades que todos anhelamos, convencidos de que es lo mínimo que podemos pedir, sólo se obtienen en un régimen dictatorial.

Conclusión: Los respetables ciudadanos combatimos la democracia.

Nota: La imagen corresponde al chileno Augusto Pinochet (1915 - 2006), quien lideró la dictadura militar de su país entre 1973 y 1990.

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lunes, 17 de mayo de 2010

Los pobres ayudados y los explotados

Hace unos días ronda mi cabeza una idea que hoy expongo a sus comentarios.

Simplificadamente, los humanos tenemos tres necesidades básicas:

1º) Comida;
2º) Abrigo;
3º) Amor.

En los hechos, todas son individuales, personales e intransferibles.

Con nuestro afán de clasificar, podemos decir que las dos primeras son necesidades materiales y que la tercera es una necesidad inmaterial.

Pero hay una clasificación diferente que no es tan académica como la anterior.

Esta otra clasificación se expresa en los hechos con el tratamiento que reciben una y otra pobreza.

La ciencia, la política y los medios de comunicación han dividido a la humanidad en dos grupos: los que tienen comida y abrigo suficientes y los que padecen carencias (pobres e indigentes).

La ciencia, la política y los medios de comunicación se dedican a buscar soluciones para los carenciados.

Con el Amor, la situación es diferente. Su carencia está agravada porque la soledad que la caracteriza, sólo es tenida en cuenta por el arte (literatura y filmografía) que la utiliza como tema de sus creaciones, pero que no la ayuda como hacen los otros agentes preocupados por las carencias materiales.

Los pobres de amor padecen soledad, abandono, frustración, y en vez de ser apoyados, son utilizados como tema de entretenimiento.

Es una pobreza que en los adultos provoca vergüenza y eso los lleva a negar el problema, a disimularlo mostrándose como que viven en soledad por opción, aferrándose a las mascotas (animales o vegetales), cuya ambigüedad en la comunicación (mirar, mover la cola, frotarse), admite cualquier interpretación («me ama», «soy alguien para él»,«es mejor que un humano»).

Otra reacción inducida por la vergüenza que provoca la escasez de afecto recibido, es la de mostrarse indiferente y hasta irritado con quienes desean aproximarse afectivamente.

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domingo, 16 de mayo de 2010

Fraternidad tropical

Ya se habían retirado los tíos que vivían lejos y el viudo aceptó alojarse algunos días en lo de su hermanastra.

El viejo estaba mucho más decaído que los huérfanos.

Quienes lo conocían dudaban de tanto amor por la difunta, porque no conocían un detalle importante.

Él se enamoró una sola vez de una compañera de escuela que lo ignoró impiadosamente.

Cada mujer que pasó por su vida, ocupaba sin saberlo, el lugar de Silvia Novak, la rubia con ojos de cielo y corazón de estatua.

Esta muerte castró de cuajo la fantasía escolar.

Finalizado el velatorio de su madre, los hermanos ocupaban sendos sillones de mimbre, solos en la casa que cada vez parecía más grande.

No hablaban, hacía calor, ella se había puesto el vestido de todos los días y se abanicaba con una revista. Él se había quitado la camisa y luego de bañarse, se quedó con un pantalón corto y descalzo.

Ella le devolvía la mirada de vez en cuando, pero él no dejaba de observarla.

Repentinamente se levantó con el vestido pegado por la transpiración y volvió con otro, recién bañada, con olor a jabón, a champú y a un perfume dulzón que sólo usaba en las piernas.

Estas nuevas sensaciones lo obligaron a retreparse en el sillón para volver a mirarla, ahora con otras ideas en su cabeza.

Ella volvió a su asiento, girándolo levemente en dirección a su hermano. Pero seguía callada.

Se subió un poco más el ruedo de la pollera, agitó como a un fuelle el escote del vestido rojo y semi-transparente.

Ese gesto de ella le recordó cómo hacía para controlar las ganas de golpearla cuando eran adolescentes y ella le hacía la felonía diaria:

Se encerraba en el baño, se desnudaba, se metía bajo la ducha y comenzaba a masturbarse mientras se acariciaba el ano imaginando una relación sexual casi cruel con ella.

La había fantaseado atada a una rueda, o gritando de placer, u orinándose con desesperación porque él se retiraba con excitante malignidad en el momento en que ella no podía contener el orgasmo.

Mientras él maquinaba esos recuerdos de erotismo vengativo y desconsiderado, ella entrecerraba los ojos como si también estuviera urdiendo fantasías agresivas.

Nuevamente se puso de pié con energía, arrastró el sillón para sentarse frente a su hermano, se quitó las sandalias, lo encerró poniendo un pie a cada lado de los muslos de él, y con gesto decidido, le preguntó: —¿Cómo nos repartimos la plata?

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sábado, 15 de mayo de 2010

Las pérdidas ajenas no son tan molestas

¿Qué sienten los habitantes de un país en guerra por los soldados que mueren defendiéndolos?

En pocas palabras —y dejando de lado expresamente a los familiares directos de las víctimas—, se entristecen «de la boca para afuera» de que hayan muerto esos valientes soldados y se alegran «de la boca para adentro» de que la desgracia no les haya tocado a ellos.

El monto de afecto que se moviliza en circunstancias tan dramáticas, es muy elevado, pero el placer de ser defendidos es superior al dolor por las pérdidas ajenas.

En otras palabras, si alguien muere por defendernos, lamentamos su infortunio pero más nos alegra nuestra salvación.

Cambio de escenario para plantearles una situación mucho más frecuente aunque menos trágica.

La medicina es hoy en día la ciencia que mejor nos protege del dolor y la muerte.

Necesitamos creer que son infalibles, que sus procedimientos no fallan, que poseen la verdad sobre anatomía, fisiología, enfermedades y técnicas preventivas y curativas.

Ellos son el ejército que nos defiende de los ataques que pueden costarnos la vida.

Retomo lo que decía al principio, resumido de esta forma: «La muerte ajena es lamentable pero la prefiero a mi propia muerte».

Si los médicos dicen que es malo fumar, necesito que ellos tengan razón para seguir creyendo que son infalibles y que si algo me pasara, me salvarán.

Si los médicos dicen que la hipertensión arterial es mala, necesito que ellos tengan razón por los mismos motivos.

Conclusión: toda recomendación o pronóstico que hagan mis defensores infalibles (médicos), tiene que ratificarse siempre, y si bien «de la boca para afuera» diré que no le deseo mal a nadie, «de la boca para adentro», desearé que mueran los fumadores, hipertensos y cualquiera que debilite mi creencia en que los médicos son infalibles.

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viernes, 14 de mayo de 2010

El drama nuestro de cada día

La tarea más importante que tiene la memoria es olvidar.

Para mejorar su rendimiento como función que olvida, el sentido común define la memoria como la capacidad de recordar.

De esta manera logramos creer que cuando contamos con una memoria normal, recordamos todo lo que tenemos para recordar y que si algo no lo recordamos, entonces no ocurrió.

Con criterio similar, puedo decir que la tarea más importante de la atención es mantenernos distraídos.

De esta manera logramos creer que cuando estamos lúcidos, «no se nos escapa nada» y que percibimos la realidad completa.

Los medios de comunicación profesionales (radio, televisión, diarios, revistas) y los artesanales (rumor, mail, redes sociales), están en armonía con estas particularidades de nuestra memoria y nuestra capacidad atencional.

Veamos algunos dramas que encandilan nuestra atención:

— el agujero en la capa de ozono;
— el deshielo de los casquetes polares por el recalentamiento global;
— la extinción de algunas especies (animales y vegetales);
— el terrorismo internacional;
— la gripe A;
— el agotamiento de las reservas de agua dulce;
— el tabaquismo como la causa principal de enfermedades mortales;
— la locura heteroagresiva del presidente venezolano Hugo Chávez;
— la desfachatada corrupción del Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi; y
— la lista sigue.

Estas noticias actuales desplazan a lo que temíamos hace 20 años:

— El exterminio completo en la Tercera Guerra Mundial;

— Es inminente que los marcianos nos invadirán de un momento a otro;

— El Triángulo de las Bermudas se traga a todos los vehículos que pasan por ahí;

— El cumplimiento de las profecías apocalípticas de Nostradamus; y

— la lista sigue, pero la desmemoria nos afecta a todos.

En suma: Hace 20 años y hoy, las angustias de moda, nos mantienen distraídos y olvidados, de la angustia mayor: nuestro temor a padecer y morir.

Artículos asociados:

«Recuerdo que me olvidé»
«¿Nos casamos mami?»
No recuerdo que me olvidé
Memoria para olvidar

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jueves, 13 de mayo de 2010

«¡Cópiame, imítame, iguálame!»

Los seres humanos tenemos dos formas de convivir con el entorno:

— haciendo el esfuerzo de adaptarnos (abrigándonos cuando hace frío, aceptando los alimentos que se consiguen, tratando de comprender la forma de ser de nuestros vecinos, etc.).

— haciendo el esfuerzo de adaptar el entorno a nuestras necesidades (conseguimos estufas o ventiladores, cultivamos los alimentos que preferimos comer, influimos sobre nuestros vecinos para que sean como nos gustaría, etc.).

En este último punto, también aplicamos varias técnicas.

Una es la forma directa, imponiéndonos por medio de la fuerza física o persuasiva, obligando a que respeten nuestros gustos.

Otra es la forma indirecta, que consiste en hacer con ellos lo que nos gustaría que hicieran con nosotros.

Me referiré a éste último punto.

Cuando queremos que los demás limpien lo que ensucian, entonces damos el ejemplo exhibiendo lo más claramente posible que nosotros limpiamos el ambiente.

Cuando queremos que los demás lleguen en hora a las reuniones, entonces damos el ejemplo exhibiendo lo más claramente posible que nosotros somos puntuales.

Estos dos casos son suficientes para explicar lo que pretendo: en nuestra política de modificar la conducta de los demás, apelamos a dar el ejemplo.

Muy pocas personas disponen del poder suficiente como para imponer sus gustos por la fuerza, sin embargo, casi todos procuramos que los demás se adapten a nuestros gustos y casi todos nos oponemos a cambiar nuestras preferencias por complacer a demás.

Dicho en otros términos: casi todos desearíamos tener el poder de que los demás hagan lo que nos gusta, que opinen igual que nosotros, que no se opongan a nuestras ocurrencias.

Las personas que dan el ejemplo, son legisladores disfrazados, son reglamentaristas camuflados, son imperialistas disimulados.

Estos tiranos de perfil bajo, se ponen de mal humor con quienes no copian su conducta ejemplar.

Artículos vinculados:

¡¿Cómo que no te gusta?!
Te ofrezco lo que no tengo
Quien mata primero, come

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miércoles, 12 de mayo de 2010

«¡Me gustas tanto que te comería!»

Estamos casi todos de acuerdo en que la sonrisa es un fuerte atractivo en la expresión facial de las personas.

Las imágenes muestras las sonrisas de Julia Roberts y de Tom Cruise.

Fueron elegidas porque sus caras se ajustan a las preferencias estéticas de una mayoría de occidentales.

Recurrentemente repito ciertas cosas porque me parece que están en el centro de nuestra psiquis.

Una de ellas es que los humanos necesitamos amor, aceptación, reconocimiento (1).

Con menos frecuencia les he comentado que tenemos miedo a nuestro deseo (2).

En esencia, tememos que por satisfacerlo, seamos víctimas de una trampa, de un castigo (para quienes poseen deseos prohibidos), o de consecuencias dolorosas (orgánicas o morales).

Si tenemos deseos y miedo al deseo, vivimos en conflicto, tenemos dudas a veces inespecíficas, difusas, como si estuviéramos amenazados por enemigos invisibles.

En estas circunstancias nos angustiamos, tenemos ansiedad, padecemos nerviosismo, insomnio, desinterés sexual, trastornos en la alimentación, alteraciones del humor, decaimiento, y varios otros síntomas igualmente molestos.

No solamente los síntomas son de por sí incómodos, sino que la incertidumbre sobre su causa es otro factor irritante.

Algo que podemos pensar es que el mayor problema está en que nuestro deseo es autodestructivo y por eso, nos tememos.

Ese fantasma que nos amenaza, somos nosotros mismos.

Comencé este comentario con atractivas sonrisas porque, algo que podría pensar, es que esa expresión facial, ese gesto tan atractivo, no es más que un gesto de que somos aceptados al punto de que desearían comernos.

La exhibición de la dentadura, es amable porque el resto de la cara (ojos, cejas, nariz, frente) se muestra amigable, pero es legítimo suponer que nuestro deseo de ser amados, reconocidos y aceptados, es tan grande, que nos halaga hasta el mortífero ofrecimiento de ser devorados.


(1) «Arrésteme sargento»

(2) El miedo al deseo

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martes, 11 de mayo de 2010

Los estímulos del temor y la desilusión

Varias veces he comentado con ustedes (1) que la naturaleza nos molesta para provocarnos, hacernos reaccionar, movernos.

El fenómeno vida necesita estas conductas de los seres vivos.

El miedo es un sentimiento imprescindible para que todo eso funcione.

Si no le temiéramos a las pérdidas, al dolor y a la muerte, seríamos personas inertes.

Por lo tanto, despotricamos contra nuestra cobardía porque:

— es muy irritante tener miedo; y
— necesitamos no perderlo.

Nos complacen las historias en las que el protagonista es valiente, lucha, corre peligros, pero finalmente se salva.

Estas piezas de ficción están en la literatura, en el cine, la televisión y también en la publicidad (imagen).

Los anuncios publicitarios nos ofrecen calmantes, entretenimientos, soluciones (casi) mágicas, que «evitan» todo aquello que nos molesta.

Vemos en un corto publicitario, cómo todo es fácil, alegre, divertido, económico y nos entretenemos como con una buena novela o película.

Lo que en realidad acontece, es que profundizamos el contraste entre lo que nos sucede y lo que desearíamos que nos ocurra.

En otras palabras: cuando percibimos esas historias de final feliz, reforzamos nuestra vana ilusión de que la vida podría ser indolora, cómoda, sin preocupaciones, sin miedos.

Durante el tiempo en que soñamos con esa aparente realidad, nos permitimos creer, soñar, delirar. Se cumplen en el arte nuestros anhelos eternamente frustrados.

Cuando volvemos a la realidad, ésta parece más agresiva porque venimos de gozar con la fantasía optimista según la cual “querer es poder”, o sea “si me lo propongo, lograré ser plenamente feliz”.

Se agregan los libros de autoayuda, en los que alguien nos entretiene con recetas infalibles para quitarnos las preocupaciones, la timidez, la sensación de vulnerabilidad.

Por contraste, el arte que nos alivia, hace que la realidad nos parezca más dolorosa.

(1) (Maldita) Felicidad publicitaria
Loción infalible contra las molestias
Menos culpa y menos estrés
Por ahora necesitamos la pobreza
Trabajo molesto y seguro
Vivir es molesto

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lunes, 10 de mayo de 2010

El lenguaje del Tercer Mundo

Si «la unión hace la fuerza», entonces podemos afirmar que «la desunión hace la debilidad».

Nuestra madre patria es un país enemistado consigo mismo.

Durante siglos ha tenido peleas internas que generaron desconfianza entre los españoles, a diferencia de otros países igualmente imperialistas, pero que lucharon contra extranjeros, reforzando la solidaridad entre los ciudadanos.

Los hispano-parlantes tenemos una mamá muy complicada, que no se entiende con ella misma y aún hoy (año 2010) tiene poblaciones enteras que desearían formar un país independiente —apelando inclusive al terrorismo—, porque no se sienten españoles.

En la eterna duda sobre qué fue primero —si el huevo o la gallina—, no descartaría la hipótesis de que la estructura gramatical de nuestro idioma fuera una causa de esa desconfianza que nos desune.

Somos amistosos, cálidos, divertidos, buenos amantes, pero cuando tenemos que ponernos a trabajar, arriesgar, estudiar, crear, nos cuesta hacerlo en grupos.

Nuestras familias son muy unidas, nuestras madres son protectoras, pero nos cuesta confiar en los que no son de la familia.

Casi todos los hispanos somos del Tercer Mundo y si la misma España no lo es, quizá sea porque está en un continente donde la Unión Europea, cobija a países tan eficientes como son Alemania, Francia y el Reino Unido y a países tan ineficientes como son Portugal, España y Grecia.

En suma: el tercermundismo (escaso desarrollo económico, social, tecnológico) puede ser una condición vinculada a la estructura gramatical (y por lo tanto, psicológica) de los hispanos.

Como simple anécdota, les comento que la histórica residencia de la Familia Real Española, se llama El Escorial (imagen).

Desde principios del siglo 17, fue considerada la octava maravilla del mundo y sin embargo, en nuestro idioma, el vocablo «escorial» significa «basural».

Artículos vinculados:

Blog El lenguaje y la psiquis

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domingo, 9 de mayo de 2010

Bienvenidos a Fray Casona

Nuestra luna de miel había sido cuidadosamente no planificada, porque Laura y yo siempre soñamos con las improvisaciones de baja intensidad.

Postergamos el casamiento todo lo que hizo falta para que no nos faltara nada de lo que cada uno disponía en su casa paterna.

Casarnos sin dos televisores y dos computadores, habría sido una improvisación de alta intensidad, pero salir la noche de bodas a recorrer el país en cualquier dirección, eso sí nos gustaba.

Habíamos recorrido varios cientos de kilómetros cuando se hizo la noche en un poblado que —según el cartel de bienvenida— se llamaba Fray Casona.

Enseguida encontramos el (único) hotel, donde pudimos descansar para seguir viaje hasta donde hubieran cosas atractivas para disfrutar.

Serían las dos o tres de la madrugada, cuando sonó el celular de Laura.

Se insultó en voz baja por no haberlo apagado, pero igual atendió.

Oí que era la voz de una mujer que hablaba en un tono que no hacía pensar en una mala noticia.

Laura se puso tensa, pensó que yo estaba dormido porque sigilosamente se bajó de la cama y salió a la terraza.

La oía hablar con aspereza, recriminaba cosas inaudibles, le daba muy poco tiempo para que la que llamó pudiera decir algo.

Discutió un largo rato, a veces se olvidaba que no tenía que despertarme, pero no sólo me había desvelado sino que me pareció que en realidad, sí había una mala noticia.

Luego dejó de hablar, insultar y gritar en voz baja. Sólo escuchaba. Comenzó a llorar. Balbuceó en tono de arrepentimiento, de disculpas, de inseguridad.

Así estuvo unos minutos hasta que mencionó la palabra fatídica que me aceleró el corazón: Irene.

Sentí dolor en el pecho, en el estómago, sudé, tuve frío, me tapé pero me molestó el olor de las sábanas, no supe dónde ubicar las piernas.

Finalmente Laura dejó de hablar, no dejó de sollozar y retornó a la habitación.

Yo me había recostado al respaldo de la cama, las manos cruzadas sobre el estómago dolorido, esperando que me dijera y que no me dijera algo.

Se sentó a mi lado como el amigo que visita a un enfermo y se echó a llorar contra mi pecho.

Apoyé mi mano sobre su hombro, lloré yo también y resignadamente nos vestimos para volver.

Me sentía tan mal, que codujo ella.

En la noche, algún graffitero había borrado unas letras del cartel que ahora decía: Bienvenidos a Fra Caso.

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sábado, 8 de mayo de 2010

La anatomía del valiente

En un artículo anterior (1) les comentaba cómo influye el lenguaje cotidiano en la depresión.

Sintéticamente, decía que la propia palabra es una de sus causas.

Ahora quiero hacerles un comentario sobre la depresión, pero asociándolo no sólo con el lenguaje sino también con la duda que me inspira la existencia del libre albedrío.

Podemos decir que la depresión es una especie de «cobardía moral».

Cuando un individuo o un equipo deportivo tienen bajo rendimiento, se dice de ellos que tienen la «moral baja».

Si el psicoanálisis tuviera razón, el deseo es un impulso a erradicar esa carencia (falta, falla, escasez) que nos sigue a todos lados y durante toda la vida, como si fuera nuestra sombra.

Por alguna razón (seguramente orgánica), algunas personas no pueden pagar los costos de satisfacer el deseo.

Dicho de otro modo: hay personas que no siempre satisfacen (resuelven, respetan) su deseo.

Alguien que sí puede satisfacerlo, acomete con valentía cada día de duro trabajo, se compromete afectivamente hasta las últimas consecuencias, corre riesgos, se divierte aunque después se sienta cansado, se endeuda porque confía en que podrá pagar, tiene varios hijos porque se tiene fe para ayudarlos a crecer, dice lo que piensa sin temer las críticas o represalias.

Diríamos de esta persona que «tiene la moral alta» o que tiene «valentía moral».

Metafóricamente digo que, en el cuerpo de una persona sana, cada célula trabaja, mientras que en un deprimido, gran parte de sus células, no trabajan.

Estas células inactivas son las que provocan el decaimiento.

Los defensores del libre albedrío condenan la cobardía y aplauden la valentía, aunque éstas no sean más que característica anatómica como la estatura, el color de la piel, o la agudeza visual.

(1) El diagnóstico perfecciona la enfermedad

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viernes, 7 de mayo de 2010

«Yo te decimos que ...»

Este título me cuesta dejarlo porque transgrede la gramática que mantiene en orden mis pensamientos.

Pero tendré que dejarlo para poder compartir con usted la siguiente idea.

Cuando nos comunicamos, nos preocupa la opinión del oyente o lector, pero sobre todo tenemos en cuenta si nuestra comunicación sería aprobada por quienes diseñaron nuestra forma de pensar.

Alguna vez adherí a ciertas ideas de mis padres sobre el buen comportamiento (saber escuchar, mirar a los ojos, saludar).

También hice mías algunas ideas de la escuela, de la televisión, de mis amigos, de ciertos libros.

Como no puedo prescindir de sentirme amado, esas ideas representan a quienes yo siento que me aman (sin importar si viven o han fallecido).

Yo hablo en nombre de todos ellos, los represento y a su vez me respaldan.

Habrán observado que muchos oradores dicen sus discursos mostrándose acompañados de personas (militares, políticos, religiosos, gente respetable para los oyentes) o símbolos que los receptores del mensaje decodifiquen claramente (banderas, escudos, eslóganes).

Habrán notado que en ciertas circunstancias, alguien pregunta el origen de nuestras afirmaciones.

Ese interlocutor quiere saber si estamos repitiendo ideas de personajes confiables, desconocidos, aceptados, prestigioso, aliados, opositores.

Más aún: en algunos auditorios, sólo importa el prestigio que tenga el propietario original de las ideas que se exponen, independientemente de lo que ellas signifiquen («si lo dijo Einstein, está bien», «si lo dijo Hitler, está mal»).

En suma: Nunca actuamos realmente solos. Hablamos a coro. Otros personajes invisibles nos acompañan.

Hablamos como representantes de un conjunto de personajes que nos influyen y somos escuchados por representantes de ciertos personajes que los influyen.

Conclusión: en el fondo, toda comunicación se da entre representantes de personas ausentes (padres, maestros, amigos, líderes, filósofos, cónyuge).


Artículo vinculado:

La cirugía es tétrica

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jueves, 6 de mayo de 2010

Las neuronas violentas

La mujer necesita a su lado un hombre que la proteja y el hombre necesita a su lado una mujer que lo cuide, mientras cicatrizan las heridas recibidas por protegerla.

Un relato dice que el sol y el viento discutieron. Ambos decían ser el más fuerte. Para resolverlo, vieron un caminante y sería el más fuerte, quien lograra quitarle el manto que lo cubría.

El viento comenzó a soplar con furia y el hombre se abrazaba más y más a su abrigo.

Cuando el viento se quedó sin fuerza, el sol puso en juego su habilidad y con la tibieza de sus rayos, logró que el caminante se quitara el manto.

En nuestra cultura estamos convencidos de que la fuerza y la violencia deben estar al servicio de las soluciones drásticas, para terminar de una vez por todas con los problemas que nos aquejan.

Como gran parte de esos problemas están vinculados a seres vivos (microbios que nos enferman, insectos que dan asco, personas que molestan), entonces la solución más eficaz es terminar con lo que tienen en común todos esos agentes agresores: la vida.

Queda mal decirlo explícitamente, pero fantaseamos con que nuestro celular, debería contar con un dispositivo para hacerlo explotar en la cara de quien nos lo robó.

El cuerpo de las mujeres es más blando que el de los hombres.

El pene se endurece y penetra en la suavidad de la vagina, pero en pocos minutos la dureza de ese pene desaparece sin que la vagina pierda su blandura.

Podemos estar de acuerdo con todo lo dicho, pero nada va a cambiar por ahora, porque nuestros cerebros funcionan según la lógica bélica, de la intolerancia, la rigidez, la fuerza y la violencia.

Amamos clandestinamente el exterminio de los problemas y negamos drásticamente este sentimiento.

Artículos vinculados:

Violencia indolora
El orgasmo salarial
Ser hombre es mejor que ser mujer
La violencia invisible
La discusión deportiva
«Hay que COMBATIR la violencia»

El salvajismo de los mansos
«¡Cállate o te golpeo!»

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miércoles, 5 de mayo de 2010

El sudor no tiene valor comercial

Los padres y maestros tenemos que enseñar a los pequeños, para que sepan desempeñarse en medio de las agresiones y oportunidades que nos brinda la naturaleza, y en medio de las agresiones y oportunidades que nos brinda el sistema capitalista.

Como he mencionado varias veces, la naturaleza recurre a los premios y castigos (placer y dolor) para conservar el fenómeno vida el mayor tiempo posible. (1)

Los padres y maestros copiamos el mismo procedimiento para enseñarles a nuestros pequeños cómo incorporarse a la existencia.

Ahí nos surgen dos alternativas respecto a cómo resolver las dificultades en los intentos que los niños hacen por aprender:

1) Premiamos los esfuerzos y castigamos la falta de ellos; o

2) Premiamos los resultados y castigamos la falta de ellos.

Parecería ser que hasta cierta edad (hasta los 10 ó 12 años), los niños deben ser premiados por el esfuerzo que demuestran hacer aunque los resultados sean escasos o nulos (por ejemplo, ordenar su dormitorio).

A partir de la adolescencia, premiar sólo el esfuerzo sin tener en cuenta los resultados, podría ser adecuado sólo para los jóvenes que demuestren una deficiencia intelectual o motriz.

El pensamiento orientador de padres y maestros, debería incluir criterios laborales. Para determinarlos es bueno ubicarse en posición de comprador, cliente o usuario.

Me explico mejor con un ejemplo sencillo: Si nuestro hijo fuera un desconocido que se nos ofrece como limpiador, ¿le pagaríamos por el esfuerzo que hace para cumplir su tarea o le pagaríamos por dejar todo limpio?

Reconozco que es más fácil decirlo que hacerlo. Adecuar nuestra conducta a la edad de nuestros hijos, no es fácil, pero es imprescindible.


(1) La naturaleza es hermosa pero antipática
(Maldita)Felicidad publicitaria
Somos marionetas de la naturaleza
Loción infalible contra las molestias
La disconformidad universal
El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional

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martes, 4 de mayo de 2010

«¡Por supuesto, mister!»

«Querida mía, quiero casarme contigo aunque tendría que hacerte un pedido especial:

»Tu te llevas de maravilla con tus padres y hermanos, adoras el tenis, eres una buena militante política y tus ingresos económicos son muy importantes.

»En todo eso somos iguales.

»Pues bien: Para mí sería imprescindible que tu y yo apliquemos nuestro mayor esfuerzo, afecto y recursos a la familia que fundaremos, y que sólo apliquemos al resto, la energía, afecto y recursos excedentes.»

Sin importar su sexo, usted puede opinar sobre este planteo porque podría ser formulado por cualquiera.

Es inteligente dedicarle el esfuerzo, afecto y recursos a la vocación que más nos guste: economía, baile, jardinería, comercio, etc., etc..

En el mejor de los casos, hasta podemos obtener de ella los ingresos económicos necesarios.

Sin embargo, no parece inteligente que dediquemos esfuerzo, afecto y recursos a realizar lo que otros querrían que nosotros hiciéramos.

Los que estudian inglés suelen hacerlo por un prejuicio que padecemos los hispano-parlantes.

En varios artículos (1) les he comentado que el lenguaje es una herramienta esencial para nuestro desarrollo intelectual y social.

Conclusión : Con excepción de quienes tienen la vocación y el suficiente talento, quienes estudian inglés, llegan a la paradójica situación de que no tienen ningún idioma, pues desatienden el castellano y balbucean precariamente el extranjero.

(1) Blog Lenguaje y psiquis

lunes, 3 de mayo de 2010

Al rescate del soldado Marilyn Monroe

El primero de junio de 1926 nació en Los Ángeles (California, Estados Unidos) una niña a la que registraron con el nombre Norma Jeane Mortenson pero que luego bautizaron con el nombre Norma Jeane Baker.

Esta niña murió —aparentemente por una sobredosis de barbitúricos o por no se sabe cuál otra causa—, 36 años después, el cinco de agosto de 1962, y con el nombre Marilyn Monroe.

Su padre pudo haber sido el noruego Mortenson, pero quizá él no lo supo porque cuando su esposa se enteró del embarazo, él ya la había abandonado.

Marilyn es considerada una de las modelos fotográficas más hermosas, es decir, como una de las mujeres más fotogénicas del siglo 20.

Su imagen fue amplificada, reproducida, distribuida y tatuada en la retina de millones de personas.

Estados Unidos es un gran país en cuanto a tamaño y en cuanto a poder. Su moneda sigue siendo aceptada en casi todo el mundo.

También es reconocido como una usina de ideas, inventos, arte, modas.

Otra gran potencia —Japón—, ha utilizado soldados suicidas en beneficio de sus ambiciones imperialistas.

Lo mismo deberíamos decir del resto de las potencias mundiales (1), que justifican su grandeza por ser muy industrializadas, aunque no deberíamos olvidar la cantidad de ciudadanos que donaron sus vidas para lograrlo.

Muchos terrícolas fueron (o fuimos) seducidos por el glamur de Marilyn Monroe.

Su muerte prematura y misteriosa, puede o no sumarse a la de miles de soldados que también entregaron sus vidas con un patriotismo que podría ser enfermizo.

El suicidio es la última manifestación de ciertas enfermedades mentales terminales (espontáneas o provocadas).

(1) El «Grupo de los 8», es el conjunto de países más industrializados: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia.


Artículos vinculados:

Algunos se calientan con la nieve

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domingo, 2 de mayo de 2010

Ven, toma, llévalo

Arnoldo padecía el inexplicable temor a dormir con una mujer.

Sin embargo, se ponía muy inquieto cuando miraba disimuladamente los escotes más veraniegos.

Por lejos sus ojos hablaban mejor que su boca. Saludar con dos o tres palabras, le resultaba agotador.

La única solución eran los prostíbulos. Ahí no tenía que hablar sino simplemente trasponer la puerta y todas sabían cómo aliviarlo en pocos minutos.

El sueño que sentía una vez terminado el tratamiento, lo irritaba.

Había perdido a su padre cuando tenía once años y se convirtió en un buen hombre casi por milagro.

El párroco sabía que por lo menos tres mujeres (dos de ellas casadas), pensaban que Arnoldo sería un buen marido, porque veían ridículos a los varones que opinan o —peor aún— a los que dan órdenes.

Él siempre estuvo dispuesto a tomar cualquier trabajo que no durara muchos días, que no le exigiera cumplir horarios y que no tuviera que habérselas con un capataz.

Cierta vez quedaron solas en el consultorio del médico, Mabel y Genoveva, la prostituta más antigua del pueblo.

Con todo el disimulo de que era capaz, encontró la forma de consultar sobre Arnoldo, después de hablar del clima, los vestidos nuevos que recibió la tienda y hacer bromas picantes sobre qué estaría consultando el paciente que demoraba en salir.

Genoveva ni se imaginó que Mabel (una de las dos casadas), tenía algún interés por Arnoldo, pensando que su condición de maestra, la ubicaba en las antípodas de un hombre tan rústico.

Le contó que él sólo se atendía con Rosina, por ser la única con la resistencia física suficiente para aguantar la pasión frenética de Arnoldo.

Mabel tragó saliva, parpadeó y sintió una contracción en la pelvis, mientras le sonreían inadecuadamente al paciente que por fin salía.

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sábado, 1 de mayo de 2010

Juntos, somos peligrosos

Gustave Le Bon (1841 - 1931) fue un psicólogo social francés, que tuvo gran influencia en su época y luego cayó en el olvido.

Lo que aún se recuerda, es el llamado principio de Le Bon según el cual, el comportamiento de los grupos, no es el equivalente a la media (promedio) de los individuos que los componen, sino que se aproxima a la conducta del integrante más radical (extremista, exaltado, fanático).

En un artículo titulado La soledad aburre, les comentaba algo sobre el manejo defensivo. Ahí decía que el conductor de un vehículo suele padecer un deterioro en su destreza, si va acompañado por otras personas.

Somos animales gregarios porque nos juntamos, nos acompañamos, vivimos en colectividades, en grupos.

El miedo es un sentimiento muy poderoso que está al servicio del instinto de conservación aunque algunas veces, puede perjudicarnos.

Cuando actuamos solos, el miedo a lo que pueda pasarnos es máximo. Si estamos acompañados, ese temor disminuye y, no solamente dejamos de sufrirlo, sino que además podemos ser más activos, emprendedores, audaces, arriesgados.

Si retomamos el principio de Le Bon, lo que buscamos en la compañía de otras personas, es poder actuar como el más audaz de sus integrantes.

Habrán notado que ese personaje que aporta mayor temeridad, suele ser alguien que pretende llamar la atención y por eso actúa arriesgando más de lo que acostumbra.

La psicología de los grupos incluye un componente de omnipotencia que contamina a sus integrantes. Juntos se sienten invencibles.

También es característica la sensación de impunidad. Entre todos sienten que la ley ya no los alcanza, que están liberados de las obligaciones ciudadanas, como si hubieran creado un mundo aparte.

Finalmente, cuando la reunión se termina, son infaltables las propuestas de repetir la experiencia, es decir, repetir la ilusión grupal.

Artículos vinculados:

La pandilla productiva

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