domingo, 21 de diciembre de 2008

Licencia neuro-dactilar

Me tomo un pequeño descanso pero no se abstengan de agregar o leer comentarios, pues algunos están muy buenos. Vuelvo el 21/01/2009. Un abrazo.

Aborto a bordo

Querido papá:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo la voy llevando y no me puedo quejar. Las cosas acá son diferentes a lo que estaba acostumbrado, pero como siempre me lo dijiste «Si otros pueden, ¿por qué no vas a poder vos?».

Las dificultades de adaptación me desvelan y paso muchas horas tirado en la cama mirando el techo y tratando de entender por qué todo se me hace tan difícil. Inevitablemente busco causas, culpables, responsabilidades, errores.

Siempre tuve una vida muy cómoda cuando vivía con ustedes y vos te hacías cargo de todo lo que mamá y yo necesitábamos. Nunca me faltó nada. Hasta me pasaste el auto cuando te compraste uno nuevo y te calentaste porque el concesionario te lo tomaba por muy poco dinero. Mi popularidad entre mis amigos subió mucho con ese auto porque era mejor que el de sus propias familias. Creo que a Margarita la conquisté gracias a él ... a vos debería decir en realidad.

El otro día, hablando con una compañera de facultad, ella me decía que por mis argumentos sobre ecología filosófica, le vinieron ganas de soltar el zorzal que tienen en la casa pero que se arrepintió porque la madre le dijo que, por haberse criado en cautiverio, no llegaría a la noche sin que algún gato se lo comiera.

Las meditaciones de esta madrugada me llevaron a compararme con ese pobre zorzal, que canta como Gardel pero que probablemente sea su forma de gritar por una libertad que los humanos no queremos darle para hacerle un bien.

Sería muy ingrato de mi parte decir que fuiste demasiado bueno conmigo y que me convertiste en un inútil por no privarme de nada, pero debo confesarte que tu bondad la estoy sintiendo como un grave error que, si algún día soy capaz de tener un hijo, trataría de no repetir.

Con el profesor de Arte Azteca nos llevamos muy bien y hablamos mucho. Cuando le contaba esta especie de ingratitud que tengo hacia vos y que tanto me mortifica, él me decía que a veces sucede que los padres, no es que sean tan buenos como parecen, sino que anulan a los hijos con su generosidad como forma de sacarse de encima a quienes algún día pueden disputarle su poder familiar.

Algo parecido creo que pasó con mamá. Ella me ha insinuado que se siente atrapada en una especie de chantaje porque no deja de ser un triste satélite tuyo y no tiene ni argumentos ni voluntad para salir de esa condición. Nunca me lo dijo con esas palabras —y te pido que por favor no se lo preguntes—, pero ahora que estoy lejos de ustedes, comprendo mejor su tristeza, desgano y sobrepeso.

Siempre estuviste acostumbrado a mandar y a que te obedeciéramos. Tu generosidad funciona como una varita mágica que nos maneja a todos como si fuéramos marionetas.

Es insólito que me esté quejando de algo que tantos hijos desearían para sí, pero después de darle muchas vueltas al asunto, estoy bastante seguro que mis bajas notas en todas las asignaturas que me exigen creatividad, pueden estar motivadas porque «gracias a vos no necesito nada», lo cual, aunque parezca disparatado, equivale a funcionar como un cadáver.

Cambiando de tema, sabés que quizá te tenga que pedir una remesa especial porque Margarita tiene un atraso de tres semanas y ya acordamos que este tampoco lo queremos tener. Después te digo cuánto me tenés que mandar.

Un beso de tu mejor (y único) hijo.

Tola

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sábado, 20 de diciembre de 2008

Debes ser bueno

El desborde del río Magdalena en Colombia está causando grandes pérdidas. La reacción ante el fenómeno consiste en atender a los damnificados, tomar precauciones, evitar el pillaje, pero no hacen (porque no pueden) nada para que el río retome su cauce.

Otra cosa que no hacen es ponerse a despotricar contra el fenómeno diciendo, por ejemplo: ¡esto es inaudito! ¡así no podemos seguir! ¿qué se ha pensado el río? ¡qué atropello!, etc.

Al comprender que se trata de un fenómeno natural que nos afecta, decidimos pues buscar formas de evitar todos los daños posibles mientras la situación anómala subsista.

Sin embargo esto no sucede cuando el perjuicio proviene de otro ser humano (delitos, infidelidades, incumplimientos).

Cuando alguien de nosotros es perjudicado por otra persona, ahí es muy probable que surjan las interjecciones mencionadas (¡esto es inaudito!, etc.) y con toda razón, aunque cabe mencionar que los motivos por los que alguien nos perjudicó podrían ser tan entendibles e incontrolables como los del río Magdalena.

Los humanos adolecemos de un severo inconveniente en la comprensión de nosotros mismos: confundimos lo que es con lo que debe ser. Permanentemente estamos juzgando a las personas por lo que se espera de ellas y no por lo que realmente son capaces de hacer.

Más aún, tratamos de no saber cuáles son las verdaderas características de nuestra psiquis para poner toda nuestra energía en exigir lo que debe ser, lo ideal, lo perfecto, lo mejor, lo más conveniente, lo más lindo ... como si los colombianos le exigieran al río Magdalena que sea un poco más prolijo.

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viernes, 19 de diciembre de 2008

Te ofrezco lo que no tengo

Continúo comentando lo mismo que empecé anteayer con el artículo titulado Necesito que seas mi amigo.

Hay un proverbio que dice: «No le hagas a los demás lo que no quieras que los demás te hagan a ti», del cual se desprende fácilmente una conclusión categórica: «Hazle a los demás lo que tu quieres que te hagan a ti».

Estas ideas están fuertemente arraigadas en nuestro cerebro y actuamos según ellas en forma automática, sin espíritu crítico, sin razonarlas.

Esta receta para convivir adolece de un gran defecto: parte del supuesto de que todos somos iguales, que lo que necesito yo lo necesitan todos, que lo que a mí me molesta, le molesta a todos.

Como somos parecidos pero no iguales, el proverbio nos conduce a un error inevitable: Ofrecer lo que no tenemos.

Aclaro más: 1º) Supongo que todos somos iguales; 2º) Necesito a alguien con quien hablar sobre lo que me angustia; 3º) Supongo que todos necesitamos eso; 4º) Me esfuerzo por ofrecer la escucha de lo que a otros angustia; 5º) Como no es mi especialidad (dado que esa es justamente mi carencia), en las primeras de cambio estoy inundando al otro con mis preocupaciones; 6º) Me percato del error y me reprimo, por lo cual dejo de comunicarme y el vínculo se rompe.

En suma: en un esfuerzo sobrehumano, alentados por la omnipotencia y por la creencia de que todos somos iguales, queremos entregar lo que no tenemos (y que necesitamos) a quien le pedimos eso que necesitamos. ¡Un error garrafal!

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jueves, 18 de diciembre de 2008

El infierno de la libertad

Un doble discurso nace por necesidad y no por malevolencia. Tenemos necesidad objetiva de ser incoherentes.

Una de las incoherencias más necesarias (y por lo tanto más populares) es la que hay entre lo que se pregona y lo que se hace.

Alguien puede defender acaloradamente la libertad irrestricta pero en su vida privada impone reglas muy severas a quienes dependen de él o busca situaciones en las cuales sus propias libertades se ven recortadas.

Quizá sea bueno tener en cuenta estos hechos inevitables, es decir, que necesitamos tener un doble discurso, que necesitamos ser incoherentes y que la libertad es buena pero «hasta por ahí no más».

Cuando tenemos plena libertad nos convertimos en responsables absolutos de nuestros actos, mientras que si estamos supeditados a los límites que nos impone un régimen autoritario, podemos sentir el alivio de que lo que salga mal es culpa del régimen y no propia.

Por otro lado, nuestra cultura incluye como méritos personales la responsabilidad. Muy bien, aceptemos que sería bueno que las personas seamos todas muy responsables pero de ahí a suponer que lo somos por naturaleza es un error.

Como queda lindo ser responsable, tenemos que decir y hasta pensar que lo somos, pero esto no es así, por eso no tenemos más remedio que tener un doble discurso. Por necesidad y no por malevolencia.

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Necesito que seas mi amigo

Pensemos en una de las manifestaciones de amor más antiguas: el regalo.

Pensemos en un regalo excepcional: una casa.

Pensemos que esa casa está tan llena de muebles y objetos que no puede ser habitada por quien recibió el regalo.

A continuación, el beneficiario que podría estar contento por esa manifestación de amor, resulta que se encuentra enojado, resentido, ofendido.

Este rodeo es para comentarles que a veces procuramos crear vínculos con los demás a partir de lo que tenemos y podemos dar pero resulta que las cosas no siempre funcionan así.

Los vínculos suelen establecerse porque uno busca en el otro lo que necesita y simultáneamente está dispuesto a que ese otro reciba algo de eso que tenemos y que gustosamente compartiríamos.

Volviendo al ejemplo, es preciso ofrecer una casa vacía y no una casa llena. Lo que propicia el vínculo (no lo asegura) es ofrecer nuestra carencia y no nuestra abundancia. Para que el otro sienta que puede ser nuestro amigo tiene que ver antes que existe en nosotros un lugar que a él le gustaría habitar.

La oferta de amistad debe comenzar con un «te necesito» y no con un «te ofrezco» mientras que la oferta de tipo comercial es al revés: «te ofrezco» (…lo que tengo para la venta y que a ti de haría falta ¡cómpramelo!).

Ofreciendo nuestra carencia (nuestra necesidad del otro) conseguimos amigos (novios, esposos, amantes) y ofreciendo nuestra abundancia (stock de mercancías, de dinero) conseguimos clientes.

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martes, 16 de diciembre de 2008

Tengo mucho orgullo y colesterol

Ustedes estarán ya habituados a leer en estos blogs que las personas somos adictas al amor, que no podemos vivir sin saber que nos tienen en cuenta.

Es probable que la mayor parte de nuestro esfuerzo sea político, de marketing, social, publicitario. Una vez resueltos los problemas urgentes de la supervivencia (comer, abrigarnos, descansar), necesitamos ser amados.

Para tener un lugar en el corazón de otra persona —o si fuera posible, de muchas personas—, es preciso poseer un lugar en la mente, en la psiquis de esa (o esas) persona.

Nos ubicamos en la cabeza de nuestros semejantes mediante nuestro nombre, nuestra trayectoria, nuestra conducta y demás rasgos que nos definen y por los cuales podemos ser diferenciados del resto (pues necesitamos ser amados en forma personalizada y no dentro de un grupo).

Ese conjunto de rasgos identificatorios (datos personales, características) tenemos que conservarlos para que el amor que estamos buscando nos llegue sin extraviarse. Por ejemplo, nos interesa que algunas personas (de quienes preferimos recibir amor) tengan bien anotados nuestro e-mail, el número de teléfono, etc.

En esta búsqueda de datos identificatorios, puede interesarnos tener alguna enfermedad porque así seremos reconocidos por personas cuyo amor nos interesa: el médico, el farmacéutico o quienes gustan hablar de enfermedades.

En suma: para lograr ese amor imprescindible podemos apelar a recursos muy costosos, como son la incorporación de rasgos identificatorios poseedores de marcados efectos secundarios indeseables.

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lunes, 15 de diciembre de 2008

El control del azar

Para algunas personas, el póker y el ajedrez son deportes extremos porque lo que sucede en esas partidas puede ser trementamente conmovedor, estresante, agresivo, violento, despiadado.

Observen que en el póker se juegan fortunas, sin saber cuál es la fuerza del contrincante y mucho menos cuáles son sus intenciones. Ante un misterio sobre cuál será nuestro destino en cuestión de segundos, apostamos lo que hemos ahorrado durante años de esfuerzo y austeridad.

El ajedrez es un poco peor en cuanto al amor propio porque, si bien no se acostumbra jugar por dinero, lo cierto es que estamos viendo cómo están ubicadas las piezas igual que las puede ver nuestro oponente. En caso de perder, habríamos visto venir el fracaso y no supimos evitarlo.

La mayoría de nuestros fracasos, tropiezos y pérdidas cuentan con nuestra complicidad, ya sea por omisión (descuido) o por comisión (auto-sabotaje).

Si una persona fuera capaz de conocer y aceptar cuáles son sus verdaderos sentimientos, aptitudes, debilidades, ambiciones, deseos, fortalezas, disminuiría las probabilidades de cometer errores, descuidos y auto-sabotajes.

Por no saber quiénes somos realmente, nos perdemos la tan rentable aptitud de saber cómo son las personas de quienes podemos recibir lo mejor que tiene la vida en sociedad. Para poder conocer a los demás no hay más remedio que —primero— aplicar la vieja fórmula: «conócete a tí mismo».

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domingo, 14 de diciembre de 2008

La verdad de la milanesa

— ¡Hola! ¿Mamá?

— ¿Qué hacés a esta hora Nene?

— Escuchame, necesito que me des un dato de una garantía que está en el cajón del armario de la cocina donde guardamos todos los recibos.

— A bueno, esperá que voy a buscar los lentes.

— Mamá, los tenés colgados del cuello; apurate que te estoy hablando por el celular.

— Ay, tenés razón, los tengo acá. ¿Qué papel me dijiste? ¿Dónde me dijiste que busque?

— En el cajón izquierdo del armario de la cocina. El cajón izquierdo es el que está más cerca de la pileta de la mesada. ¿Lo abriste ya?

— Sí, ya lo abrí. ¿Qué papel me dijiste?

— Es un papel grande y verdecito. Es la garantía de la computadora que me entregaron hace cuatro días. Leeme el número rojo que tiene arriba de todo.

— Pará Nene, acá veo una factura de Antel, una factura de UTE ... ah, esta debe ser la celestita, ¿es de «La casa del consolador»?

— ¿Qué estás buscando mamá? Esa factura de «La casa del condensador» tiene como un mes y la que yo te pido tiene que estar arriba de todo porque la puse hace cuatro días. Es la garantía de la computadora, ¡no me digas que se perdió que me muero!

— No te pongas nervioso que en esta casa nunca se pierde nada. Recién estuve hablando con tu tía Maruja. Está cada vez más lela, pobre, fijate que ...

— Me contás esta noche. Encontrame la garantía ¡por favor!

— Che, pero que raro. ¿La habrás puesto acá? Acá nunca se pierde nada. ....
.... A ver, pará. Sí, creo que la encontré. ¿Verdecita, me dijiste? A sí, ya sé, ¿que querés que te lea a ver si puedo?

— ¿Dónde la encontraste, mamá?

— ¿Qué dato me pediste que te diera?

— Leeme el número rojo que está arriba de todo.

— Dice dos mil ochocientos quince. ¿Anotaste?

— Sí, pero ¿dónde estaba?

— Lo que pasa que tu hermana se olvidó de comprar el papel absorbente y vos sos el que más protesta cuando las milanesas me quedan aceitosas. Pero quedate tranquilo que ya está todo solucionado.

— Si, mamá. Gracias. Te mando un beso. Chau.

— Chau, Nene. No vengas tarde... Me parece que se cortó.

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sábado, 13 de diciembre de 2008

Los ladrones nos vigilan

En el artículo de ayer titulado El mensaje de los impuntuales digo que éstos son como son por su incapacidad para administrar su tiempo o para hacernos creer a los demás que son seres superiores. El impuntual, si no es un incapaz, es un arrogante que necesita estar haciendo continuas escenas que pretenden hacernos creer cuán amado y necesario es para otros.

Esta sobrevaloración de sí mismos que padecen los impuntuales también la padecen —aunque de otra forma— los que suponen que sus bienes son muy valiosos y que permanentemente existen ladrones que esperan cualquier descuido para apoderarse de sus objetos.

En este caso la víctima es el propio sujeto (y no como en el caso de los impuntuales donde las víctimas son los que tienen que esperarlos).

Gran parte de la sensación de inseguridad sobre la propiedad privada que padecemos surge por nuestro deseo de ser valiosos.

Es cierto que el retrato de nuestros abuelos es muy valioso para nosotros; es cierto que esa olla sin un asa nos permite cocinar diariamente; el vestido de novia está bien guardado porque tiene un valor enorme.

El error está en suponer que nuestra cotización es universal, que ese retrato enriquecerá a quien logre apropiárselo para luego venderlo en miles de dólares en el mercado de objetos robados.

Si bien es un error de cotización nuestro, la actitud no es equivocada porque contribuye a imaginar cuántas cosas valiosas poseemos y, por asociación, cuán valiosos somos como personas.

En suma: El miedo al robo aumenta nuestra autoestima.

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viernes, 12 de diciembre de 2008

El mensaje de los impuntuales

Cuando un trabajo de equipo depende de la sincronización, la puntualidad es imprescindible pero cuando no depende de la sincronización, la impuntualidad puede ser un mensaje inconciente que podemos decodificar o una simple incapacidad.

Por ejemplo, cuando un servicio de transporte colectivo se propone ser puntual con los usuarios, requiere obligatoriamente que los trabajadores nunca lleguen tarde a sus puestos de trabajo. Cuando varios profesionales deben observar un eclipse, necesariamente tendrán que estar presentes en el momento adecuado.

Los que llegan tarde necesitan hacerlo por tres motivos esenciales:

1) Intentan hacerle creer a los demás que son muy amados. Llegan tarde porque (supuestamente) otros no pudieron prescindir de su presencia, porque se resistieron a desprenderse de su tan valiosa compañía;

2) Al despreciar el tiempo de los demás, están queriendo establecer una forma de dominio sobre los que llegaron más temprano. El tiempo de cada uno en este caso representa a la persona misma. El razonamiento sería: «Si los hago esperar es porque valen menos que yo».

3) Son incapaces de administrar su tiempo.

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jueves, 11 de diciembre de 2008

Compro personalidad feliz

En el artículo de ayer titulado La familia psicoanalítica digo que los psicoanalistas no se ponen de acuerdo entre sí tanto como sí lo hacen otros profesionales. En general los médicos coinciden en qué es una gripe y como será tratada. Los psicoanalistas, ante un mismo paciente pueden tener opiniones dispares.

¿Por qué esto es así?

Las metodologías de trabajo de la medicina son masivas aunque luego atienden a sus pacientes uno a uno. Cuando un médico ve un paciente lo observa buscando cuáles son las cosas en común que tiene su caso con otros casos sobre los que él se ha informado. Una vez detectadas las coincidencias con el modelo que el médico conoce, puede aplicar los procedimientos que ya han sido probados con éxito aceptable en poblaciones no menores a 10.000 personas.

Las metodologías de trabajo del psicoanálisis son individuales y se procura entender cuales son las particularidades personales, únicas, exclusivas e irrepetibles que tiene el consultante. Se parte de la base de que el paciente está funcionando en perfecta armonía sólo que él siente que podría hacerlo de una mejor manera, con mejor calidad de vida, con menos angustia.

Lo que hace un psicoanalista es escuchar a su paciente para que éste encuentre su mejor forma de llevar adelante su existencia, sabiendo que esa filosofía le servirá sólo a él, porque es único e irrepetible. No existen dos psiquis iguales.

El psicoanalista no sabe a priori qué le conviene a su paciente y no tratará de hacerlo cambiar para que se parezca a alguien porque eso equivaldría a robotizarlo, convertirlo en un clon de alguien.

Más allá de lo que se pueda decir con fines publicitarios, para la medicina somos un caso más y para el psicoanálisis somos un caso especial.

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miércoles, 10 de diciembre de 2008

La familia psicoanalítica

Describiré una familia ideal según el psicoanálisis.

Aclaro que ni esta descripción ni ninguna otra obtendrían el consenso de mis colegas porque este es un gremio de librepensadores y no una corporación que piensa en bloque como es la de los médicos, abogados, escribanos, etc.

Juan y María se enamoran y se juntan para llevar adelante un proyecto de familia en común.

En algún momento ella queda embarazada, tienen un hijo, lo cuidan entre ambos, tienen problemas, a veces se pelean, la familia de él y de ella intentan participar con su mejor buena voluntad pero también agregándole leña al fuego.

Estas dificultades se van superando porque siempre es más agradable vivir juntos que separados.

Ella está muy pendiente del niño hasta el segundo o tercer mes pero él cada vez está más deseoso de tener sexo con ella.

La libido de ambos aumenta y ella comienza a sentirse nuevamente atraída por él, recuperando todo lo que tanto les gusta de vivir juntos, pero ahora con Miguelito que quiere ser el centro de la atención de ambos.

Ellos comprenden a Miguelito y le prestan atención pero no dejan de mirarse con deseo y amarse tiernamente. Miguelito es amado pero no es el centro de la atención de los padres.

Es probable que aparezca una hermanita para él, con quien tendrá que compartir padres, amores, lugares, juguetes.

Y otra vez retorna el ciclo. Juan aguanta un tiempo pero en un par de meses ya quiere recuperar a María como mujer y ésta se siente atraída por su compañero, entonces Matilde tendrá que aliarse con Miguelito para jugar porque resulta que los padres, los aman mucho pero más se quieren y desean entre sí.

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martes, 9 de diciembre de 2008

La unión hace la fuerza

Para muchos la consulta con un psicólogo es peor que la visita al odontólogo.

Con frecuencia observo cuánto cuidado debo tener en mis vínculos extra-profesionales para no intercalar en mi conversación conceptos que, aún siendo muy simples y propios de la condición humana, suelen generar turbulencias emocionales en mis interlocutores.

Esta sensibilidad no repara en niveles culturales. Aún aquellos que han dedicado gran parte de su vida a estudios muy complejos o que administran la producción de muchas personas, no quieren enfrentarse a alguien que pudiera decirles esa (inexistente) frase mágica que les destruya su fortaleza psíquica.

En este fenómeno radica uno de los motivos de por qué tanta gente desearía sinceramente poder consultar a un psicólogo pero no lo hacen. El miedo aumenta cuando se representan mentalmente el encierro en una habitación con este sátiro capaz de hacer tanto daño.

Estas ideas persecutorias son tan eficientes como para privarnos de una mejor calidad de vida y tiene una solución bien sencilla: la psicología de grupos.

Seguramente en el ciudad donde me está leyendo existen profesionales que practican la psicología grupal. Ahí podrá sentirse mucho más cómodo ya que estará rodeado de otras personas iguales a usted mientras que el psicólogo será percibido en franca minoría y como alguien mucho menos temible.

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lunes, 8 de diciembre de 2008

«Más tonto eres tú»

En el artículo publicado hace unos días con el título «Juguemos a las escondidas», les comento que el vocablo «inhumano» incluye la intención de suponer que algunas personas iguales que nosotros se portan tan mal que no pertenecen a nuestra especie.

Mediante el cómodo trámite de usar esta palabra, tomamos rápidamente distancia de quien nos produce vergüenza ajena.

Naturalmente que no es el único caso.

Si un grupo de personas dice que alguien es un «hereje» están diciendo que no adhiere a la doctrina religiosa que ellos consideran como verdadera. Por lo tanto quedan habilitados para tomar acciones similares a las que se podrían tomar contra un insecto, un animal o una cosa (véanse las cruzadas).

Si un pueblo dice que los de otro pueblo son «bárbaros» están sugiriendo que éstos son extranjeros, fieros, crueles, incultos, toscos, groseros. Esta evaluación les permiten tratar con gran desprecio y las consecuencias pueden ser también muy graves (véase el caso de ciertos inmigrantes).

Si alguien es calificado como «enfermo mental» se está diciendo que, si bien es un semejante, lo es de otra categoría y que no es merecedor de la confianza que sí se merecen los que hayan sido calificados (indirectamente, por omisión) como «sanos mentales».

Las tres expresiones verbales (hereje, bárbaro, enfermo mental) son simplemente denominaciones, etiquetas, designaciones, que pone un grupo a los integrantes de otro grupo con el propósito de tomar distancia de ellos genéricamente, beneficiándose de la cualidad opuesta, que en los tres casos es la de ser «fieles de la religión verdadera», «ciudadanos dignos de respeto» y «personas razonables y dignas de confianza».

En todos los casos, una mayoría discrimina a una minoría con tan sólo asignarles un calificativo desprestigiante.

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domingo, 7 de diciembre de 2008

Vino de la casa

— Estoy acá abajo. ¿Me podés abrir que me estoy cagando de frío?

— No te esperaba. ¿Que hacés a esta hora?

— Dejame entrar que te cuento.

— Si dale pasá, pasá.

— ¿Con quién estás?

— Con Baby.

— ¿Duerme?

— No, está por servir la cena. Caés justito.

— La verdad que te acepto sin que me ruegues porque además de frío tengo hambre y una bronca como para cuatrocientos.

— ¡Qué raro, vos con bronca!

— ¿El olor a sopa viene de tu apartamento?

— Le erraste: Guiso de lentejas y flan con dulce. Vino de la casa, como siempre.

— ¡Qué lindo que está acá adentro! ¡Qué tal Baby! ¿Cómo anda tanto tiempo?

— ¡Cómo te va, tanto tiempo! ¡Qué bueno que viniste! Justo estábamos por comer. Nos faltaba alguien como vos para tener una linda cena. ¿Y por tu casa como andan?

— Y, como siempre. Casualmente hoy creo que sobraba alguien como yo para la cena.

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sábado, 6 de diciembre de 2008

Diccionario de psicoanálisis

Algún motivo existe para que los médicos hablen con palabras que no se entienden y para que escriban con una letra ilegible. Confío en que alguna razón habrá. Que casi nadie sepa el porqué no alcanza para afirmar que sólo tienen esas malas costumbres.

En psicoanálisis pasa algo parecido. A veces ni nosotros mismos sabemos bien de qué estamos hablando y reconozco que tampoco conozco el motivo.

Ayer les comenté una versión sobre lo que es una «madre castradora»
y hoy les comento algo más sobre la palabra «castración».

Un hombre castrado no puede tener hijos. Si entendemos que la única misión del ser humano es conservarse (él y la especie), entonces un hombre castrado está incapacitado para cumplir la función reproductiva, o sea, no puede cumplir la parte de la misión consistente en conservar la especie.

La anterior es la definición más explícita del vocablo castrado. Por analogía podríamos decir que alguien que no puede tener un trabajo padece una especie de castración (no está apto para ganarse el sustento). También podríamos decir que alguien que no puede vincularse con una persona del género opuesto, no podrá fecundar y por lo tanto es como si estuviera castrada.

El vocablo define entonces a una serie de ineptitudes (tanto de hombres como de mujeres). Asimismo, una persona se dice que es castradora cuando impide que otra tenga o aplique sus aptitudes (desestimulándola, asustándola, exigiéndole más de lo que puede lograr).

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viernes, 5 de diciembre de 2008

El adulto con título habilitante

Le contaré una definición de «madre castradora».

Para ello usted debe prometer apagar por un rato su función razonadora.

Los hijos tenemos dos etapas: en la primera necesitamos que nuestra madre haga casi todo por nosotros porque estamos muy desvalidos. En la segunda, una vez que nos hemos desarrollado adecuadamente, podemos valernos por nosotros mismos.

Cuando la mamá no se da cuenta que su hijo cambió de la primera etapa a la segunda, entonces se convierte en castradora porque está cortando, ignorando, anulando el conjunto de posibilidades que tiene su hijo.

La palabra castradora se usa porque en psicoanálisis existe la costumbre de usar el pene o a los testículos como los representantes de toda posibilidad humana. Nuevamente estamos acá con un concepto que repito mucho: la metonimia. Los genitales representan a las capacidades que posee un adulto y que no poseen los niños.

¿Qué debe hacer una madre castradora para dejar de serlo? Primero debe entender que su hijo es tan apto para vivir como ella y segundo —esto es lo más importante— es demostrarle que ella necesita de él tanto como de las demás personas.

Es castrador ofrecer ayuda desde la creencia de que el hijo es un carenciado. No es castrador pedirle al hijo (¡no exigirle!) porque eso demuestra la creencia de que el hijo tiene (pene y testículos según la metonimia), que es adulto, que no está castrado.

Que una madre sienta sinceramente que su hijo «está pronto» y que es valioso, es para él más importante que recibirse en una facultad y para ella significa la satisfacción del deber cumplido.

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jueves, 4 de diciembre de 2008

«¿Tu tienes pito?»

Aunque todo comienza con un error, sus consecuencias suelen no parar de producir efectos siempre negativos.

Es claro que los hombres y las mujeres gozamos intensamente con nuestros respectivos órganos genitales, sin embargo la escasa visibilidad de la vagina hace que todos (mujeres y hombres) pensemos que es mejor tener pene.

El tener y no tener son ideas fundamentales en la psiquis humana. Todo lo que es vida lo asociamos con tener y todo lo que es muerte lo asociamos con no tener.

Como la visión es el sentido más importante en nuestra conexión con la realidad, cuando vemos el genital entendemos que eso vale y si no lo vemos entendemos que no existe, que no vale, que falta.

De este mega-error surgen la mayoría de los problemas psicológicos que nos afectan y que el psicoanálisis generalmente resuelve (o por lo menos mejora).

Los varones, «viendo» a las mujeres, tememos perder el pene «como lo perdieron ellas» y las mujeres, «viendo» que alguien lo tiene, desearían tenerlo.

Ambos géneros estamos completos pero nuestra psiquis comete el error de suponer que uno está incompleto. A partir de este error, surgen los conflictos más variados en uno y otro género.

El apego a la racionalidad propio de nuestra cultura, nos impide entender que esto realmente exista en nuestras mentes e impide, por el mismo motivo, superar el error para ahorrarnos los gastos emocionales inútiles.

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Una sociedad no es la suma de ciudadanos

Para los trabajadores de la salud mental se vuelve muy difícil investigar y trabajar porque tienen (tenemos) que ser jueces de sus propias dificultades mentales.

Esta dificultad en cuanto a la debilitada objetividad se complementa con otra dificultad nada despreciable.

Para investigar hacen falta recursos económicos. Estos se obtienen de la rentabilidad que puedan tener ciertos descubrimientos. Aquellas tareas que no generen ganancias serán abandonadas como si no tuvieran importancia.

La mayoría de los recursos económicos que se aplican a las investigaciones psiquiátricas son aportados por los laboratorios fabricantes de psicofármacos. Como estos productos sólo pueden aplicarse a personas pero no a colectivos, entonces se aplican recursos para investigar a los individuos, dejando de lado los fenómenos sociales.

Si estos laboratorios que invierten en investigación pudieran ganar dinero fumigando psicofármacos sobre nuestras ciudades, quizá estarían entendiendo que gran parte de las dificultades mentales de los individuos surgen porque la dinámica de los grupos es patológica.

Por ejemplo, no son los individuos aislados los que producen la sensación de inseguridad ciudadana que tenemos instalada en la mayoría de las ciudades. La desconfianza en las instituciones que están para protegernos (policía, militares, médicos, jueces) no es tratable como la paranoia de Juan o de María, porque su verdadera causa surge de una patología social que no se explica como la suma de las patologías de sus ciudadanos.

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martes, 2 de diciembre de 2008

Safari femenino

En el artículo titulado «Orígenes del amor y del odio» comento que estos sentimientos tienen su origen en los primeros hábitos alimenticios y en el control de esfínteres que se nos impone.

En orden cronológico, primero está la lactancia (generándonos amor mientras hay leche y odio cuando se agota) y luego está el control de esfínteres (generándonos amor cuando llegamos a un acuerdo y odio cuando nos sentimos contrariados).

Toda nuestra afectividad futura tendrá que ver en última instancia en cómo hayamos procesados estas experiencias iniciales.

Casualmente, la primera experiencia es también la más importante por lo siguiente: Cuando hay o no hay alimento, está en juego nuestra vida o nuestra muerte. Sin embargo, cuando nos ponemos de acuerdo o nos sentimos contrariados, las consecuencias son penosas pero sin riesgo de vida.

Cada vez que tenemos la sensación de que la sociedad nos está privando de algo que nos parece muy vital, sentimos un odio mucho más agresivo y violento que cuando sentimos que las normas de convivencia limitan nuestra libertad o comodidad.

Las personas tenemos diferentes maneras de interpretar las señales de nuestro entorno pero siempre reaccionamos con la energía correspondiente a lo que imaginamos, ya sea que está en riesgo nuestra vida o nuestra convivencia pacífica.

Por ejemplo, dos mujeres, cansadas de una prolongada soltería, se preguntan seriamente: «¿Dónde están los hombres?». Una de ellas puede entender que el entorno la está privando de algo vital mientras que la otra puede entender que el entorno le resulta molesto o aburrido.

Estos dos puntos de vista darán como resultado que la primera aplique mucho más energía que la segunda para conseguir un compañero.

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lunes, 1 de diciembre de 2008

Juguemos a las escondidas

La negación de la realidad es un mecanismo mental disponible para mejorar nuestra existencia. Algo parecido sucede con la amnesia. Es muy necesario que algunas cosas se borren de nuestra memoria porque recordarlas sería como tener una espina clavada en un pie, sin poder sacarla, que nos impide caminar sin dolor y que no nos aporta beneficio alguno.

Esto no quita que algunas personas procuremos enterarnos de que estas evasiones de la realidad y del recuerdo, existen. Un beneficio que obtenemos consiste en saber que están ahí, distorsionando u ocultando algo de lo que nos rodea. Equivale a quien es miope y se compra lentes o es sordo y se compra un audífono.

Por lo tanto, si las negamos o las olvidamos, es porque existen y además son desagradables. Lo más importante es saber que EXISTEN.

El adjetivo inhumano es generalmente usado para negar u olvidar algo penoso de nosotros mismos.

Decimos que el régimen nazi fue «inhumano» con los judíos, gitanos, comunistas, y otros colectivos. Decimos que la violencia doméstica es «inhumana» porque arrasa con la integridad física o psicológica de sus víctimas. Usamos como sinónimos de «inhumano» los vocablos «desalmado», «bestial», «sanguinario», etc.

¿Dónde está la negación al usar este adjetivo? En que procuramos creer que los que cometen esas acciones son diferentes a nosotros. La verdad es que los nazis, los violentos y los desalmados son tan humanos como usted y como yo, sólo que por algún motivo hacen algo que a usted o a mi nos acusa, nos denuncia, nos hace ver de lo que somos capaces y no lo queremos reconocer. Aunque sólo sea para poder dormir mejor.

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