viernes, 30 de abril de 2010

La herencia lingüística

Estoy convencido (y no soy el único), de que muchas características hereditarias, no viajan a través de los genes sino a través del lenguaje.

Esto permitiría suponer, que el lenguaje ejerce una influencia determinante de nuestra conducta y que forma parte de los rasgos predisponentes, que luego se activarán con los acontecimientos desencadenantes que nos ocurran.

Pondré un ejemplo:

En una familia predominan las historias en las que los antepasados fueron internados, operados de la vesícula biliar, tuvieron cierto período de convalecencia, hicieron algunos regímenes alimenticios estrictos.

Las nuevas generaciones, que crecen escuchando esas historias que identifican a su linaje (estirpe, casta, raza), intentarán (inconscientemente), repetir esas peripecias porque necesitan conocer y consolidar sus raíces, sus orígenes, sus rasgos típicos.

No exagero cuando digo que la identidad es la columna vertebral de nuestra psiquis.

Si tenemos certezas sobre quiénes somos, de dónde provenimos, qué lugar ocupamos en una genealogía, nuestra salud mental se apoyará sobre una base firme y sus ocasionales dificultades tendrán un mejor pronóstico.

Es tan importante formar parte de una familia, que algunas personas dedican grandes esfuerzos y recursos para construir su árbol genealógico.

Esta búsqueda minuciosa de los orígenes, podría ser un intento de solucionar problemas del presente.

Efectivamente, los que intuimos que algo de nuestra historia no-genética está influyéndonos hoy, podemos pensar que trayendo a la conciencia las características predisponentes negativas, podríamos neutralizar la causa de problemas actuales.

Un paciente muy fóbico y altamente perturbado por el afeamiento facial provocado por su acné, estuvo en análisis durante un tiempo.

Su vida cambió cuando salió a luz que su abuelo, se enriqueció haciendo pozos para la extracción de agua.

La palabra «fobia» deriva de hoya, que en latín significa «pozo».

La disminución de sus fobias y la mejoría del acné, podrían obedecer a estas interpretaciones.

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jueves, 29 de abril de 2010

Lo feo, queda para después

Claudio Galeno (129 – 200 d.C.) es considerado uno de los padres de la medicina occidental.

Por el entorno cultural y religioso en el cual estaba inmerso, se duda de que haya disecado cadáveres y se piensa que la mayoría de sus aportes al conocimiento anatómico, provengan del estudio de monos.

Al astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473 - 1543), se le rechazó su teoría de que el sol no gira alrededor de la tierra, porque esa idea contradecía las explicaciones de la Biblia.

Al neurólogo austríaco Segismundo Freud (1856 - 1939) se le rechaza aún hoy su idea de que el ser humano está sobredeterminado, es decir que no tiene libre albedrío.

En el artículo recientemente publicado con el título Envejezco amando(me) cada vez más resumo estos hechos diciendo que los científicos se diferencian de nosotros en que hacen un esfuerzo (no siempre exitoso), por aceptar ideas antipáticas.

No descarto la idea de que el sentimiento de rechazo hacia cualquier opinión, teoría, propuesta, ideología, creencia, sea un interesante identificador de lo que no estamos pudiendo percibir con claridad.

Dicho de otra forma: cuando algo nos molesta, nuestra capacidad de observación se verá descendida, perderá eficacia, nos proveerá de datos escasos, distorsionados o simplemente dejaremos de registrarlo.

Por el contrario, cuando algo es amenazante, nuestros sentidos e inteligencia, excitados por el instinto de conservación, muy probablemente nos lo muestre exagerado, más grande o importante de lo que en realidad es.

Finalmente, lo agradable lo vemos bueno, beneficioso, bello, positivo, amigable.

Estas consideraciones son las que llevan a que tantas veces se descalifiquen las observaciones subjetivas, es decir, aquellas que están notoriamente influidas por nuestro principio de placer, por nuestro hedonismo, por nuestra fuga irracional de todo lo que nos disguste.

Deducción profética: lo que falta por descubrir, seguramente es desagradable.

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miércoles, 28 de abril de 2010

Envejezco amando(me) cada vez más

Los científicos son personas comunes y corrientes, pero que intentan desarrollar una disciplina que los demás no tenemos.

Ellos intentan (no digo que lo logren), ver la realidad aunque no les guste.

Este es el gran secreto. No busque otros. Sólo con este detalle, logran elevarse hasta el pedestal de credibilidad que tienen.

Y como en cualquier otra percepción, eso sucede así por contraste. (1)

Ellos no serían tan prestigiosos, si no fuera porque la mayoría tratamos de percibir lo que nos gusta e ignorar lo desagradable.

Las verdades colectivas existen por consenso y suelen expresarse en forma de refranes, proverbios, sentencias, dichos.

La buena noticia es que, como algunas verdades son agradables, la mayoría podemos conocerlas y en esos casos podemos ser tan confiables como los científicos.

Hoy inventé una frase que aparentemente aún no la dijo nadie, a pesar de su sencillez: «Lo mejor para no despegarse de los hijos, es ayudarlos hasta que sean felices.»

En este caso, yo estoy jugando a que soy científico porque digo algo que no me gusta.

El famoso «corte del cordón umbilical», es una metáfora que refiere al intento que hacemos como padres y como hijos, para terminar con la dependencia que alguna vez fue imprescindible (cuando éramos niños) y que luego se torna inconveniente (infantilizante, subdesarrollante, pegajosa, tóxica, alienante).

Los padres extrañamos aquella época maravillosa en que nuestros hijos eran inocentes, gobernables, dependientes, nos idealizaban, nos obedecían y —sobre todo— aún éramos jóvenes.

Con el pretexto de que el amor es enorme, tratamos de justificar nuestra nostalgia, nuestra rebeldía contra el paso del tiempo e ignoramos el derecho de ellos a ocuparse en su nueva familia.

El apego pegajoso hacia los hijos, nietos y biznietos es por amor a sí mismo (egoísta y mezquino).

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(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor

martes, 27 de abril de 2010

Mi mamá (aún) me mima

Los padres maternales son un fenómeno generalizado en nuestra época.

Puede ser algo que sucede por razones prácticas (las mujeres-madres tienen trabajos que las alejan de la atención de sus hijos más que antes) o puede que sea una moda. (1)

Describiré cómo debería funcionar una familia para que psicológicamente se obtengan los mejores resultados.

Porque se aman, se desean, y como ambos quieren fundar una familia, entonces sus relaciones sexuales están exentas de barreras anticonceptivas.

Cuando el hijo nace, ella necesita concentrarse en el recién nacido y por eso el hombre tiene que tolerar que su compañera no le preste la misma atención que antes.

Esta situación suele prolongarse unos seis meses, coincidiendo la mayoría de las veces, con la producción de leche de sus glándulas mamarias.

Debería suceder que los padres comiencen a desearse nuevamente con intensidad y que, por lo tanto, el hijo sólo reciba la atención material y afectiva que demande, pero ahora con una madre que también atiende sus propios deseos como lo hacía antes del parto.

En unos meses más, ella volverá a sentir un gran interés por su compañero, entre otras cosas porque él reclama su atención en una suerte de competencia con el pequeño.

La relación del padre con el hijo, es afectuosa pero nunca tan dedicada (maternal) como si hubiera estado en su vientre.

Esto genera un saludable clima de tensión, en el que la mujer es tironeada por el hombre y el niño, a quienes ella ama de forma diferente.

En última instancia, el hombre debe ser el preferido de la mujer sin desatender al pequeño, y éste debe asumir que la madre lo quiere pero no tanto como a su hombre.

Los adultos son inmaduros, cuando la madre se sintió más atraída por los hijos que por su esposo.

(1) Los bisabuelos con blue-jean

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lunes, 26 de abril de 2010

Los olores de Facebook

Los animales que tienen muy desarrollado el olfato, están comunicados por el olor, aunque no puedan verse porque están muy lejos.

Las hembras en celo emiten un olor (feromona) que atrae a los machos ubicados a grandes distancias.

Entre los humanos sucede algo similar: los amigos más queridos pueden estar a miles de kilómetros y sabemos qué están cenando antes de que el encargado de cocinar nos informe cuál será nuestro menú.

940 millones de personas usan Facebook, Tuenti, Twitter o MySpace (redes sociales).

Los neurólogos aseguran que la conducta está determianda en las neuronas y que el aprendizaje se produce porque esas células especializadas se transforman con la experiencia, las lecturas, los consejos.

Si nuestra madre nos previene contra el fuego, las neuronas se modifican provocándonos algún tipo de alerta, si vemos que nuestro hermano se quema con la estufa, aquel cambio neuronal se refuerza; si vemos por el noticiero las consecuencias de un incendio, las neuronas continúan aprendiendo.

Mensaje a la población: Si usted trabaja interactuando con otras personas desde hace más de tres años (como telefonista, vendedor, docente, policía, etc.) y se lamenta de que «la gente ya no es lo que era», tiene razón: ya no es lo que era.

La pertenencia a una red social, hace que la influencia recíproca —que siempre fue decisiva desde que el hombre es hombre—, ahora tenga mayor insidencia, intensidad y variedad.

Explicación: si usted repite los procedimientos que aprendió hace más de tres años, tendrá la sensación (a veces penosa) de que la «la gente ya no es lo que era» y eso es así porque ellos están cambiando más rápido que esos prodecimientos.

Conclusión: El éxito de las redes sociales, es la causa principal de que, saber por experiencia, sea un obstáculo en vez de una ventaja.

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domingo, 25 de abril de 2010

El imperativo femenino

La ciudad fue arrasada por las bombas, pocas horas después que Clavelina impusiera una vez más su férreo carácter ante el infinitamente bueno, indeciso y laborioso Sergio.

Con atados de ropa y unos pocos cacharros, salieron a la carretera y caminaron todo lo que pudieron, entre gemidos de la niña más chica y la indolencia del varón adolescente.

Sergio casi no hablaba. Se sentía desorientado y culpable.

Aunque la situación de su país estaba fuera de su responsabilidad, él no encontraba consuelo al ver a su familia en tan tristes condiciones.

Luego de varios días, en los que siempre estuvieron caminando hacia el este, vieron que en una zona alta había un enorme castillo, que apareció ante sus ojos con un resplandor mágico provocado por el sol del atardecer.

Clavelina comenzó a caminar hacia la construcción mientras daba la orden a los otros cuatro.

No aparecieron los infaltables perros que siempre salen a olfatear a los desconocidos.

Llegaron hasta la enorme puerta de madera labrada y Sergio hizo sonar el pesado llamador.

Insistió dos veces más, dejando pasar varios minutos para no irritar a personas tan ricas como las que habitarían ese palacio.

El hijo mayor se atrevió a mover el pestillo y la puerta se abrió.

Entraron los cinco y se quedaron en la casi total oscuridad, hasta que se aseguraron de que no había nadie.

Sólo por desesperación, Clavelina autorizó a comer hasta saciarse, de los alimentos bien conservados que encontraron en una despensa próxima a la enorme cocina.

Con los candelabros, recorrieron los tres pisos, admirando los muebles, cortinados, alfombras y adornos.

Los niños quisieron dormir todos en habitaciones diferentes, pero la madre no respondió.

Siguieron haciendo la recorrida hasta que encontraron el acceso al sótano.

Bajaron y vieron que se parecía a la casa de la que huyeron.

Los niños insistieron para ir a los dormitorios que habían elegido, pero esta vez la madre fue categórica y les dijo que dormirían todos en el sótano.

Ya estaban por dormirse cuando Sergio susurró una pregunta en el oído de ella:

— ¿Por qué les prohibiste usar los otros dormitorios?

— Si las personas tenemos una inteligencia tan grande como esta mansión y sólo usamos una pequeña parte como este sótano, por algo será.

Sergio se conformó sin entender.

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sábado, 24 de abril de 2010

Apagar el cigarrillo con 2 litros de agua

Cuando los fabricantes de medicamentos utilizan seres humanos voluntarios para probar la eficacia de las nuevas sustancias, deben tomar precauciones para disminuir los efectos de la sugestión.

Si los voluntarios saben que se está probando en su cuerpo un calmante, los más sugestionables sentirán alivio (efecto placebo), inclusive cuando sólo ingieran una sustancia neutra.

En mayor o menor medida, todos somos sugestionables porque esto depende de cómo reaccione nuestro cerebro con los estímulos que recibe.

Si estamos en una cultura donde muchas personas confiables, afirman que tomar dos litros de agua diarios, nos mantendrá jóvenes, terminaremos creyéndolo y pensando que la sed es una señal de la naturaleza que debe ser ignorada.

El razonamiento parte de suponer que alrededor de las dos terceras partes de nuestro cuerpo, es agua. Por lo tanto, de forma muy elemental, tomando esa cantidad de líquido diaria, haremos con nuestro cuerpo lo mismo que podríamos hacer con un jarrón al que le cambiamos el agua diariamente.

Como todos queremos conservar la juventud, parece obvio que si diariamente renovamos dos terceras partes de nuestro cuerpo, tenemos la juventud asegurada.

Usted habrá notado que la ingesta compulsiva de agua está perdiendo adherentes. Es probable que estemos entendiendo que el razonamiento es erróneo y que nuestro cuerpo es algo más complejo que un jarrón.

Desde el año pasado (2009), gran parte de la población mundial dejó de tomar tanta agua porque consideró que el humo del tabaco es el verdadero problema.

La furia desatada contra este vicio, placer, costumbre o hábito, no es racional.

Repentinamente, las preocupaciones aisladas que teníamos sobre sus posibles consecuencias nocivas, se convirtieron en obsesión y fanatismo.

Ahora sí, la sugestión (efecto placebo) logrará que el tabaco haga daño a los más sugestionables.

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viernes, 23 de abril de 2010

Los vasallos del feudo médico

En un artículo titulado La soledad aburre, les comentaba que los seres humanos tenemos conductas muy irracionales cuando actuamos colectivamente.

En otro artículo de publicación más reciente, con el título «Si no me compras, eres un anormal», les decía que la ciencia está gobernada por la preocupante actitud de considerar a los seres humanos como si fuéramos (o tuviéramos que ser) todos iguales.

Ahora sólo me referiré a la medicina.

La ciencia se toma el permiso de ignorar nuestras singularidades. A ella la seguimos respetando, a pesar de que ignora algo tan necesario para cada uno de nosotros, como es el ser reconocidos por la identidad que nos diferencia.

Lo reitero de otra forma: la ciencia descalifica las diferencias que determinan nuestra identidad.

La situación se sostiene por algo que se parece al Síndrome de Estocolmo, (1) según el cual, las personas podemos llegar a establecer una alianza con nuestros raptores, para luchar contra quienes intentan rescatarnos.

Este fenómeno ocurre en situaciones muy estresantes, dramáticas, de gran intensidad emocional y en las que la asimetría de poder es insalvable, es decir, cuando quien se siente débil percibe que sólo puede salvar su vida, uniéndose a quien detenta el poder que lo avasalla.

La continua amenaza de muerte suele ser el sentimiento que consolida la abrumadora diferencia de poder y la consiguiente sumisión alienada de los más débiles.

El secuestro que dio origen al nombre de síndrome de Estocolmo duró unos pocos días, pero este fenómeno es frecuente en los campos de concentración y en algunos presidios.

En suma: la medicina se nos presenta como un poder inmensamente grande, que puede decidir sobre nuestra vida o muerte porque (creemos que) posee los medios para salvarnos.

Por el temor que nos inspira, le permitimos que desconozca nuestra identidad.


(1) El síndrome de Estocolmo


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jueves, 22 de abril de 2010

El televisor fabrica mudos solitarios

Al nacer, sólo percibimos imágenes. Uno o dos años después, podemos representarnos esas imágenes tan sólo con sentir o pensar el sonido de las palabras que las representan.

Me explicaré mejor.

El recién nacido, necesita el contacto visual, auditivo y olfativo (imágenes) de su mamá. Si no tiene ese contacto, se sentirá abandonado.

Cuando el sistema nervioso evoluciona lo suficiente, tolera la soledad evocando palabras que la recuerden (mamá, Sofía, comida, caricias, te quiero, bésame).

Dicho de otra forma: primero dependemos de los estímulos sensoriales (ver, oír, oler, palpar, degustar) y luego podemos independizarnos de esos estímulos, evocando las palabras que representan aquellas imágenes (cabello rubio, voz melodiosa, perfume dulzón, suavidad aterciopelada de la piel, gusto salado del sudor).

El registro imaginario de la realidad, es la percepción lograda por medio de los sentidos. Esta forma de captar lo que nos rodea, es física, tangible, concreta.

El registro simbólico de la realidad, es el mismo proceso anterior pero prescindiendo de los sentidos. Es una forma de vincularnos mentalmente con el entorno físico, tangible y concreto. Es una forma de vincularnos verbal, intangible y abstracta.

Lo importante en esta evolución, es que sólo podemos vincularnos con otras personas usando palabras. Si no desarrollamos el registro simbólico, quedamos aislados de nuestros semejantes.

Los enanos padecen una deficiencia glandular que interrumpe el desarrollo de la estatura y el analfabetismo, es una deficiencia lingüística que interrumpe el desarrollo del registro simbólico.

La calidad de vida depende —casi exclusivamente—, de nuestra habilidad para comunicarnos y esta habilidad depende del desarrollo logrado en nuestro registro simbólico.

La inteligencia es muy poco lo que puede hacer con los datos de los sentidos, si no pueden describirse eficazmente para ser intercambiados con otras personas.

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miércoles, 21 de abril de 2010

La envidia estimulante o tóxica

La envidia es un sentimiento que no tiene por qué ser erradicado de nuestro menú afectivo.

El instinto de conservación posee una evolución de millones de años y cada señal que nos envía debería ser aprobada sin más trámite.

Cuando percibimos que algo que posee otro nos haría sentir bien, el deseo de poseerlo (envidia), es un impulso saludable en tanto procuramos mejorar nuestra calidad de vida.

Claro, para vivir en sociedad hemos tenido que inventar algunas normas muy contrarias a nuestro interés, una de las cuales es el respeto de la propiedad privada.

Es probable que para darle fuerza a esta norma tan contraria a nuestro deseo de apoderamiento, hayamos tenido que condenar el sentimiento que la pone en riesgo.

La envidia es el deseo de poseer lo bueno que otro tiene.

En una sociedad en la que se valorice el afán de superación de sus integrantes, esta actitud es muy apreciada, mientras que en una sociedad en la que se critique el esfuerzo aplicado al progreso personal, será combatida.

Pero entendemos algo más por envidia, y es el la tristeza por el bienestar ajeno.

Este segundo significado del vocablo en realidad es una consecuencia de la norma que impone la propiedad privada.

Desear que el otro padezca una pérdida surge cuando vemos que no podemos conseguir eso que el otro posee y que tanto necesitamos tener.

El deseo de lo ajeno se convierte en perjudicial sólo cuando quien envidia no puede hacer el esfuerzo para conseguirlo legalmente (comprarlo con ahorros, por ejemplo).

La mayoría de quienes no pueden saciar sus deseos legalmente, son personas que conservan rasgos infantiles, con inmadurez emocional, voluntaristas, creyentes en poderes mágicos.

Sólo en estas personas, la envidia es peligrosa.

Artículos vinculados:

Las comparaciones son saludables
Con la envidia nos igualamos
Venganza + envidia = justicia
Hay caridades que matan
El sentimiento que falta
La gata parió sin partera 
La envidia atómica
Envidia terminal
(Maldita) Felicidad publicitaria
«Hoy actúa John Money»
 

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martes, 20 de abril de 2010

La ciencia de los clones

Alguien que no ve, no oye, no palpa, no gusta y no huele, no podría sentirse como existente.

Varias veces he comentado con ustedes que los sentidos sólo funcionan por contraste (1): negro sobre blanco, ruido sobre silencio, suave sobre áspero, dulce sobre salado, perfume sobre hedor.

Menudo problema se nos presenta con la ciencia.

Esta forma de acceder a la verdad es la más prestigiosa. Existe consenso casi universal de que con el procedimiento científico comprendemos la compleja realidad.

La ciencia insiste en que los seres humanos somos todos iguales.

Los científicos afirman —por ejemplo— que los genes no tienen raza.

Sin embargo, para que podamos percibir y sentirnos existentes (porque según el primer párrafo, alguien que no percibe no tendría noción de existencia), necesitamos reconocernos diferentes.

En suma: nuestra fuente de información más prestigiosa nos considera a todos iguales pero nosotros necesitamos diferenciarnos unos de otros.

De hecho, entonces, los criterios de la ciencia están en conflicto con nuestras necesidades más vitales.

Si nuestro principal proveedor de verdades nos dice algo inaceptable, entonces la ciencia no es útil, no es confiable, dice conocernos pero en realidad comienza proponiéndonos algo que no podemos aceptar.

Para poder aceptar los beneficios de la ciencia, pero no caer en una virtual pérdida de la discriminación que necesitamos para sentirnos existentes, reaccionamos con intolerancia furiosa ante los que todos sabemos que son diferentes, pero de los que la ciencia dice que son iguales.

Este criterio científico y sagrado, también es defendido por quienes aman la masificación, tratando de arrasar con las diferencias personales, con las singularidades.

El marxismo y el cristianismo son dos grandes corrientes de pensamiento que junto a la ciencia, pregonan que los seres humanos somos iguales, y agregan: si no lo fueran, tienen que llegar a serlo.

Esto es genocidio.


(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»

«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar

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lunes, 19 de abril de 2010

El señor de los huevos

Los varones somos más fuertes físicamente pero somos tan vulnerables como las mujeres, aunque de una manera diferente.

Ellas temen el desamor y los varones tememos perder nuestros órganos genitales.

En una grosera simplificación, podría decir que nuestras formas de ser (pensar, sentir, reaccionar) son tan diferentes como lo son nuestros cuerpos.

Nos parecemos en que tenemos aparato digestivo, circulatorio y nervioso, pero nos diferenciamos nada menos que en el sistema reproductor.

La representación mental de todo lo que nos sucede, es lo verdaderamente significativo para cada uno.

Podemos llamarla «realidad psíquica», en contraposición a la «realidad material» que es lo que efectivamente ocurre.

Nuestras acciones se producen por la realidad psíquica (lo que creemos que ocurre), pero nuestro cuerpo reacciona por la realidad material (lo que efectivamente ocurre).

Como decía, los genitales son más importantes en la realidad psíquica de los varones porque están fuera del cuerpo y tememos perderlos.

Esta gran preocupación nos demuestra que la conservación de la especie es (quizá) la única misión para la que nacemos.

Con la exitación sexual, vemos a nuestro pene duro, penetrante, activo, pero luego del orgasmo, lo vemos fláccido, como si estuviera desvinculado del resto del cuerpo (pasivo).

Muchos hombres se cohíben, se deprimen, pierden su energía porque no soportan esta especie de castración que sigue al orgasmo.

Los varones tenemos escaso protagonismo en la reproducción de la especie pero mucho protagonismo en la conservación.

Somos buenos proveedores en tiempos de paz y buenos defensores en tiempos de guerra.

Cuando la sociedad —perturbada por la inseguridad ciudadana— exige políticas de «mano dura», en realidad está pidiendo que los varones seamos activos, que no actuemos como si estuviéramos castrados.

Todos los hispanos, hombres y mujeres, pedimos coloquialmente que los hombres «tengan huevos».

Por lo tanto el clamor es de «pene duro».

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domingo, 18 de abril de 2010

La hermética dimensión femenina

Ella es una señora común y corriente ... si es que existe alguna mujer que lo sea.

Quizá tiene la mirada un poco más tranquila que el resto de los habitantes de esa ciudad pequeña pero llena de fábricas y oficinas.

La habíamos consultado por Marito.

Los médicos seguían insistiendo con que no le encontraban nada, él seguía insistiendo con que estaba enfermo, que le quedaba poco tiempo de vida aunque su aspecto rebozaba salud.

Los ojos de la señora Sara no perdieron su mansedumbre cuando sacó de la bolsa de plástico, una prenda íntima sin lavar que nos había pedido.

Sin embargo un leve temblor ganó su mano derecha. Quiza lo tenía de antes, pero yo lo noté cuando tocó la prenda.

Apretó contra su pecho la tela celeste y profundizó su respiración. Cerró los ojos levantando las cejas. La nariz se inquietó notoriamente.

Mi prima creía menos que yo pero empezó a ponerse nerviosa con la demora del diagnóstico.

La señora Sara guardó nuevamente la prenda en la bolsa, la separó empujándola hacia el centro de la mesa y se aprestó a decirnos qué estaba sucediendo con Marito.

— ¿Usted es familiar? —le preguntó a mi prima.

— Soy la prima de ella —respondió mirándome fugazmente.

— Acá tenemos un problema entre ustedes —dijo, mirándonos a una y a otra.

La señora bajó la mirada y movió las manos como para elegir palabras en una imaginaria caja de zapatos.

— Marito no tiene un problema de salud sino que está por cometer un crimen, pero él no lo sabe. Probablemente lo intuya, y por eso su malestar, pero no lo sabe.

— ¡Eso es terrible! —dije con un hilo de voz — ¿y quién será la víctima?— me animé a preguntar no sé cómo.

— Por haberme consultado tan a tiempo, quizá eso nunca suceda, pero para evitarlo —dijo dirigiéndose a mi prima—, usted deberá mudarse a otra ciudad y no volver a verla— concluyó, señalándome con un movimiento de cabeza.

Ella se agitó en la silla, se puso pálida, y tocando mi brazo con su mano empapada en sudor frío, me dijo: — Estoy enamorada de ti y creo que Marito supone algo.

Presa de un llanto muy angustiado y contagioso, se fue, pero quiero volver a verla.

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sábado, 17 de abril de 2010

Nuestra vida g(d)ramática

Hace años hice un curso para mejorar la memoria.

Sin pensarlo, pagué la matrícula cuando vi la demostración del vendedor.

De espaldas a un pizarrón, nos pidió a los concurrentes que dictáramos palabras.

En pocos minutos logramos una larga lista: mono, veladora, helado, ligero, fútbol, etc., etc.

Una vez escrita la lista de 100 vocablos, el vendedor nos dijo que estaba en condiciones de recordarlos en cualquier orden.

Para sorpresa de todos, así lo hizo: de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante, comenzando por la vigésima palabra, etc.

Usted comprenderá ahora por qué no dudé en pagar lo que hiciera falta para adquirir esa increíble destreza.

Claro que cuando la explicaron, sufrimos una cierta desilusión: no había nada de magia sino un método muy simple.

El memorioso no hizo otra cosa que construir un relato en el que «un mono» encendía una «veladora» con una mano y sostenía un «helado» con la otra. Un niño travieso se le acercó muy «ligero», intentó robárselo cuando se distrajo mirando en la televisión un partido de «fútbol», etc.

Muchos años después me enteré de que nuestra memoria funciona de esta manera.

Creemos que esta función es como una grabadora que acumula sensaciones (imágenes, sonidos, olores) para luego reproducirlas: evoco mi primer día de escuela, cuando llegamos a Disney Word, la cara de mi abuelo cuando le festejamos los 70 años, ...

Según los expertos en memoria, ésta no funciona así: permanentemente está construyendo relatos coherentes en los que se insertan imágenes, sonidos, olores, sentimientos, escenas de algún sueño.

Ese relato es como una larga novela en la que participan varios personajes, tiene un argumento y un cierto clima (triste, agitado, optimista, próspero, decadente, mágico, esperanzador) que depende de nuestro ánimo.

Esta novela organiza nuestra vida mental, aportándole la coherencia propia de la gramática.

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viernes, 16 de abril de 2010

Om

En un artículo publicado con el título La maternidad profesionalizada , les comentaba que la publicidad aprende de las madres el arte de persuadir.

Creo que es cierto que los seres humanos pequeños se exponen a peligros porque no saben cuidarse, pero no creo que deban ser persuadidos para alimentarse.

Los adultos encargados del cuidado de los niños, tratan de compatibilizar sus propios intereses (horarios, higiene, cansancio) con los de ellos.

Como suelen ser diferentes (sin olvidarnos que también son diferentes entre los adultos) y aprovechando que los adultos tenemos más poder que los pequeños, tratamos de persuadirlos para que se avengan a nuestra conveniencia.

Los niños comen cuando tienen hambre y aceptan los alimentos agradables. Por el contrario, no quieren comer cuando no tienen hambre y rechazan los alimentos desagradables.

Somos los adultos quienes, cediendo a nuestras creencias (y conveniencias), les imponemos normas que ellos terminan aceptando porque no tienen más remedio.

Así se procesa el ingreso de los más pequeños en la cultura de los adultos. Cuando llegan a esta segunda etapa, harán lo mismo con sus propios hijos.

No solamente repetirán los métodos educativos de los que fueron objeto en su infancia, sino que muchos se sentirán mejor, imaginando que siguen siendo niños y recibiendo los mensajes de sus educadores.

El diálogo interior evoca generalmente aquella época en la que el adulto protector (generalmente la madre), lo alentaba, aconsejaba, estimulaba, sugería, persuadía, mimaba.

Un mantra es un sonido, una frase, una oración o un texto, que se usa como un instrumento para liberar la mente del flujo constante de pensamientos que la perturban.

La técnica es budista y se aplica en un contexto místico, esotérico, mágico, religioso, pero el bienestar es provocado por un imaginario retorno al pensamiento infantil, global, simple, amoroso, feliz, descomprometido, fantasioso.

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jueves, 15 de abril de 2010

Dejad que los perversos vengan a mí

¿Qué estoy haciendo?

Se lo diré para que lo entendamos usted y yo: Procuro describir qué hacemos y por qué lo hacemos, no para denunciarlo, no para criticarlo, sino para seguir haciéndolo concientemente.

En casi todos mis artículos sale a luz algún tema humano observado con criterio psicoanalítico (preferentemente lacaniano).

Si a un lector le interesa el tema y lo lee, activará en su cerebro neuronas, hormonas y moléculas, y se producirán cambios en su anatomía y funcionamiento.

Cuando un texto es útil para la vida del lector, seguramente notará que siente interés y si no es útil, simplemente lo notará aburrido y dejará de leerlo en los primeros párrafos.

Según esta visión de lo que es leer, escuchar, pensar, soñar (dormido), experimentar, sólo nos influirán los estímulos que favorezcan nuestra particular forma de responder al instinto de conservación, esto es, si beneficia nuestra salud, bienestar, supervivencia y reproducción.

Según esta visión, todo lo que no nos sirva para cumplir esos objetivos vitales, contará con nuestro rechazo, desatención, olvido, aburrimiento.

Por ejemplo, puedo decirle que la mentira siempre es un fenómeno resultante de una estructura perversa.

Quienes conservan parte de la perversión que es propia de la niñez, no aceptan (están inhibidos, así viven mejor, necesitan negar) los imposibles.

El gran eslogan «querer es poder», es el grito de gloria de los perversos.

Quizá usted no pueda creer que todas esas maravillosas personas empeñosas, obstinadas, capaces de grandes logros, sean así porque son perversas.

Pues sí, son perversos, porque la particularidad de este estilo psíquico es poseer una organización metal (neuronas, hormonas y moléculas) que no admite la frustración, ni carecer de control (sobre la vida propia y ajena).

Necesitan creer en el libre albedrío para imaginar que hacen lo que quieren.


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miércoles, 14 de abril de 2010

El cuerpo femenino es propiedad pública

¿Qué es un aborto?

Cuando un embarazo es deseado por la mujer, es la mejor noticia que todos podemos recibir, pero cuando no es deseado y le prohíben interrumpirlo, su cuerpo está siendo usado sin su consentimiento y por eso es objeto de una violación.

Dicho de otra forma: cuando una mujer desea interrumpir un embarazo, está evitando ser violada.

En este contexto, cuando en un país está prohibido el aborto por la sola voluntad de la mujer, se está autorizando indirectamente que sean violadas y —también indirectamente— se están autorizando otros tipo de violencias contra ella.

La indignidad (falta de respeto) que se le impone a una mujer cuando se la obliga a tener un hijo que no desea, la convierte en un ser humano de segunda categoría, que alienta, sobre todo a las personas de inteligencia primitiva, con escasa educación o con algún déficit intelectual, a golpearla como si estuvieran autorizados.

La violencia contra la mujer tiene muchas causas (nada de lo humano es simple y lineal), pero si ellas no son dueñas de sus cuerpos, si sólo están obligadas a cuidarlo como algo prestado, sin disponer del derecho a administrarlo como pueden hacer los hombres con el propio, se legitima el criterio de que la mujer tiene menos derechos que el hombre, y eso equivale a decir que merecen menos consideración.

Es probable que en nuestra cultura falte asociar la prohibición del aborto con la violencia contra la mujer (forzamiento, estupro, abuso, deshonra, profanación)

Mientras sigamos creyendo que obligar a la mujer a que soporte una administración pública de su cuerpo, quitándole el derecho a decidir libremente si quiere o no ser madre, habrá personas inspiradas para someterlas con otras formas de violencias igualmente físicas y bestiales.

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martes, 13 de abril de 2010

El esposo no es un hijo

Nuestra forma de registrar la realidad permite acceder a por lo menos dos aspectos de esta: el agradable y el desagradable.

La mayoría de las personas optan por uno y es el que siempre perciben, ignorando el otro.

Naturalmente que el aspecto más popular, es el agradable.

La minoría se esfuerza por ver ambos aspectos, quizá con la ingenua esperanza de tener una comprensión global, completa, integral.

Con un ejemplo me explicaré mejor (para lo cual, las lectoras que sean madres, deberán autorizarme para hablar de algo que sólo ellas pueden experimentar).

Tener un hijo tiene aspectos positivos (agradables) y negativos (desagradables).

Es hermoso que una parte del cuerpo propio tome vida independiente, se desarrolle, se convierta en un individuo y en un adulto con hijos que la abuela pueda disfrutar recordando lo agradable de ser madre.

No es nada hermoso tener que trabajar con o sin ganas, para atender todo lo que el hijo necesita, desea y reclama. Tampoco es agradable que el hijo adulto, ignore la autoridad de su madre y ya no la obedezca como cuando era pequeño.

La relación que las mujeres tienen con los hombres también está regida por la característica de ser agradable y desagradable.

Un dato esencial en esta reflexión, es tener en cuenta que hombres y mujeres somos tan distintos, que perfectamente podríamos pensar que pertenecemos a especies diferentes, a pesar de que la especie varón puede fecundar a la especie mujer. (1)

Ambos fuimos hijos de una mujer, con quien aprendimos a amar, a desear y a gozar.

En suma: para ellas son agradables los hombres que les dan lo mismo que les dieron sus madres (atención, protección, seguridad, ternura, placer) y son desagradables los hombres que las confunden con su mamá (de él), pidiéndole atención, protección, seguridad, ternura y placer.


(1) Ya sé por qué no me entiendes
La mujer es un hombre sin pene

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lunes, 12 de abril de 2010

La humildad de Coca-Cola

Juguemos tú y yo a que somos un tribunal que juzga la conducta de la gente.

Hoy discutiremos si Coca-Cola es humilde o no. De alguna manera equivale a determinar si es arrogante o no.

Si es humilde no es arrogante y si es arrogante no es humilde.

Como me toca jugar a mi (porque fui el que propuso el juego), intentaré fundamentar mi opinión de que Coca-Cola es humilde.

Para afirmar esto me baso en que nunca deja de hacer publicidad.

Si fuera arrogante, se habría dormido en los laureles, descansaría en su indiscutible popularidad y éxito comercial, daría por sentado que ella es querida por mucha gente a lo largo de varias generaciones.

Ahora que lo pienso, me doy cuenta que eso haría yo.

Si tuviera la popularidad de ella, no estaría gastando dinero continuamente en piezas publicitarias que son todas buenas o muy buenas.

La mayoría de las personas caemos fácilmente en la creencia de que el éxito es vitalicio, eterno. Suponemos que merecemos todo lo bueno que nos pasa y que no merecemos los infortunios.

Lo he notado un día sí y otro también: quienes están pasando un mal momento, se preguntan por qué les tocó eso a ellos y no falta quien señale con nombre y apellido a otra persona que se merecería más que él padecer ese infortunio.

De manera similar, quienes gozan de buena salud, están bien afectiva y económicamente, se aletargan en una especie de sopor, como si el bienestar les diera sueño, les quitara energías y literalmente se adormecen en los agradables acontecimientos que les tocaron en suerte.

Opino que Coca-Cola es todo un ejemplo de modestia, sabiduría e inteligencia, porque, a pesar de su indiscutible popularidad, no para de estimularme para que la recuerde. Eso es humildad.


Nota: Necesito darle una nombre a la imagen, para que se entienda: «Rosa color Coca-Cola, mirando hacia abajo».

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domingo, 11 de abril de 2010

El bar del recuerdo

El día se estaba presentando con normalidad, aunque claro, para mí, normalidad significa la vida que tenía antes de cumplir 30 años. Mi vida actual no es normal.

Estaba sentado en la mesa de siempre, tratando de recordar cómo era el sueño que había tenido para anotarlo en una servilleta y llevárselo a la psicóloga. A ella le gusta interpretar cualquier cosa descabellada.

Hasta hace un rato lo tenía muy claro y ahora se fugó.

Pero toda mi atención abandonó lo que tenía entre manos cuando sentí con total nitidez que alguien me miraba. Era alguien que había llegado después que yo y se sentó cerca de la puerta.

Tuve la certeza de que era mujer.

Tenía una mirada escrutadora, minuciosa, que hacía mucho énfasis en la antigüedad de mi saco, en la pelusa de la nuca pendiente de peluquería, en la gordura de mi espalda.

El espejo que tenía delante no me la reflejaba porque justo en esa parte estaba pegada una publicidad de cerveza.

¿Quién será? ¿Por qué me mira con tanta insistencia? Me parece que no la conozco pero ella sí me conoce.

No me gusta su manera de ser. Por la forma de mirarme, es de las que insiste mucho con que todo sea perfecto. Se cree la madre de cualquiera que se le atraviese.

Sin embargo tiene algo que me atrae y eso aumenta el miedo que me provoca.

Soy un desgraciado para el miedo porque el malestar que me da en todo el cuerpo me gusta. Mejor dicho, supongo que me gusta porque siempre termino metido en situaciones que me lo producen.

Tendría que levantarme e irme sin mirarla, pero no creo poder. La curiosidad me gobierna.

Tengo que hacerlo. Me levanto como si estuviera aburrido, camino hacia la puerta por entre medio de las mesas, no la miro, no la miro, … pero no aguanto, ¡no aguanto!

¡¡No puede ser!! ¡Esta es la que me pateó con botas de charol en el sueño!


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sábado, 10 de abril de 2010

El diagnóstico perfecciona la enfermedad

En un artículo publicado con el título La codiciada cárcel lingüística les decía que el lenguaje es una cárcel de la que no tenemos escapatoria.

Por eso decimos que somos sujetos: porque estamos sujetados, presos, cautivos.

Esta condición nos permite interactuar con los demás (comunicarnos), pero de cierta forma.

Me detengo en la palabra depresión.

Todos sabemos que es una deficiencia anímica que nos pone tristes, desganados, pesimistas.

Sin embargo, desde el momento que tenemos que usar el vocablo depresión, quedamos supeditados a tener ideas provocadas por la palabra y que generalmente nos alejan de la realidad.

El vocablo significa baja presión y —por lo tanto— también significa desinflado.

Podemos interpretar que se trata de baja presión arterial y que por eso pueden ocurrir desmayos o mareos.

La palabra desinflado sugiere falta de aire (apnea, disnea, asfixia, asma).

Podemos pensar que alguien que está desinflado, está físicamente más pequeño, imaginando que el cuerpo del paciente es como un globo de goma.

Recuerde que lo que estoy mencionando son posibles interpretaciones de lo que significa en idioma castellano la palabra depresión.

Cuando alguien está muy triste, sin un motivo conocido (sin haber padecido una pérdida significativa, por ejemplo) y durante cierto tiempo, es probable que piense que padece una depresión.

Al ser consultado, el médico quizá utilice la palabra depresión, e intente una cura con algún medicamento que por algún lado tendrá escrita la palabra antidepresivo.

Cuando se siente diagnosticado, el sujeto entra en otra zona de la cárcel lingüística, donde deberá cumplir con todo lo que la palabra depresión significa para él y para los demás, independientemente del problema orgánico o anímico que lo afecte.

En suma: el diagnóstico es un conjunto de palabras que forman parte del síntoma en tanto ellas determinan cómo debe sentirse y comportarse.

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viernes, 9 de abril de 2010

La codiciada cárcel lingüística

Es ampliamente conocida una frase que suena inteligente, sabia e ideal para los que abusan de la comunicación:

“Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios”.

Seguramente usted conoce gente que no la deja hablar, que quiere atrapar su atención y que se desinteresa por lo que usted quiera decir.

Si bien este fenómeno es observable en todas las edades, prevalece en la ancianidad y si bien es observable en ambos sexos, prevalece en las mujeres.

Al considerar que la frase inteligente es verdadera, podríamos pensar: «¿Esta persona habla tanto porque desea ser esclava?»

Y la respuesta es afirmativa: Quiere ser esclava.

No me canso de recordar que el sentido común tiene más errores que aciertos.

En este caso, el sentido común dice que las personas sólo estamos bien si disponemos de libertad, sin embargo tenemos motivos para asegurar que las personas también queremos ser esclavos.

El psicoanálisis afirma con mucha convicción que las personas estamos presas del lenguaje. Por esto existe la palabra sujeto (3).

Usted y yo somos sujetos porque somos hablantes, nadamos en un mar de palabras, que además ya están hechas (no se sabe por quién) y que son de curso forzoso (como esos papelitos tan caprichosamente valiosos que llamamos dinero).

En un artículo reciente (1), exageraba con una metáfora según la cual, nos cuesta entender la realidad porque sólo logramos captarla de a pequeños bocados.

Con una exageración del mismo estilo, hoy le digo que hablamos mucho (que queremos ser esclavos) porque necesitamos que nos abracen, que nos prefieran, que nos amen, que nos necesiten, que seamos imprescindibles al menos para alguien.

El abrazo es como una prisión, pero es cálida, deseable, amorosa.

Y si no podemos escuchar al otro, es porque el estado de carencia afectiva nos impide prestar atención. (2)

(1) Comer la verdad

(2) Cállate que estoy hablando

(3) Tenemos libertad condicionada

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jueves, 8 de abril de 2010

Comer, dormir y amar, es natural

«El cerebro propone y los genitales disponen» es un proverbio que sugiero, a sabiendas de que no ganará popularidad rápidamente.

Para fundamentar esta aseveración (en la cual está explícito un orden de importancia: los genitales ordenan el pensamiento) me remito nuevamente a que los seres humanos somos animales.

Es cierto que somos animales diferentes al resto y es cierto que todos los animales son diferentes entre sí (un cerdo y una jirafa; una abeja y un cocodrilo; una pulga y un águila).

Nacemos con una única misión indeclinable: conservar la especie.

El psicoanálisis es un arte científico antipático porque parece ensañarse pregonando noticias desagradables.

Es desde este punto de vista (el psicoanálisis) que debo reconocer que la función esencial para cumplir la única misión, es la función sexual.

Por supuesto, nuestro cuerpo es una unidad, incluida la psiquis. Cuando digo que la función sexual es la más importante para cumplir la única misión que tenemos encomendada, debo incluir, no solamente el coito y el embarazo, sino también la afectividad.

Es nuestra misión exclusiva de conservar la especie (incluyéndonos) lo que despierta sentimientos tan sublimes como el amor al prójimo y tan terribles como el odio al prójimo (en tanto alguien pueda poner en peligro nuestra misión exclusiva).

Hasta ahora hemos estado tratando de tomar distancia de los otros animales. No nos cae bien igualarnos y preferimos sentirnos únicos, exclusivos, superiores.

Las demás especies aceptan la misión exclusiva sin disimulo, la cumplen sin perturbarse.

Por lo expuesto es que para muchas personas el psicoanálisis padece de una obsesión por lo sexual, cuando en realidad lo que sucede es que el psicoanálisis parece excluido de la generalizada fobia al sexo, a la condición de animales que tenemos y a las pérdidas (incluida de la propia vida).

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miércoles, 7 de abril de 2010

Los análisis de Hiroshima y Nagasaki

En un artículo publicado hace poco con el título Comer la verdad les decía que todos los efectos que percibimos están provocados por una sola causa, que nuestro cerebro cree muy compleja porque sólo puede intentar digerirla de a pequeños bocados de información.

Casi todos los niños pasamos por una etapa en la que nos gustó despanzurrar (desarmar, abrir, romper) objetos de los que quisimos saber qué contenían.

En términos adultos, esto es analizar (separar el todo en sus partes).

Cuando digo que intentamos captar la realidad usando un modelo digestivo, mordisqueando el objeto de observación, estoy usando una metáfora para decir que intentamos analizar.

Sin embargo, aquella primera etapa de analistas no es seguida por una etapa de síntesis (composición de un todo uniendo sus partes).

La mayoría disfrutamos analizando pero muy pocos disfrutan sintetizando.

Esta particularidad de nuestra vocación como científicos silvestres da como resultado que a lo largo de nuestra vida dejemos un reguero de objetos, ideas y personas, suficientemente analizadas (separadas en sus partes, despanzurradas, desarmadas, abiertas, rotas) y muy pocas sintetizadas (compuestas, armadas, recicladas, perfeccionadas, operativas, funcionando).

A veces ocurre que un reparador voluntario no especializado, desarma la licuadora descompuesta, y luego nota con cierta soberbia, que el fabricante había utilizado piezas de más (aquellas que el voluntarioso arreglador no pudo recordar dónde iban).

En este estado de cosas, cada vez que revisamos nuestra trayectoria, cuando decidimos inventariar nuestras investigaciones y sus respuestas, nos encontramos con un humeante campo de batalla.

Supimos analizar (desarmar) pero no supimos —o no tuvimos ganas de— sintetizar (armar, construir una conclusión armónica, a prueba de errores, funcional).

A este resultado tan penoso tenemos que agregarle algún calmante de nuestro amor propio, para lo cual balbuceamos una respuesta de ocasión desvinculada del análisis precedente.

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martes, 6 de abril de 2010

El neurótico “sano”, sabe ganar y perder

Aunque las comparaciones sean odiosas, no podemos percibir ni pensar sin comparar.

Podemos recordar que el mundo visto por nosotros mismos cuando éramos niños, es muy distinto a este otro que percibimos hoy.

Es cierto que la realidad siempre está cambiando, pero también es verdad que nuestra forma de percibir se modifica con los años, con la sensibilidad de nuestros cinco sentidos, con las experiencias, con lo que aprendemos.

Para muchas personas hoy es criminal comer algo que provenga del reino animal. Aquel delicioso entrecot que saboreó cuando tenía 10 años, hoy es la demostración de que un ser vivo fue matado injustamente.

Este cambio tan decisivo en nuestra forma de alimentarnos, también se expresa en otros órdenes de nuestra vida.

Los niños son estructuralmente perversos pero la educación los va transformando en neuróticos.

Ese cambio obedece fundamentalmente a que son reprimidos, amedrentados, amenazados, castigados, disciplinados, sugestionados, persuadidos, convencidos, adoctrinados.

La transformación de un perverso (el niño en estado natural) en un neurótico (el adulto educado), tiene desventajas y ventajas.

El neurótico (la mayoría lo somos) es alguien que se siente inhibido para satisfacer muchos de sus deseos.

La moral y las buenas costumbres lo convierten en alguien

— que se viste y no se desnuda frente a cualquiera,
— que tiene hábitos higiénicos necesarios para la convivencia aunque no imprescindibles para la conservación de la salud,
— que padece temores desproporcionados ante peligros subjetivos (creencias, opinión ajena, prejuicios).

Estos sometimientos pueden parecer el resultado de una debilidad o cobardía.

Sin embargo, con criterio similar podemos decir que asumir las limitaciones que nos impone la sociedad requiere una dosis de heroísmo.

Probablemente sea bueno conocer las dos caras de la moneda.

Reprimir humildemente algunos deseos es tan saludable como luchar intensamente por satisfacer todos los que sean posibles.

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lunes, 5 de abril de 2010

La buena salud no existe

Gritamos a coro que «todos los extremos son malos» pero en el mismo momento, procuramos recibir los máximos beneficios y eliminar de raíz todos los perjuicios.

Quizá lo que querríamos gritar es que queremos todo lo mejor pero que —si no hubiera más remedio— nos conformaríamos con un poco menos.

Primo hermano de ese eslogan es otro que pregona «lo perfecto es enemigo de lo bueno».

Esto lo decimos de la boca para afuera porque en realidad queremos que todo sea perfecto, aunque estaríamos dispuestos a aceptar algo menos ... si no hubiera más remedio.

Insólito! La Organización Mundial de la Salud (OMS), no sabe qué es salud.

La OMS es un organismo pertenecientes a las Naciones Unidas, especializado en gestionar políticas de salud mundial.

Hace un año dije (1) que esta prestigiosa institución pone en duda su propia salud mental cuando define «la salud como un estado de completo bienestar físico y mental, y no solamente como la ausencia de infecciones o enfermedades.»

Como he mencionado muchas veces (2), la naturaleza se vale de molestarnos o agasajarnos (dolor y placer) para que hagamos ciertas cosas que el fenómeno vida requiere para no detenerse.

Si la OMS —con su definición de salud— nos dice que no tenemos que padecer ningún malestar («…estado de completo bienestar físico y mental…»), entonces para que la vida siga funcionando tenemos que estar enfermos.

Esta primera deducción es bastante lineal y quizá no merezca ser aclarada.

Pero continúo deduciendo y llego inevitablemente a que no sería posible prescindir de las profesiones, técnicas e industrias dedicadas a la salud (medicina, homeopatía, herboristería, etc.).

Conclusión: si la OMS me lleva a pensar que estamos enfermos todo el tiempo, entonces la OMS está equivocada o la buena salud no existe.

(1) La exageración oficial

(2) El budismo zen
Administración del desequilibrio
«¡Me alegra estar triste!»
Receta racional


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domingo, 4 de abril de 2010

¿Me creen ahora?

Había pasado mala noche. El sueño liviano, agitado, cualquier ruido lo despertaba.

A las ocho puntualmente, sintió el mismo descorrer metálico de su puerta para que un soldado, siempre distinto, siempre con cara de jovencito asombrado, lo saludara con un monótono «Buenos días señor Méndez».

Había dejado de responder desde que se enteró que era una pregunta sin sentido, establecida en un manual y que si no era enunciada, caían severas sanciones sobre el omiso.

Fue esposado de pies y manos y conducido al baño colectivo donde esta vez él solo sería encerrado para que pudiera ducharse.

Diez minutos después, nuevamente esposado, fue conducido al salón comedor donde él sólo recibiría un frugal desayuno: café tibio y pan sin sal.

Cuando aún masticaba el último trozo de pan, el jovencito volvió a esposarlo y lo condujo a un cadalso que habían preparado sólo para él.

La muchedumbre, al verlo aparecer ovacionó, gritó, insultó, pero los gendarmes mecánicamente ignoraron la gritería y lo ayudaron a subir los 11 escalones para ubicarlo debajo de la soga.

Un hombre gordo que por la vestimenta parecía un sacerdote, se persignó, lo encapuchó y acomodó la horca en torno a su cuello. Otro, de movimientos más torpes pero que ya no pudo ver, ajustó la cuerda junto a su cuello.

Se leyó un documento que no pudo oír porque el gentío seguía vociferando enardecido hasta que sintió la voz que dijo: «Ahora».

Sintió un crujido bajo sus pies pero el piso no cedió como esperaba.

La muchedumbre se silenció repentinamente. Pudo oír la brisa entre los árboles. Hizo un suave movimiento con su zapato en el suelo y también pudo oírlo.

El tiempo se volvió interminable, nada se movía, se sintió absolutamente solo, comenzó a tener hambre. Hizo otro movimiento y entendió que sus manos estaban libres.

Se quitó la soga, la capucha, vio que todos yacían muertos —o dormidos— y murmuró yéndose: «Les dije que soy inocente».

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sábado, 3 de abril de 2010

Comer la verdad

Los humanos nos confundimos porque hablamos mal.

Cuando decimos que la realidad es muy compleja, hablamos mal. No terminamos la frase y por eso nos confundimos.

La expresión correcta y completa es: «La realidad es muy compleja para nosotros».

De cualquier manera, como todos hablamos cometiendo exactamente el mismo error, por concenso, deja de ser una equivocación y se convierte en algo verdadero.

Si me permite una exageración, le diré que es el tamaño de nuestra boca el que nos impide entender las cosas como son.

Digo esto porque nuestra comprensión tiene un modelo digestivo:

1º) Observamos (tomamos un bocado);
2º) Analizamos (masticamos);
3º) Comprendemos una parte (asimilamos ciertos nutrientes);
4º) No comprendemos el resto (expulsamos los residuos).

Durante miles de años tuvimos por verdadero que la Tierra estaba en el centro del Universo y que todo giraba a nuestro alrededor.

Quien haya mirado el cielo alguna vez, tiene que reconocer que es así como se ve el firmamento.

Ahora hace unos siglos que pensamos diferente: no estamos en el centro del Universo y somos nosotros los que giramos en torno del Sol.

Los pequeños bocaditos que somos capaces de masticar nos hacen perder noción de conjunto y necesitamos miles de años para entender algo tan sencillo.

Se dice en psicología que las acciones humanas están determinadas por muchos factores.

Falso: todo es mucho más sencillo. Las acciones humanas tienen una sola causa.

¿Por qué todos creemos que tiene muchas causas? Porque como sólo podemos captar la realidad de a trocitos muy pequeños, a nuestro cerebro llegan miles de ideas y por eso creemos que las causas de nuestra conducta también son muchas.

No: la causa de nuestra conducta es una sola pero nuestro cerebro la percibe compleja porque sólo puede captarla de a pequeños bocados.

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viernes, 2 de abril de 2010

El subdesarrollo solidario

Trataré de fundamentar por qué son personas solidarias las que pueden emitir juicios como estos:

— Si una mujer es violada: «Quizá ella usa minifalda»;

— Si alguien es robado: «Seguramente no tomó las debidas precauciones»;

— Si alguien se enferma: «Hay gente que no se cuida».

La solidaridad es un sentimiento infantil.

Los adultos no se vuelven solidarios sino que permanecen solidarios.

En algunos artículos ya publicados (1) he comentado con ustedes que en nuestras primeras etapas de existencia no podemos diferenciar los elementos integrantes de la totalidad.

Sentimos formar parte de algo confuso, indiscriminado, global.

Como casi todo lo que nos remite a la infancia, este sentimiento es tierno, amoroso, placentero, pero en realidad está mal ubicado en la adultez.

No es fácil criticar a las personas solidarias porque para muchos es como condenar a los niños, es como poner en duda el amor a los semejantes, es como proponer bajar la edad de imputabilidad criminal a menores de edad.

Las personas solidarias no distinguen con claridad la diferencia que existe entre ellos y los demás.

1º) Si un amigo padece una desventura, la sienten como propia.

2º) Al sentirla como propia sienten que el amigo los está haciendo sufrir.

3º) Por lo tanto el amigo los está atacando.

4º) Cierro el círculo diciendo que este personaje solidario se siente víctima del amigo que tuvo una desgracia.

El solidario siente que el amigo es el responsable del sufrimiento que padece, entonces reacciona defensivamente contra su atacante (el amigo), señalando que «si le fue mal, algo habrá hecho».

En suma: Tememos objetivamente a los delincuentes y tememos subjetivamente a la reacción que tendrán nuestros amables solidarios cuando se sientan atacados por nuestra desventura y agreguen su agresividad (en defensa suya) al infortunio que padecimos.

(1) «Obama y yo somos diferentes»; Tú y yo: ¡un solo corazón!; «Átame el zapato, ma».

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jueves, 1 de abril de 2010

Me imagino como Brad Pitt

Los seres humanos primero nos imaginamos cómo es la realidad y luego, seguimos imaginado pero con un agregado muy interesante.

Lo que imaginamos cuando somos muy pequeños es que todo es una sola cosa: mamá, yo, papá, mi hermana, el perro, la cuna, el biberón, la casa, los olores, los sonidos, los sabores, lo que palpamos, forman una sola sensación.

Imaginamos que somos parte de esa globalidad indiferenciada. Existe una sola cosa: el todo, dentro del cual no podemos diferenciar partes.

Un día (después del año y antes de los tres años), al mirarnos en el espejo nos llevamos la gran sorpresa: percibimos con alegría que vemos algo nuevo.

Ya no formamos parte de una totalidad sino que nuestro cerebro nos permite captar que ese que se refleja en el espejo ¡soy yo! y que además es diferente a esa persona que está conmigo y al perro y a la cuna!!

Aquellos ruidos humanos también son diferentes: mamá, papá, coco, mema.

La evolución cerebral continua y cada vez logramos encontrar más diferencias. Podemos discriminar, identificar, nombrar.

Al nombrar notamos otra cosa maravillosa: que la palabra «mamá» a veces puede reemplazar a esa mujer que nos alimenta. La palabra y la cosa parecen intercambiables. Una representa a la otra.

Claro que decir la palabra «mamá» sirve para sentir que nos acompaña pero no sirve para calmarnos el hambre.

Más adelante entendemos que se dicen cosas de nosotros: lindo, inquieto, comilón.

Cuando queremos acordar, nosotros nos imaginábamos ser de cierta forma pero esa auto-imagen empieza a ser retocada por lo que los demás nos dicen que somos.

A cierta altura (de 5 a 90 años), somos como los demás nos dicen que somos, pero ¡no se ponen de acuerdo!, ¡qué lío! ¿Quién soy?

¡Desearía volver a imaginarme!

Artículos vinculados:

Tú y yo: ¡un solo corazón!
«Átame el zapato, ma»
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