martes, 30 de noviembre de 2010

... y Colón tenía razón... por ahora

No hace mucho les comentaba en otro artículo (1), qué podemos suponer del inconsciente de un usuario del control remoto del televisor, utilizando la teoría psicoanalítica.

En este caso —como en otros—, muchas personas consideran que ese mundo interior no es posible, no existe, que sólo está en la imaginación delirante de los psicoanalistas.

También en este caso —como en otros—, esa suposición puede ser cierta o errónea.

Asegurar que conocemos la verdad no parece un juicio verdadero. Con preocupante frecuencia observamos cómo las afirmaciones más categóricas, han tropezado para no volver a levantarse.

Por ejemplo:

Personas de inteligencia incuestionable, afirmaron que la Tierra está en el centro del universo;

Con similar coeficiente intelectual, afirmaron que nuestro planeta es plano y no redondo;

Adolfo Hitler fue declarado el «hombre del año» en 1938;

La cocaína fue maravillosa durante décadas; los enemas hicieron furor; The Beatles era un conjunto mediocre; el teléfono, como invento, no tenía futuro; fumar fue maravilloso, elegante, estimulante y hoy es la causa de casi todos los males; las carnes rojas eran muy alimenticias, pero ahora son cancerígenas; la gripe H1N1, no se sabe si es peligrosa o un negocio para quien fabrica el Tamiflú (Laboratorio Roche).

Existen miles de verdades como estas, que mantienen a los cerebros pensantes de nuestra especie, convencidos, dubitativos y revisionistas.

El caso más claro de verdad indemostrable o no-verdadera, refiere a la existencia de Dios y, sin embargo, la inteligencia de algunos creyentes, puede acercarse a la de Einstein.

En suma 1: El psicoanálisis apela más a la inteligencia poética que a la inteligencia matemática e insisto: la inteligencia matemática (racional) es tan vulnerable que no merece la credibilidad que le asignamos.

En suma 2: no descarte que el control remoto extraiga de algunos usuarios, sus aristas más psicopáticas.

(1) El genocida con pantuflas

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lunes, 29 de noviembre de 2010

Timidez, cortedad, atrevimiento, descaro

Es mucho lo que sabemos sobre cómo convivir en la sociedad.

Aún así, no quedamos exentos de tener algunos desencuentros con las expectativas de los demás.

Aunque sabemos cómo evitar que alguien nos llame la atención, nos amoneste, nos recrimine, igualmente, cada tanto, alguien nos acusa de negligencia, impertinencia, torpeza, desconsideración.

En otras palabras: cada tanto alguien se queja porque lo molestamos.

Cada uno de nosotros posee gustos personales y por eso, todos esperamos de la vida cosas diferentes.

El dicho popular «cada uno sabe dónde le aprieta el zapato» señala con elocuencia que todos (hasta cierto punto) sabemos lo que queremos.

Si bien decimos que gustaríamos disponer de todas las posibilidades y gozar de la mayor libertad posible, esto no es tan así.

El ejemplo de los zapatos puede servirnos para decir que se los prefieren cerrados, acordonados, ventilados, abiertos, escotados, firmes, con suela antideslizante, abrigados, etc. (imagen).

Continuamente estamos expuestos a que otras personas

— nos molesten, ocupando un lugar que podríamos utilizar, provocando polución acústica (haciendo ruido),

— tomando bienes colectivos para su uso exclusivo,

— llegando tarde a una cita y haciéndonos perder tiempo,

— poniéndonos en riesgo de accidente o pérdida, con transgresiones que no cometería si estuviera observado por algún funcionario de vigilancia pública,

— incumpliendo con ciertos pagos que silenciosamente terminaremos pagando todos los que cumplimos con nuestros compromisos, etc.

Por lo tanto:

1º) Cada uno de nosotros gusta contar con ciertas libertades;

2º) Cada uno de nosotros prefiere evitar ser criticado por nuestra inconducta;

3º) Sin embargo, otros, por negligencia o deliberadamente, se toman libertades que terminamos tolerando sin que eso perturbe excesivamente nuestra existencia;

4º) (A modo de resumen y conclusión) no sería tan equivocado revisar el inventario de libertades que solemos aprovechar, teniendo en cuenta ahora, qué grado de paciencia tenemos derecho a exigir.

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domingo, 28 de noviembre de 2010

La insólita rentabilidad de la tolerancia

En una casa muy grande, fuerte y antigua, ocurría un hecho insólito.

En ella vivían unas veinte personas entre niños, adultos y ancianos.

Los familiares que se iban casando, se alojaban en las instalaciones que los fallecidos desocupaban.

El hecho insólito es que los habitantes de esa casa, siempre tenían dinero en sus bolsillos.

La vestimenta que respondía a esta particularidad, era la más rústica, color azul y confeccionada con productos naturales: algodón, lana, hilo, paja, cuero, madera.

Hacía muchos años habían intentado ingresar a la casa joyas, electrodomésticos u otros artículos propios de nuestra cultura, pero todos habían tenido alguna dificultad que los inutilizaba: las joyas se llenaban de un moho muy resistente y los artefactos funcionaban sólo durante unos pocos minutos.

Sin embargo, tenían un buen desempeño las vasijas de barro, los artículos decorativos hechos con madera, cobre o estaño, más no así los de plástico o de bronce y demás aleaciones.

Esos pantalones y polleras azules de algodón, siempre tenían en sus bolsillos el dinero suficiente para pagar lo que se comprara para alimentación, abrigo, higiene, salud, pero no para artículos superfluos, suntuarios, ni tampoco para el pago de los impuestos que recaudaba el Estado.

Circulaba una explicación igualmente insólita.

Según parece, más de doscientos años atrás, ese terreno fue comprado por un antepasado, pero estaba ocupado por un intruso, anciano de edad incalculable y practicante de una severísima disciplina religiosa.

Cuando el nuevo propietario le pidió que se fuera, el anacoreta le dijo que no podría irse porque en ese lugar la tierra lo proveía de una energía inexistente en otros sitios.

Aquel antepasado, incrédulo aunque respetuoso, le propuso que se harían las construcciones sin molestarlo, dejando libre lo que el asceta pedía: un círculo de no más de 5 metros de diámetro.

En algún momento, el ermitaño murió y el pragmático pero considerado propietario, lo enterró donde el hombre insistía en quedarse.

Esta era la causa (gratitud, alquiler o retribución, del místico a los descendientes de quien fue respetuoso y hospitalario con él) de un fenómeno que difícilmente tendrá una explicación más racional que esta.

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sábado, 27 de noviembre de 2010

El genocida con pantuflas

Busqué el vocablo «zap» en un diccionario de habla inglesa y lo define como «matar».

Por lo tanto, «zapping» refiere a la acción de matar. Inclusive, algunos angloparlantes lo utilizan para nombrar la cocción con microondas.

Me parece que los idiomas no son traducibles sino por aproximación. No existe una correlación exacta entre los lenguajes.

Lo mejor que puede lograr un traductor consiste en suponer qué sentimientos tenía el autor extranjero y luego tratar de expresar ese sentimiento en su lengua materna.

En suma, los diccionarios bilingües sólo aportan una idea aproximada (que no es poca cosa).

Por lo tanto, cuando el hombre de la casa (independientemente de su sexo biológico) detenta el uso del control remoto del televisor (invento que ya cuenta con casi sesenta años!!), lo utiliza tal cual un revólver, un fusil, una ametralladora, un lanza misiles portátil, una bazuca, aniquilando despiadadamente todo lo que a él no le gusta.

Claro que él (o ella), no es consciente de la agresividad que descarga ese pulgar que gatilla los botones del mortífero artefacto, pero en lo profundo de su psiquis, hay furia, omnipotencia, sed de venganza por todas las veces que le dijeron que estaba molestando, que su trabajo era mediocre, que mejor sería que no dijera tonterías.

Él sabe que tras esa teatralización de gente enojadísima, llorosa e intrigante, o de ese anuncio de jabones, o de ese noticiero, hay miles de dólares gastados en producción, traslados, equivocaciones, llegadas tarde que alguien recriminó, vendedores que adularon para conseguir inversores y mucho esfuerzo de gente igual que él.

Cambiar de canal displicentemente es un gesto arrogante, intenso, sublime.

Quizá alguna sirena suene en la lejanía, pero él sabe de su impunidad. Nadie se atrevería a acusarlo.

¡Cuánta felicidad le debemos a este humilde artefacto!

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viernes, 26 de noviembre de 2010

¡Qué sola estoy!

El instinto gregario (1) y la soledad, son temas recurrentes en este blog.

Es obvio que me preocupan y seguro que me interesan.

En otra ocasión les comenté que tendríamos que tener una psicología para varones y otra para mujeres. No somos iguales, quizá somos algo parecidos y, para algunos temas, sería bueno partir de la base de que pertenecemos a especies tan diferentes (2) como son las jirafas y las cebras.

Tengo casi por seguro —hasta que alguien me convenza de lo contrario— que son las hembras de casi todas las especies las que elijen a los machos que habrán de fecundarlas (3), a partir de que ellas han decidido abocarse a la tarea de reproducción y alimentación de un nuevo ejemplar para la especie.

Sólo para ser claros usando pocas palabras, imaginemos que existen cien tipos diferentes de hombres. Los numeraremos del uno al cien.

María Estela es una mujer que sólo busca hombres 4, 23, 65 y 77. Si no encuentra ninguno de estas características, podría conformarse con un 9 y eventualmente con un 36.

Todos los demás hombres no le gestarían los niños mejor dotados. Ella gusta de esos cuatro (con opción a dos más). El resto, para ella no existen.

Cuando María Estela dice que «no hay hombres», que «los hombres que sirven, están todos casados o son gays» o que «los hombres son todos unos inútiles», lo que realmente está diciendo es que no se ha cruzado últimamente con ningún 4, 23, 65 ni 77 que le provocara una atracción fulminante.

Tampoco se ha cruzado con algún 9 o 36 que la acompañe provisoriamente.

Cuando algo de esto ocurre, ellas dicen: «¡qué sola me siento!».

En suma: una mujer padece de soledad cuando no encuentra ninguno de los pocos hombres que le sirven.

(1) ¡Hola!¿Cómo te va?

(2) Nadie es mejor que mi perro
Ya sé por qué no me entiendes
Ser varón es más barato

(3) «La suerte de la fea ...»

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jueves, 25 de noviembre de 2010

Los filósofos que me aguantan

Por algún motivo que desconozco, mis mejores amigos han sido quienes me ayudaron (y me siguen ayudando) a soportar el escalón que tengo dentro de mi cabeza entre lo que pretendo y lo que quizá pueda lograr.

Dicho de otro modo: mis mejores amigos me alientan a ser humilde y, por si eso fuera poco, toleran con inmensa paciencia que yo permanentemente me ponga soberbio y crea que poseo alguna información confiable (que tengo conocimientos, que «algo sé», que de algo podría estar seguro).

En realidad, de esos amigos amo su arista filosófica, porque son personas que han escrito libros, que han dado conferencias, que han criado hijos propios o ajenos, que han fracasado muchas veces, que han derramado litros de lágrimas, que alguna vez estuve con ellos o que jamás los vi en persona.

La rebeldía es una condición muy saludable porque es la que me permite mantenerme casi permanentemente desconforme con quienes tienen más poder que yo (políticos, religiosos, militares, cocineros, informáticos, lavanderos, cuidacoches, peluqueros, etc.).

Esa disconformidad es ambivalente, porque no puedo negar que molesta (y que por lo tanto, debería evitarla), pero tampoco puedo negar que si me gustara estar desconforme, estaría anulando el mecanismo del que dispone la naturaleza para que estas moléculas corporales que me conforman, sigan organizadas como para sostener el fenómeno vida que felizmente aún ocurre.

Mi cabeza funciona coherentemente la mayor parte del tiempo y esa característica de mi pensamiento colabora para que esté muy desconforme con mi ambivalencia.

Como digo, la disconformidad debe ser rechazada para potenciar ese disgusto vitalizante que mantiene organizadas mis moléculas.

En suma: tengo que sentirme mal (incómodo, desconforme, irritable) sin dejar de reconocer que ese malestar es saludable e imprescindible, pero simultáneamente, este reconocimiento no podrá ser tal que le aporte tranquilidad a mi existencia.

Blog complementario:

Vivir duele

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

La sociedad es la orfebre que me construyó

Si alguien se dedica a ejecutar exactamente lo contrario a lo que le piden, según su opinión, ¿es un rebelde o un sumiso?

Pues bien, en apariencia es un rebelde porque no hace lo que le piden, pero en el fondo es alguien sometido a lo que le piden para hacerlo exactamente al revés.

¿Algo de su anatomía está diseñado por sí mismo, funciona como él quiere?

El color, la forma, la dureza y el tamaño, están predeterminados por la herencia y la casualidad, claro que puede pintarse las uñas, cortarse el cabello, maquillarse los ojos, ponerse un tatuaje, modificarle el volumen de los senos, blanquearse los dientes, depilarse las cejas.

Respecto al funcionamiento puede soportar el hambre o comer en exceso, puede dormir ahora o dentro de un rato, estar sobrio o alcoholizado, soportar las ganas de orinar o defecar por un cierto tiempo, cansarse, transpirar, aguantar las respiración durante unos cuantos segundos, levantar una mano para saludar a un amigo, bailar, montar a caballo.

¿Qué podemos decir de sus ideas, creencias, ideología, prejuicios? ¿Piensa lo que quiere, lo que le inculcaron, lo que piensa la mayoría con la que convive?

Y sus gustos ¿son ocurrencias personales o están limitados a lo que le permitieron conocer y probar sus padres, amigos, tíos, abuelos?

Póngase por un momento en su lugar: ¿cree que si el próximo martes a la hora 20:15 se propone disfrutar de una ópera, la disfrutará a pesar de que hasta ese momento odiaba el canto lírico?

¿A qué clase socio-económica pertenece? ¿Es la que eligió libremente o la que le tocó en suerte?

¿Puede vivir en el país que se le ocurre? ¿En la provincia, la ciudad, el barrio?

Hablemos del idioma: ¿lo eligió libremente o no?

¿Cómo llegó a tener su nombre?

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martes, 23 de noviembre de 2010

Por qué hay amores que matan

Hace poco les decía que nuestro deseo es ser deseados (1).

Esta aspiración no carece de fundamentos. Surge de nuestra precariedad, de nuestro instinto gregario, de la objetiva condición vulnerable de nuestra especie.

También es inteligente en tanto sabemos —porque así somos— de nuestro egoísmo (fanáticos defensores de lo propio).

Por ejemplo,

— los autos ajenos pueden prenderse fuego, pero me pone de muy mal humor que una paloma confunda a mi Fiat del siglo 20 con una letrina;

— parece que el hijo de la vecina tiene hepatitis pero ¡pobrecito mi niño que no pudo agarrar chiches en la piñata de su cumpleaños!;

— mi cuñado perdió el empleo y está preso porque cometió un grosero abuso de confianza, pero mi maridito no encuentra el champú anticaspa que realmente le sirva.

Estamos en el centro de nosotros mismos. No puede ser de otra manera mientras nuestros ojos estén pegados al cuerpo. La realidad nos rodea y no es tan descabellado pensar que estamos en su centro: es como lo vemos ¿qué dudas pueden quedar? «Desde mi punto de vista, la realidad gira en torno mío».

Si como decía en el artículo mencionado, los humanos deseamos ser deseados, porque es de la única forma que nos sentimos menos mal, más seguros, mejor protegidos, entonces todo nuestro esfuerzo estará dirigido a generar y conservar esas condiciones.

Para que nada nos salga mal, como sabemos que las necesidades (comer, beber, dormir) son más imperativas (perentorias, impostergables) que los deseos (estudiar, bailar, jugar), intentaremos que los demás nos necesiten.

Cuando esta es nuestra estrategia de vida, será preciso que nuestros candidatos para que nos necesiten (padres, hermanos, cónyuge), tengan carencias, estén mal, se sientan frustrados y queden predispuestos a pedirnos ayuda, y así sentiremos satisfecha nuestra ambición de ser deseados en grado máximo, es decir, necesitados.

(1) ¡Hola! ¿Cómo te va?

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lunes, 22 de noviembre de 2010

¡Hola! ¿Cómo te va?

Las formas de saludarnos tienen varios puntos de interés, de los cuales sólo mencionaré algunos.

Etimológicamente, «salud» se vincula con estar sano y también con estar salvado, conservado, viviente.

Cuando alguien exclama ¡Salud!, está saludando, vinculándose, comunicándose con un semejante.

Las necesidades son las carencias que surgen por los consumos que demandan las funciones metabólicas. Necesitamos reponer agua, calorías, vitaminas, minerales y también necesitamos descansar, reproducirnos, aliviar nuestros dolores.

Los deseos son las carencias más inespecíficas y que pueden mutar, sustituirse, su insatisfacción no compromete la sobrevivencia y pueden postergarse.

Las necesidades están estimuladas por el instinto de conservación (comer, dormir, fornicar) y los deseos están estimulados por el instinto gregario porque lo único que deseamos es ser deseados.

Esto que semeja un juego de palabras, parece difícil pero —después de entenderlo— es muy sencillo:

Como es imprescindible que mi mamá me cuide (porque soy vulnerable como todo ser humano) y, en lo posible, prefiero que no haga otra cosa, quiero que ella desee cuidarme, que para ella sea un placer enorme, que no pueda dejar de cuidarme. Quiero que sea fanática de mí, que no deje de mirarme. Por eso lo que deseo es que ella me desee.

Claro que a mi mamá le pasa lo mismo. Ella está muy contenta conmigo porque se sabe fuertemente deseada por mí, pero también anhela ser deseada por mi padre, por mis hermanos, por sus padres, por sus amigas.

Entonces, mi mamá desea ser deseada.

El instinto gregario se manifiesta así: sentimos en nuestra psiquis un vacío (una falta, una carencia) que nos angustia y este es el deseo. Nos ocurre a todos.

El saludo es un gesto con el cual expresamos nuestro deseo de ser deseados (contenido, incluidos): miramos, oímos, apretamos su mano, lo/a abrazamos, lo/a besamos, fornicamos, lo/a recordamos.

Artículos vinculados:

El deseo del cachorro
Soy una cosita adorable
Los antojos son sagrados

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domingo, 21 de noviembre de 2010

La vida es una fiesta

Soy el segundo hijo de un matrimonio mustio, apagado, serio, poco conversador.

Nunca pude imaginar cómo mi padre invitaba a mi madre a tener sexo y mucho menos, cómo lo hizo tantas veces.

Él era un hombre dedicado a matar el tiempo. Exclusivamente. Tenía varios trajes que le quedaban muy bien.

Además de eso, yo pasaba desapercibido entre mis otros hermanos (éramos seis) y, eso tenía ventajas y desventajas.

Cuando tenía ocho años, logré recibir una dosis de amor jamás imaginada porque tuve la feliz ocurrencia de intentar suicidarme tomando unas cuantas pastillas.

Eso provocó un gran escándalo en la familia, me trataron de «pobrecito», algunos tíos dejaron de visitarnos temiendo el contagio y felizmente, logré desesperarlos como para que mis cinco hermanos me envidiaran, pero a su vez tuvieran miedo de que yo me matara por culpa de ellos.

Hasta estos acontecimientos, yo creía que era lindo recibir mucho amor.

Cuando tuve 17 años, pedí que me compraran una moto y me pareció absolutamente injusto, insoportable y vergonzoso que no me la compraran porque podría sufrir un accidente.

Hasta mi abuela sé que intercedió ante mi madre, pero infructuosamente.

Cuando tuve 18 años, me fui casi sin despedirme porque me tenían aburrido.

Como tengo talento para la música, no demoré en vincularme con artistas, noctámbulos y mujeres perfectas para mi gusto.

Paulatinamente me fui olvidando del sol (o de mi figura paterna, según dijo un psicoanalista bohemio).

Escribo todo esto porque ayer me encontré con mi hermano menor, con quien nunca tuve problemas porque casi no nos tratábamos.

Muy sincero, me confirmó que aparento veinte años más de los que tengo pero me dijo emocionado, que mis ojos destellan felicidad.

Sólo porque a él le importaba decírmelo, me contó que, por diferentes motivos, sólo quedamos vivos él y yo.

¡Caramba! Si lo menciono es porque algo me importaban.

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sábado, 20 de noviembre de 2010

«Mis mascotas hacen lo que yo no puedo hacer»

En otros artículos (1) les comentaba que las mascotas mamíferas (especialmente perros y gatos), conviven con nosotros porque los humanos delegamos en ellos (inconscientemente, por supuesto), algunas características de nuestra especie que culturalmente tenemos que repudiar porque estamos en la actitud de creernos superiores.

Traigo a colación que en un blog que creé especialmente (ver La única misión), expongo ideas que pretenden fundamentar la hipótesis de que lo único que tenemos que hacer los humanos (al igual que el resto de los seres vivos), es cuidarnos a nosotros y a la especie.

Y para terminar esta mini-introducción al tema, agrego que en otras publicaciones (2), he mencionado la hipótesis de que la naturaleza nos remunera con placer sexual para estimularnos el deseo de autoconservación.

Pues bien: la naturaleza se vale de provocarnos dolor y alivio (placer) para guiarnos en las acciones necesarias para que el fenómeno vida demore lo más posible en interrumpirse (posterga nuestra muerte).

Esquemáticamente podemos decir que:

1º) Cuando somos pequeños, nuestro centro de placer está en la boca, porque lo más importante es nuestra alimentación;

2º) Más adelante, el centro del placer es compartido con el ano, en tanto la excreción complementa el proceso digestivo que permite alimentarnos (reponer energías), y además, por razones neurológicas, se prepara la

3º) y última etapa, la genital, irrigada por los mismos ramales neurológicos que la zona anal y rectal.

Ahora que somos adultos, están todos activos: nos gusta comer, defecar, orinar y el sexo (genital, anal, oral).

Nuestra cultura, que nos enferma psicológicamente para convertirnos en fácilmente gobernables, utiliza al sistema educativo, las religiones y la medicina, para inculcarnos el asco (especialmente a nosotros mismos) que nos inhibe.

En suma: las mascotas nos representan, porque «les falta hablar» y no sienten asco.

(1) Nos comportamos como perros y gatos
El incumplimiento de las pensiones alimenticias

(2) El orgasmo salarial
Primero cobro y después hago
Menos orgasmos y menos salario
Las mujeres fecundan gratis

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viernes, 19 de noviembre de 2010

Traicionar el deseo merece un castigo

El verbo del latín reprimere significó en su origen el acto de moderar sentimientos antisociales, como la cólera.

Es decir, que en su origen, refería a un acto voluntario, autoimpuesto.

Sin embargo, el verbo reprimir (derivado del mencionado), en el siglo 19 pasó a significar una acción ejercida desde afuera de cada individuo, que suele incluir algún castigo por las transgresiones.

La acción de reprimir se caracteriza además, porque se ejerce sobre cosas o personas, que reaccionan resistiendo e intentando una acción opositora.

Por ejemplo, una represa hidroeléctrica, reprime la circulación natural del agua de un río. El agua reprimida (contenida por la represa), cuando intenta liberarse, mueve las turbinas que generan electricidad.

Otro ejemplo: un niño tiene prohibido satisfacer sus deseos incestuosos y como reacción, primero vuelve inconsciente ese deseo y luego trata de canalizarlo enamorándose (más adelante) de una persona que representa al amante prohibido.

En este último caso, cuando la represión nos lleva a volver inconsciente ese deseo, también está presente el castigo, no por haber hecho algo (ya que no pudimos, no nos dejaron, nos prohibieron), sino por no haberlo hecho, esto es, por haber frustrado a nuestro amado deseo.

¿Y cómo ocurre este auto castigo por no haber satisfecho nuestro deseo?

— La forma más benigna y deseable de reaccionar frente a la frustración (deseo reprimido), consiste en soñar escenas extrañas, pero en las que con un estilo muy surrealista, satisfacemos el deseo reprimido (por ejemplo, soñar con una montaña rusa puede equivaler a una relación sexual dadas las subidas y bajadas);

— Los actos fallidos (lapsus) representan escapes de aquellos deseos injustamente encarcelados (no encuentro las llaves y es porque no me quiero ir);

— un síntoma (asma, urticaria, infarto) también nos castiga con mayor agresividad, causándonos un sufrimiento que penaliza nuestra represión del deseo.

Artículo vinculado:

Cadena perpetua

Nota: La imagen corresponde al óleo de Salvador Dalí titulado Sueño, creado en 1937.

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jueves, 18 de noviembre de 2010

Cadena perpetua

Les comento cuál es una de mis intenciones más secretas, pero que no tiene ningún misterio.

Hay cosas que yo creo saber de mí porque tengo un inconsciente bastante ventilado por haber estado unos cuantos años en análisis.

Algunos de sus contenidos, los comento con ustedes.

El resultado primario es de rechazo.

Mis lectores suelen pensar que eso que digo está equivocado, pero sin embargo, en cada uno queda la idea de que existe un semejante (yo, Fernando Mieres) que dijo, escribió, comentó, algo que quizá no sea el único que lo piensa, siente o sabe.

Es más, quizá se diga: «yo mismo puedo tener esas ideas sobre el incesto, el abandono de los hijos, que soy animal, que soy más egoísta de lo que siempre creí, que el amor depende de la utilidad que me preste el ser amado, etc., etc.».

La cosa es así: a lo largo de nuestra vida aparecen situaciones conflictivas, molestas, dolorosas, que tratamos de evitar, resolver, acomodarlas de alguna manera en nuestra vida para que dejen de incomodarnos.

Algunas de ellas, las negamos. Por ejemplo, rechazamos la idea de que el universo siempre existió. Negamos esta posibilidad, «no nos cabe en la cabeza», podríamos decir apelando a una metáfora bastante elocuente.

Por lo tanto, a partir de esa negación radical, decimos muy confiados: «No hay efecto sin causa» o «Todo lo que existe, alguien lo creó (Dios)».

Algunas situaciones (deseos, intenciones) conflictivas, las reprimimos. Por ejemplo: «Jamás deseé ser el esposo de mi mamá» o «Respeto tanto el derecho de propiedad, que soy incapaz de robar».

Lo negado o reprimido nos pone paranoicos (por temor a que alguien lo descubra) y nos pone agresivos e intolerantes (para que no se nos escapen esos deseos que fueron juzgados, condenados y encarcelados a cadena perpetua).

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miércoles, 17 de noviembre de 2010

¡Felices pérdidas!

Imaginemos por un momento que somos inmortales.

Aunque en el fondo es lo que desearíamos porque nuestro instinto de conservación nos obliga a conservar la vida sea como sea, razonablemente podemos darnos cuenta que no habría forma de consolarnos, entretenernos, tener objetivos, metas, entusiasmo.

Todo podría quedar para después. Nos daría lo mismo ahora que luego.

Si logramos aceptar que la vida eterna es insoportable, podemos aceptar también que la vida plena, la calidad de vida y hasta la felicidad, dependen de una u otra forma, de la muerte, de saber que todo puede terminar en cualquier momento.

Esto también vale para el tiempo de vida del que disfrutamos.

En general tratamos de alejarnos de todo tipo de cambio, de la incertidumbre y del riesgo.

Procuramos que todo siga igual eternamente (en este caso, eternamente para los mortales significa «mientras estemos vivos»).

Si pudiéramos administrar nuestras vidas con objetividad y racionalidad, podríamos concluir que evitar la incertidumbre es una mala opción.

Cualquier situación que se nos presente como para toda la vida, sería (y lo es en los hechos) tan desmoralizante, aburridora, depresiva como la inmortalidad.

Un divorcio, el egreso de nuestros hijos hacia la constitución de sus respectivas familias, la culminación de una etapa laboral (jubilación), podrían vivirse con más satisfacción (o menos angustia) si pudiéramos comprender que esos eventos no hacen más que enriquecer, fertilizar, estimular nuestras vidas.

Los cambios son situaciones que nos tonifican pero que el instinto de conservación no quiere y por eso molestan tanto.

Es probable que cada vez que nos abocamos a elaborar un duelo debido a ese tipo de pérdidas, este trabajo sea menos pesado, largo y penoso si pudiéramos entender cuánto contribuyen a que nuestra vida sea más divertida, intensa, apasionante.

A esto, algunos le llaman asumir la castración.

Artículos vinculados:

El consumo de mitos analgésicos

Las pérdidas de la ganancia

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martes, 16 de noviembre de 2010

Nos comportamos como perros y gatos

En un artículo publicado este año (1), les comentaba textualmente:

«Alguien ha clasificado los pensamientos de una forma muy simple:

— Existen pensamientos que funcionan de adentro hacia afuera; y

— Existen pensamientos que funcionan de afuera hacia adentro. »

En otras palabras: algunas personas ven lo que quiere ver (de adentro hacia afuera) y otras se someten a la evidencia de lo que registran sus órganos sensoriales (vista, oído, etc.).

Quienes pretendemos aceptar las cosas como son, nos guste o no nos guste, intentamos cancelar el impulso placentero de «ver lo que queremos ver».

Creo que los humanos tenemos ciertas mascotas para disimular algunas características condenables de nuestra especie.

Tanto los gatos como los perros, son polígamos y el macho abandona a su cría.

Efectivamente, los machos humanos también somos polígamos y abandonamos a nuestros hijos, mientras que las hembras, cuando son fecundadas, se ven en dificultades para afrontar las nuevas responsabilidades que se le avecinan, para mantenerse ella con sus hijos.

Nuestras mascotas mamíferas (perros y gatos), se reproducen cuando la hembra convoca a cualquier macho que esté cerca (entran en celo), uno o varios copulan con ella y luego desaparecen o no, pero el hecho es que no establecen un vínculo con ella y las crías que fecundaron.

Así somos los humanos, aunque claro, las normas legales y culturales pretenden deformarnos.

El casamiento es una institución social que intenta atar al hombre a la mujer para que no la abandone, para que la ayude, la proteja, en vez de hacer lo que su instinto le impone, esto es, fornicar con cualquiera e irse a buscar otras.

En suma: tenemos mascotas como representantes de nuestros verdaderos instintos y simultáneamente pregonamos que «los humanos no somos animales», lo cual, pese a quien pese, es falso: somos animales.

(1) La obediencia debida

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lunes, 15 de noviembre de 2010

Cárceles grandes, confortables, autoconstruidas

Hace muchos años participé en una charla (1) en la que se hablaba sobre cómo mejorar la concentración y la velocidad en la lectura.

El expositor resultó muy convincente para mí, cuando comentó lo siguiente:

Si estamos conduciendo un vehículo a muy baja velocidad, podemos mirar el paisaje, hablar con los demás ocupantes, pensar en nuestros asuntos.

Por el contrario, si estamos conduciendo un vehículo a gran velocidad, tendremos prohibido pensar en otra cosa que no sea el manejo. Los acontecimientos se presentarán con poco tiempo para tomar decisiones, deberá aumentar la precisión de nuestros movimientos, nos exponemos a tener un accidente de consecuencias lamentables.

Este argumento fue utilizado por el expositor para hacernos comprender que la lectura lenta, nos distrae y es muy poco lo que captamos del contenido, mientras que si nos exigimos leer con rapidez, inevitablemente aguzaremos nuestra concentración y retendremos mejor lo que leemos.

Por lo tanto: leer (y conducir) rápido, mejora la concentración (aunque el sentido común cree lo contrario).

Este mismo sentido común es el que nos dice que debemos atrincherarnos tras todas las garantías posibles, para mejorar nuestra calidad de vida, evitarnos problemas y disminuir riesgos.

Como todos los extremos suelen ser malos, comentaré con usted algo referido a las consecuencias negativas de ser muy precavidos, de vivir rodeados de protecciones, de evitar todos los riesgos posibles.

El sistema inmunógeno mejora su desempeño si el individuo está en contacto frecuente con agentes patógenos que lo pongan a trabajar para evitar que nos colonicen (enfermen).

De manera similar, agregamos todas las seguridades posibles a nuestra casa para evitar que entren ladrones.

Ser robados es casi tan penoso como enfermarnos. Para evitarlo nos encerramos, logrando de este modo que los delincuentes gocen de una libertad que los honestos perdemos tras las rejas.


(1) Buena memoria para olvidar

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domingo, 14 de noviembre de 2010

¿Qué desea una mujer?

Sofía era la hija de la hermana pobre de una familia numerosa.

Madre e hija concentraban la escasez de dinero, de salud y de afecto, que el resto de los familiares poseía en cantidad suficiente.

Ella sabía que era fea porque el espejo no la engañaba.

Una excesiva delgadez, la total ausencia de senos, el cabello reseco y la piel áspera, la postulaban para ocupar un penúltimo lugar en el reparto de atributos físicos.

Ambas vivían como podían, con una pequeña pensión que habían recibido del marido de la señora (y padre de Sofía) y con las dádivas familiares que no estaban en condiciones de rechazar.

Embaucada por un libro de autoayuda que se apoderó de ella en un momento de escasísimo discernimiento, pensó que Raúl podría corresponder a su infinito amor por él.

Por el contrario, el muchacho no pudo ser más grosero y le repitió todo lo que ella ya sabía de su apariencia, corregido y aumentado por un exceso de soberbia especialmente desconsiderado.

Raúl era amigo o novio de una prima de Sofía. No dejaban de mostrarse, como dos modelos de la mejor ropa, bailando juntos como si ensayaran y exhibiendo cada poco tiempo sus magníficas sonrisas que, nadie podía negarlo, fascinaban.

Sofía, quizá por un rasgo masoquista que completaba su triste descripción, los alentaba para que le hablaran de sus aventuras, de sus éxitos, de lo mucho que disfrutaban juntos.

Quiso la suerte que los poemas que Sofía escribía —atormentada por su penosa situación—, llegaran al gran público con un éxito editorial sorprendente, considerando que este género literario, no es popular.

Con 26 años, no pudo tolerar este brusco cambio favorable en su vida y se suicidó caminando hacia lo profundo del río.

Los derechos de autor multiplicaron los ingresos económicos de la madre.

La señora destinaba el dinero de las poesías, a comprar regalos para los familiares ricos, probablemente, hasta cancelar aquellas dádivas que no tuvo más remedio que aceptar.

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sábado, 13 de noviembre de 2010

Un terremoto no debe ir a la cárcel

Cuando alguien dice «Fulano me hace enojar», está desplazando el eje del asunto erróneamente.

Lo que realmente ocurre es que cierta acción realizada por Fulano, activa en mí algún mecanismo psicológico que incluye el enojo, la furia, la descompensación emocional.

Entonces, yo me enojo por razones personales a partir de ciertos estímulos que me llegan desde el exterior.

Estaremos de acuerdo en que:

— el polen no es responsable de mis estornudos;

— el chocolate no es responsable de mi sobrepeso;

— el terremoto no es responsable de que mi casa se haya derrumbado.

Sin embargo, entendemos que cuando la acción que identificamos como causa de nuestro infortunio, es realizada por un semejante, entonces esa persona es responsable y estamos en condiciones de afirmar que «Fulano es el culpable».

En estas circunstancias, los hechos están previamente organizados por los usos y costumbres:

— Un culpable debe ser juzgado para determinar la importancia de su culpa;

— Determinada la importancia de la culpa, habrá de determinarse la sanción (castigo) proporcional a la culpa;

— Se ejecutará el castigo;

— El damnificado (la víctima), no recibirá ninguna reparación tangible que lo indemnice de la pérdida sufrida, sino que recibirá el placer de ver que el culpable sufre igual que él;

— Como esta indemnización es groseramente tonta, se argumentará que esa venganza oficializada por las leyes, en realidad cumple el objetivo de educar al causante-culpable así como también, disuadir a otros de provocar un perjuicio similar.

Claro que, como toda acción groseramente tonta, no cumplirá su objetivo sino que será inútil, y —en el peor de los casos—, contraproducente.

En suma: es muy probable que el libre albedrío no exista, sino que las personas seamos parte de la naturaleza y que nuestras acciones (aunque nos disguste imaginarlo), estén en el mismo orden del polen, el chocolate o el terremoto.

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viernes, 12 de noviembre de 2010

La sexualidad femenina es sagrada

En un artículo de reciente publicación (1), les comento que, desde el punto de vista lingüístico y considerando exclusivamente a las religiones judeo-cristianas, existe una llamativa relación entre la sexualidad y la religiosidad, a pesar de que esta parece dedicada a reprimir y criminalizar la actividad sexual no reproductiva.

La asociación entre sexualidad y religiosidad, surge porque los órganos genitales están contenidos en la pelvis, uno de cuyo hueso se llama sacro, vocablo que también refiere a lo sagrado, el sacrificio y lo sacrosanto.

Es conocido por todos que los humanos discriminamos los derechos sexuales de los hombres de los derechos sexuales de las mujeres.

Aunque queda bien defender públicamente la igualdad de los sexos, esta es una actitud falsa, hipócrita, que está de moda.

Continúa vigente la aspiración más profunda de que la mujer debe ser monógama mientras que el varón puede ser polígamo; él puede ser más promiscuo que ella; una puta es una mujer que envilece (degrada) su cuerpo mientras que el masculino (puto) es alguien que toma una opción sexual.

Observemos que la anatomía ósea, encierra los genitales femeninos y libera los masculinos.

Si observamos estos rasgos anatómicos, podemos constatar que los órganos reproductores femeninos están encerrados dentro de ese caparazón óseo, mientras que los órganos reproductores masculinos están por fuera. Podríamos decir entonces que son libres.

Si vinculamos el eje temático del artículo mencionado y este, es posible postular que el lenguaje ha consignado (homologado, convalidado) con el uso del vocablo sacro, algo que podría estar dado por la propia naturaleza de los cuerpos: la sexualidad femenina es sagrada (está encerrada por el sacro) mientras que la masculina no lo es (está por fuera del sacro).

Esta interpretación de los hechos es relativamente coherente y explica cómo valoramos a uno y otro sexo.

(1) La sexualidad sacrosanta

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jueves, 11 de noviembre de 2010

La psicología es difícil por ser muy sencilla

La psicología no es una ciencia exacta pero despierta tanta admiración y rechazo como la matemática.

Es admirable para muchas personas la capacidad que puede desarrollar un psicólogo para entender la conducta de los humanos y es rechazada porque obliga a quienes pretendan utilizarla, abordar temas que estratégicamente son ignorados, negados, ocultados.

El único curso que hace falta para saber psicología, fue determinado hace milenios. Simplemente: «Conócete a tí mismo».

Aquellos que están dispuestos vocacionalmente a estudiar esta rama del saber, suelen adoptar uno de estos dos caminos:

1) Se dedican a leer, estudiar, comprender, memorizar lo que han dicho otros psicólogos que se dedican a escribir lo que saben y que además, otros estarían dispuestos a comprar (condición esencial para escribir un libro: que sea vendible);

2) Se dedican a entenderse a sí mismos, tomando en cuenta o no lo que han dicho quienes pertenecen a la industria de trasmitir conocimientos aceptables para los clientes-lectores.

Claro que la receta «conócete a ti mismo» merece una mínima aclaración: Todo lo que uno sabe de sí mismo no implica saberlo de los demás.

Por ejemplo, si soy un padre muy severo porque estoy convencido que el rigor y la justicia son valores imprescindibles para perfeccionar la convivencia, no puedo suponer que eso sea verdad y mucho menos que aquellos que opinan diferente, están equivocados.

El conocimiento más valioso que necesita poseer un psicólogo de sí mismo, refiere al grado extremo de vulnerabilidad que posee (porque es humano) y cómo se las ingenia para sobrevivir sin recurrir al engaño, a la mentira y a la negación, como aprendemos desde pequeños y casi por intuición.

Al paciente escuchado por quien lo entiende y justifica, no le falta nada más que un poco de tiempo para encontrar su verdad personal (aunque no universal).

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miércoles, 10 de noviembre de 2010

El AMOR atAMORizado

En un artículo publicado hoy (1) les comento algo sobre las metáforas: fenómeno mental inconsciente, que eventualmente puede ser consciente para embellecer la literatura haciendo comparaciones poéticas.

Les decía que la figura paterna ingresa en nuestras vidas con una actitud desagradable, porque todo nos lleva a pensar que, aquella relación idílica que teníamos con nuestra madre, fue impiadosamente cortada por este hombre a quien ella presta tanta o más atención que al hijo.

Alguien podría preguntarse, porqué esta figura tan antipática y contraria a nuestros intereses, algún día termina siendo amado.

La mayoría de las veces, la madre sigue siendo la figura central de nuestra vida afectiva y la mayoría de las veces, el padre es también un familiar querido, aunque no tanto como lo es ella.

¿Por qué ese cambio de actitud respecto al padre? ¿Por qué un ladrón de nuestra madre, alguien que se prevalece de su mayor tamaño para desplazarnos abusivamente, termina siendo querido?

Existe un factor relacionado con las afinidades. Por ejemplo, puede ocurrir que nuestra madre, que en principio se nos presentó como el modelo ideal de lo que uno ama, luego se vuelve antipática, gritona, injusta, incoherente, insegura, descuidada, desagradable.

En general esto no es así: la relación madre-hijo es muy buena en la mayoría de los casos.

Por lo que he podido saber, amamos a nuestro padre porque no tenemos más remedio, por miedo, hipócritamente.

Para poder sobrevivir en esa casa (nuestro hogar), es obligatorio llevarse bien con el que manda, trae el dinero y es más grande.

En otros artículos les había mencionado el Síndrome de Estocolmo (2), caracterizado porque los rehenes de un secuestro se ponen de parte del secuestrador y en contra de quienes trabajan para liberarlos.

La identificación con el agresor (la alianza con el enemigo), es un recurso de nuestro instinto, de nuestra psiquis, desarrollado para sobrevivir.

(1) La impopular figura paterna

(2) El síndrome de Estocolmo

Los vasallos del feudo médico

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martes, 9 de noviembre de 2010

El álbum de fotos familiares

En otro artículo (1) les proponía entender algo divertido de nuestra mente, haciendo una comparación con el juego llamado caleidoscopio.

Ahora les propongo algo similar.

Si usted logra ubicarse entre dos espejos que estén casi paralelos, podrá ver repetida su imagen, una de frente y otra de atrás, hasta el infinito (imagen).

Al igual que con el caleidoscopio, este es un fenómeno visual que no significa más nada que eso: la repetición de reflejos dada la particular ubicación de los espejos y del objeto reflejado (uno mismo).

Ahora pensemos en algo referido a nuestra psiquis.

Esas imágenes nuestras que se repiten hasta el infinito, cada vez más chicas, hasta que nuestra vista deja de verlas por lo pequeñas, pueden darnos una idea sobre cómo se construye nuestra personalidad.

Casi todos los animales con Sistema Nervioso Central, padecemos transformaciones orgánicas (neuronales y hormonales), que nos predisponen (condicionan), para repetir las experiencias favorables a nuestra existencia y para evitar las experiencias desfavorables a nuestra existencia.

A este proceso, le damos —entre otros— el nombre de aprendizaje.

Repetimos lo que nos gusta y evitamos lo que nos disgusta.

Por lo tanto, (si bien, «sobre gustos no hay nada escrito») podemos decir que nos gusta lo que nos hace bien y evitamos el resto.

Nuestra personalidad es la acumulación organizada y armónica de todas las características que hemos ido conociendo de otras personas.

Esa sucesión infinita de nuestra imagen en los espejos, representa (podemos compararlo con) a lo que hemos copiado (imitado) de nuestra madre, del tío solterón, de la profesora de literatura, de un cierto religioso, político o artista.

El instinto de conservación, proveedor número uno de estímulos para protegernos y vivir bien, capturó esas características, las incorporó a nuestra forma de ser y las consolidó en lo que es nuestra personalidad actual.

(1) La filosofía profunda, simplificada

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lunes, 8 de noviembre de 2010

La sexualidad sacrosanta

De las múltiples actividades que realiza el animal humano, existen dos que parecen opuestas en un punto: el arte y la religión.

El arte piensa en la vida mientras que la religión piensa en la muerte.

El arte entrega bienestar ahora y la religión promete bienestar para el (supuesto) más allá.

Ambos hacen aportes muy valiosos a la calidad de vida de las personas que aún están vivas y —me animaría a decir— que ambos no hacen ningún aporte a las personas que están muertas.

Pero este no es más que un tema de creencias, que, como decimos los más hipócritas, son respetables.

En varios artículos anteriores (1) he comentado con ustedes que los seres humanos, al igual que cualquier otro ser vivo, tiene por objetivo (misión) conservarse: como individuo y como especie.

Por lo tanto, la sexualidad es una actividad esencial, tan importante como alimentarnos, defendernos de otros seres vivos que apetecerían colonizarnos o devorarnos (grandes o microscópicos seres vivos), y poca cosa más.

Si bien, como decía más arriba, el trabajo más importante de la religiones (me refiero exclusivamente a las judeo-cristianas), es la preparación para la muerte y la vida incorpórea, creo (¿creencia?) percibir que las religiones se interesan mucho por la sexualidad (por la vida), si bien lo hacen dando grandes rodeos, interponiendo opiniones contradictorias, agregándole prejuicios, tabúes, prohibiciones.

Efectivamente, lo más sagrado para las religiones es lo sexual, aunque no lo dicen expresamente sino indirectamente.

La pelvis contiene y protege los órganos genitales de hombres y mujeres, e incluye un hueso denominado precisamente sacro.

Esta coincidencia supongo que no es casual, porque si bien los humanos preferimos complicar las cosas en desmedro de simplificarlas, intuimos que nada es más importante que la sexualidad.

Por eso es tan sagrada y sacrosanta.

(1) Ver blog especializado en el tema, titulado La única misión.

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domingo, 7 de noviembre de 2010

La muerte de Albertito

Luego de estar reunidas un buen rato, sin que yo pudiera salir a la calle porque mi madre me había hecho señas severísimas para que no atravesara la sala donde se reunían, apareció en mi dormitorio para decirme con una dulzura escalofriante: — ¿Puedes venir, Albertito?

Sabía que este estilo de convocatoria, eran de mal pronóstico.

— ¿Recuerdas a la señora Leonor Vitruvio de Madariaga? — me preguntó como para romper el hielo y entrar en tema, simultáneamente.

— No, —dije, pensando que quizá tendría que haber dicho que sí.

— Mira Albertito —continuó, casi sin prestarle atención a mi insignificante respuesta— su marido, que Dios lo tenga en la Gloria, falleció hace hoy un año y hemos pensado con ella, que tú podrías ser su esposo para acompañarla, para protegerla, para ser su médico personal como lo era el difunto y para encargarte de los asuntos que heredó. ¿Qué dices? —concluyó como diciendo: «Firma acá».

Entonces me casé con la señora Leonor, que pasó a ser mi señora, es decir mi superiora, quien seguía rigurosamente las instrucciones que le suministraba mi madre sobre cómo tratarme.

Los hijos de la señora Leonor, estaban todos en el extranjero, trabajando o malgastando la fortuna heredada.

Cuando se enteraron de la decisión que había tomado su madre, comenzaron a llegar llamadas telefónicas, e-mails y mensajes al celular.

En menos de cuarenta y ocho horas, la más chica, Matilde, entró —usando su llave—, en nuestro lujoso apartamento.

Una campaña publicitaria muy exitosa (EE.UU. - 1929), terminó convirtiéndose en un comic de gran difusión.

Popeye —el protagonista—, ingería unas espinacas cuando era inminente su fracaso ante la adversidad, tonificándose de tal forma que se volvía invencible.

Matilde fue para mí, exactamente lo mismo que las espinacas milagrosas lo eran para Popeye.

Entonces, Albertito murió sin gloria y nació Alberto.

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sábado, 6 de noviembre de 2010

Las mejores madres, no tienen orgasmos

Aunque uno crea que puede imaginar la propia muerte, en realidad no puede.

Lo más que logramos es «vernos» como un ser vivo que representa el papel de muerto.

La explicación de este fenómeno es que el inconsciente, no contiene la representación de la muerte propia.

Aunque las mujeres parecen no hacerse tanto drama como nos haríamos los varones sin nos ocurriera, muchas de ellas son anorgásmicas (casi nunca tienen orgasmos o directamente, no lo conocen).

Quienes tienen esta particularidad, igualmente desean tener relaciones sexuales porque la situación en sí las complace y hasta pueden sentirse gratificadas de su participación en el orgasmo del varón que las acompaña.

Ellas son tan importantes para la conservación de la especie, que tienen una vida más complicada que los varones.

Creo que estaremos de acuerdo en pensar que la cultura occidental, ve con buenos ojos que los varones gocemos abiertamente del placer sexual, mientras que nos gustaría que ellas no se distrajeran de sus obligaciones (maternidad, alimentación, cuidados, higiene, salud).

Dado que nuestra madre es el personaje más importante en la construcción de nuestra psiquis, desarrollo de nuestros afectos y en la incorporación a la cultura, es probable que todos deseemos poder decir que:

«Mamá pensó en mí; me deseó mucho; me quiso tan sólo con pensar que yo nacería. Cuando estaba con papá —que sólo pensaba en disfrutar como corresponde a todos los varones—, le ofreció que disfrutara de su cuerpo para poder lograr el sueño de traerme al mundo. Después papá también me quiso porque gustó de mí».

En suma: « … una madre tan buena como la mía, no fornica por placer sino por amor al hijo que vendrá, como me paso a mí. Por eso ellas, si son buenas mujeres y madres, no deberían gozar ni tener orgasmos».

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viernes, 5 de noviembre de 2010

La gorda libertina y el gordito simpático

Los animales no humanos, tienen sexo con la misma actitud que comen, duermen, orinan o defecan.

Los animales humanos, tenemos sexo y evacuamos a escondidas, dormimos en lugares preferentemente apartados y podemos alimentarnos en público.

Ya lo he mencionado varias veces: disimulamos ser animales.

Además de las características ya mencionadas, hay una que es determinante: los animales no humanos están prisioneros del instinto (no pueden dejar de hacer lo que tienen programado), mientras que los humanos (supuestamente) somos libres de hacer lo que queramos.

Negamos rotundamente estar determinados por factores ajenos a nuestro control.

Necesitamos creer que poseemos libre albedrío, aunque paguemos los costos de sentirnos responsables de lo que hacemos y culpables por lo que nos sale mal.

A partir de la creencia en el libre albedrío y de negar que estamos determinados por factores ajenos a nuestro control (instinto, casualidad, herencia, naturaleza), surgen infinitas consecuencias.

Por ejemplo, a una embarazada tenemos que felicitarla porque nos sentimos obligados a reconocer que es la única forma de conservar la especie.

Sin embargo, en el fondo, reprobamos que tuvo sexo. Si bien no cometió un atentado al pudor, es obvio que fornicó y eso, hasta cierto punto, no deja de ser algo que hacen los animales.

Pero además, una embarazada tiene cuerpo de obesa, y por este motivo también merece la reprobación de los humanos fundamentalistas.

Una mujer obesa es alguien que no controla lo que come, quizá sea una persona que no hace ejercicio porque es haragana.

De esto es posible deducir, que tiene una vida licenciosa, porque si no sabe dominar su gula, tiene tanto descontrol como los animales esclavos de sus instintos.

Como no podemos criticar a la embarazada por haber fornicado, criticamos doblemente a la obesa.

Paradoja: Los varones obesos, sin embargo, suelen ser unos «gorditos simpáticos».

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jueves, 4 de noviembre de 2010

Dios creador de vacíos estimulantes

Cuando me pongo a pensar, tomo alguna idea que el sentido común considera verdadera (un refrán, por ejemplo), y reflexiono sobre ella tratando de encontrar qué omite y qué propone.

Hoy estuve pensando en Dios.

Este personaje responsable de la creación y poseedor de todas las cualidades que los humanos valoramos, nos propone un modelo de conducta, de actitud, de ética.

Quienes dicen saber qué opina Dios sobre la vida de los humanos en el planeta Tierra, me parece que proyectan en él justamente lo que juzgamos como lo mejor, lo perfecto, lo inmejorable.

A veces, lo que imaginamos de Él, adolece de contradicciones internas. Por ejemplo, aunque es muy bondadoso, permite que una madre fallezca en el parto.

Algunos abogados de Dios salen al cruce para decir que

— lo imperfecto no puede contener lo perfecto, es decir que,

— los humanos (imperfectos) no podemos entender totalmente a Dios (lo perfecto).

Sin embargo, podríamos pensar algo distinto.

Cuidándome de no menoscabar el prestigio de quienes dicen ser los que saben la verdad sobre Él, es respetuoso opinar algo como lo siguiente:

En una primera etapa, Dios creó los materiales que existen en el Universo, pero ahora, es creador de carencias, huecos, faltas.

Bajo esta concepción, ahora sería, por ejemplo, el creador del hambre, a partir de la cual, cada uno busca cómo saciarla, según su mejor criterio, con los materiales existentes.

Con esta concepción, Él sólo es creador de vacíos, huecos, necesidades, deseos, que movilizan todo lo existente para rellenarlos y saciarlos, según la ocasión, las circunstancias, la capacidad, los recursos disponibles.

Este Dios que propongo, es el creador de oportunidades para que cada uno se autoconstruya.

Dios dejó de crear y ahora sólo estimula nuestra reacción generándonos carencias.

En suma: Dios no alimenta sino que nos estimula con el hambre.

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Todos los muertos fueron buenos

Éxito tienen casi todos los que fallecen ya que, por algún motivo, siempre los juzgamos con benevolencia.

Así hayan tenido una existencia de resultados cuestionables, criticables y hasta condenables, el deseo de apaciguar la imaginaria malignidad de su espíritu, nos lleva a realizarle homenajes que en vida habrían sido groseramente hipócritas, adulones o injustificados.

La palabra éxito deriva del latín. Por un lado «exitus» significa ‘salida’ y «exire» significa ‘salir’.

Es muy conocida la palabra ‘exit’ en inglés, porque las vemos en las puertas para señalar el lugar de ‘salida’.

Por supuesto, más conocido es el significado en castellano, en especial cuando se refiere a la aceptación que tiene alguien (artista, político, deportista) o algo (producto, marca, empresa).

Teniendo en cuenta estas definiciones (aceptación y salida), contamos con dos formas de buscar el éxito.

1) Lo buscamos procurando la popularidad, ser amados, reconocidos, aplaudidos, mirados, referenciados, consultados; y

2) Lo buscamos de forma muy poco notoria, contando con la inevitable muerte (salida) y sus consecuencias favorables, en lo que refiere a la habitual aprobación que se hace de quienes han fallecido, olvidando en muchos casos, características o acciones condenables.

Podemos contar con un éxito en vida (aceptación) y otro —derivado de su acepción original que refiere a ‘salir’, ‘desaparecer’—, es decir, las consecuencias resultantes de cómo los sobrevivientes tratamos a los fallecidos (generosa, tolerante y benigna aprobación posterior a la muerte).

Por lo que podemos saber, el éxito en vida tiene características muy deseadas por nuestro narcisismo, pero también nos impone exigencias, privaciones y esfuerzos, que no tienen nada de agradable.

En suma: Hay personas capaces de buscar, conseguir y soportar el éxito en vida, y otras —menos notorias—, que se conforman con el éxito que —casi inevitablemente—, obtendrán tan solo muriendo.

Nota: A los funerales de José Stalin (líder soviético – [1879-1953]) concurrieron millones de ciudadanos, aunque también se decía de él que había ordenado la ejecución de millones de pesonas.

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martes, 2 de noviembre de 2010

«Sí señora, voy corriendo»

En un artículo publicado con el título Sabemos mucho de gays y poco de lesbianas, incluía una idea que textualmente dice:

« … podríamos decir con Jacques Lacan que «heterosexual es cualquiera que desee a las mujeres».»

Este punto de vista es diferente al clásico, que se limita a pensar la sexualidad como una diferencia de anatomías y de roles.

Para la inmensa mayoría, este tema está cerrado hace siglos: el varón debe gustar de las mujeres y la mujer debe gustar de los varones.

Con esta idea tan sencilla, hemos llegado vivos hasta ahora y esa es razón suficiente como para no eliminarla.

Sin embargo, es posible pensar algo más, sin necesidad de anular una doctrina tan popular y efectiva.

En varios artículos (1) he mencionado que no somos igualmente importantes para la única misión que nos compete, esto es, conservarnos como individuos y como especie.

Si aceptamos como hipótesis de trabajo, que la heterosexualidad está determinada por el único rasgo de desear a la mujer, no solamente estamos diciendo que si las mujeres no desean a las mujeres, son lesbianas, sino que también estamos invirtiendo una práctica habitual de nuestras culturas, y que se refiere a la romántica concepción de que es el varón quien seduce a la mujer.

Desde mi punto de vista, no solamente son las mujeres las que elijen al o a los varones que a ellas les interesan, sino que nosotros deberíamos atenernos a sus decisiones, con la humildad que se espera de este ordenamiento jerárquico.

Si ellas nos convocan, tenemos que ir y hacer lo posible por satisfacerlas, dentro de nuestras posibilidades reales (salud, fortaleza, disponibilidad económica, nivel de heterosexualidad, apego a las leyes).

Claro que para eso, los seres humanos no podríamos ser propiedad (esclavos) de nadie (monogamia).

(1) Es así (o no)

La homosexualidad y la infidelidad

María sedujo a José para justificar lo de Jesús


La pobreza es causada por la monogamia

El hombre no existe

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lunes, 1 de noviembre de 2010

La cotización de los seres humanos

Para un niño de 8 años, puede resultar una pregunta ingeniosa: «¿Qué es más pesado, un kilo de plumas o un kilo de arena ?».

No demorará en darse cuenta que si ambos pesan un kilo, ambos pesan lo mismo.

El ingenio consiste en evitar la apreciación subjetiva y generalizante, de que las plumas son más livianas que la arena .

Sorteado ese obstáculo que interpuso el preguntón, el niño podrá focalizar su atención en el dato más significativo, que es la cantidad (peso) de cada especie (plumas y arena).

Las democracias representativas con las que nos organizamos la mayoría de los países, apelan a la elección de un número reducido de personas para que se encarguen de crear y hacer cumplir ciertas normas de convivencia que afectan a todos los habitantes.

Por ejemplo, un pueblo de un millón de habitantes, elige a cien personas, las que estarán encargadas de dirigir las acciones del millón.

Es posible pensar entonces que el poder de todos está concentrado en ese pequeño grupo de gobernantes.

Si volvemos al ejemplo de las plumas y la arena , podemos intercambiar las especies y preguntar: «¿Quiénes tienen más poder, el millón de habitantes o los cien gobernantes?»

Y acá nos encontramos con una respuesta que no sigue la lógica de los objetos materiales (plumas y arena), porque la respuesta correcta es que, si bien los cien representan al millón, por ese hecho, tienen más poder unos pocos que todos los demás juntos.

Nuestra mente no solo realiza comparaciones —por más odiosas que las declare a voz en cuello—, sino que se guía por ellas.

En los hechos, los ciudadanos no somos todos iguales.

Nos guste o no nos guste, cada uno de esos cien ciudadanos es más valioso que cada uno del millón restante.

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