miércoles, 30 de noviembre de 2011

«Falo» no significa «pene»

Decir que el «falo» es lo mismo que el «pene», denota un prejuicio machista, implica suponer que sólo los varones tienen poder. Como los niños aún no tienen prejuicios machistas, no confunden «falo» con «pene».

Los pequeños van entendiendo que algo diferencia a los niños de las niñas, pero no estarán pendientes de sus genitales hasta que descubran que tocándolos (masturbación) obtienen placeres iguales o superiores a las golosinas, sin que los adultos tengan que estar molestando con el cuidado de la dentadura o con que «hay que comer la comida».

Los niños perciben con claridad la diferencia de «poderes» que existe entre papá y mamá, pero no perciben con claridad que los padres tienen genitales diferentes.

Por ejemplo, perciben que papá tiene más fuerza física que mamá, que tiene la voz más «gruesa» (grave), que inspira más temor, que usa el auto más veces, que en la casa hace menos cosas que ella, que dispone del control remoto del televisor y otros indicios que para la lógica infantil lo convencen de que papá es más poderoso que mamá.

Para el pequeño quien detenta más poder es el mejor; el más alto es más fuerte que el más bajo; una voz grave tiene más poder que una voz aguda («fina»), quien maneja es líder, conductor, jefe.

Los niños no son machistas. Ellos separan el mundo en fuertes y débiles, ricos y pobres, sanos y enfermos, reyes y súbditos.

En psicoanálisis decimos que esos atributos positivos para el pequeño están representados por el «falo», pero los adultos, con el concepto de «machismo» incorporado, creemos que el «falo» es lo mismo que el «pene». No es así: los niños tienen razón.

Una persona valiosa, fuerte, líder, poderosa, que dispone de los atributos genéricamente simbolizados por el «falo», puede tener pene o vagina.

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martes, 29 de noviembre de 2011

La falsedad imprescindible

Las dificultades para sentir amor hacen que el 90% de las mentiras sean provocadas por sus propias víctimas.

Días pasados les comentaba que ningún gobernante inteligente quiere que sus gobernados sean «ilustrados y valientes» (1). Para poder realizar su gestión con el menor esfuerzo posible, como corresponde a cualquier ser humano mentalmente sano (2), tratará de que el pueblo sepa lo menos posible, tenga una información escasa y sea preferentemente cobarde para disminuir las posibilidades de rebeliones que terminen en un derrocamiento.

Si nos cuesta entender esto y preferimos idealizar a nuestros líderes, imaginándolos sabios, valientes, honestos, nobles, bienhechores incondicionales de su pueblo, es porque nuestra capacidad de amar está muy descendida.

Efectivamente, si podemos amar al ser humano tal como es (mezquino, mediocre, haragán, deshonesto), no solamente podemos tener una visión más realista de nuestro valor personal (humildad), sino que también podremos aceptar que nuestros gobernantes sean y necesiten ser egoístas y mentirosos para poder realizar su complicada tarea.

Esto tiene una consecuencia interesante: no solamente nuestros gobernantes son tan mentirosos como todos y cada uno de sus gobernados (usted, yo, los demás), sino que lo que realmente ocurre es que nuestra incapacidad para aceptar las cosas como son nos lleva a imponerles, con gran disimulo, la obligación de ocultar lo que no queramos ver.

En la relación gobernantes-gobernados ocurre entonces lo que ocurre en cualquier otro vínculo: las personas que no pueden aceptar las particularidades desagradables de vivir (3), generan las condiciones para que los demás les mientan.

El disgusto con la mentira ocurre cuando algún hecho desafortunado nos enfrenta a la verdad que veníamos evitando exitosamente.

En suma: aunque el amor es un sentimiento ingenuo, cursi y tonto, conserva la ventaja que nos induce al realismo más cómodo, el menos penoso y esforzado, más económico y disfrutable.

(1) Un gobernante necesita mentir

(2) Sobre la indolencia universal

(3) Blog destinado a las molestias de la vida

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lunes, 28 de noviembre de 2011

Faenamos por amor o rencor

Existe una llamativa coincidencia: faenamos y comemos animales herbívoros (vegetarianos) y son animales carnívoros los que mimamos como mascotas.

Casi todas las ideas psicoanalíticas que pasan por mi cabeza van dirigidas a cumplir algún fin práctico, excepto esta que habré de comentaros. Aunque con buena voluntad de vuestra parte puede tener algo de divertida y esa característica no es menor.

Si observamos la vida cotidiana constatamos que nos alimentamos con carne proveniente de la faena de animales herbívoros (vacas, corderos, lechones, aves), mientras que las mascotas que nos acompañan con igual o superior nivel de aceptación que los semejantes, son carnívoras (perros y gatos).

Nuestro inconsciente tiene algunos funcionamientos extraños respecto a la antropofagia.

Nos parece horrorosa pero aplaudimos la gesta de quienes sobrevivieron a la Tragedia de los Andes (1972). No solamente no hubo un escándalo cuando se supo que los muchachos habían comido el cuerpo de los fallecidos sino que continúan aún hoy (2011) dando conferencias y vendiendo libros. (1)

También constatamos que algunas abuelas y tías expresan mejor su amor cuando dicen «¡El nene es divino, me lo comería!»

En suma 1: Tenemos ante la antropofagia un sentimiento ambivalente, dual, incoherente: La aceptamos y la rechazamos, con énfasis.

Por lo tanto, puedo sugerir las siguientes dos hipótesis (inútiles aunque innecesarias):

1) Matamos y nos comemos a los animales que menos nos aprecian porque no nos comerían (herbívoros: vacas, corderos, pollos), mientras que recibimos con todos los honores (mascotas) a los que serían capaces de aceptarnos al extremo de comernos (como una tía o como un caníbal) (carnívoros: perros y gatos).

2) (Sentimiento opuesto): Amamos tanto a los animales que NO nos comerían (vacas, etc.), que los devoramos. Por el contrario, sometemos a nuestra subordinación para mantenerlos a raya a los peligrosos carnívoros (Síndrome de Estocolmo) (2).

(1) El ser humano es omnívoro
(2) El síndrome de Estocolmo

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domingo, 27 de noviembre de 2011

La geisha occidental

— No sé, mirá, yo no me arrepiento de nada e insisto que tu madre está equivocada. Ella tuvo las mismas opciones que yo pero eligió otro camino.

— ¿Cuánto hace que no se hablan?

— ¡Qué sé yo! Diez o doce años, quizá.

— Ella dice que no comparte tu filosofía de vida. Ha llegado a decir que eres la vergüenza de la familia.

— Sí, me lo han contado, pero bueno, si naciera de nuevo haría otra vez lo mismo, ¿qué querés que te diga?

— Nunca hemos hablado sobre cuál es «tu filosofía de vida».

— Es muy sencilla. Tu abuela quería que las dos fuéramos niñas modelo, educadas, estudiosas, que nos casáramos para tener hijos y hacer de nuestros hogares un santuario para nuestros maridos, pero a mí los niños me molestan como a tantas mujeres. Si vamos al caso tampoco me gustan mucho los hombres, pero de algo hay que vivir.

— ¿Quieres decir que el vínculos con los hombres es un trabajo?

— ¡Por supuesto! Ellos son más hábiles que nosotras para ganar dinero y como nunca abandonan por completo su niño interior, pagan lo que sea por la atención de mujeres que les hagan creer que son maravillosos.

— ¡Qué cosas dices, tía!

— Es la verdad. Ellos desean tener una familia para reproducir el hogar de su infancia pero los que ganan más dinero no pueden privarse de una amante y pagan lo que sea por mantenerla.

— Ahora entiendo la furia de mi madre hacia tí.

— Vos sos muy joven. Tenés la edad que tenía yo cuando me fui de casa con un judío treinta años mayor que yo pero con una fortuna incalculable.

— ¿Te gustan los mayorcitos?

— No es que me gusten, me sirven. Los judíos son genios haciendo dinero, adoran sentirse culpables e idolatran a una madre sufriente. Teniendo una amante ya tienen la cuota de culpa que necesitan y para que supongan que la amante es una mártir como la madre, tenés que administrar el sexo anal.

— ¿CÓOOMO?

— Claro, tenés que hacerles creer que sólo a ellos se lo permitís, que te duele mucho pero que gozas viéndolos disfrutar. Luego simulás dificultades para sentarte y creerán que su pene es enorme.

— Sigo entendiendo las críticas de mamá.

— No, no las entendés. Si hace años que no me habla es porque su única hija pasa más tiempo conmigo que con ella.

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sábado, 26 de noviembre de 2011

Nuestra novela y nuestro protagonismo

Los humanos vivimos representando teatralmente al protagonista de una novela que hemos redactado con lo que imaginamos de la realidad.

Nuestra fantasía se encarga de redactar la novela (obra literaria) en la que actuamos como protagonista, paralelamente a que la realidad y la naturaleza nos imponen qué hacer y qué no hacer en cumplimiento de sus leyes ineludibles.

Los optimistas se imaginan la vida como una comedia (todo termina bien); los pesimistas se imaginan la vida como una tragedia (todo terminará mal); otros prefieren la novela negra (o policial), en la que predominan los delitos, las culpas, los juicios, las condenas, los castigos.

Esa novela compensa la falta de información sobre qué será de nosotros, con un guión imaginado, ideal.

Como son construcciones personales (que todos hacemos), su intención primordial es la de apaciguar las molestias de la incertidumbre así como también quitarle un poco de malestar a la vida real que de por sí suele ser bastante incómoda.

Por esta particularidad de imaginarnos lo que ocurre y lo que ocurrirá, es que a veces se nos va la mano e imaginamos que podemos llegar a tener placeres tan maravillosos, explosivos y sobrenaturales, al extremo de ser autodestructivos.

En estos pasajes tan excitantes de nuestra novela personal, intercalamos la creencia de que realmente puede ocurrirnos el sentir una felicidad de tal magnitud que se convierta en mortífera.

Dentro de la misma novela construimos formas de limitar esos placeres terminales. Por eso creemos conveniente dar un giro al guión para que el protagonista que imaginamos (nosotros mismos) tome precauciones para evitar ese placer ideal, el goce, la felicidad.

Por lo tanto, en ese guión que construimos para compensar la angustiante incertidumbre sobre qué será de nosotros, representamos con apasionante realismo a un personaje que sufre por temor a morir de placer.


Nota: La imagen corresponde al final del film El show de Truman, cuando el protagonista se da cuenta que estuvo viviendo una película sin saberlo.

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viernes, 25 de noviembre de 2011

Matrimonios sin nuevos hijos

Las parejas que se forman sin proyecto reproductivo deben hacer contratos con cláusulas especiales.

Por mi edad (67 años en 2011), estoy especialmente vinculado con personas de mi franja etaria. Con ellas no solamente compartimos códigos de comunicación sino también vivencias familiares y corporales.

A nivel profesional dialogan conmigo personas mayores de treinta años, quizá porque imaginan que sé mucho por experiencia propia, lo cual es un poco cierto.

Finalmente, como la mayoría de los internautas son muy jóvenes, trato de escribir para personas mayores de quince años, lo cual no siempre logro.

Con todos ustedes comparto una idea que puede interesar a varios.

— La pareja humana está instintivamente necesitada de reproducirse.

— Esta tarea está pésimamente mal repartida por la naturaleza pues la mujer soporta mucho más de la mitad del esfuerzo y de la responsabilidad.

— El varón, insisto, por naturaleza no tiene mucho interés en procrear excepto por el placer sexual que disfruta en el coito.

— Las sociedades hemos tratado de estimular y coaccionar al varón para que ayude a la mujer y lo hacemos de una manera ineficiente: tan solo le concedemos el honor de que los hijos lleven su apellido antes que el de la madre a cambio de que provea, proteja y sea monógamo.

— Esta mala solución (concederle al varón el honor de poner su apellido a los hijos), tiene los resultados observados: ellos no se involucran, son infieles, omisos, excepto algunos casos dignos de aplauso.

— Extrañamente, cuando la mujer da por terminada su etapa reproductiva, sigue esperando encontrar hombres proveedores, protectores y monógamos, siendo que aquellas escasas compensaciones (apellidar a la prole), estarán ausentes.

En suma: cuando varones y mujeres desean unirse, asociarse, apoyarse mutuamente, el dato fundamental para redactar el contrato es determinar si ella fecundará hijos con el apellido de él o no.

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jueves, 24 de noviembre de 2011

Un gobernante necesita mentir

La educación del pueblo JAMÁS será favorecida por los gobernantes pues estos dependen de la ignorancia popular.

Intentemos ser buenos, considerados, generosos, aunque más no sea por unos instantes.

Les pido esta excepción para comprender a nuestros gobernantes con más benevolencia, ponderación, AMOR.

Ellos son personas tan esclavas de su vocación de poder que acaban convirtiéndose en cautivas.

El fenómeno es semejante al carcelero, quien por ser excesivamente celoso de su función, termina tan encerrado como los mismos reclusos que están ahí cumpliendo una condena, pagando una deuda con la sociedad.

Los gobernantes de una república democrática que los elige por voto secreto y universal (sin excluidos), tienen que realizar la imposible tarea de tomar decisiones antipáticas sin enojar a los votantes... algo tan difícil como atarse los cordones de los zapatos sin dejar de correr.

Como la misión a realizar es imposible, forzosamente tienen que valerse de la mentira, el doble discurso, la hipocresía.

Si les pedí generosidad extrema en el primer párrafo fue porque ellos tienen que utilizar recursos extremos para realizar una tarea extremadamente compleja.

Pero como distorsionando algunos datos, utilizando eufemismos y ocultando información, no es suficiente, tienen que tomar medidas, que si fueran divulgadas, serían neciamente repudiadas por los electores y posteriormente castigadas votando al partido opositor.

Pongo un sólo ejemplo aunque enorme e importantísimo.

Un gobernante debe decir que hará hasta lo imposible para que los ciudadanos sean «tan ilustrados como valientes».

Esta expresión de deseo merece ser esculpida sobre la roca, ocupar la primera plana de los diarios, entronizar a quien la formule, pero en los hechos estará condenada al fracaso porque un gobernante JAMÁS agregará dificultades a su tarea imposible, permitiendo que los gobernados piensen por sí mismos, razonen, estén informados y mucho menos que sean tan valientes como para derrocarlo.

Artículos vinculados:

La educación en valores

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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Nadie sabe y todos opinamos

Saber mucho sirve para que nuestros cinco sentidos «rindan» más, nos den información más aprovechable del mundo exterior que nos concierne.

En otro artículo (1) les comentaba que tenemos que creer en que existen seres vivos con cuatro patas para que podamos percibir, aceptar, reconocer, entender que si vemos un objeto que se desplaza sobre cuatro patas con una cabeza y una cola, eso puede ser un animal del que ya habíamos oído hablar cuando fuimos a la escuela o cuando la abuela nos alentó a que acariciáramos un perro.

Por lo tanto, creer, tener noción, haber oído hablar, es algo que debió ocurrirnos para que ante un nuevo objeto estimulante de nuestros sentidos (vista, oído, tacto) pueda formarse una percepción, es decir, el fenómeno psíquico gracias al cual podemos enterarnos del entorno que nos rodea.

Esta idea me permite decir que una persona muy informada percibe más y mejor que una persona desinformada.

Aumento la apuesta: los cinco sentidos (vista, oído, tacto, gusto, olfato) son mejor aprovechados por quienes saben mucho (tienen muchas nociones, poseen más creencias, conocen más hipótesis sobre el mundo exterior) y son menos aprovechados por quienes carecen de información sobre los temas que les conciernen porque influyen en sus vidas.

Observe que me abstengo deliberadamente de mencionar conceptos tales como «conocimientos», «saberes», «verdades». Sólo digo «creencias», «nociones», «haber oído hablar de...».

Esto es así porque la única certeza es que no podemos hacer afirmaciones.

Cuando nuestra mente dice saber, conocer, tener certezas, lo que está haciendo no es más que un acto de fe pues según parece no es realista hacer afirmaciones.

Lo que sí ocurre es que todos juraríamos que el cielo es azul, el agua es húmeda y las piedras son duras, debido a que todos reaccionamos igual (por consenso) ante los mismos estímulos.

(1) La ignorancia impide percibir

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martes, 22 de noviembre de 2011

La ignorancia impide percibir

No podemos percibir (comprender lo que vemos, oímos, etc.), aquello de cuya existencia carecemos de alguna información mínima.

Aunque parecería ser que estoy en contra de las creencias, fundamentalmente las religiosas, he mencionado pocas veces (lo reconozco), que si no fuera por algunas creencias no podríamos percibir.

Dicho de otro modo, debo creer que existe una pared, construcción rígida que me aísla del exterior, para que cuando me acerque a ella pueda percibirla (verla, tocarla, no querer atravesarla).

Aunque el dicho popular exclama «¡Si no lo veo no lo creo!», previamente ocurrió que «¡Si no lo creo, no lo veo!».

Las percepciones son construcciones psicológicas provocadas por algún estímulo (la pared es un estímulo visual y táctil que construye mi percepción).

Un asunto muy interesante es que para poder aprender necesitamos percibir y si para poder percibir necesitamos creer en la existencia de lo que percibimos, entonces será muy difícil percibir aquello en lo que no creemos.

El sistema educativo tiene un componente religioso en tanto trata de inculcarnos creencias para habilitar nuestra aptitud perceptiva:

— nos hace creer que existen los continentes y los océanos (hablándonos de ellos, mostrándonos imágenes) para que podamos percibir el contexto geográfico donde habitamos o hacia dónde nos gustaría ir;

— nos hace creer que el idioma que hablamos no es un conjunto de sonidos sino que se rige por leyes gramaticales, para que podamos entender lo que escuchamos, lo que leemos y para que a su vez sepamos construir mensajes que otros entiendan.

— nos hace creer en las matemáticas para que podamos percibir que nuestro cerebro razona, deduce, combina.

Somos engañados cuando nos inculcan creencias falsas que nunca podremos constatar con nuestros sentidos o deducir con nuestra inteligencia.

En suma: la ignorancia es una falta de creencias que nos permitan percibir o razonar.

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lunes, 21 de noviembre de 2011

El último examen para ser psicoanalista

No podrá ser psicoanalista quien suponga que los demás son idénticos a él.

Es cierto que casi todo el mundo tiene un talento natural para ser psicoanalista sin estudiar demasiado, pero el punto más débil que tiene esa mayoría lo explicaré con un ejemplo que puede servir a muchos.

Imaginemos que existe un señor Volvo (vehículo de origen sueco) y un señor Fiat (vehículo de origen italiano).

Ambos (señores) vehículos funcionan aplicando criterios de la mecánica automotriz, sin embargo tienen algunas variantes.

En este ejemplo supondré que uno y otro «señor» saben mucho de mecánica automotriz (así como casi todos sabemos mucho de psicología como para ser psicoanalistas).

El señor Fiat (paciente) se siente mal, está cansado, anda muy despacio, consume mucho combustible y va a visitar al señor Volvo (psicoanalista) para contarle lo mal que se siente y con la esperanza de recibir alguna idea que lo pueda ayudar (reparar).

El señor Volvo (psicoanalista) puede aplicar dos criterios básicos:

1) puede entender que el señor Fiat es idéntico a él (Volvo = Fiat) o

2) puede pensar que el señor Fiat funciona con criterios de mecánica automotriz pero que en muchos aspectos es básicamente distinto (Volvo similar a Fiat).

………

1) Si el señor Volvo escucha (atiende) al consultante Fiat suponiendo que ambos son idénticos, lo interpretará y le dará soluciones para Volvo;

2) Si el señor Volvo escucha (atiende) al consultante Fiat suponiendo que Fiat es un ejemplar único (singularidad del paciente), tendrá que hacer un esfuerzo mucho mayor pero terminará interpretando a Fiat sin olvidarse que es Fiat, que no es Volvo, que Fiat utiliza repuestos diferentes a los que utiliza Volvo (por su forma, tamaño, material).

En lo que falla la mayoría de los psicoanalistas innatos, es en que suponen que todos somos idénticos a él.

Artículos vinculados:

La mecánica de la psiquis
Metáfora de un tratamiento psicoanalítico

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domingo, 20 de noviembre de 2011

Las vocaciones mutantes

Yo era chico, quizá no había cumplido diez años. Estaba deseoso de ser bombero, médico o policía.

Mi avidez por ayudar brotaba por los poros, quería ser bueno, que las personas me miraran con gratitud por haberles rescatado al gatito del árbol, por haber vuelto a la vida al anciano de 99 años, por haber apresado a los mafiosos y denunciado al propio inspector de policía que después de un acuerdo político me trasladaría al puebo más inhóspito.

Poseído, enajenado, delirando con esa pasión servicial, al pasar por la puerta entreabierta del dormitorio de mamá la sentí jadear, se quejaba, parecía gritar con voz contenida.

Irrumpí sin llamar porque las urgencias autorizan cualquier atrevimiento (y este es otro encanto que estimula mi vocación).

Ella se sorprendió con mi entrada, se puso furiosa, me gritó:

— ¿Por qué no golpeas antes de entrar? ¡Inoportuno! ¡Tonto ingenuo!.

Salí corriendo tratando de pensar que habría hecho un bombero, un médico o un policía en tales circunstancias.

Unos minutos después me llamó con voz calmada:

— Jorgito, ¿estás por ahí? ¿Puedes venir?

Me volvió el alma al cuerpo porque ya me imaginaba una tormenta de malhumor, inentendible como todas las demás.

— ¿Me llamaste, mamá? —, pregunté para ver si ya funcionaba mi voz.

— Sí, ven, siéntate acá que tengo que pedirte perdón —, dijo, dejándome sin libreto para la ocasión. Luego continuó:

— Ya tienes una edad en la que tu cuerpo cambiará y podrás fecundar a una mujer con un líquido que saldrá de tu pene.

No eran extrañas conversaciones sobre sexualidad con ella, pero esta me pareció perturbadora, rara, sentí un poquito de miedo. Prosiguió:

— Desde que tu papá se fue a vivir con otra mujer yo lo extraño mucho. Deseo sus caricias, sus abrazos y que intentemos tener más hijos. Cuando tú entraste, yo jugaba sola a que estaba con él porque había llamado para decirme que me quiere. ¿Entiendes algo de esto que te digo, Jorgito?

— Si, mamá, te comprendo muy bien —dije, porque en ese momento quise ser psicólogo.

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sábado, 19 de noviembre de 2011

La provocación constructiva de Benetton

Nos llevamos mal con nuestra sensibilidad pues nos debilita la sensación de que podemos controlar nuestras vidas. Benetton se beneficia ayudándonos.

Según cuenta la historia, un joven italiano pensó (en 1955) que la gente busca ropas coloridas. Creyó que una mayoría rechaza los grises.

Con el entusiasmo que caracteriza a tantos jóvenes emprendedores, Luciano Benetton se dedicó a crear prendas muy alegres.

En suma, tuvo la suerte de tener una buena idea, tuvo la suerte de contar con recursos suficientes (corporales, sociales, ecológicos) como para que la idea pudiera desarrollarse y tuvo la suerte de que encontró público interesado en comprar ropa con su estilo.

El psicoanálisis encuentra su mayor número de pacientes entre quienes no pueden convivir con los sentimientos alegres.

Gran cantidad de personas prefieren la tristeza por el aplastamiento que provoca en los impulsos deseantes provocadores de una temible pérdida del control de sus vidas.

La décima y última lámina del Test de Rorschach (manchas de tinta), es la que tiene más colores y la que provoca reacciones (respuestas) más desorganizadas.

A grandes rasgos, podemos ver que muchos pueblos de raza blanca son parcos, serios, severos, católicos y usan ropas de colores apagados mientras que los pueblos de raza negra son más ruidosos, proclives a cantar y a bailar, con dioses igualmente divertidos y usan ropas de colores vivos.

Benetton hace especial hincapié en la integración, la tolerancia étnica, porque felizmente puede conciliar sus intereses comerciales con algo que a nuestra especie beneficia (la igualdad entre los seres humanos).

Este año (2011) presentó su campaña publicitaria «dejar de odiar» (UnHate), consistente en el uso de foto-montajes que presentan besándose en la boca, al estilo soviético, a personalidades que notoriamente tienen intereses contrapuestos, que quizá se odien, tanto como odiamos la tolerancia, la alegría, la audacia publicitaria.

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viernes, 18 de noviembre de 2011

Conocer y comprender para vivir mejor

Es posible pensar que muchos malestares están causados por no entender cómo funciona la naturaleza y nosotros dentro de ella.

En otro artículos (1) les decía que los achaques de la vejez no necesariamente deben tener por causa el deterioro orgánico que suponemos en esa etapa de la vida, sino que esa mayor cantidad de molestias son la reacción automática ante un cuerpo que reacciona menos.

Si esto fuera así, entonces podemos decir que el cuerpo anciano necesita sufrir más porque reacciona menos, porque los dolores son estímulos y un cuerpo de adulto mayor necesita dosis mayores de estímulos para seguir conservando el fenómeno vida (2).

Ocurre algo similar con las máquinas: después de mucho uso, consumen más energía, funcionan más lentamente y precisan reparaciones más frecuentes.

Y abuso yéndome un poco más por la ramas para agregar algo antes de que me olvide: no es que los humanos somos como las máquinas sino que las máquinas son creaciones humanas que intentan copiar funciones anatómicas.

Si aceptamos la hipótesis según la cual los malestares propios de la vejez ocurren porque la naturaleza aplica las dosis de dolor necesarias para que el fenómeno vida no se interrumpa, podemos deducir de esa hipótesis que las personas que padecen una mala calidad de vida sufren porque su organismo (incluida la psiquis), no tiene un buen desempeño, está funcionando mal, consume demasiado energía para hacer lo mismo que otro haría cansándose menos.

Consumen más energía tanto para trabajar, como para sobrevivir, como para cualquier otro desempeño.

En esta línea es posible pensar que una persona que conozca lo suficiente de la naturaleza, de lo que es vivir, porque ha tenido la suerte de enterarse, asimilar y comprender, vive con mejor calidad de vida.

Sólo conociendo la naturaleza (¡incluyéndonos, por supuesto!), podemos vivir mejor.

(1) Los estímulos para la vejez
(2) Blog sobre el «fenómeno vida» 

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jueves, 17 de noviembre de 2011

La mecánica de la psiquis

Si queremos aumentar una in-tensión humana (deseo, anhelo), no tenemos más que reprimirla para que su fuerza se multiplique.

Cuando los humanos observamos nuestro entorno, poseídos por esa angustia natural que nos genera sabernos vulnerables, recurrimos a formas de pensar que podemos clasificar en categorías: química, biología, geografía, meteorología, física y muchas más.

Dentro de la física, estudiamos las fuerzas gravitatorias, centrífuga, centrípeta, inercia, y también estudiamos cómo usarlas mediante palancas, poleas, rampas.

Contener una fuerza para liberarla repentinamente es un recurso de la mecánica: un resorte contenido, aire comprimido, una catapulta, una represa hidroeléctrica, son formas de aprovechar fenómenos mecánicos disponibles en la naturaleza o «perfeccionados» por los humanos (que también somos parte de la naturaleza).

En suma 1: La contención de una energía, permite aumentar su fuerza, intensidad, dinamismo.

Las leyes de la naturaleza se aplican también a los fenómenos menos tangibles, tales como las necesidades y los deseos.

Cuando una in-tensión (anhelo) es reprimida (contenida), su intensidad aumenta y la psiquis debería incrementar su esfuerzo si necesitara evitar la satisfacción.

En la vida social, existen prohibiciones que no hacen otra cosa que aumentar la presión del deseo reprimido.

En suma 2: Así como en mecánica comprimimos deliberadamente un resorte para que al soltarlo descargue su máxima fuerza, en la vida social esto ocurre de forma parecida pero con la notable diferencia que la mayoría de las veces no sabemos que estamos generando las consecuencias menos deseadas.

Por ejemplo, si no queremos que algunos ciudadanos roben, la represión de esa in-tención (robar) no hace más que predisponer las condiciones para que ocurra con mayor frecuencia y hasta con mayor peligrosidad en sus efectos colaterales, es decir, lo que podría haber sido un arrebato puede convertirse en una rapiña porque el exceso de represión aumentó la violencia.

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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Metáfora de un tratamiento psicoanalítico

Imaginemos un preso internado en una cárcel de un país donde no conoce ni el idioma ni la cultura.

Alguna vez ocurrió, como en una pesadilla, que él circulaba por la calle cuando repentinamente sintió unas sirenas que se acercaban cada vez más. Pensó que se trataría de un incendio en un edificio cercano, o de ambulancias que concurrían a atender enfermos, o patrulleros que perseguían a delincuentes.

Quedó paralizado cuando esos patrulleros se dirigieron directamente hacia él, lo rodearon decenas de policías gritándole cosas incomprensibles, le juntaron las manos en la espalda, lo esposaron, lo levantaron en el aire y lo introdujeron en uno de los vehículos para llevárselo a esa cárcel que mencioné al principio.

Supuestamente le habrán dicho de qué se lo acusaba, transcurrió toda una escena parecida a un juicio, pero no pudo entender.

Una vez quiso fugarse, pero lo apresaron, lo maltrataron, le gritaron y algo le hizo pensar que su condena ahora sería mayor.

Pasaron diez, quince, veinte años, intentó fugarse nuevamente y volvieron a apresarlo.

La situación fue aún peor al intento de fuga anterior. Se resignó a pensar que así moriría.

Sin embargo, en cierta ocasión, algo estaba cambiando. Los guardianes le sonreían, ya no le pasaron cerrojo a su celda, le traían comida más sabrosa, o por lo menos eso le pareció a él.

Con cierto temor intento salir de la cárcel y nadie se opuso. Llegó a la calle, la gente hacía la vida de cualquier pueblo, comenzó a caminar, logró llegar a su país y allá lo recibieron como si nunca se hubiera ido.

Algunos padecimientos psicológicos (ansiedad, enfermedades psicosomáticas, pánico, impotencia, histeria, fobia, obsesión) nos quitan calidad de vida (encarcelan), cuando queremos eliminarlos con medicamentos (intentos de fuga) la situación empeora, pero un tratamiento psicoanalítico lentamente lo desvanece.

Artículo vinculado:

Las revueltas psicoanalíticas
Lo que otros afirman que me conviene

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martes, 15 de noviembre de 2011

Las revueltas psicoanalíticas

Un tratamiento psicoanalítico se parece a una revuelta porque trabaja para reinterpretar la historia personal desde hechos que pudieron interpretarse mejor.

A veces alguien nos llama la atención haciéndonos ver que estamos encandilados con lo urgente sin poder ver lo importante.

Es muy probable que no podamos hacer otra cosa. Evaluar alternativas, tomar decisiones y ganar dinero, son asuntos necesario y generalmente impostergables.

Los jóvenes, que por lógica podrían estar más desorientados que los viejos, cuando tienen que detenerse porque no saben hacia dónde ir, aplican la abundante energía y las explosiones hormonales para decidir actuando.

De estos momentos surgen las revoluciones, que como el vocablo lo indica, son actos generalmente violentos, que procuran modificar el itinerario que traían las costumbres.

De esos momentos de indecisión también surgen las revueltas, que son parecidas a las revoluciones pero más psicoanalíticas.

Imaginemos que la vida es un continuo avanzar como si se tratara de un tejido que vamos construyendo «punto a punto», es decir, «paso a paso».

Muchos de nuestros pasos (puntos del tejido) tenemos que darlos en la oscuridad de la ignorancia porque no tenemos ni experiencia ni información suficientes para aprovechar las mejores alternativas.

Sin embargo, a pesar de que pudimos tomar la opción más desventajosa, el tiempo no para, la vida tampoco y tenemos que seguir adelante: tejiendo «punto a punto».

Una revuelta y un psicoanálisis se parecen porque la primera ocurre cuando un grupo de personas se da cuenta que las equivocaciones actuales comenzaron en cierto hecho que ya es historia. Con la revuelta procuran volver a aquel punto y «retejer», recomenzar, reconstruir.

El psicoanálisis hace lo mismo con la historia personal: desteje hasta el punto mal tejido y reteje correctamente.

En ambos casos, siempre está presente el método universal, eterno, insuperable: el de «ensayo y error».

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lunes, 14 de noviembre de 2011

Lo que otros afirman que me conviene

Puede ocurrirnos que algo indiferente se convierta en importantísimo por la opinión de terceras personas que influyen sobre nuestra capacidad crítica.

En Uruguay tenemos un conjunto musical que se llama «No te va a gustar» (1).

Según mi encuesta personal, ese nombre provoca una publicidad por la contraria pues apela al espíritu de contradicción que tenemos los latinos en general y los hispanos en particular.

Si ellos mismos dicen «No te va a gustar», algo dentro de nosotros querrá preguntar:

— ¿Y quiénes son ustedes para decir qué habrá de gustarme? Pues para demostrarles que se equivocan, entonces compraré todas las grabaciones y no me perderé un solo concierto.

Eso es lo que aparentemente ocurre porque desde hace años gozan de un éxito fenomenal.

Sin embargo, la incapacidad de cualquier idioma para ser conciso hace que ese mismo nombre del conjunto musical también aluda a otro significado.

Efectivamente, el poder de sugestión que tienen algunas afirmaciones que nos llegan puede ser determinante, y si una madre se alarma porque la hijita es abrazada con especial ternura por un adulto, es probable que esa alarma se constituya en el núcleo de alguna dificultad futura.

Los niños suelen tolerar miles de situaciones que no entienden, les resbalan, las olvidan, hacen como que nunca ocurrieron, pero si una madre le grita a la niña como si la viera jugando al borde de un precipicio:

— ¡Ven para acá inmediatamente!—, aquel abrazo se convierte en algo que la madre decretó como «No te va a gustar» y efectivamente así suele ocurrir.

La niña, que no entiende qué pasó pero que por la reacción de la madre (maestro, sacerdote, médico, o quien fuere) intuye que fue algo gravísimo, podrá quedarse con la idea de que alguna vez quisieron violarla, cosa que muchas adultas afirman con total convicción.

(1) Este conjunto musical se denomina «No te va gustar» (NTVG), porque fonéticamente solemos no pronunciar la doble ‘a’.

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domingo, 13 de noviembre de 2011

Un programa argentino al acostarse

«Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo.»

Este es el primer párrafo del famoso relato de Franz Kafka titulado La metamorfosis.

Cualquiera que comience a leerlo ya sabe que se trata de una obra famosa por el clima pavoroso en el que se desarrolla el drama del personaje y su familia.

Sin embargo, despertarse con la almohada mojada por la propia sangre provoca un pánico feroz. El corazón late de prisa y el frío que nos recorre el cuerpo como una espada de hielo puede ser de miedo o de muerte.

Cuando intentamos incorporarnos para averiguar qué es esto y nos enteramos que las piernas parecen no estar porque al querer moverlas nada desde ese lugar responde, el propio miedo tiembla de horror.

La intención de incorporarnos quizá sea la misma que siente un cadáver cuando recién muere o cuando han pasados varios años y hasta siglos.

De algún lado sigue saliendo sangre porque de lo contrario no continuaría la sensación de humedad.

El pedido de auxilio no llega a pronunciarse porque resulta que tampoco hay voz.

¿Qué está pasando? En mi casa parece que no hay nadie y otra vez me ocurre algo que también me asustó mucho cuando tendría nueve años. Fui corriendo hasta donde estaba mi mamá y le pregunté:

— ¿Mamá, es de mañana o de tarde? —, a lo que ella me respondió divertida:

— Tanto tiempo dedicado a cocinar cosas ricas y vos ni siquiera te acordás que ya almorzaste.

Esta trivialidad acude a mi mente para recuperarme del pánico en el que estoy metido después de haber intentado leer esa historia de porquería, una asquerosidad que sólo puede gustarle a personas morbosas.

Por algo tanta gente busca el sueño mirando trivialidades televisadas y cada vez se leen menos obras de autores clásicos.

Intentaré mirar algún programa argentino para ver si después de este susto puedo volver a dormirme algún día.

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sábado, 12 de noviembre de 2011

Buscamos el LIBRo que nos deje LIBRes

Los lectores somos personas angustiadas, movidas por la esperanza de encontrar en cada nuevo libro que abordamos, la clave (el camino, la fórmula) para vivir sin tanta incertidumbre angustiante.

«Estoy de acuerdo contigo en que está todo mal, en que aquello que pueda empeorar empeorará, pero la suerte que tienes al haber comprado este libro que escribí pensando en tí, es que te diré cómo salir de este escenario catastrófico.»

El párrafo anterior no pertenece a ningún texto impreso, acabo de inventarlo y no debería ser incluido en ningún libro porque es demasiado explícito. La industria editorial utiliza textos más sugerentes, insinuantes, eufemísticos, para captar al lector angustiado, porque no sabe cómo controlar su ansiedad, miedo, incertidumbre (1), y dispuesto a creer que un libro podrá dejarlo libre de esas mortificaciones.

Eso nos ocurre a los humanos desde tiempos inmemoriales. Toda palabra escrita parece haber sido redactada por un salvador, un aliado, un guía, líder o pastor de ovejas cuya desorientación no presagia nada bueno.

Estos dibujitos (letras) que se juntan en hileras para formar otros dibujos (palabras), estimulan (cuando leemos) nuestro cerebro debilitado por la preocupación para hacernos creer que dicen lo que necesitamos pensar.

Los lectores somos personas atormentadas (angustiadas, temerosas, inseguras) que leemos con la esperanza de encontrar en esos dibujitos significantes las claves, el secreto, la fórmula mágica que nos aparte definitivamente de la incertidumbre.

Leer es similar a comprar un billete de lotería. Mientras esperamos el sorteo podemos soñar con un premio que cambiará definitivamente nuestra vida que sentimos como carenciada aunque tengamos un gran patrimonio.

Leer un libro es similar a comprar un billete de lotería porque mientras lo leemos podemos soñar con una repentina iluminación (epifanía) que nos liberará (libro - libre) de las molestias de las que depende el fenómeno vida (2).

(1) ¿Por qué un círculo es perfecto?
Sobre la adivinación
La incertidumbre, el cuerpo y el patrimonio
2) Los estímulos para la vejez 
Los perjuicios de las donaciones

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viernes, 11 de noviembre de 2011

El deseo es inconsciente y desconocido

Es difícil conocer nuestros deseos. Lo que sí conocemos son los anhelos inspirados por los deseos mientras se conservan inconscientes.

Hay quienes afirman que los deseos son un misterio, imposibles de conocer y que lo único que podemos conocer son los anhelos.

Quienes suponen que esto es así, agregan que cuando hablamos de deseos (tomar un helado, conocer otros países, mirar una película) en realidad estamos refiriéndonos a anhelos.

Esta idea es bastante creíble cuando pensamos en términos de psicosomática y la casi imposibilidad de saber cuál es la causa de que una enfermedad se resista a la curación.

No descartaría la hipótesis de que un deseo jamás puede ser verbalizado, descripto con palabras.

Un deseo es un envión que nos impulsa a hacer ciertas cosas como las mencionadas (tomar helado, etc.), pero que en realidad esta no es más que una representación del verdadero deseo.

Cuando alguien desea tomar un helado (debería haber dicho «anhela» tomar un helado), en realidad está deseando otra cosa.

Por poner un ejemplo, el anhelo de tomar helado puede estar impulsado por un recuerdo olvidado (deseo) referido a la época de la lactancia, o al último beso que le dimos a un ser querido fallecido, o a la impresión que nos provocó ver a una persona que hacía gestos obscenos con la lengua, o a una temida operación de amígdalas que finalmente no se concretó, o al rezongo que recibimos por ensuciarnos la ropa con helado por falta de firmeza en la mano.

Según parece lo más cerca que podemos estar de nuestro deseo se presenta en mínimos detalles de nuestra existencia, como son los lapsus, actos fallidos o sueños.

Conocer el deseo nos permitiría destrabar algunas conductas o padecimientos complejos y eso suele ocurrir por ensayo y error en las terapias analíticas.

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jueves, 10 de noviembre de 2011

El dolor natural y la culpabilidad imaginaria

Por varios factores estamos convencidos de que si no vivimos mejor es por culpa de otras personas (enemigas, irresponsables, dañinas).

Algunas ideas sobre las que he comentado, son:

— La naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para que se produzcan los movimientos que estos factores estimulan (1);

— Nuestro cerebro conserva la lógica animista por la que inconscientemente le asignamos actitudes humanas a todo lo que de una u otra manera nos afecta (microbios, insectos, plantas, viento, inundaciones) (2).

— Nuestra cultura sostiene que el ser humano es responsable de todo lo que hace porque dispone de la libertad de elegir, aunque muchas evidencias nos conduzca a considerar que estamos plenamente determinados por los genes, la biología, los fenómenos naturales, el inconsciente (3).

Combinando estas ideas sobre las que he comentado, puedo decir a su vez que cuando nos toca sufrir porque la naturaleza nos estimula dolorosamente, es probable que nuestro cerebro prefiera suponer que ese malestar no es parte de la normalidad sino que se trata de un castigo que no merecemos, pues si bien somos responsables de nuestros actos (libre albedrío), no hemos hecho nada para merecer este dolor de muelas, esta gripe o esta impotencia sexual.

Nos convencemos que estos infortunios son culpa de alguien ignorando que se trata de algo que nos pasa así como un árbol puede ser partido por un rayo o una vaca puede morir en una inundación.

Ahí comienza nuestra búsqueda de responsables: «tengo mala dentadura porque mi padre también la tenía», «en el trabajo me hacen cumplir el horario aunque llueva y haga frío, por eso me engripé», o «mi mujer es frígida».

En suma: Ciertas hipótesis (equivocadas) nos llevan a suponer que vivimos bajo algún ataque, abuso, o violación. Responsabilizamos y acusamos a otras personas de que el fenómeno vida dependa del dolor.

(1) Blog que reúne artículos sobre el dolor de vivir.

(2) ¿El dinero persigue a quienes lo desprecian?

(3) Blog que reúne artículos sobre el libre albedrío y el determinismo


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miércoles, 9 de noviembre de 2011

La exagerada ambición sexual

El deseo de tener sexo no se detiene en el acto sexual sino que en nuestra psiquis va más allá.

Vivir es crear, producir, conseguir, investigar, luchar, matar y casi cualquier otro verbo.

Esta cantidad de verbos ocurren porque estamos dinamizados por las necesidades y los deseos.

Tanto las necesidades como los deseos son manifestaciones de carencias, escaseces, ausencias.

La misión específica (derivado del vocablo «especie») de reproducirnos nos provoca una de esas «dinamizaciones», cuya manifestación subjetiva se caracteriza por la necesidad-deseosa de tener sexo: con alguien del sexo opuesto, del propio sexo, con uno mismo (masturbación), con animales de otras especies o hasta con aparatos mecánicos.

Como mencioné en otro artículo (1), la naturaleza juega con el azar a su favor.

¿Cómo hace la naturaleza para ganar? Simplemente hace tantas apuestas que siempre logra algún resultado favorable, tal como es la gestación de un ser humano cada miles de actos sexuales, de los cuales sabemos que muchos están condenados al fracaso (anticonceptivos, homosexualidad, animalismo).

Lo que pensamos y sentimos los humanos es irrelevante para esta abundancia de intentos que hace la naturaleza.

En ese impulso que nos motoriza para cumplir nuestra misión específica (fecundarnos), encontramos situaciones extrañas.

Observen esto: estamos motorizados por la necesidad y el deseo. Tanto deseamos fornicar con alguien del sexo opuesto, que en el afán de saciarnos completamente llegamos a desear poseer a ese portador del genital complementario.

Esta ambición tan alocada como la del avaro más patológico, puede:

— provocarnos deseos homosexuales para sentir que tenemos lo que la persona deseada tiene («él tiene pene igual que yo»);

— estimularnos placeres autoeróticos pues así también sentimos poseer el órgano deseado («la mano es tan mía como el genital que puedo excitar con ella»);

— imponernos la monogamia, acompañada de celos posesivos, obsesivos, tiránicos, fundamentalistas.

(1) Cambiaré, pero no sé cómo
Lotería con millones de bolillas y miles de premios

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martes, 8 de noviembre de 2011

La causa de los caprichos

Los niños y los ancianos no son arbitrariamente caprichosos sino que su vulnerabilidad biológica provoca esas demandas.

Los humanos somos animales muy gregarios, necesitamos vivir en grupos, a tal punto que la ciudad de Tokio (Japón) contiene la friolera de treinta millones de habitantes.

Gran parte de nuestro funcionamiento psíquico está destinada a los vínculos.

Un vínculo es el elemento por el que corren los afectos positivos y negativos. A través de la amistad, vecindad, familiaridad, nos atraemos y repelemos, tensando así los nexos de una red social, que si está comunicada por Internet puede practicarse usando los servidores y software de Facebook, Twitter, MySpace y muchos más.

La evolución biológica hace que en la niñez y en la ancianidad seamos más vulnerables y dependientes de esos vínculos por los que circula el amor, el reconocimiento, la solidaridad.

Las señales de que estamos recibiendo el amor tienen que ver con ese reconocimiento que los demás pueden o no ofrecernos a través de la mirada.

Pero una vez lograda la mirada surgen otras necesidades, siendo una de ellas el tener en cuenta nuestros gustos personales.

En la convivencia colectiva, procuramos atraer ese amor cumpliendo los usos y costumbres (vestimenta, lenguaje, conducta). El afecto del colectivo es tan bajo que nuestro principal esfuerzo está dirigido a no atraer el rechazo de los conocidos, funcionarios, vecinos, proveedores.

En la convivencia privada, somos un poco más exigentes al punto que ese amor más importante debe estar demostrado por la mutua satisfacción de gustos muy personales y que solemos denominar genéricamente «caprichos», «antojos», «pretensiones».

En suma: no es que los niños y los ancianos sean más caprichosos, sino que la inevitable vulnerabilidad de esos extremos obliga a mayores demandas de amor, protección, solidaridad, ayuda, todo lo cual se trasmite mediante exigencias que parecen arbitrarias.

Artículo vinculado:

Los estímulos para la vejez 

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lunes, 7 de noviembre de 2011

Las tiranías benefactoras

Quienes se angustian porque temen no controlar sus deseos prohibidos (incesto, robo, crimen), propician clandestinamente los regímenes dictatoriales.

Les he comentado que una explicación bastante creíble de por qué está prohibido el incesto tiene que ver con asuntos de estado, de gobierno, de nación.

En otro artículo (1) les decía que en tiempos remotos, tan remotos que no quedan rastros de escritura que cuenten la historia con los hechos concretos, la prohibición del incesto tenía por objetivo que las mujeres quedaran reservadas para los varones de las tribus aliadas.

La existencia del himen (imagen), esa delicada membrana traslúcida que se rompe irreversiblemente cuando entra algún objeto o pene en la vulva, da garantía de exclusividad, de originalidad, de virginidad.

Ese tejido oficia de precinto, sello, lacrado.

En condiciones normales, las personas transgredimos la prohibición del incesto de muchas maneras (metafóricas, alegóricas, simbólicas): mirando películas pornográficas, desobedeciendo las normas de tránsito, robando un banco o, peor aún, fundando un banco, y en general haciendo exactamente lo contrario de lo que se nos enseña, sugiere, ordena.

En condiciones anormales, los regímenes dictatoriales obligan a los ciudadanos a transgredir la prohibición del incesto de una sola manera: haciendo exactamente lo que dice el soberano-dictador-tirano.

Aquella manera de transgredir la prohibición del incesto de diversas formas metafóricas, alegóricas, simbólicas, pierde esa libertad.

La prohibición sigue sin ser explicitada pero un régimen de control estatal ofrece varias ventajas, insólitas para quien observa estos hechos desde el sentido común.

La libertad tiene buena prensa y posee valores positivos que no se discuten, sin embargo es fuente de angustia para los ciudadanos que no saben qué hacer con sus deseos prohibidos.

Es razonable, aunque lamentable, que muchas personas saboteen la libertad pues las angustia y aman los regímenes que se apoderan de sus deseos más perturbadores.

(1) La prohibición del incesto y su conveniencia

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domingo, 6 de noviembre de 2011

Desafortunado en el amor

Entre lágrimas maternales y un enojo paternal, Osvaldo se fue para la capital.

Estaba triste, muy triste. Empezaba a cumplir su sueño pero dejar su pasado en medio de tantas emociones dolorosas le amargaba la vida.

Al llegar a la capital lo estaba esperando una tía joven, hermana del padre, que en poco rato le dio una gran noticia: el viejo la había llamado para pedirle que ayudara al muchacho.

La tía, casi tan joven como Osvaldo, se lo llevó para la casa y comenzó a mimarlo como una madre porque esa fue la orden que creyó recibir del hermano.

Osvaldo sintió un gran alivio de que el padre siguiera siendo como siempre: severo pero de buen corazón, callado pero compañero, durísimo pero sensible como la madre.

La tía interpretó que la venida de su sobrino era un motivo de diversión y en pocas horas organizó varias salidas, visitas, bailes, reuniones.

Pero el muchacho traía otros planes. Le siguió la corriente por pura cortesía pero al otro día ya estaba en la facultad de abogacía haciendo los trámites de inscripción.

Pasaron los meses y los años. Osvaldo tenía una idea fija que cumplía a raja tabla: terminar los estudios, trabajar y formar una familia con dos o tres hijos.

Todo andaba bien excepto en los sentimientos: varias amigas de la tía y compañeras de estudio eran muy amables con él, pero ninguna lo conformaba. Las chicas más atractivas y simpáticas no lograban hacerlo soñar.

Cuando terminó los estudios hacía un año que integraba un equipo de abogados prestigiosos La situación económica era mejor de lo esperado, pero la madre de sus hijos no aparecía.

De a poco se fue dando cuenta que la persona que realmente lo atraía era la empleada doméstica de la tía: una señora algo mayor pero aún joven, afrodescendiente y sin novio.

La idea fue creciendo hasta que tomó la determinación de formar un hogar con esta mujer que seguramente nunca habría pensado que tendría la oportunidad de convertirse en la esposa de un próspero abogado.

Pero el doctor sobreestimó lo que ofrecía. Cuando le declaró su amor junto con la propuesta matrimonial, la mujer se puso a llorar y pidiéndole por favor que no la dejara sin trabajo, le respondió que no le atraían los hombres blancos.

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sábado, 5 de noviembre de 2011

Cirugía para deseos prohibidos

El deseo prohibido y mortificante puede estar representado inconscientemente por algún órgano que termina enfermándose y siendo extirpado quirúrgicamente.

El deseo es ese impulso que nos obliga a conseguir algo. Los más sencillos pasan desapercibidos: leer un libro que podemos comprar o leer en una biblioteca, volver a escuchar una canción que tenemos guardada en un DVD, pasearnos desnudos por dentro de la casa cuando casualmente todos se han ido.

Ninguno de ellos es peligroso, si no pudiéramos satisfacerlos tendríamos una molestia tolerable y son fácilmente postergables para una mejor oportunidad.

Pero algunos deseos son difíciles, exigentes, tiránicos y tan «caprichosos» que cuando no pueden cumplirse, en vez de resignarse, aplacarse, olvidarse, se «ponen de mal humor» y la insistencia entra en una escalada atormentadora.

Si una piedra en el zapato molesta (dicen que dentro del preservativo es aún peor), ciertos deseos se vuelven diabólicos, malignos, persecutorios.

La principal causa de estos deseos es la prohibición del incesto. Este amor frustrado por uno de los progenitores, por ambos o por algún familiar expresamente inaccesible, provoca tanto malestar que tiene que ser resuelto sea como sea, sin reparar en los costos, sin poder buscar serenamente la solución más eficaz, económica e inteligentes.

La solución menos mala, la más comúnmente utilizada es la represión del deseo incestuoso, volviéndolo inconsciente.

Cuando esto ocurre el sujeto no recuerda nada. Si alguien le dice que una vez deseó «casarse» con el padre o la madre, lo negará con total convicción y sinceridad.

Pero una solución más costosa es imaginar que ese deseo sexual prohibido pasa a estar representado por algún órgano.

Ese órgano (vesícula biliar, riñón, útero, apéndice o cualquier otro «prescindible») es imaginariamente erigido como representante del deseo prohibido.

Por eso se «enferma» (se inflama como un pene erecto) y termina siendo extirpado.

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viernes, 4 de noviembre de 2011

No es sabio regalar nuestras críticas

El egoísmo puede ser aplicado para aprovechar el valor de las críticas recibidas y para administrar mejor las entregadas.

Soy consciente de que muchas veces hago apología del egoísmo (1) y en este artículo también la haré, no para comentar que es inevitable sino para mostrar un punto de vista algo diferente a lo que suelo decir.

El afán de criticar las cosas hechas por los demás nos perjudica por no aplicar nuestro egoísmo en beneficio propio.

El placer por señalar errores no parece generoso cuando los destinatarios del señalamiento tampoco se aprovechan de esa observación.

Me explicaré de otra forma:

El asesoramiento es algo costoso y, algunas veces, muy costoso.

Si concurrimos a un experto para que nos evalúe un cierto producto, diseño, sabor, condiciones sanitarias, estado de conservación, nos dará un buen servicio si nos dice qué está bien y qué puede ser mejorado.

Si concurrimos a un médico porque nos preocupa algún cambio corporal, este nos dará un buen servicio si descubre qué no está bien para poder curarlo.

Si concurrimos a un instituto de enseñanza para capacitarnos en algo que necesitamos saber, este nos dará un buen servicio si nos hace saber qué ignoramos, en qué estamos equivocados y cómo deberemos pensar de ahí en más.

Una crítica suele consistir en una información por la que no hemos consultado aún, a quien no le hemos hecho ninguna pregunta, en un momento que puede o no ser el oportuno.

En suma: las críticas suelen ser valiosas si sabemos aprovecharlas egoístamente, si evitamos distraernos con nuestra reacción infantil de baja tolerancia a la frustración o a la crítica.

A su vez, cuando entregamos gratuitamente una crítica, no sólo estamos siendo comedidos, inoportunos, despilfarrando nuestros conocimientos sino que muy probablemente recibamos a cambio un rechazo que podría haberse evitado.

(1) Comprender equivale a legislar
La justicia y el egoísmo
El egoísmo del amor

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jueves, 3 de noviembre de 2011

Las protestas imaginarias

Las personas quejosas suponen que las molestias propias de la vida le ocurren por descuido, impericia o irresponsabilidad de algún personaje imaginario.

Los psicóticos hablan solos, pero como también lo hacemos los que aún no fuimos diagnosticados, entonces eso no constituye una característica importante.

Sin embargo, la creencia en que sólo algunos enfermos tienen esa costumbre inhibía a muchas personas deseosas de mantener una discusión en voz alta con alguien ausente, mientras caminaba por la calle, viajaba en ómnibus o estaba en el cine.

El teléfono celular llegó para liberarnos. Ahora podemos hablar, discutir, preguntar y contestarnos libremente si hacemos como que hablamos con alguien lejano.

Es maravilloso cómo el lenguaje nos produce un efecto ordenador de nuestras ideas y emociones. Para usarlo con ese fin, algunos piensan como si hablaran sin audio, otros hablan directamente (solos o acompañados), otros leen para sí mismos aunque moviendo inconscientemente el aparato fonador (laringe, mandíbula, lengua), otros leen con un leve susurro, algunos rezan y otros escriben.

Estos fenómenos nos permiten suponer que el pensamiento se tranquiliza, genera menos angustia, cuando está sometido a las normas gramaticales.

El motivo central de este artículo refiere a las personas que se quejan («me duele acá», «¡qué calor!», «esto va de mal en peor»).

Estos casos, abundantes y muy populares, ocurren por el motivo antes indicados (la simple pronunciación lingüística con su efecto inmediato) y también porque en la fantasía del quejoso ese malestar está provocado por «alguien» muy poderoso, que aplica cierta lógica con algún criterio justiciero, por puro capricho malintencionado, que está encargado de organizarnos las circunstancias en las que vivimos y todo eso lo hace mal.

Ese personaje responsable de todo, no debería permitir que nos duela acá, debería regular mejor el aire acondicionado planetario y traernos el paraíso a la Tierra.

Artículos vinculados:

Confusión entre «causa» y «culpa»

Los dolores triplicados

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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los estímulos para la vejez

Los achaques de la ancianidad están puestos por la naturaleza para compensar nuestro descenso en la capacidad de reacción.

Los humanos somos parte de la naturaleza y eso nos permite opinar sobre ella con algunas posibilidades de acierto.

La naturaleza expresada a través de nuestra especie se permite castrar animales con diversos fines.

—A los caballos de tiro o de paseo se los vuelve mansos y gobernables.

—A los toros se les quita irritabilidad y sin testículos (buey) aumentan su masa muscular para realizar tareas muy pesadas.

—A las gatas y a las perras se las «alivia» del molesto período de celo. Por eso las tiernas ancianitas no vacilan en quitarle a sus mascotas la posibilidad de reproducirse.

Si a través de nuestros propios actos pudiéramos sacar alguna conclusión, diríamos que la naturaleza es cruel porque una parte de ella (los humanos) somos notoriamente crueles.

Si esta conclusión fuera correcta podríamos pensar que la naturaleza se vale de provocarnos dolor para sostener el fenómeno vida, según comento en varios artículos agrupados en un blog titulado Vivir duele.

En este contexto, avanzo un poco más para proponerles lo siguiente:

Así como la naturaleza cruel del ser humano hace que el jinete de un caballo cansado, enfermo o viejo, use más el rebenque para provocarle dolor y que acelere el paso, la naturaleza también nos llena de penosos achaques cuando el envejecimiento, que se parece a una enfermedad o cansancio, hace más difícil la conservación del fenómeno vida.

En suma: si aceptamos que los dolores (hambre, ardor, calambre) fueron instalados por la naturaleza para conservar el fenómeno vida (si no sintiéramos esas sensaciones mortificantes no comeríamos, ni descansaríamos, ni nos abrigaríamos), podemos aceptar que los mayores padecimientos orgánicos de la vejez obedecen a un descenso en nuestra capacidad de reacción.

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martes, 1 de noviembre de 2011

Los dolores triplicados

Un dolor corporal se intensifica si le asociamos fantasías de culpabilidad, injusticia y castigo.

Es probable que a usted le ocurra algo que a otros les sucede, pero que no se dé cuenta porque el proceso, que en otros es consciente, en usted ocurre inconscientemente. Los fenómenos son similares pero las consecuencias son muy distintas.

El dolor puede triplicar su molestia cuando inconscientemente se lo asocia con un castigo que alguien nos impuso por un pecado que nunca cometimos.

La situación es tan irracional que por eso es más probable que funcione en la oscuridad sigilosa que cae fuera de la conciencia (inconsciente).

Observe por ejemplo qué hace mucha gente cuando siente un dolor por llevarse algo por delante. En gran cantidad de oportunidades reaccionamos insultando a esa piedra con la que tropezamos o le damos un puntapié a la mesa que nos golpeó la cadera en plena oscuridad.

Estas insensateces son normales, no requieren ni medicación ni mucho menos internación, pero convengamos en que son rotundamente alocadas.

Dentro de este cuadro clínico no patológico ni alarmante, ocurre que un dolor de muelas, persistente, intenso, muy irritante porque todo lo que está en la cabeza parece que doliera más, nos hace pensar que tiene que ser un castigo.

La suposición de que se trata de una caries que merece ser reparada pasa a un segundo plano pues al tormento orgánico le agregamos una fantasía excitante del dolor:

— porque nos sentimos víctimas de una injusticia ya que no hemos hecho nada que merezca un castigo;

— porque nos indigna que ese error de la justicia nos haya elegido, demostrando así que no somos respetables para quien nos haya juzgado erróneamente.

En suma: Esta forma de convivir con un dolor corporal, triplica su intensidad porque lo asociamos a una fantasía alocadamente contraproducente.

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