martes, 31 de julio de 2012

Inseguridad ciudadana crónica



El respeto a los Derechos Humanos conserva cierto nivel de inseguridad ciudadana crónica. Solo para erradicarla transitoriamente, suelen aplicarse procedimientos de extrema violencia.

Cuando hablamos de un padecimiento crónico (1), solemos entender que es algo que padeceremos por el resto de la vida, sin embargo significa que es una enfermedad de larga duración pero que algún día podría sanar si no morimos antes.

Una enfermedad se vuelve crónica cuando el cuerpo no logra terminar con los microorganismos patógenos que la causaron.

En estos casos, el sistema inmunológico claudica con el trabajo a medio terminar. El cuerpo queda como un país invadido por un pueblo invasor que no llega a tomar el poder total pero que tampoco se retira vencido.

Tanto el cuerpo con una enfermedad crónica como un país parcialmente ocupado, bajan drásticamente su rendimiento, predomina el cansancio, la tristeza, el abatimiento.

La naturaleza opta por este tipo de solución porque prefiere conservar la vida. En forma paralela, los países que llegan a ese punto intermedio del conflicto, lo hacen porque luchar hasta morir implica perderlo todo.

Como decía al principio, la palabra «crónico» no significa «eterno» sino que significa «prolongado».

Es probable que la naturaleza apunte también a la esperanza de que en algún momento el enfermo recuperará la salud plena y, a nivel de país, algún día se irán los invasores, serán expulsados, o, por el contrario, los nativos (invadidos) tendrán que claudicar.

Ocurre algo parecido con la delincuencia.

Un grupo de ciudadanos decide transgredir las normas de convivencia en forma sistemática y hacen que la población padezca los inconvenientes que de esa actitud se derivan.

Cuando los gobernantes democráticos respetan las leyes sobre derechos humanos, se establece un «compromiso» que genera la «cronicidad» de la inseguridad ciudadana.

Solo para erradicarla transitoriamente, suelen aplicarse procedimientos de extrema violencia.

Nota: Los artículos publicados sobre delincuencia, puede encontrarse en el blog Psicoanálisis y delincuencia.

 
(Este es el Artículo Nº 1.644)

lunes, 30 de julio de 2012

Las mentiras mortíferas



Hay quienes sostienen que las enfermedades aparecen porque no logramos aceptar las leyes naturales.

Hasta la teoría más desmelenada posee la suficiente coherencia como para ser tenida en cuenta.

En otro artículo (1) decía que ... «Hasta el psicótico más descompensado conserva esa perfecta armonía, aunque en su caso, esta armonía está desfasada de la armonía de los demás integrantes del colectivo al que pertenece el psicótico... por esto se lo considera enfermo, simplemente porque los demás no estamos de acuerdo con él.»

Por lo tanto, es posible decir que algunas ideas, teorías, ideologías, son más populares que otras, quizá por una cuestión de moda, de conveniencia, de pura casualidad. De esto se desprende que el compromiso que podemos asumir con alguna de ellas, el intento de ponernos en actitud de soldados combatientes que la defiendan con su vida, no deja de ser una triste tontería.

Este preámbulo viene a cuento porque el comentario que haré lo necesita.

Algunas personas sostienen que la naturaleza crea individuos de todas las especies, del reino animal y vegetal, con un genoma (2) que provoca el envejecimiento y la muerte.

En otras palabras: todos los seres vivos estamos programados para envejecer y morir, con total naturalidad y normalidad, en algún momento.

Sin embargo, según esta teoría (3), a veces este envejecimiento y muerte no llegan a producirse por acción del gen correspondiente ya que el individuo (repito: de cualquier especie), padece algún accidente o enfermedad que anticipa el final de la vida.

Estos teóricos creen que los humanos enfermamos y nos morimos prematuramente porque mentimos. Mejor dicho: nos mentimos a nosotros mismos.

Ellos dicen:

— que si no aceptamos la realidad tal cual es, enfermaremos para alinearnos con las leyes naturales; y

— que en este intento natural de sincerarnos, sufrimos y a veces morimos prematuramente.

   
(3) Para ampliar el tema puede bajarse de Internet el libro La enfermedad como camino.
 
(Este es el Artículo Nº 1.644)

domingo, 29 de julio de 2012

Mañana será otro día


Se miraron como siempre pero después de la primera menstruación el mundo era otro.

Las afiebradas lecturas de las fluidas historias escritas por la incansable española, pasaron nuevamente bajo sus ojos.

Pocos hombres son raros para todo el mundo menos para ellos mismos.

Algunos nunca ponen en duda lo que sienten, saben lo que quieren simplemente escuchándose. Sobre todo prestándole atención a cierta parte de su cuerpo.

La relectura fue como se le había anunciado: las que parecían «novelas leídas», mágicamente se convirtieron en nuevas historias, llenas de contenidos eróticos, excitantes, coloridos, plenos de quejidos, gritos, espasmos.

Quien no sabía dudar había dicho que después de la menarca, todo libro erótico se transforma mágicamente.

¿Qué era lo que en realidad cambiaba?, ¿el texto?, ¿los ojos de quien lee?, ¿el mundo entero?

Noventa y dos fueron las novelas releídas por primera vez, porque la que había sido realmente primera, había desaparecido junto con el cuerpo infantil.

La mano pesada sobre el muslo no era nada para uno y era el apocalípsis para la otra.

Tomar la iniciativa no tuvo preámbulo. La novela número dieciséis así lo describía.

El sudor en la frente y en los pequeños senos no era propio de tan baja temperatura ambiental.

Para quien no hay dudas, todo es más fácil. Tan fácil como tener hambre y llevarse un trozo de pan a la boca.

En las novelas todas eran dudas, incertidumbre, angustia, pero en el establo, eso no ocurre.

Sin penetración, solo con caricias oportunas, las oleadas volcánicas parecían no tener fin. El estómago se retorcía de maravilloso dolor. Una escena de la novela treinta y cuatro fue vista por una sola persona.

La ropa quedó en su lugar habitual pero el cuerpo que cubría quedó desorganizado.

Para quien todo es natural, los fenómenos de este tipo son triviales, pero para quienes estrenan novelas nuevas en cuerpo nuevo, todo placer es caótico, temible, diabólico, terminal.

Un cigarrillo vino bien y un llanto de felicidad aportó cierta coherencia a lo que acababa de ocurrir.

Bah! Mañana será otro día.

(Este es el Artículo Nº 1.643)

sábado, 28 de julio de 2012

Somos payasos reprimidos



El humor desplegado por los payasos nos hace reír porque nos sorprende saber cómo somos personalmente sus espectadores.

Un rasgo que encontramos frecuentemente en la apariencia de los payasos, es la exageración. Usan zapatos y ropas mucho más grandes que su cuerpo y los colores del cabello, el rostro y la vestimenta, tienen tonos subidos, estridentes, llamativos, escandalosos.

Generalmente se dirigen a su público gritando, haciendo gestos extravagantes y repitiendo estereotipadamente algunos de ellos.

La exageración es uno de los recursos que encontramos frecuentemente en los chistes de los payasos y en casi cualquier espectáculo humorístico.

Este conjunto de cosas, están destinadas a provocarnos risa a gente de casi todas las edades. La genialidad del artista incluye emocionar a personas de muy variado sentido del humor, cultura, lenguaje.

Según parece, el humor, la risa, lo gracioso, es el resultado de una sorpresa por algo que no debería asombrarnos y que, para ser muy breve definiría así: «¡No puedo creer que ese sea yo!»

Nuestras mentes se manifiestan por el resultado final (resultante) de dos fuerzas: un impulso instintivo y una represión cultural.

Generalmente no sabemos cuál es uno y cuál es otro, pero podría sugerir que el payaso nos muestra cómo es nuestro instinto parcialmente liberado de la contención (freno, represión, vergüenza).

Por ejemplo, nuestra piel funciona como un envase, un continente, un forro. Ella se ajusta perfectamente a nuestro cuerpo. La vestimenta normal también se ajusta cómodamente a nuestro volumen. El payaso, con ese atuendo más grande que lo habitual, nos sugiere que los rasgos culturales que nos obligan a vestirnos (para no andar desnudos), están parcialmente distendidos.

Otro ejemplo: la conducta, el respeto, la moderación en nuestro desempeño social, es parcialmente transgredida por el payaso, para hacernos reír de cómo seríamos si fuéramos más atrevidos, groseros, temerarios.

(Este es el Artículo Nº 1.642)

viernes, 27 de julio de 2012

La compañía masculina innecesaria



Las mujeres post-menopáusicas pierden el deseo sexual y la compañía masculina se torna difícil por lo innecesaria.

Como he comentado, hombres y mujeres nos diferenciamos más de lo que suponemos, al punto que podríamos ser estudiados como si fuéramos dos especies diferentes (tanto como cebras y jirafas, por ejemplo) (1).

En el plano de la conservación de la especie es donde se encuentran las diferencias más notorias, porque las hembras de todos los mamíferos tienen una participación infinitamente superior a la de los machos (2).

Como en nuestra especie nos regimos por el instinto (como cualquier otro animal), pero con el agregado de una cultura que funciona como si fuera un segundo instinto y que muchas veces oculta al original, nuestros comportamientos como mujeres y hombres es muy diferente por la influencia de anatomías y funciones reproductivas diferentes, pero también somos diferentes (entre hombres y mujeres) porque el «segundo instinto» (la cultura), aumenta las complicaciones de nuestras conductas.

Dado que en nuestra especie no contamos con un período de celo, podemos decir que nuestra hembra aumenta su deseo sexual cada vez que ovula (período de fertilidad), es decir, una vez por mes.

Durante la ovulación ella instintivamente busca ser fecundada aunque la cultura distorsiona neuróticamente ese impulso para volverlo muchas veces irreconocible.

Esta mezcla de impulsos instintivos y de distorsiones culturales, provocan variados fenómenos, de los cuales solo mencionaré uno.

Ellas tienen un periodo reproductivo que va desde los 10-14 años a los 48-52 aproximadamente, durante el cual suelen estar acompañada por un varón porque sus hormonas así se lo exigen (aunque utilice barreras anticonceptivas).

Una vez terminado el período reproductivo (después de la menopausia), ellas carecen del deseo sexual reproductivo pero igual intentan replicar (infructuosamente) aquel período durante el cual las hormonas le atraían y conservaban por lo menos un varón.


       
(Este es el Artículo Nº 1.641)