martes, 29 de abril de 2014

Bullying (acoso) pedagógico



 
Nuestro sistema educativo es bueno, pero puede tener algunos efectos indeseables, (como también los tiene la aspirina), especialmente cuando entran en combinación con ciertos perfiles (niños agresivos, con un escaso desarrollo de la función simbólica, poseedores de fuerza muscular).

Seguramente a usted le ha ocurrido: llega a su casa con el medicamento que le indicó un médico y, mientras espera los efectos deseados, siente la curiosidad de informarse sobre qué dice ese texto impreso con letra microscópica sobre una hoja plegada insólitamente. Recién ahí se entera cuántos peligros está corriendo, pues las contraindicaciones son terroríficas. Sin embargo, como usted confía en el médico (porque no tiene otra opción) y como ya se tragó la pastilla, ignora la información que acaba de leer: la descalifica como si se tratara de un chiste de mal gusto.

Efectivamente, después constata que no padeció todos los efectos indeseados que le indicaba el propio fabricante. Más aún, hasta parece que le hizo bien.

De forma casi idéntica ocurre con el Sistema Educativo. Los maestros y profesores poseen técnicas pedagógicas que, para muchos estudiantes, constituyen un verdadero acoso (también llamado ‘bullying’).

Puesto que la enseñanza aprovecha la tendencia humana a identificarse con los modelos disponibles (padres, hermanos mayores, docentes, artistas famosos, gobernantes seductores), acá aparece la contraindicación que nos causa problemas: como algunos niños sienten que la insistencia de los docentes constituye un acoso, un bullying, una violación, una molestia insoportable, se identifican con esos rasgos y los aplican sobre los compañeros más débiles.

En suma: lo que intento decir es que un juego infantil, que hasta podría llamar ingenuo, hace que algunos pequeños jueguen a los maestros martirizando a los compañeros así como ellos sienten que son martirizados por los maestros.

Una simple imitación de un modelo nos enfrenta a una contraindicación del modelo pedagógico: cuando los alumnos imitan al maestro, imitan lo bueno y lo malo que creen ver en él.

Repito sin abusar: nuestro sistema educativo es bueno, pero puede tener algunos efectos indeseables, (como también los tiene la aspirina), especialmente cuando entran en combinación con ciertos perfiles (niños agresivos, con un escaso desarrollo de la función simbólica, poseedores de fuerza muscular).

(Este es el Artículo Nº 2.209)

domingo, 27 de abril de 2014

Matrimonio concertado y desacertado




Hasta hace 30 años todavía era posible que los empresarios negociaran el casamiento de sus hijos para establecer alianzas estratégicas de mutuo fortalecimiento.

Así ocurrió entre mi padre y mi tío. Creí que me había enamorado de Patricia y ella habrá pensando lo mismo. Por eso les hicimos el gusto a los veteranos.

Nos fuimos a vivir a un apartamento muy lindo. Ella trabajaba como médica y yo no hacía nada porque no necesitaba más dinero del que mi padre me daba semanalmente.

Mi pasión era leer de todo excepto poesías, porque nunca entendí qué querían decir.

A la semana nos dimos cuenta que, con Patricia, la cosa no funcionaba. Tuvimos muy pocas relaciones sexuales con una erección casi insuficiente. Ella no me excitaba y seguramente mi erotismo no la excitaba a ella.

Sin embargo encontramos una forma de vincularnos duradera y espantosa: ella quiso mantenerme sano y me sometía a rigurosos controles, pinchazos, ayunos, salas de espera. Me tenían harto ella y sus colegas, quienes hacían lo posible para mimar al esposo de la prestigiosa doctora Patricia Miravalles.

Así estuve cerca de diez años, registrando unos valores metabólicos que ponían los pelos de punta a todos quienes se enteraban. Patricia no podía tolerar esa situación pues estaba arriesgando su prestigio profesional.

Esta actitud de ella me molestaba profundamente, pero el dinero que ganaba a esa altura de mi vida era por concepto de seguir casado con la hija del socio de mi padre.

La cantidad de medicamentos que tenía que ingerir eran seis por día, pero al poco tiempo tuve que agregar otro para proteger el estómago.

Ella trabajaba casi todo el día y yo disfrutaba con su ausencia. Los exámenes clínicos cada vez daban peores resultados. Cuando ella volvía, después de haberlos retirado del laboratorio, se la notaba furiosa, no tanto por mi mala salud sino por las bromas que le hacían sus compañeros de trabajo, por aquello de “En casa de herrero...”.

Mi vida iba relativamente bien hasta que ingresó en ella, y en el apartamento, la hermana mayor de Patricia.

Aunque casi no nos conocíamos comenzamos a tener unas relaciones sexuales maravillosas y así siguió ocurriendo. De alguna manera se enteraba cuando yo estaba solo y al poco rato venía esta mujer a transportarme a un estado psicofísico que no sabría describir.

Un día vino Patricia, disgustada con los exámenes, pero algo feliz porque traía la decisión de divorciarnos. Ya lo había hablado con su padre y este había dado su aprobación. Los exámenes mostraban resultados aún peores.

En realidad me sentí aliviado porque, a pesar de mi escasa firmeza, no me gustaba engañar a Patricia.

Al verla tan decidida a separarnos pude confesarle que no me animé a incurrir en la drogadicción farmacológica que ella me propuso. Por eso nunca tomé ningún remedio.

(Este es el Artículo Nº 2.208)

sábado, 26 de abril de 2014

El corazón de la personalidad



 
Cursamos tres tipos de experiencias infantiles que justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.

Muchas personas creemos que la infancia es una etapa de nuestra vida en la que se diseñan y determinan muchas particularidades de lo que será nuestra personalidad.

De hecho, el psicoanálisis hace hincapié en las peripecias vividas en aquella época y cuando el paciente puede recordarlas y resignificarlas, (entenderlas con la mentalidad adulta), se producen cambios significativos en la psicología del individuo.

 Como siempre ocurre, lo importante pasa a ser lo que genera malestar y deja de ser interesante todo lo bueno que vivimos en aquella época.

Vale la pena recordar tres tipos de experiencias:

1) Nuestro tierno amor hacia nuestros padres, era sano, genuino, lo mejor de nosotros, pero cuando pretendimos casarnos con nuestra mamá o con nuestro papá, sentimos una reprobación dolorosa, injustificada, lacerante.

Casi nadie tuvo la suerte de que le explicaran por qué no era bueno fundar una familia con un familiar. La ignorancia de los padres sobre cuáles son los motivos de la prohibición del incesto los convirtió en necios, violentos, brutales y eso nos convenció de que nuestros sentimientos amorosos son peligrosos por naturaleza, porque sí, sin explicaciones. Para casi todos quedó la idea de que debemos desconfiar de nuestras mejores intenciones. Nuestra primera propuesta amorosa fue rechazada impiadosamente.

2) Toda nuestra sabiduría innata se encontró con que nuestros seres queridos no la validaron, nos mandaron a la escuela a reaprender lo que los adultos dominantes creían. Nuestra sabiduría fue desacreditada, despreciada, algunos hasta se burlaron de ella. En la escuela se nos dijo cuáles eran las creencias valiosas y, en los hechos, nos dijeron que nuestros conocimientos no sirven.

Con esta historia es lógico que algunos adultos tengan rechazo a estudiar, desconfianza de los maestros y de los profesores, fobia a los libros, terror a rendir examen. En este estado, los conocimientos son fuente de dolor, de vergüenza, de rechazo, de heridas a nuestro amor propio.

3) Los humanos somos egoístas, tenemos que serlo de tan pobres y vulnerables que somos. Al niño se lo educa, adiestra, disciplina para que no sea egoísta, para que preste sus juguetes aun a quienes él no ama.

Es probable que los adultos seamos tan mezquinos, aunque hipócritamente solidarios y caritativos, porque alguna vez fue violado nuestro instinto de conservación obligándonos a desprendernos de lo que más deseábamos conservar. Estas traumáticas experiencias nos hicieron hipócritas, mentirosos y avaros que disimulan su avaricia.

Estos tres tipos de experiencias infantiles justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.

 (Este es el Artículo Nº 2.207)

viernes, 25 de abril de 2014

La normalidad de los deseos incestuosos



 
Gran parte de la angustia que nos acompaña a lo largo de toda la vida está provocada por no poder hablar de cómo vivimos los inevitables deseos incestuosos.

El tema del incesto, y su prohibición, es difícil de tratar precisamente porque así está planteado en nuestra cultura: se lo prohíbe pero sin dar explicaciones.

Algunos se han inventado una explicación seudo-científica asumiendo como fundamento que la descendencia gestada en esos términos es defectuosa o monstruosa. Esto no es cierto. Otros han recurrido a considerar que se trata de una imposición hecha por Dios.

Lo preocupante de esta situación casi universal refiere a que, por no poder comentar los deseos incestuosos, terminamos creyendo que solo están en cada uno de nosotros, como si fuéramos los únicos enfermos capaces de tener deseos tan desnaturalizados.

Pretendo compartir con usted que todos sentimos alguna vez deseos de formar una familia con un ser muy querido, que además era un familiar en primer o segundo grado (padres, abuelos o hermanos).

Si bien aceptamos de buen grado el sentimiento de amor, rechazamos ferozmente la sexualidad entre ciertos grados de parentesco.

Lo importante es saber que:

1) No existe acuerdo sobre cuál es la causa de esta norma cultural. Por lo tanto podemos asegurar que existe la prohibición pero no sabemos por qué;

2) Así como no están prohibidos los deseos de matar o de robar, tampoco están prohibidos los deseos de cometer incesto, lo que sí están prohibidos son los actos. Por lo tanto, todos podemos desear lo que queramos pero lo que no podemos es matar, robar o cometer incesto;

3) Es importante saber que todos tenemos estas intenciones y que solo una minoría cede a ellas y las actúa. De tal forma que son normales esos deseos y no tenemos por qué olvidarlos, desconocerlos, negarlos, pues las únicas que serán castigadas serán las acciones delictivas;

4) La prohibición del incesto es un caso especial porque no podemos comentarla. Por esta imposibilidad de socializar nuestros sentimientos, estos se convierten en verdaderas bombas de tiempo, que nos llenan de dudas, de baja autoestima, de inseguridad sobre todos nuestros gustos, deseos, intenciones, sentimientos. Este silencio arbitrariamente impuesto quizá sea la causa principal de la angustia que nos acompaña toda la vida.

 (Este es el Artículo Nº 2.206)

miércoles, 23 de abril de 2014

El miedo a lo deseado



 
Les comento algunos argumentos sobre por qué alguien que toma excesivas precauciones para no padecer algunos eventos desafortunados, en el fondo desearía que ocurriera lo que pretende evitar.

Como siempre tendemos a suponer que nuestra conducta es coherente con la lógica o que nuestra psiquis está alineada con el sentido común, suponemos que sería imposible desear lo mismo que nos atemoriza.

Todo hace suponer que no, que nuestros temores pueden ser deseos inconfesables, ilógicos, vergonzosos.

En el video les comento el caso de quienes tienen miedo a los ladrones, comentando que ese temor, que nos lleva a convertir nuestra casa en un bunker, tiene como contracara inconsciente desear sentirnos poseedores de objetos apetecidos para alguien, aunque este sea un ladrón.

Otro motivo estimulante del deseo es el de entrar dentro de las estadísticas más populares, pues ¿quién no ha sido robado en estos últimos tiempos?

También agregaba que ser víctima es otra forma de protagonismo, interesante para más de uno que toma mil precauciones para impedir la entrada de ladrones, pero que, cuando se va de vacaciones, se enteran hasta los vecinos más lejanos.

Sería grato sufrir esas peripecias para poder tener tema de conversación por mucho tiempo, para tener una anécdota con la que podamos atraer la atención en las próximas cincuenta reuniones familiares o con amigos.

Si los gobernantes pertenecen a una opción política de la que no somos votantes, el placer es aun mayor pues podremos despotricar contra su ineficacia en la seguridad ciudadana, aprovechando la situación para idealizar una vez más la supuesta pericia de nuestros candidatos.

Como en lo más recóndito de nuestra mente, cada varón fue un guerrero hace cientos de generaciones, el robo nos permitirá justificar los gastos, preparativos y acciones de control de toda la familia, la que quedará sometida a un estado de sitio impuesto por el samurái de la casa.

A partir de esa experiencia desafortunada, en la mente del gladiador se pondrán en marcha imaginarias precauciones, estrategias, combates heroicos, presenciados por los ojos azorados de las mujeres y de los niños de la familia, que no podrán creer el valor de aquel buen padre que parecía tan pacífico...mientras nadie lo molestara demasiado.

Estos son algunos argumentos sobre por qué alguien, que toma excesiva protecciones para evitar la acción de los intrusos, en el fondo desearía que existiera algún incidente que pusiera en juego toda esa filmografía.

(Este es el Artículo Nº 2.205)