sábado, 31 de julio de 2010

El orgullo constructivo del filósofo

Filosofar es mostrar que las cosas no son como parecen.

Si los humanos nos ponemos a mirar un fenómeno extraño y cada uno dice lo que le parece que es, filósofos son aquellos que logran dar opiniones atinadas, verosímiles pero diferentes a lo que piensa la mayoría.

Propongo otro ejemplo: ese mismo grupo de personas mira un espectáculo de prestidigitación (un mago o ilusionista). Filósofos son aquellos que, no pudiendo dar crédito a las apariencias (a lo que todos creen ver), piensan, analizan, observan, hasta construir una hipótesis (teoría) que explique racionalmente lo que ven, desbaratando de esa forma el encanto de presenciar algo mágico, milagroso, fascinante.

Estoy diciendo que para los filósofos, la inseguridad, la duda, la desconfianza, son características profesionales.

Por definición, no puede existir un filósofo confiado, crédulo, ingenuo.

Pero además de esta paranoia que precisan (para poder ejercer su rol), también son un poco amantes del dolor, de la frustración, no privilegian la búsqueda del placer o, directamente, huyen de él.

Según parece, esa mayoría que opina de una cierta forma, lo hace porque le gustaría que así fueran las cosas. Por ejemplo, esa mayoría que afirma que el sol sale por oriente y se oculta por occidente, desconoce placenteramente que es la rotación de la Tierra la que nos da esa engañosa sensación.

En suma:

La mayoría ama creer lo que le gusta, la buena noticia, la realidad más placentera, la que mejor se ajuste a lo que ya sabe, a la tradición, a lo que piensan los demás, aman las ideas heredadas de gente querida, respetable y venerable. Son conservadores.

Los filósofos aman no pertenecer a la mayoría e intentan justificar responsablemente esa petulancia (engreimiento, vanidad), construyendo teorías displacenteras, desilusionantes, revolucionarias, transgresoras, rupturistas, que a veces se confirman. Son progresistas.

Artículos vinculados:

El fracaso perseverante
Temas prohibidos
Lo feo queda para después

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viernes, 30 de julio de 2010

¿Qué carnada prefieres?

En la literatura (filmada o leída), suelen aparecer personajes que exhiben un particular desprecio por los bienes materiales (tiran la comida, maltratan la ropa, destrozan vehículos).

Estos detalles están puestos ahí por el autor, para sugerir rápidamente el desapego que el personaje tiene por lo material, precisamente por la importancia que le concede a los sentimientos, lo espiritual y demás valores superiores.

Esas obras literarias están dirigidas a un público que fácilmente puede entrar en la ficción de que existen personas adultas capaces de funcionar como niños.

Los amantes de esas ficciones disfrutamos imaginando (consumiendo imágenes visibles o descriptas con palabras) que

— es posible ser ingenuo y pragmático;
— inocente pero sagaz;
— crédulo pero realista;
— con inteligencia normal pero con una perspicacia infalible;
— no haber estudiado pero recordar el texto de todos los poemas;
— normal pero con destrezas iguales a quienes le dedican una vida a perfeccionar una habilidad (baile, puntería, acrobacia).

Es parte de nuestra naturaleza acercarnos a lo placentero y alejarnos de lo desagradable.

Si observamos que el personaje de ficción que amamos (a quien desearíamos parecernos para que otros nos amen como nosotros lo amamos a él), tira la comida, se ensucia y exhibe un obsceno desapego por los bienes materiales, no podremos evitar la tentación a hacer lo mismo.

Quienes nos invitan a gastar todo nuestro dinero en lo que venden, tratan de seducirnos con lo que a nosotros nos gusta, con idéntico criterio al que usan los pescadores para con sus peces.

En suma: usted, yo y todos los demás, somos peces que muchos vendedores desean pescar.

Eso que vemos y nos gusta, es una carnada.

La buena noticia —si se puede decir así—, es que esa carnada no contiene un anzuelo mortífero, porque el pescador sólo quiere tenernos en su pecera para seguir disfrutándonos.

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jueves, 29 de julio de 2010

Pesimismo en defensa propia

En general, creemos conocer a alguien cuando nos enteramos de sus aspectos más negativos.

El poderoso instinto de conservación, hace una selección pesimista de la información que nos llega.

Como dicho instinto sólo se interesa por nuestra sobrevivencia y la sobrevivencia de la especie, no se preocupa para nada de la calidad de vida.

Ciegamente, ese instinto trabaja para que el fenómeno vida nunca se detenga.

Como estamos determinados por él y queremos ser inmortales, no nos animamos a condenar ese afán cuantitativo, tan prescindente de los valores cualitativos.

Muchas veces se nos oye criticar tímidamente a la medicina, cuando puede llegar al ensañamiento terapéutico con tal de mantener vivos a sus pacientes, pero tenemos que reconocer que los médicos también responden ciegamente a un instinto tan poderoso e intransigente.

Privilegiamos la información negativa en defensa propia, para sobrevivir, por razones instintivas.

A su vez, podemos constatar que el grado de pesimismo operante en cada individuo, suele estar relacionado con lo que le ha tocado vivir.

Algún escéptico dijo que «un pesimista no es más que un optimista con experiencia».

Cuando dos personas se divorcian, viven situaciones que —por muy dolorosas—, se tornan inolvidables.

Como dije, nuestra forma de funcionar bajo las órdenes inapelables del instinto de conservación, nos induce a sobrevalorar los aspectos peligrosos, desagradables y negativos.

Por otro lado, para una mayoría, es casi imposible soportar la soledad.

Dentro de esa mayoría, surgirán intentos de formar nuevos vínculos amorosos que terminen con la dolorosa falta de compañía.

Resumen y conclusión:

En todos estos fenómenos, hay una trampa digna de mención.

Dado que el instinto de conservación nos obliga a pensar que recién conocemos a nuestro cónyuge cuando nos divorciamos, todo nuevo candidato será un desconocido … y nadie desea unirse a quien no conoce.

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miércoles, 28 de julio de 2010

Los que alaban mi belleza, son hermosos

El mito de Narciso es muy conocido por los psicoanalistas, porque se presta para entender una característica psicológica plena de rasgos perturbadores, sin olvidarnos del exacerbado narcisismo que tenemos los profesionales en general.

Se trataba de un joven muy bello, que todos deseaban.

Cuando digo «todos», me refiero a varones y chicas, ya que en Grecia, preferían el amor entre hombres, aunque toleraban muy bien el amor heterosexual.

Este joven tan popular, sintió sed y al reclinarse sobre un lago para beber, no pudo ceder a sus propios encantos, al punto que, en el intento de aproximarse a su imagen reflejada, cayó al agua y se ahogó.

En ese lugar, nació una flor que aún hoy seguimos llamando por su nombre.

Los escritores han tomado muchas veces este mito para adornarlo a su gusto, porque ellos y los psicoanalistas, somos muy narcisistas.

Creo que fue Oscar Wilde, un narcisista escritor irlandés (1854-1900), quien redactó el mito diciendo que Narciso se ahogó, todas las flores se pusieron tristes y le pidieron al lago que les diera de su agua para generar más lágrimas.

El lago les preguntó por qué tanta amargura y las flores le contestaron que lamentaban la muerte de un joven tan bello.

Perplejo por esta respuesta, el lago quedó pensativo y les dijo: — Yo lo amaba porque en el brillo de sus ojos se reflejaba mi propia belleza.

Para ir terminando este artículo, habrán notado que todos, con mayor o menor humidad, con mayor o menor sinceridad, nos amamos, nos gustamos, preferimos nuestra persona, nuestras ideas, nuestros gustos.

También habrán notado que algunas personas son lindas y que algunas personas son fotogénicas.

Quizá alguien nos parece bello o fotogénico, cuando sentimos que nos mira (a nosotros o al lente de la cámara fotográfica), como si aprobara nuestra belleza.

Nota: las fotos pertenecen a Araceli González y Gérard Depardieu, linda y feo, aunque fotogénicos.

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martes, 27 de julio de 2010

La moda anticonceptiva

Al cosmos poco le importa si la Tierra está o no está.

Esa gran masa fragmentada, en continuo movimiento y transformación, tiene su propia dinámica.

Desde el punto de vista humano, todo parece funcionar según nuestros criterios.

Diría que es inevitable esta percepción, así como un gato no puede dejar de ver la realidad que lo rodea, desde el exclusivo punto de vista felino.

Suponemos (equivocadamente quizá), que para la naturaleza es tan importante como para nosotros, que no se extinga la especie humana.

Parecería ser que las cosas funcionan de una cierta manera, sin auto-percibirse, sin re-flexionar, movidas por causas físicas y químicas, aunque nosotros estemos condicionados para atribuirle características humanas.

Ocurre algo similar en las fábulas. Los animales piensan, razonan, discuten, aunque todos sabemos que eso es pura ficción.

Si podemos aceptar esta radical indiferencia deshumanizada del universo al cual pertenecemos, podemos aceptar —como hipótesis—, que nuestra especie ya no necesita tener más ejemplares.

La medicina logró aumentar la longevidad, la informática nos quitó fuentes de trabajo y hace mucho que no tenemos guerras mundiales.

Este escenario podría dar lugar, a un fuerte desestímulo de la actividad reproductiva.

Nuestras familias son más chicas y la maternidad ya no es un rol tan prestigioso, como lo fuera cuando existían estímulos para expandir los índices demográficos.

La falta de interés por reproducirnos, se manifiesta en que:

— ahora tenemos más barreras anticonceptivas que hace cien años;

— la prohibición del aborto, obliga a la mujer a ser un agente anticonceptivo muy enérgico, porque la sociedad la castiga imponiéndole la obligación perpetua de cuidar a su hijo;

— aceptamos y favorecemos las uniones homosexuales, porque no fecundarán;

— más personas vuelcan su amor hacia una mascota, con la que tampoco puede haber reproducción;

En suma: nos queremos menos por razones demográficas.

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lunes, 26 de julio de 2010

Mi perro y yo

Los cuatro que llegaron primero al salón de clase, se pusieron a conversar:

María — ¿Qué tal, cómo están, cómo se encuentran para el examen?

José — ¡Hola, cómo van! ¡Qué calor insoportable! No pegué un ojo en toda la noche.

Susana — ¿Qué cuentan? ¿Alguien conoce un mecánico de autos para recomendarme?

Pedro — ¡Amigos! ¿Alguien vio la peli que pasaron anoche por la tele?

Notoriamente estos compañeros de estudios se ignoran, no se comunican, no forman un grupo y mucho menos un equipo.

Ya se ha dicho mucho sobre el efecto que provocó en la comunicación familiar, la incorporación de los aparatos de radio a principios del siglo 20 y del televisor a mediados del mismo siglo.

El diálogo entre los familiares, se empobreció primero y casi desapareció después.

Los programas informativos son sagrados y nadie debe perturbar su audición con tonterías personales como una pelea en el colegio, la inesperada ausencia de una menstruación o la eventual pérdida del trabajo.

Sin embargo, antes del siglo 20, ya era muy bien visto que los ciudadanos fueran lectores.

La concentración en la lectura también aísla al lector del resto de la familia y de sus inquietudes, problemas, angustias.

Hace siglos que es moda aislarse (leyendo, escuchando radio, mirando televisión, jugando con Play Station o el celular).

Observemos que en última instancia, esta actitud equivale a una mudanza. Cada uno se evade del lugar donde está y se mete en una novela, un radio-teatro, un noticiero, o en el juego Fifa 2010.

Esta huida del lugar, suele estar acompañada de una huída de la época.

Gran parte de nuestra atención está puesta en lo que pasó (nostalgia, duelos, recriminaciones) o en lo que vendrá (proyectos, esperanza, ciencia ficción).

En suma: la única que nos conecta con el aquí y ahora, es nuestra mascota.

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domingo, 25 de julio de 2010

Servicial hasta el fin

Yo quiero a mis pacientes. No a todos por igual, claro.

A algunos los espero con entusiasmo, a otros con nerviosismo y a otros con una discreta resignación.

Hablando con otros colegas, lo comparo con aquellas familias en las que los padres de quince o veinte hijos, eran capaces de trasmitirles a todos la sensación de ser amados, considerados, merecedores de apoyo, estímulo y recursos similares, para que cada uno desarrollara sus potencialidades.

Pero hay algo en el sexo masculino que nos induce a la taberna, al club, al núcleo de amigos.

Después de la hora veinte, anhelo que mi celular suene con el mensaje «Vienes?»

Son ellos, mis contertulios de un simpático bar que está a pocas cuadras del consultorio.

No soy un gran bebedor de alcohol, pero soy un escuchador insaciable.

Las anécdotas que refieren a dificultades psíquica, son narradas mirándome a mí especialmente.

Un policía jubilado, (arquitectónicamente hermoso, tendría que haber sido actor de cine), contó de un anciano que murió al caer por una escalera interior.

Sus ex-colegas lo invitaron a entrar al poco rato del accidente y él agradeció el gesto porque sigue amando su profesión.

La casa era un revoltijo de papeles, apilados en montañas por todos los rincones y llenos de números. Predominaban enormes divisiones con muchos decimales.

La viuda no lloraba y tenía una mirada serena con algo de estupor.

Le había pedido al marido agua para tomar un medicamento y él, al bajar con el vaso, rodó golpeándose muchas veces hasta morir.

Nuestro bello jubilado agregó que el policía más detectivesco, les hizo notar que el vaso nunca había perdido la vertical, porque conservaba su contenido junto al cuerpo del servicial esposo.

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sábado, 24 de julio de 2010

Los enemigos benefactores

En los humanos existe un fenómeno perceptivo, muy bien estudiado por la Gestalt (1), escuela teórica alemana, que —si me permite simplificar en forma radical—, ha desarrollado sesudos estudios sobre porqué percibimos mejor lo blanco cuando está rodeado de negro ... y a partir de ahí, todas las infinitas combinaciones de contrastes sensoriales e intelectuales que puedan existir.

Este característica nuestra nos lleva a preferir y buscar aquellos valores que denominamos genéricamente «positivos», exclusivamente porque existen los valores que denominamos genéricamente «negativos».

Aunque está en nuestra intención hacer desaparecer todo lo que nos molesta, es una suerte que no podamos lograrlo, porque quedaríamos totalmente desorientados. Equivaldría a una ceguera, como si todo fuera color blanco y nos quedáramos sin los imprescindibles contrastes que necesitamos para percibir.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, he llegado a elaborar la hipótesis de que Cuba tiene el gobierno que tiene porque a Estados Unidos le conviene, sobre todo a partir de que se terminó la guerra fría, cayó el Muro de Berlín y la URSS dejó de trabajar como elemento de contraste necesario para realzar la figura de los norteamericanos.

Esta hipótesis incluye suponer que el libre albedrío es ilusorio y también que estamos determinados por la naturaleza a travéz de los designios inconscientes, que son los que efectivamente nos ordenan qué hacer.

Por lo tanto, nadie es consciente de esta política internacional que incluye un bloqueo comercial, pobreza, el gobierno vitalicio de un blanco sobre una mayoría de negros y demás características de esta longeva situación.

Ahora estamos asistiendo a un período de cambio.

Como Fidel Castro se aproxima a su muerte, Estados Unidos (inconscientemente), está criando un sucesor.

Efectivamente: Hugo Chávez, es un buen cadidato para reemplazar a Fidel Castro en su tarea de preservar nuestra percepción de grandiosidad de Estados Unidos.

(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor

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viernes, 23 de julio de 2010

La simulación patológica

El aprendizaje natural, también se nutre del instinto de conservación. Por su parte, el aprendizaje formal (institucional, impuesto por la cultura, la educación), se vale de algunas características del aprendizaje natural.

Este es aquel que nos permite volver a solucionar problemas parecidos a otros anteriores y superados, o a evitar dificultades por las que alguna vez pasamos.

Esta particularidad es común en la mayoría de los animales.

También le llamamos conocimiento empírico.

Esa receptividad, sensibilidad y memoria que tenemos para recordar experiencias y soluciones pasadas, puede verse afectada por situaciones excesivamente conmovedoras.

Quienes viven situaciones de guerra, desastres naturales, ataques terroristas, no aprenden de lo ocurrido sino que se enferman por su causa.

A esto se le llama neurosis postraumática.

Sus síntomas pueden ser muy variados, dependiendo de cada persona y del estímulo que la provocó.

Se denomina de esa forma cuando las consecuencias generan algún tipo de invalidez para proseguir la vida normal (trabajar, estudiar, vida social).

Fueron los alemanes del siglo 19, los primeros en atender este tipo de trastorno invalidante, instituyendo una compensación económica mientras durara la incapacidad para trabajar.

El acierto de esta política de seguridad social fue rápidamente reconocido y rigen en casi todos los países.

Esta solución para los accidentes, enfermedades —sin excluir el envejecimiento—, creó otra patología, que vale la pena comentar.

Suelen llamarla neurosis de renta y el síntoma consiste en la simulación de las condiciones de salud que el beneficio atiende.

Naturalmente, las enfermedades psíquicas son las preferidas porque su diagnóstico es más incierto.

Aunque los técnicos deben extremar los controles para no desvirtuar el espíritu de estas leyes sociales, se impone suponer que cuando alguien insiste en que está enfermo, inválido o parcialmente discapacitado, no miente, aún en el caso que dentro de los síntomas, esté la burda simulación.


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jueves, 22 de julio de 2010

La fidelidad masturbatoria universal

«Estamos solos» dice un filósofo escéptico, pesimista, negativo, nihilista.

El pragmático lo enfrenta y le responde: «¡Para nada! Sin ir más lejos, yo soy muy feliz con mi mujer y mis hijos».

El filósofo amargado, baja la mirada y no responde. El pragmático exitoso, cuando se reúne con sus amigos, les cuenta con entusiasmo: «¡Lo dejé mudo! ¡No supo que contestar!»

Pero el pensador, ahora tiene una cana más en su cabellera. Ya no tiene entusiasmo para discutir, porque «contra el sistema, siempre se pierde».

Su idea es esta:

Cuando una persona ingresa en una pareja monogámica y ambos cónyuges se prometen fidelidad, están apoderándose mutuamente, se poseen en forma recíproca.

«Tu eres mío», «tu eres mía», «te quiero sólo para mí», María Rodríguez de González, etc.

Desde el punto de vista del varón, tener sexo con su mujer, es una verdadera relación autoerótica. Como la esposa sólo puede tener sexo con él porque le pertenece, entonces esa vagina equivale a la mano de él.

Lo mismo puede razonarse con el pene del marido, que en realidad es de ella, entonces ese apéndice erecto, no tiene más valor que un juguete erótico que ella guarda lejos del alcance de los sobrinos o de los padres.

La masturbación es sexo autoerótico y en este sentido, es posible decir que la mutua pertenencia de los cuerpos, hace que en los hechos, el sexo entre personas monógamas y fieles, sea un placer solitario.

Por su parte, nuestro triste filósofo piensa: «Los niños de este señor que se ufana diciendo que no está solo, viven conectados a Internet, jugando con la computadora y actualizando su página de Facebook».

Efectivamente, esos jóvenes (por quienes a veces los padres consultan a un psicólogo), prefieren estar con lo suyo, igual que los padres monógamos y fieles.

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miércoles, 21 de julio de 2010

Club Goleadores de Fútbol

Al lenguaje humano, lo usamos como una herramienta o como un arma.

Lo usamos permanentemente para comunicarnos (herramienta), aunque suele ser usado para manipular, engañar, confundir (arma).

La política especializada en gobernar grandes colectivos (países, naciones, bloques, gremios), suele darse un nombre que procura sugerir alguna idea propagandística.

No conozco que existan instituciones partidarias que hayan elegido nombres como «Partido de los buenos» o «Partido de los mejores» o «Partido de los justos», porque tal grado de explicitación estaría demostrando, con excesiva claridad, cuál es la verdadera intención de sus integrantes.

Por el contrario, se han elegido nombres sugerentes, para que indirectamente se diga lo mismo, pero sin ser tan obvios.

Por ejemplo, «Partido Demócrata», «Partido Republicano», «Partido Socialista», «Partido Comunista», son denominaciones que pretenden sugerir la pureza de sus postulados, procuran hacer creer que son los legítimos (y por lo tanto, únicos) defensores de lo más esencial de la ideología que invocan en su denominación.

En otras palabras, el lenguaje usado de esta manera, intenta hacernos pensar que los únicos políticos con ideas democráticas pertenecen a ese partido y no a otro. Tratan de convencernos de que los comunistas, socialistas y republicanos, no aman la democracia, porque si la amaran, entonces serían del «Partido Demócrata».

Exactamente lo mismo ocurre con el «Partido Socialista» o cualquier otro que se autodenomine emblemáticamente, es decir, con una breve consigna que pretenda hacer pensar que «ellos —y sólo ellos— son los auténticos defensores de los valores que los identifican (democracia, comunismo, etc.)».

Como la mejor forma de esconder, es mostrar, quienes dicen ser los únicos y auténticos demócratas, comunistas o representantes exclusivos del valor supremo que sea, no son denunciados por su arrogancia e intención manipuladora, porque el descaro es tan grande, que no lo percibimos.

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martes, 20 de julio de 2010

El hambre imaginaria

La palabra «postre» significa «lo que está al final». Generalmente la utilizamos para referirnos a los alimentos dulces que ingerimos para terminar una comida: frutas, tortas, helado.

Los alimentos dulces estimulan la sensación de saciedad que nos invita a no seguir comiendo.

¿Qué sentimos antes y después de haber comido, hacia un trozo de carne asada, hacia una ensalada de vistosos colores o hacia un rebozante plato de tallarines con abundante salsa y queso rallado?

Seguramente nuestra afectividad es totalmente distinta, al punto de ser opuesta: con hambre amamos esos platos de comida y sin hambre, sentimos indiferencia y eventualmente, algo de rechazo.

Esta descripción de algo que todos conocemos, está acá sólo para que razonemos juntos partiendo de un punto de acuerdo.

El amor o la indiferencia, están asociados a lo que necesitamos y deseamos. Amamos a quienes necesitamos y deseamos. El resto del universo nos resulta indiferente (aunque solemos ocultar este sentimiento por educación, para no ofender, para no lastimar la sensibilidad —inclusive— de gente desconocida).

Los vínculos requieren una continuidad en el tiempo. Sin embargo, no tenemos motivos reales para amar cuando no necesitamos la presencia, la compañía, la ayuda, la mirada, del ser amado.

Como no tenemos motivos reales pero sí necesitamos conservar el vínculo, imaginamos su ausencia, nos mortificamos suponiendo que dejaremos de tener esa relación, ya sea porque el otro nos abandone, deje de amarnos, fallezca.

Para provocarnos un sentimiento continuo de amor, nos pre-ocupamos imaginando su ausencia con fantasías de pérdida o de abandono.

Vuelvo al ejemplo de la comida que observamos con o sin hambre.

En este caso, es posible guardarla en la heladera, pero con nuestro ser amado, le damos continuidad (conservamos) a nuestros sentimientos imaginándonos pérdidas (abandono, accidente, enfermedad, muerte) que refuercen nuestra necesidad de amar.

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lunes, 19 de julio de 2010

La instalación de ideas refrescantes

Cuando compramos el equipo de aire acondicionado, llegaron los repartidores de la empresa proveedora y dejaron una cantidad de cajas cerradas en un lugar vacío que había preparado cuando sabía que vendrían.

Había mucho calor, el clima estaba molestándonos igual que siempre, pero ahora estaban esas cajas en un rincón del garaje, que habían sido compradas para disminuir la temperatura y la humedad del aire circulante en nuestra casa.

Los encargados de hacer la instalación nos habían agendado para un cierto día de la semana, a la hora 9:00 de la mañana.

Psicológicamente, creo que nos parecía que estábamos sufriendo el clima más que otras veces, aunque nuestra memoria nos decía que 35º de temperatura con 80% de humedad, era lo normal para esa época del año.

Finalmente llegaron los operarios, desplegaron sus herramientas, pidieron autorizaciones, anticiparon en qué consistirían las modificaciones del edificio, las perforaciones en las paredes, los cambios en la distribución de la corriente eléctrica y la incorporación de algunos desagües.

Pasaron las horas, aumentó el ruido, la cantidad de polvo volátil, las cajas fueron abiertas, salieron piezas envueltas en polietileno, amortiguadas por espuma rígida, estuches desechables y todo empezó a tomar la forma que habíamos pre-visto según lo que ya conocíamos y según las informaciones de los trabajadores.

Terminaron, probaron, aprobaron, pidieron una firma de conformidad, otros limpiaron, quedó nuestra casa con un artefacto que larga aire frío y retira la humedad ambiente.

Almorzamos algo muy simple, pero con una sonrisa de satisfacción.

Las personas poseemos lo que nos hace falta para tener una buena calidad de vida, pero suele ocurrirnos que nos falta saber cómo se ensamblan esas ideas para que funcionen.

Un psicoanálisis consiste en eso: exponemos nuestras ideas (cajas cerradas), para que el analista nos ayude a ordenarlas y funcionen (instalación).

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domingo, 18 de julio de 2010

Mi adorada Carolina

Ninguna mujer me ha dicho que soy feo y eso me confirma que mi fealdad es tal, que inhibe la sinceridad más heroica.

Ninguna mujer en el mundo es tan bella, femenina y seductora como mi prima.

Carolina es un nombre que para mí significa dulzura, elegancia, discreción, fogosidad oportuna y la mejor madre de muchos niños.

Ella es tan educada, sensible y considerada, que piadosamente se reserva su opinión sobre mi aspecto.

No pierdo ocasión de acercarme con cualquier pretexto.

Como tenemos la misma edad, los temas de estudio son ideales para hacerle preguntas mirándola a los ojos y deleitarme con su boca cuando responde.

Me desgarró el corazón saber que gustaba de un chico recién llegado a nuestra clase.

Su interés la llevó a pedirme que le consiguiera noticias, que averiguara la historia, que hablara con él para saber qué piensa.

Como dejó de importarle el estudio, tuve que resignarme y favorecer una relación que me ponía celoso, despreciable y aún más avergonzado.

Finalmente logró que el chico la invitara a una fiesta, de la que salieron convertidos en novios.

Estuvo radiante durante la mañana, pero tuve que consolarla cuando él no la llamó al mediodía como le había prometido.

Me llamó tarde en la noche para contarme que finalmente él la había llamado, urgiéndola para que tuvieran sexo ya mismo.

Me contó que no pudo negarse, que se reunieron en la casa de él, que fue despótico, violento, grosero, humillante, que después de penetrarla por el ano sin lubricarse, eyaculó en la vagina como un animal y que prácticamente la empujó para que se fuera.

Terminó ese amargo relato y se puso a llorar desconsoladamente, diciéndome «Lo amo, es el hombre que necesito, no podré vivir sin él, temo no haber sido de su agrado».

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sábado, 17 de julio de 2010

Lo bueno que parece malo

Los humanos somos una en-presa con cinco teléfonos.

Digo en-presa porque

1) se parece a una industria, a un establecimiento industrial (nuestro cuerpo), que recibe insumos (alimento, aire, agua), para producir energía vital y renovar las células que mueren;

2) y también digo en-presa porque la naturaleza nos tiene presos de sus determinaciones.

Agrego además que tenemos «cinco teléfonos», aludiendo a nuestros cinco sentidos, que nos mantienen comunicados con los demás, con los clientes, con los proveedores, con los colaboradores, con los competidores.

La demanda de producción para una empresa le impone mucha actividad, tensión, estrés.

Durante los períodos de gran producción, los obreros están siempre ocupados, con muchas tareas a realizar por un salario.

Los jefes y capataces, van y vienen, reciben y trasmiten órdenes, transpiran, el tiempo se les pasa muy rápido, están continuamente entretenidos.

Anhelan los días de descanso (fines de semana, feriados, asuetos), para poder descansar, estar con su familia, practicar su actividad preferida (hobby, deporte, visitar amigos y parientes).

Es domingo de tarde, ya empiezan las protestas porque el fin de semana transcurre demasiado rápido.

El lunes es un día de malhumor, nuevamente la actividad intensa, los apuros, los problemas, los desentendimientos, máquinas que no funcionan, alguien que se siente mal y debe interrumpir su colaboración. Llega el momento de descansar, comer algo, reunirse con los compañeros por tan poco tiempo que ningún tema puede quedar terminado.

La tristeza, el aburrimiento, el desgano, son muy raros en un ambiente laboral intenso, donde siempre alguien nos está pidiendo algo.

La desocupación, la ausencia de alguien que nos reclame, que nos exija, que nos presione, parece un castigo. Quizá es la mortificación más agresiva de los sistemas carcelarios.

Somos una en-presa o una empresa, que funciona mal si los demás no la necesitan o no le exigen.

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viernes, 16 de julio de 2010

La glándula que segrega ideas

Los seis mil setecientos millones de habitantes humanos que ocupamos este planeta, tenemos diferentes características y por eso segregamos pensamientos diferentes.

Me refiero a ideas, creencias, prioridades, costumbres, gustos.

La gran mayoría supone que cada uno piensa como piensa, porque así lo educaron, porque se convenció sólo, después de estudiar las diferentes opciones que encontró.

Esto puede ser así, aunque también puede ser de otra forma.

Tomemos una idea muy simple y analicémosla sin profundizar demasiado.

Digamos que una parte de los habitantes del planeta está a favor de comerciar con otros países y que la otra parte está a favor de no comerciar con países extranjeros.

Lo que propongo pensar es que, anatómicamente, unos y otros segregan esa idea, esa convicción, esa ideología que defienden.

Así como algunos miden más de un metro setenta centímetros y otros miden menos, unos tienen la piel oscura y otros más clara, unos son hombres y otros son mujeres, unos prefieren comerciar con el mundo y otros prefieren comerciar con los de su país.

La suposición de que cada uno piensa lo que quiere, hace que discutamos sobre ciertas ideas y que los partidarios de la globalización le insistan a sus opositores para que permitan la libre comercialización y estos aleguen que eso no es conveniente, aportando una cantidad de argumentos.

El intento tiene un resultado similar al que tendría insistirle a una persona alta que debe ser más baja, o tener la piel más oscura o cambiar de sexo.

Sin embargo, es cierto que algunas características se modifican por razones adaptativas (cambio de dieta por migración, de agilidad corporal por envejecimiento, de ideología por conveniencia).

Las causas por las que cambia nuestro pensamiento, son tan adaptativas como las causas de los cambios anatómicos (emigración, vejez, dieta, conveniencia, accidente, etc.).

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jueves, 15 de julio de 2010

El erotismo de las abejas

Casi todos pagamos impuestos para contribuir con los gastos generales del Estado, de las oficinas centrales de nuestro país, donde se resuelven varios asuntos que nos conciernen a todos: salud, enseñanza, protección de quienes no pueden valerse por sí mismos, control de entrada y salida de personas, seguridad interna (delitos) y externa (invasión), más un profuso etcétera.

Hasta el ciudadano más huraño, antisocial, egoísta, rico o pobre, «recibe de» o «entrega a» la tesorería del Estado de su país.

Este fenómeno ocurre dentro de nuestra especie.

En la naturaleza también ocurren otros intercambios, en los que una masa de aire cálido asciende, provoca un vacío que atrae el viento, pero a su vez, el agua evaporada y en forma de nubes, al recibir ese viento, se condensa y produce lluvias, mientras las abejas, para beber el néctar de las flores, depositan polen y —sin querer— las fecundan; con aquella lluvia, germinan algunas semillas que yacían sobre tierra fértil, más un profuso etcétera.

Sin caer en el facilismo de afirmar que «todo tiene relación con todo», es posible afirmar que la interacción que ocurre dentro del universo, es mucho más profusa (abundante, intensa) de la que tomamos conciencia.

En algunos artículos anteriores (1) he comentado sobre la verdad, la mentira y la sinceridad.

Es legítimo suponer que este fenómeno también forma parte de las interacciones propias de la naturaleza.

Participamos de la dinámica universal, tanto como el agua, el viento y las abejas, y de la interacción social como cualquier ciudadano.

El aire caliente se eleva aunque no quiera; el agua se evapora con el aire caliente, aunque no quiera; las nubes provocan lluvia si son enfriadas por una corriente de aire, aunque no quieran; las abejas fecundan las flores sin enterarse.

Somos sinceros o mentirosos, inevitablemente.

(1) La sinceridad molesta
El amor no es científico

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miércoles, 14 de julio de 2010

El amor no es científico

En otro artículo anterior (1) reflexionaba sobre la sinceridad, sus defectos y virtudes.

La conclusión final era que, decir lo que uno piensa, tiene más inconvenientes que ventajas.

Existe un ámbito en el cual la verdad tiene su hábitat, donde es imprescindible, donde siempre es bienvenida: en la ciencia.

Fuera de ese lugar, pasa a ser un producto intelectual deseable o indeseable, según las circunstancias.

Si bien hice el planteo pensando en los inconvenientes que podemos acarrearle a los demás con nuestra sinceridad, debo admitir que lo verdaderamente complicado es determinar qué dosis de verdad podemos tolerar sin sufrir, sin lastimarnos, sin descompensarnos.

Al tomar este punto de vista, entonces nuestra condición de «buen ciudadano» (compañero, cónyuge, amante, amigo, vecino, empleado, funcionario público) debería evaluarse tomando en consideración dos referencias:

1) Hasta dónde soy capaz de tolerar la verdad;

2) Hasta dónde soy capaz de respetar la tolerancia a la verdad de los demás.

En suma:

1) No tolero saberlo todo y —por lo tanto— hay cosas de las que no quiero estar enterado;

2) Mi interés por ser sincero, es una debilidad propia en tanto no tengo coraje para guardarme información, porque eso equivale a asumir una responsabilidad excesiva;

3) Mi interés por ser sincero también es vengativo, porque me aplicaron dosis de sinceridad que aún me duelen (Los Reyes Magos, Papá Noel, cómo nacemos, qué es la muerte, etc.) y me alivia hacer lo mismo con otros;

4) Soy sincero con los demás para creerme (y hacer creer) que soy resistente a la verdad que me concierne;

5) La verdad es exclusiva de la ciencia y el amor no es científico. Por tanto: el amor es incompatible con la verdad.

(1) La sinceridad molesta

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martes, 13 de julio de 2010

La sinceridad molesta

— Quien dice algo a sabiendas de que no es verdad, es un mentiroso.

— Quien está seguro de que la verdad no existe, es un escéptico.

— Quien no está preocupado sobre si lo que dice es verdad o mentira, es un cínico.

— Quien hace afirmaciones, pero sabe que puede estar equivocado, es alguien realista.

— Quien no se anima a afirmar ni negar algo, está paralizado por una obsesión.

— Quien dice algo erróneo convencido de que dice la verdad, es alguien equivocado.

— Quien dice lo que piensa sin reparar en las consecuencias, es alguien sincero.

Las personas sinceras son las que tienen la mejor prensa, las más valoradas popularmente, siempre y cuando no digan inconveniencias para quienes los evalúan.

En realidad, una persona sincera no deja de ser alguien arrogante, que se escuda en esa característica tan valorada para hacer cualquier desastre.

Estas personas se imaginan que han logrado un sitial de honor en el respeto popular, porque no solamente «saben la verdad» sino que además «son valientes».

Parecería ser que «el sincero» es un rol social, que alguien desea tomar porque esa tarea está incluida en su vocación y porque quienes lo rodean, se la asignan.

Por otro lado, y considerando las diferentes opciones que planteé al principio de este artículo, deberíamos aceptar que el sincero —como cualquier ser humano— no tiene acceso a la verdad porque es casi seguro que no estamos capacitados para conocerla.

Entonces, ¿qué es lo que pronuncia el sincero que causa tanto revuelo?

Pare responder esta pregunta, deberíamos ingresar al tema por otro lado.

Es cierto que la verdad nunca se conoce y también es verdad que existen ciertos datos, noticias, información, que algunos prefieren no compartir.

Conclusión: lo que mejor caracteriza a una persona sincera, es que molesta.

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lunes, 12 de julio de 2010

Cómo como

Las palabras terminadas en –nomía se refieren a normas, leyes:

— astronomía = Ciencia que trata de cuanto se refiere a los astros, y principalmente a las leyes de sus movimientos.

— agronomía = Conjunto de conocimientos aplicables al cultivo de la tierra, derivados de las ciencias exactas, físicas y económicas.

— economía = Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.

Como vemos en estos ejemplos, las normas y leyes provienen de la ciencia.

Me interesa hacerles un comentario sobre el vocablo gastronomía.

La Real Academia Española la define como

Arte de preparar una buena comida. || 2. Afición a comer regaladamente.

Vemos cómo, cuando de comer se trata, bajamos la rigidez de la norma para incorporar los conceptos de arte y afición.

Sin embargo la gastronomía, por tratarse de un arte o de una afición, no es tan flexible.

Existe la creencia muy generalizada en que «somos lo que ingerimos». Esto no es así.

El proceso digestivo consiste en transformar cada molécula de alimento ingerido (vegetal, pescado, ave), en moléculas propias. El alimento que nuestro organismo no puede transformar, es expulsado (defecado, orinado, vomitado).

La gastronomía debería definirse como el conjunto de normas a las que están sometidos los pueblos en lo que refiere a los alimentos que pueden ingerir.

Efectivamente, nuestra alimentación está regida por normas tan rígidas, que ni siquiera son conscientes (como si lo son los derechos civiles, los criterios penales, los reglamentos de circulación vial).

La gastronomía, no sólo diferencia razas y países, sino también clases sociales dentro de un mismo pueblo.

Muchas personas no viajan porque no toleran cambiar sus hábitos alimenticios y algunos viajan con su cocinero.

Nuestro paladar es patriota, elitista, ideológico, aunque se presenta como preocupado por una buena alimentación.

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domingo, 11 de julio de 2010

¡Ay, Marthita, Marthita...!

Yo conocí a Martha. ¡Aceleraba el pulso!

Gualberto era un muchacho enorme, con cara de niño y unas manos que podían acunar novillos.

Sabíamos por él, que Martha lo amaba a pesar de estar casado.

Él se ufanaba con esta relación, la protegía mejor que la dueña del prostíbulo y se entregaban al amor físico los días lunes, cuando ella descasaba.

Había trascendido que el padre de Gualberto era cliente de Martha, pero ella jamás se lo mencionó, ni él se incomodaba porque todo el pueblo «conocía» sus servicios.

Sin embargo, cuando la madre hablaba maravillas de su esposo, él sentía que la sangre le hervía de indignación.

La mayoría opinaba que la madre del muchacho estaba enterada de todo, pero hacía la vista gorda para preservar la familia.

En realidad, el esfuerzo que hacía por preservarla era aún mayor.

El cliente de Martha también había hecho el amor con sus tres cuñadas, ingeniándoselas para que la relación entre ellas no entrara en una guerra de celos.

Había que vivir en ese pueblo para poder entender cómo una familia así, no se había desintegrado. Pero Gualberto estaba empezando a tener problemas.

Se despertaba a media noche porque una pesadilla recurrente lo atormentaba. Martha, acostada sobre él, luego de dejarlo sexualmente exhausto, le susurraba que tenía que matar al padre por abusador.

La esposa del joven, al principio se asustaba, pero luego lo tomó como una rutina y volvía a conciliar el sueño casi enseguida.

Nadie, excepto un primo, sabía del contenido de sus pesadillas.

Fue por él mismo que me enteré cómo se fue deteriorando la salud mental de Gualberto. Las pesadillas lo estaban convenciendo de matar al padre.

En un arranque de locura previsible, el muchacho mató a su padre y pocos minutos después, también mató a Martha.

Por las pericias psiquiátricas, se supo que el joven quiso vengar a su madre, pero que nunca estuvo físicamente con Martha sino que, fascinado por sus encantos, no podía dejar de masturbarse.

Por mi parte, yo también me masturbo pensando en ella, aunque con mejores motivos porque estuve a punto de colgar los hábitos para casarnos.

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sábado, 10 de julio de 2010

El universo de una sola pieza

Hasta donde he podido averiguar, la duda, la incertidumbre y la consiguiente angustia que ellas generan, son tan naturales en los seres humanos, como que todos caemos exclusivamente hacia abajo y no hacia los costados o hacia arriba.

También me parece cierto que el fenómeno vida depende en gran medida del movimiento que estamos obligados a hacer empujados por las molestias y atraídos por el placer que sentimos aliviándonos (1).

Fusionando ambas ideas, tenemos que las molestias son necesarias y que no sería bueno que, aplicando algún recurso ingenioso, dejaran de incomodarnos la duda, la incertidumbre y cualquier otro agente agresor, sin descartar los orgánicos (dolores físicos).

En varias ocasiones he comentado con ustedes que al comienzo de nuestra existencia extrauterina, estamos un buen tiempo pensando que todo está fusionado, que somos una sola cosa, nosotros, mamá, papá, la mascota, la casa, los olores (2).

Luego de esa maravillosa primera etapa, comenzamos a discriminar, y ahí nos enteramos que no existe tal fusión, sino que cada uno es un individuo separado, que mamá es mamá, papá es papá y yo soy yo.

Con el tiempo, la sociedad nos reconoce responsables de nuestros actos, nos premia o nos castiga por nuestra conducta. Nos confirma que «yo soy yo».

El conjunto de normas que organizan nuestra convivencia (moral, legislación, reglamentos), se basa en el supuesto de que existe el libre albedrío y que somos responsables de nuestros actos u omisiones.

Pero como la duda y la incertidumbre forman parte inevitable de nuestras mentes, algunos dicen que esto no es realmente así.

Estos dicen que cuando asumimos que somos sujetos, que «yo soy yo», accedemos a una ficción, a una creencia, a una ilusión y que los filósofos inventan argumentos para reforzarlas.

Lo real sería que integramos una totalidad indivisible, solidaria, comunitaria, cósmica.


(1) Ver el blog destinado a este concepto.

(2) Tú y yo, ¡un solo corazón!
«Obama y yo somos diferentes»
«Todos para uno y uno para todos»
«Átame el zapato, ma»

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viernes, 9 de julio de 2010

Los agujeros: patrimonio de la humanidad

Alguna vez les comenté (1) que en la naturaleza existen pocos elementos fundamentales y que esa variedad casi infinita que perciben nuestros sentidos e intelecto, no son más que variaciones de unos pocos temas.

Agrego una analogía más: con siete notas musicales, está compuesta toda la música que existe.

En la naturaleza existen la inercia, la gravitación, el vacío, la fuerza centrífuga y pocas cosas más.

La variedad que percibimos, surge de infinitas combinaciones, adaptaciones, mezclas.

Con este breve preámbulo, les comentaré algo que nos pasa con los agujeros.

Los humanos tenemos horror al vacío ... y la naturaleza que nos rodea también. Todo está relleno de algo, ya sean sustancias gaseosas, líquidas o sólidas.

Los agujeros propiamente dichos son físicos: un pozo en el suelo, un túnel, la vagina.

El horror al vacío que padecemos junto con la naturaleza, nos induce a tapar los agujeros, con tierra, con una ruta o con un pene, respectivamente.

Los agujeros intelectuales son los que llamamos duda o ignorancia. Son los vacíos de certezas o información.

Son agujero intelectuales, desconocer de dónde venimos a la vida, qué sucede después de la muerte, si nuestro cónyuge nos ama.

Todos luchamos por tapar agujeros intelectuales porque nos provocan incertidumbre, ansiedad, angustia.

La ciencia intenta rellenarlos con datos, razonamientos, inventos, verdades, descubrimientos.

Las religiones intentan rellenarlos con creencias, fe, esperanza.

El psicoanálisis nos dice: «Observemos que lo real de un agujero, son sus bordes».

¡Tiene razón!

— Son los bordes y las paredes de un pozo lo efectivamente constatable;

— Son los bordes y las paredes de los orificios corporales donde se generan el placer o el dolor;

— Son la incertidumbre y la duda, lo que nos mantienen atentos a los cambios.

¡Preservemos los agujeros sin taparlos! Saberlo todo, equivale a morir. Quedarnos sin vaginas, también.

(1) Los regalos y la fuerza
La presión arterial es ilegal

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jueves, 8 de julio de 2010

¿Cómo me ven?

Cuando usted y yo entramos al Museo del Prado (Madrid), nos cruzamos con una estatua del pintor español Diego Velázquez (1599 - 1660), como para comenzar a entender la importancia de lo que vamos a ver.

Ahora observemos por un momento su cuadro más famoso: Las Meninas (imagen).

Es enorme y los personajes que ahí figuran, están en su tamaño natural ... igual que usted y yo.

Esta obra nos da una idea interesante de algo que nos sucede todo el tiempo pero que no acostumbramos observar.

El pintor (lo vemos a nuestra izquierda), nos está mirando, nos está tomando como modelo, para hacer su cuadro.

Si lo que él pintó es lo que usted y yo estamos mirando, entonces deberíamos suponer que él está mirando un espejo para luego dibujar lo que en él se refleja.

Por lo tanto, los que miramos el cuadro que Velázquez está pintando, somos un espejo.

Vayamos a una situación más cotidiana —porque pocas veces estamos siendo retratados por un pintor famoso—.

Alguna vez habremos hechos gestos o le hemos hablado a un espejo (yo prefiero hacerlo usando el del botiquín del baño, porque no quiero que nadie me vea).

Hemos hecho esto para ensayar nuestra mejor imagen ante la posibilidad de una entrevista de trabajo, amorosa, reclamatoria.

Sabemos que cuando ocurrió la entrevista, fue el otro quien nos provocó algunos cambios en los gestos y el discurso que habíamos ensayado.

En suma: nosotros somos como los demás dicen que somos, pero ¡atención!: eso que los otros dicen que somos, no son ocurrencias antojadizas, imaginarias, falsas.

Quienes nos miran (y funcionan como nuestro espejo), están condicionados por la cultura para «ver» (interpretar, evaluar, opinar, aprobar, reprobar, amar, apoyar, combatir, defender, etc.) de una cierta manera.

Artículos vinculados:

Lo feo de ser lindo

Las palabras son parte del viento

Las primeras horas

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miércoles, 7 de julio de 2010

El terrorismo popular

Aunque sea evidente, igual lo reafirmo: para nosotros (concretamente, para nuestro instinto de conservación), es mucho más grande un problema que una solución, aún cuando sean igualmente importantes.

Es por nuestro bien, que el instinto de conservación nos provoca este error de percepción; para que apliquemos más energía, cuidado y esmero en evitar los problemas, que en disfrutar de las soluciones.

Sabido esto prácticamente por cualquiera que alguna vez se haya detenido a pensarlo, veamos un abuso habilitado por este error de percepción que nos provoca el instinto de conservación.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527), fue un pensador italiano que tuvo el coraje (o la inconsciencia), de escribir un libro sobre ciertas verdades inconfesables.

En su famoso libro titulado El príncipe, escribió una lista de malignas pero efectivas técnicas para ejercer el poder.

Ante una duda que el autor se plantea, comienza a responderse así:

“Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. (…)”

Reitero que el autor se está refiriendo a una técnica para gobernar multitudes.

Sin embargo, lo que me parece interesante, no es la idea para lo que fue propuesta, sino para quienes la usan instintivamente, todos los días, con sus seres queridos y gente conocida.

Me refiero que todos esos buenos ciudadanos que permanentemente nos están recordando que debemos temerle a la vida (dietas, precauciones, amenazas, rumores, pronósticos, catástrofes, enfermedades, adicciones, delincuencia), en vez de amar a la vida.

Esos buenos ciudadanos (médicos, informativistas, hipocondríacos, ex-fumadores, dictadores desocupados), en tanto portavoces de advertencias temibles, no pueden controlar su afán de gobernarnos o de compartir sus miedos.

Artículos vinculados:

La desconfianza de supervivencia

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martes, 6 de julio de 2010

La poligamia reprimida

Muchas personas desearían expresar libremente sus deseos homosexuales.

Desde mi punto de vista, todas las mujeres desean sexualmente a las demás mujeres, por el simple hecho de que aprendieron a amar y a disfrutar de la sensualidad con su madre (1).

Por tanto, todas las mujeres que no practican el lesbianismo explícito, padecen algún grado de frustración.

Por su parte, los varones tenemos deseos homosexuales por pertenecer a una cultura machista, en la que —a pura prepotencia muscular—, nos hemos entronizado como el sexo poderoso.

Como todos los seres humanos amamos el poder y este viene siendo simbolizado por el pene (cetro, bastón, batuta, obelisco), entonces tenemos deseos de ser penetrados, penetrar o practicar la fellatio, entre hombres.

A su vez, todos los que repudian ostensiblemente a los homosexuales, demuestran con su fobia que se abstienen de practicarla por vergüenza, recato, prejuicio, temor al deseo, inhibición para gratificarse.

Sin embargo, no es este el asunto que quería comentarles.

Más universal que la homosexualidad reprimida, es la poligamia reprimida.

En este tema no me animo a ser tan enfático con ambos sexos indistintamente.

Sólo me animo a decir que todos queremos ser polígamos con personas monógamas.

¡Vaya contradicción, injusticia y desequilibrio!

Así como es lógico que haya más mujeres homosexuales que hombres porque todos aprendimos ‘amor y sensualidad’ con una mujer, es casi seguro que haya más polígamos que polígamas.

Tengo la impresión que los homosexuales (de ambos sexos) explícitos, logran ser más creativos que los reprimidos, quizá porque esa libertad les permite destinar la energía que gastaban para reprimirse, al arte, los negocios, la ciencia, la política.

Y si la causa de esa mayor creatividad fuera el sinceramiento, el respeto por el deseo personal, entonces debo afirmar que la poligamia reprimida está haciendo estragos en el desarrollo humano.

(1) Mi mamá y mi marido me miman

Artículos vinculados:

La domesticación de los instintos
Si yo fuera mujer
Las mujeres aman a todos

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lunes, 5 de julio de 2010

«Me confirmó lo que yo temía»

Hace un tiempo atrás (1) les comentaba que el lenguaje también está presente cuando de ciertas cosas se habla poco o nada.

Se habla de las transgresiones de la prohibición del incesto que cometen algunos padrastros, pero no se habla de los propios deseos incestuosos.

Se habla de economía hasta el cansancio, pero no se habla del sorprendente pudor que tenemos para tratar los asuntos de dinero cada uno de nosotros.

El tema del que no hablamos, se convierte en misterioso, perturbador, temible.

Por este efecto, el silencio sobre los asuntos de los que no se debe hablar, se convierte en un mensaje lingüístico por omisión.

Es decir, la falta de discurso genera en nosotros sensaciones de que se nos está diciendo algo, tan importante y trascendente, que no se puede ni mencionar.

Conocemos el consejo que dice: «ante la duda, abstente».

En otras palabras, cuando no sepas qué hacer, no hagas nada.

También podría decirse así: «si tienes dudas, paralízate».

Hay personas expertas en el arte de dominar (¿paralizar?) por medio de la intriga.

Esta consiste en maniobras cargadas de significados confusos, ambiguos, ocultos, misteriosos, sugerentes, con muchos gestos que podrían significar cualquier cosa menos algo tranquilizador.

Las víctimas de una intriga son personas con un miedo especial a perder (la vida, la salud, seres queridos, tranquilidad, riqueza) y que tienen una visión pesimista de la realidad.

La falta de discurso explícito, activa esas ideas negativas que poseen.

Las personas intrigantes manipulan casi exclusivamente a los pesimistas porque, al presentarles un discurso hueco, carente de contenidos explícitos, estimulan la aparición de esas ideas negativas, pero como si fueran dichas por el intrigante.

El insidioso intrigante induce al pesimista para que confirme los temores que lo atormentaban y se hace pasar por el salvador a quien deberá obedecer.

(1) Esta “cosa” me provoca “cosa”

De eso no se hable

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domingo, 4 de julio de 2010

Mejor no averiguar

Con Sofía tenemos un trato que se viene respetando rigurosamente, aunque en nuestro vínculo, esto es lo único riguroso. Todo lo demás está expuesto a los interminables avatares de la existencia:

— ella se siente bien, pero no tiene deseos sexuales;
— soy muy ahorrativo pero un día hago una compra compulsiva inexplicable;
— nos reunimos los fines de semana con nuestros padres, pero en alguna ocasión eso se interrumpe, sin explicaciones ni justificaciones ni mucho menos, malhumor.

Lo único riguroso es que ni ella ni yo tendremos relaciones sexuales con otra persona, sin consultarnos.

Siempre pensamos que este pacto es innecesario, porque ni ella ni yo toleraríamos imaginar al otro, penetrando o penetrada.

Sin embargo, nos pareció prudente establecer este pacto de forma explícita y luego respetarlo, con todas las formalidades que no guardamos respecto al resto de nuestra relación.

No hace mucho, la gerenta de la empresa donde trabajo, volvió de un viaje. Nos reunimos para festejar su retorno e informarnos de lo que vio en las exposiciones que visitó.

Cuando regresamos a nuestras respectivas oficinas, ella entró en la mía sin anunciarse y —como segunda excepción—, giró mi sillón, apoyó ambas manos sobre mis muslos y me dijo a escasos diez centímetros de mi cara:

— Te voy a coger y no me importa que estés casado.

Media hora después, le pedí a mi asistente que derivara las llamadas telefónicas a mi celular porque no volvería hasta el día siguiente.

Estuve sentado en una plaza, no sé cuánto tiempo y con el móvil apagado.

De noche, le conté a Sofía lo que pasó, que no quería acostarme con la gerenta, que temía por mi puesto de trabajo.

Con mi tono de voz, sé que le pedí ayuda.

Ella quedó pensativa, nos miramos a los ojos mucho rato, hasta que bajó la vista y me dijo:

— Está bien, yo me encargo.

Ahora no me animo a preguntarle qué sabe sobre la desaparición de la gerenta.

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sábado, 3 de julio de 2010

Pasaje de cónyuges a socios

Para simplificar la idea, digo que lo que producen dos personas trabajando en equipo, no es el doble de lo que produciría cada una por su lado, sino el triple.

Lo mismo sucede con los gastos: si dos personas viven separadas y cada una gasta $ 100 para vivir, si se asociaran y vivieran juntas, no gastarían $ 200 (100 + 100), sino $ 150.- (75 + 75).

A nivel industrial, a este fenómeno se lo denomina «economía de escala».

Esta es de por sí una buena razón para que las personas busquen asociarse, vivir juntas, compartir los ingresos y los egresos, las ganancias y las pérdidas.

Pero hay una razón más importante para asociarse y es la procreación, la reproducción, gestar y/o criar hijos (estoy incluyendo así las uniones entre personas del mismo sexo).

Ahora mencionaré un tema del cual casi no se habla porque avergüenza.

La medicina, las religiones y el derecho, utilizan la expresión «matrimonio no consumado», para designar la situación en la cual, por algún motivo, los cónyuges no tienen relaciones sexuales.

Esa expresión significa literalmente que la ausencia de relaciones sexuales está determinando que la unión no existe, que la asociación no es matrimonial, que ambos integrantes de la pareja, podrán ser considerados amigos, familiares, socios, compañeros, conocidos, pero no cónyuges.

El criterio no considera si las relaciones sexuales se realizan con o sin barreras anticonceptivas.

En otras palabras: si dos personas que viven juntas, no tienen relaciones sexuales, entonces no son una pareja, un matrimonio o concubinos.

Como en nuestra cultura neurótica y reprimida, las relaciones sexuales constituyen un tema catalogado como «íntimo», reservado al dormitorio de ambos, tratado con especial discreción, nadie reconoce que cuando los cónyuges dejan de tener relaciones sexuales, quedan divorciados, dejaron de consumar el matrimonio. Pasaron a ser socios.

Nota: no estoy considerando las razones de salud determinantes de la abstinencia sexual, y agrego que «la vejez, no es una enfermedad».

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viernes, 2 de julio de 2010

Una hipótesis de lo peor

En varios artículos anteriores (1) postulé que deberíamos pensar —como hipótesis de trabajo—, que ambos sexos pertenecemos a especies distintas. Como si hombres y mujeres tuviéramos un vínculo similar al que tienen las palomas con los flamencos.

Aunque tenemos en común que nos fecundamos entre machos y hembras y que hablamos el mismo lenguaje, los parecidos físicos comienzan a denotar que no somos tan parecidos.

Ahora la pediré que se concentre en el hecho de que la naturaleza no tiene sentimientos humanos.

Observe lo siguiente:

Nuestro período de celo es permanente.

Porque el varón es físicamente más fuerte que la hembra y corre más velozmente, puede violarla.

Más aún: cuando un hombre está dispuesto a violarla, se excita aún más si ella se resiste.

Insisto: me refiero a las condiciones naturales, desvinculadas de la cultura (organización, legislación, instituciones).

Parecería ser que la naturaleza ha organizado todo para que las mujeres gesten la mayor cantidad de hijos posible, sea como sea, sin tener en cuenta lo que ella pueda querer.

El varón, por su parte, está determinado para fecundarlas indiscriminadamente.

Para que los varones violen a las mujeres, existen condiciones naturales (fortaleza, velocidad, anatomía de uno y otra, excitación ante la resistencia).

Este salvajismo existe en muy pocos lugares del planeta pero la naturaleza salvaje de hombres y mujeres, está en todos.

Cuando vamos a tomar alguna determinación sobre el asunto, legislamos para prohibirles a ellas que interrumpan los embarazos no deseados (prohibición del aborto).

Si retomamos la hipótesis de trabajo inicial (que hombres y mujeres pertenecemos a especies diferentes), y dadas las condiciones de nuestra naturaleza, en condiciones salvajes y civilizadas, cabe una pregunta que pone la piel de gallina:

Las mujeres, ¿son humanas o son los animales domésticos usados para la conservación de la especie?

(1) Nadie es mejor que mi perro
Ya sé por qué no me entiendes
Ser varón es más barato

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jueves, 1 de julio de 2010

Los buenos son un poco malos

¿Usted admitiría la existencia de una buena conducta imperdonable?

La expresión está asociada fuertemente a una «mala conducta», pero no con una buena, y esta falta de costumbre, sirve para desconocer, ignorar, descalificar la idea de que alguien deba ser condenado por buena conducta.

El caso es relativamente sencillo y se explica en pocas palabras.

Si en un grupo de trabajo, un colectivo, una organización, alguien hace las cosas demasiado bien, le está causando un problema al resto que cumple con los estándares de la mayoría.

En las cuadrillas de trabajadores, siempre existe algún líder que cuida la uniformidad del grupo, tratando de que nadie muestre desempeños superiores al resto.

Los personajes sobre-salientes, también son perturbadores. Denuncian indirectamente que otros están retaceando su habilidad, esfuerzo o preocupación.

La buena conducta no consensuada (no aprobada por la mayoría), equivale a un acto de traición que justifica la correspondiente sanción.

Esto no sería así en el caso de un grupo de personas que deban alcanzar un objetivo riesgoso, en el que uno se exponga a encarar las misiones más peligrosas, en beneficio directo de quienes se mantienen en mejor resguardo, cuidando su integridad.

Hacer las cosas mejor que los demás también es una buena conducta imperdonable si lo observamos desde el lado opuesto.

Cuando los niveles de calidad, excelencia, rendimiento, esfuerzo, son promedialmente bajos (por ejemplo, en el ámbito estudiantil, en los mercados, entre los funcionarios de una institución), más personas podrán calificar para conservar su puesto (como estudiante, agente económico o trabajador, respectivamente).

Quiere decir entonces, que el mal desempeño, la mediocridad, la mala conducta (no delictiva), desciende el nivel de expectativa y de esa forma, más personas pueden ser incluidas, integradas socialmente, rescatadas de la marginalidad.

En suma: los mejores desempeños, tienen aspectos positivos y también negativos.

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