sábado, 30 de abril de 2011

El autocastigo tranquilizador

El autocastigo, el asumir culpas injustamente e intentar pagar por ellas, aporta el beneficio de imaginar que podemos controlar el azar, los accidentes casuales y en definitiva, las pérdidas y la muerte sorpresivas.

Otras veces he mencionado (1) que los humanos tenemos algunas características que el mismo sentido común se encarga de ocultar.

Dicho de otra forma, cuando nuestro inconsciente quiere gozar clandestinamente, se las ingenia para que la conciencia vea el acto placentero como desafortunado (enfermedad, pérdida, dolor). El sujeto no puede creer que algo de él lo provocó.

En esta línea son bastante conocidos los actos fallidos y ya muchas personas han incorporado a su sentido común que si algo imprevisto me impide visitar a mi madre ... es porque en el fondo de mi corazón no quería verla ... aunque el mismo sentido común insista en decir «¿cómo piensas que no desearías ver a tu mamá, con lo mucho que la quieres?».

También han ganado popularidad los lapsus. Si alguien dice «Nos hemos preocupado de proteger la contaminación...», seguramente quiso decir todo lo contrario pero su inconsciente fue más sincero y lo obligó a confesar la verdad.

Algo menos conocido es por qué nos resulta placentero y conveniente asumir culpas que objetivamente no nos corresponden.

Por ejemplo, si somos asaltados por un maleante, en pleno duelo por la conmoción que nos provocó el incidente, se nos ocurre decir con tono severo «yo no tendría que haber pasado por ahí», «fui imprudente, es mi culpa», «no me explico cómo tengo este tipo de descuidos».

El beneficio está en que de esa manera la víctima puede construir la hipótesis de que su ocasional mala suerte está bajo control y gana en tranquilidad (alivia la angustia) imaginando que no volverá a ocurrirle.

Este alivio lo obtiene al costo de auto-culparse injustamente.

(1) Ciertos infortunios son indirectamente placenteros

●●●

viernes, 29 de abril de 2011

El poder de lo impronunciable

Un trauma es una experiencia que no podemos describir, representar, dibujar, simbolizar. Nos ocurre por accidente pero también es usado por los gobiernos, religiones y publicitarios.

«¡Esto no tiene nombre!»: «Mira, no tengo palabras para decir lo que presencié»; «¡Nos dejó mudos de espanto!», … hay varias expresiones para decribir lo que no se puede describir.

Contamos con algunos adjetivos para calificar aquello de lo que no se puede hablar: inefable, impronunciable, indecible, inenarrable y quizás existan otros que no recuerdo.

Las cosas, sucesos o fenómenos que puedan calificarse como inefables, o son maravilloso, geniales, sublimes o son terroríficos, espantosos, demoníacos.

Así parece funcionar nuestra psiquis.

Enterados de esta forma de reaccionar, no faltaron quienes inventaron formas de utilizar la característica en beneficio propio.

Cuando la psicología es utilizada para someter, se utilizan apremios físicos que tienen por objeto producir estados de ánimos inefables, de pánico, horror, parálisis mental, alienación, lavado de cerebro.

Cuando la psicología es utilizada para imponer ideas, se utilizan imágenes atractivas pero de defícil descripción verbal o directamente se quitan los vocablos, sustituyéndolos por logos que representan una marca, una idea, una ideología.

El caso más efectivo del que tengo noticia es el de Dios cuya representación imaginaria está explícitamente prohibida. Quienes creen y quienes no creen, nunca han visto un dibujo o un monumento que lo evoque. Sólo nos entendemos por esa palabra.

Esta ausencia de representación simbólica (imagen, nombre) aumenta su estatus, su valor, su significatividad.

Quizá suene extraño pero este procedimiento es similar al utilizado por el terror, aunque sus fines estén generalmente en polos opuestos.

Psicológicamente, un trauma es una experiencia que no se puede simbolizar, no se puede describir, dibujar. Esta particularidad es la que le aporta su fijedad, inamovilidad, estabilidad, inalterabilidad, dominándonos sin que podamos controlarlo (al trauma).

●●●

jueves, 28 de abril de 2011

La naturaleza no nos consulta

Aunque reflexionamos intensamente sobre el realismo o sobre el idealismo, las conclusiones —sean cuales fueren—, no importan mucho porque no tienen consecuencias. Nada significativo se altera por nuestras conclusiones.

Los humanos tenemos el intelecto porque aún no terminamos de desarrollarnos como lo hicieron otras especies que tienen casi todas las funciones vitales automatizadas por medio del instinto.

El pensamiento (razonar, imaginar, dudar) es una prótesis que nos instaló la naturaleza mientras no logramos perfeccionarnos como especie.

No me extrañaría que todos los demás animales hayan tenido que poseer una psiquis provisoriamente mientras la evolución natural les preparaba un instinto completo a lo largo de varios milenios.

Como estamos en una etapa de transición en la que aún nos faltan varios miles de años para ser tan perfectos como un perro o una araña, tenemos provisoriamente esto (la psiquis, el intelecto, la reflexión).

Alguno de sus defectos es que puede negar, imaginar, delirar, idealizar.

Un animal perfecto reacciona automáticamente ante una tormenta, un ruido, un olor, el hambre, el miedo, la muerte.

Un animal imperfecto (el ser humano) se permite dudar de lo que no le gusta, está en condiciones de suponer que los datos de la realidad quizá sean ilusorios, antepone sus propias aspiraciones negando los estímulos que recibe del entorno, impone su creencia (siempre alineada con el placer).

Ni el realismo ni el idealismo tienen grandes consecuencias ni para el universo, ni para la especie y la mayoría de las veces tampoco afectan al propio individuo.

No importa mucho qué pensemos (segreguemos) los humanos con esta prótesis intelectual pues nuestra capacidad de transformar la realidad en los hechos es insignificante.

En suma: que acostumbremos tomar como datos válidos lo que imaginamos o como datos válidos lo que observamos objetivamente, no cambia el universo. Son cuestiones domésticas de nuestra especie.

●●●

miércoles, 27 de abril de 2011

La desventaja de ser mujer

Las hembras mamíferas cuentan con el instinto para regular sus embarazos, pero las humanas (mujeres) dependen de su intelecto para tomar decisiones y de la presión social que las reprime.

Los envases vacíos de las bebidas que vamos consumiendo pueden apilarse en algún lugar que no molesten, pero no necesariamente protegidos de un posible robo. ¿Quién puede codiciar envases vacíos?

Sin embargo, el dinero que hemos cobrado a fin de mes, las joyas que heredamos de la abuela o el televisor que aún no terminamos de pagar, deben ser guardados, protegidos, custodiados.

Estos dos ejemplos extremos están puestos ahí para generar un clima intelectual que nos prepare para la lectura del siguiente comentario.

Los humanos estamos divididos en dos sexos (femenino y masculino), muy parecidos en varios aspectos y tan diferentes en otros que he llegado a sugerir que podríamos formar especies diferentes. (1)

Asumo que somos animales valorativamente similares a cualquier otro, con los cuales podemos hacer comparaciones como recurso para entendernos mejor.

En todos los mamíferos la aceptación sexual de la hembra coincide con su momento de fertilidad (estro) ... en todos menos en los humanos. Con ellas la aceptación sexual puede ocurrir en cualquier momento, esté ovulando o no.

La incompletud de funciones que se verifica entre los humanos cuando nos comparamos con los caballos, perros, ballenas, está compensada por las decisiones.

Dicho de otro modo: las mujeres tienen que decidir no tener sexo para no fecundar más hijos de los que podría alimentar.

Como nuestro desempeño intelectual también es muy precario y los varones somos incapaces de rechazar una solicitud de fecundación, las mujeres tienen que ser ayudadas a cuidarse, no solo por las leyes sino también por la costumbre de reprimirlas, custodiarlas, vigilarlas.

A ellas les gusta ser cuidadas hasta el punto de quejarse orgullosamente.

(1) Los monos degenerados

Una hipótesis de lo peor

Los orgasmos inútiles

●●●

martes, 26 de abril de 2011

El valor personal de la libertad

Para ganar dinero vendiendo nuestro tiempo libre es preciso que amemos fuertemente esta libertad. Quienes se aburren más bien quieren desprenderse de ella.

Todos conocemos cómo surgen los precios a partir de la tensión entre la oferta y la demanda.

Algo muy ofrecido, tiene un precio bajo y algo muy demandado tiene un precio alto.

En otro artículo (1) les comentaba que los trabajadores que vivimos en la ciudad, tenemos como principal fuente de ingresos económicos la venta de libertad (vendemos tiempo libre, libertad de elegir qué tareas realizar, libertad de expresar qué procedimientos utilizaríamos).

Con las ideas referidas a cómo se fijan los precios y a este producto al que renunciamos (algunas libertades), podemos hacer una reflexión de filosofía práctica.

Comienzo por la conclusión: las personas que se aburren difícilmente obtengan buenos ingresos con la venta de sus libertades.

Las personas que no saben cómo entretenerse tienen un sobrante de tiempo y energía molestos.

Estas personas que no disfrutan de la libertad, cuentan con ella como un estorbo.

En estas circunstancias, el empleador o los clientes que soliciten su colaboración no estarán pidiéndole un penoso renunciamiento sino que le estarán ofreciendo un servicio higiénico, de limpieza: le estarán sacando el aburrimiento, la insoportable situación de no saber qué hacer, dónde ubicarse, cómo matar el tiempo.

En este caso podemos decir que el empleador o el cliente que le piden colaboración a una persona que se aburre, le están ofreciendo un servicio por el cual sería legítimo que el «trabajador» tuviera que pagarle al «empleador» o al «cliente».

Seguramente este pago no existirá sino que por el contrario, el sentido común hará que sean estos (empleador o cliente) quienes le paguen al tedioso, pero eso sí, le pagarán muy poco porque en realidad le están haciendo un favor si logran entretenerlo.

(1) La venta de libertad

●●●

lunes, 25 de abril de 2011

Las palabras son actos intangibles

Las palabras tienen valor de acciones concretas aunque nuestra capacidad perceptiva no lo capte en todos los casos.

«La suerte está echada» era una fórmula que usaba el pueblo romano (al principio de nuestra era) para consagrar el inicio irreversible de una empresa, un acto, una decisión temeraria, audaz, riesgosa.

Es el propio enunciado (la expresión verbal) lo que determina ese punto que marca un antes y un después.

Los lingüistas llama la dimensión factual del lenguaje a eso que realmente ocurre porque su causa principal es lo dicho o escrito (por uno mismo o por otro).

Los humanos percibimos estímulos sólo dentro de un determinado rango de intensidad y nos perdemos el resto.

Esta condición determina que los cambios reales producidos por las expresiones verbales sean mayoritariamente imperceptibles, por lo cual llegamos a la conclusión de que las palabras se las lleva el viento, o que la producción de cierto orador o escritor es puro bla-bla-blá.

Podemos verificar la acción transformadora de ciertas expresiones verbales cuya intensidad es la suficiente como para que nuestro intelecto pueda captarlas.

Me refiero a los enunciados performativos.

Estos pronunciamientos son tan contundentes que podemos reconocerlos como agentes de cambio.

Si alguien dice «Juro …», «Prometo …», «Garantizo …», «Certifico …», en ese mismo momento que lo expresa lo está ejecutando.

Sin embargo, las amenazas son algo más confusas porque emiten un estímulo escasamente perceptible.

Si alguien dice «me vengaré de tí por lo que me has perjudicado ...», pensamos que se trata de la promesa de un castigo futuro, sin embargo es muy probable que la frase descargue toda la ira en el propio acto de enunciarla porque su irritado emisor ya da por concluida su venganza tan solo con pronunciarla y que el destinatario la reciba.

Artículos vinculados:

La acción inactiva

Enlace«¡Protesto su señoría!»

●●●

domingo, 24 de abril de 2011

Gúlliver y la liliputiense

Cuando tenía diez, fuimos tres familias de paseo a la orilla de un río.

Las otras dos familias también tenían hijos de mi edad.

Ya durante el viaje mis padres comenzaron a discutir por alguna tontería como siempre. Mi madre era muy agresiva y no perdía oportunidad de atacarlo con recriminaciones de antigüedad variable.

La amistad entre los matrimonios surgía porque dos hombres y una mujer eran compañeros de trabajo de la misma empresa y disfrutaban reunirse incluyendo a los cónyuges e hijos.

Esta no era la primera vez que hacíamos una salida para acampar por el día en un bosque con arroyo.

Durante la mañana se hizo lo habitual: buscar leña, encender el fuego para asar carne y preparar una ensalada con lechugas y tomates.

Entre los hijos no había buena comunicación ese día. En particular recuerdo que yo estaba de mal humor. Algo no me gustaba y sólo deseaba que llegara la hora de irnos.

En determinado momento me pareció ver que el más alto de los hombres —a quien mi madre entre casa lo apodaba «Gúlliver»—, le acarició la espalda a ella, provocándole una reacción furiosa aunque contenida para no llamar la atención.

Esa escena tatuó mi retina, el mal humor empeoró, las ganas de irme fueron desesperantes.

Dormitaba después de comer en un asiento de nuestro auto cuando se me ocurrió revisar de un vistazo qué hacían los otros acampantes ... mi madre y «Gúlliver» no estaban.

Sentí que el corazón también se quería ir, mi padre jugaba muy divertido a las cartas con otros dos y los demás dormían.

Como un autómata salí a recorrer el bosque hasta que en una zanja natural vi al grandote acostado boca arriba, con mi madre cabalgándolo desesperada, como si intentara castrarlo con la vagina.

Todavía me parece verlos y cuando tengo sexo con alguna mujer, recordar esa escena me asegura un orgasmo volcánico.

●●●

sábado, 23 de abril de 2011

El divorcio médico-paciente

Entre médico y paciente existe un divorcio inevitable porque tienen necesidades diferentes y pertenecen a contextos (circunstancias, situaciones, compromisos) muy distintos. Sin embargo el médico no tiene más remedio que parecer solidario.

Cuando perdemos la salud, nos sentimos mal y esta es una reacción saludable porque así funciona nuestro instinto de conservación: el fenómeno vida es conservado mediante estímulos penosos que nos obligan a buscar el alivio.

En este movimiento hacia el placer es que tratamos de buscar ayuda entre quienes practican el oficio de curar.

Las enfermedades que nos provocan gran preocupación y decaimiento (porque nos quitan energía, nos asustan, son desconocidas), vienen acompañadas de infantilismo.

Esto es, perdemos nuestra actitud firme, segura, responsable y somos poseídos por un ingobernable deseo de ser protegidos, acompañados, mimados.

Necesitamos delegar en otro nuestro problema.

Procuramos reproducir las escenas infantiles en las que nuestros padres nos prestaban más atención y cuidados, nos miraban con un gesto de preocupación, empatía, ternura... que volvemos a necesitar a cualquier edad cuando nos enfermamos.

En este contexto tan emocionalmente alterado, aparece la figura del médico, sobre el cual se depositan ciertas expectativas coherentes con los deseos de protección, curación, amor.

El profesional a su vez posee una cierta realidad y tiene prohibido salirse de un cierto contexto delimitado:

— por las normas propias de su profesión (corporación, gremio, sindicato),

— por las normas propias de la institución a la que pertenece (hospital, empresa proveedora de servicios de salud prepagos, proveedores de insumos tales como medicamentos, aparatos, herramientas);

— por las normas económicas según las cuales su trabajo debe producir ganancias que le permitan vivir dignamente, respetar los costos de su empleador, ajustarse a las posibilidades económicas del enfermo ...

... quien sólo quiere amor, comprensión, solidaridad, alivio, esperanza y volver exactamente al estado en que estaba antes de enfermar.

●●●

viernes, 22 de abril de 2011

Celamos a quien represente a nuestra madre

El amor que inspira celos es imaginario. Celamos a alguien que representa a nuestra madre y que parece tan imprescindible como lo fue ella.

Quizá todos los seres vivos somos, en mayor o menor medida, gregarios, sociales, amigables.

Los humanos somos tan débiles que si no nos juntamos las posibilidades de perecer aumentan.

«Los celos son un sentimiento» … me llama la atención porque varias cosas son una sola. Utilizamos la palabra «celo» en plural para terminar diciendo que son «un sentimiento».

Pero esto es algo que ahora no me interesa tanto como lo que sigue.

El principal ingrediente de los celos es el miedo al abandono. Lo que sentimos por la otra persona se convierte en un insumo vital, sin el cual podríamos morir.

Todo hace pensar que cuando nos vinculamos muy especialmente con alguien, lo que estamos haciendo es repetir (reeditar) aquel primer amor que sentimos por nuestra madre, sin la cual realmente habríamos muerto.

Desde este punto de vista el amor es un simple error. Si el temor a perder la compañía de nuestro ser más querido surge porque imaginamos que es aquel primer amor (mamá), nada de este sentimiento y de este vínculo tiene mucho sentido.

Sin embargo el dolor es real, los celos mortifican, pueden arruinarle la vida a quien los padece. Alegar que se trata de un error, de una imaginación, de una equivocación, no alivia ni resuelve nada.

Quizá sería más efectivo aceptar que la percepción de realidad que tiene nuestra psiquis es precaria, defectuosa, poco confiable.

Si aceptáramos esto, es coherente:

— no creernos dueños de alguna verdad,

— suponer que si los demás parecen equivocados, quizá no merezcan una condena muy severa, y

— aliviar el dolor de nuestros celos recordando que nuestro ser amado es sólo un/a representante de mamá.

●●●

jueves, 21 de abril de 2011

La biblioteca de lo prohibido

El derecho es la ciencia que estudia los principios de justicia y orden que regulan nuestra convivencia. Su mayor dificultad está en interpretar los textos y al ser humano.

La palabra hermenéutica significa el arte de interpretar.

La palabra exégesis significa interpretación.

El verbo glosar significa comentar (interpretar) el significado de palabras, que es exactamente lo que estoy haciendo ahora.

Solemos quedarnos con la idea de que entendemos todo lo que oímos y leemos, pero no es tan así. Especialmente en algunos casos, interpretar da mucho trabajo aproximarse al significado más probable de un texto o un discurso.

Uno de esos casos en los que hacen falta la hermenéutica, la exégesis y la glosa, es en el derecho.

Habrán observado que cuando leemos el texto de una ley, nos quedamos con una cierta idea que puede ser igual, parecida o totalmente diferente de lo que opinan los abogados, los jueces y hasta el mismo legislador que la redactó.

Desde mi punto de vista, todo texto (o discurso) se resiste a la interpretación y si aspiramos a saber más de él, tenemos que dedicarle tiempo, inteligencia y esfuerzo.

Existen bibliotecas enteras con libros sobre el derecho, las leyes, la jurisprudencia y demás estudios afines a lo que en definitiva no son otra cosa que los criterios de convivencia que nos hemos dado para llevarnos bien, para no pelearnos, para evitar que otro ser humano nos haga daño.

Esas bibliotecas, esa cantidad de libros, tienen por tema central las miles de formas que existen para perjudicarnos mutuamente.

En suma: el derecho, como especialidad, como rama de saber, nos informa (generalmente en forma indirecta) la casi infinita cantidad de maldades propias de nuestra especie.

Si todos somos semejantes, informarse sobre derecho es una manera de conocer nuestras potenciales (o no tan potenciales) intenciones.

●●●

miércoles, 20 de abril de 2011

Las manos invisibles de la naturaleza

Las pérdidas, inconvenientes y malestares reiterados, cumplen un propósito beneficioso imposible de entender con sentido común.

Un chiste étnico dice: «Si ves que un judío se tira por la ventana, tírate tras él porque es buen negocio».

La creencia en el libre albedrío tiene sus pros y sus contras (1). De igual forma, creer en el determinismo nos aporta una vida más distendida pero nos perdemos los placeres del protagonismo: si me va bien o me va mal, no es por mérito o culpa mía sino porque la naturaleza y el azar (la casualidad) participaron a su manera para que «eso» me ocurriera.

Hasta que alguien me ayude a salir del error, pertenezco a la minoría que cree en el determinismo y les cuento qué se ve desde este lugar que me tocó en suerte.

El chiste del judío es una metáfora de lo que deseo comentarles.

La naturaleza siempre hace los mejores negocios, los más convenientes para la supervivencia individual y colectiva.

También es cierto que a veces ocurren excepciones. Por ejemplo, si a la naturaleza se le ocurre provocar un tsunami, podremos morir aplastados por un edificio o ahogados por una ola enorme.

Desde este lugar al que vine a parar (el determinismo) se ve que no existen fuerzas mágicas, ni misteriosas ni espirituales. Las energías que nos influyen pueden ser conocidas o desconocidas. Dependerá de nuestra sabiduría o ignorancia.

Los malos hábitos, los actos reiteradamente perjudiciales, las inhibiciones simples pero muy molestas, son como la defenestración del judío (tirarse por la ventana): seguramente no podremos comprenderlas pero también seguramente es lo mejor que nuestra naturaleza nos tiene asignado para preservarnos como individuos y como especie.

Quienes creen en el libre albedrío se lamentan, se quejan y dedican mucho esfuerzo a tomar precauciones para que nada (inevitable) ocurra.

(1) Libre albedrío y determinismo

●●●

martes, 19 de abril de 2011

La gente sana inspira agresividad

En el fondo del corazón anhelamos el sufrimiento y hasta la muerte de quienes ostensiblemente se animan a satisfacer deseos que reprimimos.

Hace unos días falleció —enferma de cáncer— la amiga de una amiga mía.

Me contó que estaba triste por esa pérdida pero también muy preocupada porque en realidad no estaba tan triste como ella suponía que debía estarlo.

Nuestras conversaciones más recientes giraron en torno a este padecimiento por no padecer.

Por supuesto que me interesé por saber de la fallecida. Supe que había sido una persona que estuvo casada en tres oportunidades y siempre por poco tiempo.

Su espíritu liberal la hacía poseedora de un fuerte deseo de disfrutar de la vida, tanto sea con viajes, organizando fiestas o comprando alhajas, vestimenta, adornos, regalos.

Me contó que cuando una se quedaba a dormir en la casa de la otra, la más liberal le contaba sobre envidiables experiencia placenteras y le adelantaba proyectos fantásticos aún más temerarios, fascinantes y arriesgados.

Parece claro que mi amiga no sólo sentía mucho afecto sino también admiración por quien era capaz de disfrutar con tanta decisión.

Disfrutaba las anécdotas y proyectos como si hubieran sido propios.

Según parece, la muerte de la mujer divertida privó a mi amiga de alguien que le mostraba cómo un semejante a ella podía disfrutar mejor de la existencia, pero también la alivió de que alguien igual que ella fuera envidiablemente más valiente.

También consideramos la hipótesis de que el cáncer es una enfermedad tan terrorífica porque, al caracterizarse porque las células se reproducen alocadamente, es posible pensar que existe un castigo mágico al deseo desenfrenado.

Esto explica la inesperada alegría: la muerte prematura le permitía confirmar algunas creencias religiosas referidas al castigo que merecen (y a veces reciben) la satisfacción del deseo, gozar, disfrutar.

●●●

lunes, 18 de abril de 2011

Revaloricemos la mentira

La mentira tiene mala fama, popularmente es condenada, nadie confiesa ser mentiroso, aunque en los hechos es solicitada por la supuesta víctima.

Suele ser una criterio inteligente, bienvenido y aceptado que los especialistas en ciencias políticas y los historiadores reconocidos como confiables, engañen a la población para beneficiarla.

A nivel menos colectivo, todos estamos de acuerdo con las falsas expectativas que habitualmente generan los médicos.

Para confundir mejor nuestra moral y sentido común, nos resulta muy difícil darnos cuenta que las víctimas de la mentira son muchas menos de las que aparentan.

Efectivamente, tanto a nivel de poblaciones como de paciente, estamos pidiendo que nos mientan, porque intuimos con razón, que

— conocer la «verdad» nos causaría gran dolor y preocupación;

— este gran dolor y preocupación no tendría ningún beneficio porque en la mayoría de las circunstancias perjudiciales y penosas, es poco o nada lo que podemos hacer para impedirlas;

— evitamos recibir la verdad para no cargar con la responsabilidad que ella nos impone. Bajo el pretexto de la ignorancia podemos evadir costos, esfuerzos, riesgos;

— otro beneficio que tenemos cuando un gobernante o un médico nos mienten y nos damos cuenta, es que indirectamente nos autoriza a que actuemos de igual forma bajo la consigna «Si ellos lo hacen, por qué yo no». Todos tenemos experiencia sobre cuánto puede ayudarnos omitir ciertas confesiones;

— mentir también es saludable para conservar los vínculos cuando inteligentemente los vinculados saben que están permitidos los maquillajes de la realidad, el uso moderado de la falsedad, la diplomacia no académica y silvestre cuya intención sea beneficiar la convivencia.

En definitiva, ya tenemos suficientes motivos para decir que cuando recibimos datos falsos de gobernantes, médicos o seres queridos, lo que en realidad están haciendo es no defraudarnos.

En suma: Existen las mentiras piadosas y también las generosas, complacientes.

Artículos vinculados:

Mejor no me lo digan

La sinceridad de inmerecido prestigio

●●●

domingo, 17 de abril de 2011

La escultura hiperrealista de Ron Mueck

Una señora me contó un hecho verídico que ahora comparto con ustedes.

Se parece a la obra del escritor irlandés Oscar Wilde, titulada El retrato de Dorian Gray.

Ocurrió en un palacio europeo en la década de 1990.

Un joven con rasgos físicos y de personalidad similares al elegante y caprichoso Dorian Gray, pasaba su tiempo tratando de aliviar la torturante angustia propia de quien la abundancia lo mantiene privado del vitalizante deseo.

Por exceso de aburrimiento pensó que sería divertido contratar los servicios del prestigioso escultor australiano Ron Mueck para que le hiciera una estatua con su estilo hiperrealista y con cincuenta centímetros más de altura.

La obra quedó terminada (imagen parcial), se hizo una gran fiesta que le permitió al joven tener unas pocas horas de alivio, pero rápidamente empeoró su tristeza, aburrimiento e irritabilidad.

Cuando el muchacho tenía cerca de treinta años, observó que su mega escultura había comenzado a deteriorarse, cambiando de color, arqueándose hacia adelante y ensombreciendo la expresión facial.

La salud mental del joven empeoraba. Fantaseaba con abrirse las venas en la orilla de un arroyo para que de la sangre germinara un árbol frutal desconocido hasta entonces.

Un mediodía, en un arranque de furia, arremetió contra su monumento y las filmadoras de seguridad registraron cómo el muñeco se animó por unos segundos, le devolvió los golpes con una furia proporcional a su tamaño, para recuperar su aspecto original en menos de un minuto.

El aspecto juvenil y saludable que tenía el muchacho mientras la estatua se deterioraba, los perdió al mismo tiempo que la obra escultórica se recuperó.

Cuando leí El retrato de Dorian Grey, fui de los pocos que aceptó como un hecho verídico que el personaje tenía su existencia intercambiada con un retrato así como este joven la tenía con una escultura.

●●●

sábado, 16 de abril de 2011

Ciertos infortunios son indirectamente placenteros

Algunos problemas reiterados (pérdidas, accidentes, fracasos), tienen por causa un deseo de sufrir que nos cuesta imaginar y aceptar como propios.

Todos entendemos que el placer y el dolor son sensaciones opuestas, una deseable y la otra indeseable y que si está una no puede estar la otra.

Para nuestra inteligencia, placer y dolor son vivencias cualitativamente opuestas. Se excluyen.

Complementamos esta polarización diciendo que el placer es bueno y que el dolor es malo.

También pensamos otra cosa respecto a este tema: existe un conjunto de personas que patológicamente buscan sufrir. Son los llamados masoquistas.

La coherencia nos induce a pensar que un masoquista está enfermo porque una persona normal jamás desearía sufrir.

Con este conjunto de saberes, certezas o creencias, andamos por la vida suponiendo que repudiamos el dolor y que amamos el placer. Estas afirmaciones las realizamos con el énfasis que se merece cualquier convicción firme, indudable, categórica.

Por otro lado, ocurren otras cosas en nuestra vida que ni las sospechamos vinculadas con los asuntos del placer y del dolor.

Y acá sí ocurre algo que se parece mucho a un vicio, entendiendo por tal, una práctica que nos da un placer inmediato pero escasamente duradero y que al finalizar el efecto, sobreviene un cierto malestar (angustia, dolor de cabeza, agotamiento).

Otra característica infaltable en todo vicio es que el vicioso no puede abandonarlo voluntariamente, salvo escasas excepciones.

Creer que rechazamos enérgicamente el dolor puede ser el determinante para que ciertas circunstancias penosas que se nos repiten a lo largo de la vida (pérdidas, accidentes, fracasos), nunca dejen de ocurrir.

En suma: muchos humanos normales (no masoquistas), parecen enviciados con la obtención de ciertos sufrimientos, no pueden creerse capaces de esa preferencia y es por eso que las circunstancias proveedoras del anhelado dolor nunca dejan de ocurrir.

Artículos vinculados:

Dolor sin masoquismo

El masoquismo

La pareja ideal

●●●

viernes, 15 de abril de 2011

Escribimos más sobre dudas que sobre certezas

Paradójicamente, hablamos y escribimos más sobre lo que tenemos dudas angustiantes y menos sobre lo que tenemos certezas tranquilizadoras.

Si nos preguntáramos sobre la igualdad entre los seres humanos, tendríamos que llegar a la conclusión de que la igualdad no existe pero queremos que exista, porque se ha hablado y escrito demasiado sobre la pretendida igualdad.

De acá podemos sacar la conclusión de que nuestra mente trata de utilizar el lenguaje para rellenar aquellos huecos que la molestan.

En el ejemplo propuesto nos molesta que falte la igualdad entre los seres humanos y por eso no paramos de hablar y escribir para fundamentar a favor y en contra, con lo cual logramos entretenernos mientras nos quedamos sin saber si la igualdad existe o no existe y qué podríamos hacer en caso de llegar a un acuerdo.

De hecho hay algo que no debería ser motivo de discusión: dentro de nuestra especie existen dos sexos diferentes.

Sin embargo, tampoco podemos apoyarnos en esta verdad porque el deseo de que seamos todos iguales (característico en las perversiones) puede llegar a desconocer las visibles diferencias anatómicas y funcionales.

Imagino que la humanidad siempre discutió sobre estos asuntos, aunque para los pueblos de occidente es un hito histórico la Revolución Francesa, cuyo lema reivindicaba tres reclamos como importantes: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Como vemos, estamos ante un hecho de gran trascendencia en la construcción de nuestro pensamiento y para eso recurrimos a tres palabras, capaces de activar acciones que involucran a millones de personas.

Retomo el primer párrafo para terminar con una interrogante.

Si hablamos tanto de la igualdad porque desearíamos que exista pero no existe, ¿no podríamos pensar también que hablamos muchísimo de libertad y fraternidad porque tampoco existen y desearíamos que existieran?

Mi respuesta es afirmativa.

●●●

jueves, 14 de abril de 2011

Conocerse y responsabilizarse habilita más poder

Es moralmente válido utilizar la psicología como arma defensiva y como herramienta persuasiva, si dejamos de ignorar irresponsablemente nuestros verdaderos deseos, propósitos, mezquindades.

Para poder beneficiarnos de la psicología como arma (1) es preciso no demonizar algunos rasgos que nos caracterizan pero que nuestra cultura ha tratado de condenar, descalificar y adjetivar como malos, pecadores e impíos.

Si quitamos esta reacción cultural, podremos transformar la psicología en una herramienta.

Una comparación humorística dice «más peligroso que un mono con metralleta».

Efectivamente, el animalito quizá se divierta por el tableteo de los disparos, le haga cosquillas sentir cómo el arma trepida entre sus manos y tenga curiosidad al ver que tanta gente pierde la estabilidad hasta caer.

La percepción de que esa escena podría ser cómica ocurre porque se produce un corto circuito en nuestro inconsciente, entre lo que realmente hacemos y lo que nuestra conciencia nos prohíbe hacer.

Cuando los humanos nos esforzamos en negar ciertas características nuestras que son peligrosas para los demás y para nosotros, nos estamos convirtiendo (… o «permaneciendo», si tenemos en cuenta la teoría evolucionista de Darwin) en monos homicidas inimputables (no condenables por la ley dada nuestra ignorancia, inconsciencia, ingenuidad).

Esta afirmación se fundamenta en que las acciones de ignorar, negar, ocultar y olvidar, dan por resultado exactamente lo mismo: la posibilidad de cometer errores de gravedad imprevisible, bajo los efectos de una especie de ceguera e irracionalidad que son naturales en un animal no humano.

La actitud más rentable, consiste en:

1º) Aceptarnos como somos, sin imaginarnos tal como nos dicen que deberíamos ser («conócete a ti mismo»); y

2º) Con la responsabilidad obtenida al no ignorar nuestras intenciones, deseos y debilidades, podemos utilizar al máximo las ventajas de la psicología como herramienta para conocer, influir, persuadir, vender, gobernar, delegar.

(1) La psicología como arma

●●●

miércoles, 13 de abril de 2011

El miedo es odioso aunque está para cuidarnos

Aprendemos por miedo a la muerte y las buenas noticias carecen de interés porque no excitan nuestro instinto de conservación.

Nuestro aprendizaje depende de observar, recordar, imitar, repetir.

Para que todo esto funcione, tiene que existir un estímulo en quien aprende.

Cuando escuchamos un informativo, prestaremos mayor atención a las noticias angustiantes y menos atención a las menos angustiantes.

Por ejemplo, nos atrae la atención la existencia de un proyecto de ley por el que aumentará nuestra contribución económica al estado y no prestamos atención al retorno a su casa —sano y salvo— de un jovencito que se había dado por desaparecido.

Esta diferencia de intereses depende de cómo funciona el instinto de conservación.

Este quizá sea el instinto más poderoso que nos va quedando —sin el cual ya no quedaríamos nosotros sobre el planeta— y su funcionamiento incluye estimularnos enérgicamente para ser observadores de todo lo que pueda poner en riesgo nuestra existencia (la propia y la de la especie toda).

Por lo tanto, para que haya aprendizaje tiene que haber angustia porque este es el sentimiento que se activa cuando el instinto de conservación detecta que en el entorno puede haber algún peligro.

Por ejemplo, si aumentan los impuestos, tendremos que trabajar más, gastar menos en otras cosas, nuestra calidad de vida disminuirá ... y acá tenemos el factor irritante del mencionado instinto.

Cuando nos llegó la noticia de que un jovencito había desaparecido de su hogar, el instinto se alteró porque temió la muerte prematura de un ejemplar de la especie, porque imaginó que eso podría pasarnos a nosotros. Sin embargo, cuando el muchacho volvió con sus padres, nada de nosotros se puso en riesgo; con el reintegro al hogar la especie no corría peligro.

En suma: Las buenas noticias no nos importan porque no nos angustian (atemorizan).

●●●

martes, 12 de abril de 2011

Dios y mi cónyuge sienten celos del dinero

El inconsciente de una mayoría nos determina para que seamos monógamos y rechacemos furiosamente ser víctimas de una infidelidad. Este sentimiento, se asocia al monoteísmo y eventualmente a no amar el dinero (bienestar, riqueza).

En otro artículo (1) hice referencia a que todos creemos en Dios de una u otra forma.

Lo expreso de esta manera porque los ateos creemos en Él por la negativa. Al pensar que Dios no existe caemos en la trampa de mencionarlo, con lo cual ya le estamos dando un cierto nivel de existencia.

Dejo de lado este asunto porque lo que me interesa comentarte es que en el artículo mencionado reflexionaba sobre la interesante conexión intelectual y emocional que existe entre el primero de los diez mandamientos («Amarás a Dios sobre todas las cosas»), la monogamia, los celos y la desproporcionada reacción que nos provocan las infidelidades conyugales.

Para representar gráficamente al inconsciente que determina en última instancia todos nuestros actos recurro a lo que en física hidráulica se denominan «vasos comunicantes».

En las ciudades donde recibimos el agua o el gas combustible por cañerías, estamos conectados a una red de «vasos (cañería) comunicantes» y de modo similar, también estamos comunicados a otra red, aislada de la primera, por la que circulan los desechos que evacuamos en el baño, la cocina y otros desagües.

Así se organizan los contenidos del inconsciente aunque los afectos, recuerdos y deseos circulantes, se mezclan dentro de la red, fenómeno al que le llamamos asociación.

El tema de este artículo refiere a que por asociación, estamos determinados para que nuestra vocación monogámica y monoteísta, pueda apartarnos de amar otras vocaciones tales como el bienestar, el dinero, la sabiduría.

En suma: Algunos pobres patológicos pueden rechazar (odiar, des-amar) el dinero para sentirse fieles a su Dios y a su cónyuge.

(1) Un solo cónyuge y un solo Dios

●●●

lunes, 11 de abril de 2011

Intercambio de órganos genitales

El atractivo del matrimonio está en que cada cónyuge cree poseer el genital del sexo opuesto. La infidelidad enfurece porque es vivida como una violación pues «el otro genital» fue usado sin su consentimiento.

A veces hacemos alarde con la nitidez de la opción sexual adoptada («aborrezco a los homosexuales» o «soy muy coqueta»), precisamente para compensar la debilidad que poseen esas condiciones.

Nadie es 100% varón o mujer sino que poseemos rasgos cruzados. Así existen mujeres especialmente dominantes y varones maternales.

Para entender el resto de la idea, necesito que toleres por unos minutos la idea anterior: que no somos 100% del sexo que indica nuestra anatomía y que simultáneamente desearíamos el máximo grado de pureza, sin rastros del otro sexo.

Nuestro inconsciente, que es la parte más irracional y determinante de nuestras acciones (pensar, obtener, combatir), resuelve el conflicto (entre lo que realmente somos y lo que deseamos ser) de una manera imposible de entender con la racionalidad de la conciencia.

Efectivamente utilizamos las uniones matrimoniales, la vida en pareja monogámica, para poder imaginar que poseemos ambos sexos.

Efectivamente, debilito mi conflicto entre que no estoy plenamente seguro de ser un varón en estado puro y mis deseos de resolver esta incertidumbre, uniéndome en forma monogámica a otra persona que no tiene mi mismo sexo para imaginar que si digo «mi mujer» (para referirme a mi esposa), mi alocado inconsciente puede sentir que tengo vagina, senos, útero, femineidad.

Ellas hacen lo mismo cuando se refiere a «mi marido» (piensan que poseen órganos masculinos).

Uno de los delitos castigados con penas más severas (hasta por los mismos reclusos), es la violación.

En suma: Por todo esto es que la infidelidad desencadena tanta furia, pues el cónyuge traicionado siente que su (otro) genital fue usado sin su consentimiento (violación).

●●●

domingo, 10 de abril de 2011

Luciana

Soy el hijo menor de una familia casi normal.

Los cuatro vivíamos con mis abuelos maternos.

Mi madre y su hermana son preciosas, seductoras, dominantes. Papá amaba demasiado a mamá.

Ella pensaba que «el fin justifica los medios» y me daba clases sobre cómo obtener las mejores notas en el colegio sin tener que ser el mejor alumno.

Cuando cursé 5º ocurrió algo insignificante pero terrible.

Se me ocurrió llamarle la atención a una compañera jugando con una regla de madera que terminé rompiendo.

Cuando entró la maestra, me comporté como un verdadero «hijo de mi madre» y acusé a la niña con total desparpajo.

Ella se puso a llorar pero fue inútil: la maestra me creyó a mí y obligó a los padres de ella a que compraran otra regla.

Esta bribonada me hizo sentir infame y le cuento mi arrepentimiento a quienes me quieran oír, sean o no analistas.

Luego crecí, mi madre abandonó a mi padre, yo emigré a un país vecino y mis principales ingresos surgían de hacer negocios con él.

Mamá casi no se comunica con la familia y tengo la sensación de que algún día mi abuela me contará un secreto que mis 28 años aún son insuficientes para comprender o soportar.

Los negocios con mi padre iban bien hasta que surgió un desentendimiento insólito: él empezó a dudar de mi honestidad y eso se reflejaba en la rentabilidad de las transacciones.

Le comenté a mi hermano y me dijo: «El viejo se enamoró de una jovencita que lo tiene loco».

La situación empeoró de tal forma, que decidí viajar para encararlo.

Como fui sin avisarle, se puso de tan mal humor que me hizo pasar a regañadientes.

Fui encandilado por una mujer bellísima que justificaba la locura de mi padre y de cualquier hombre.

Ella se adelantó y me dijo: «¿No te acordás de mí? Soy Luciana, la que rompió la regla».

Nota: La imagen corresponde a la actriz argentina Luisana Lopilato (1987 - ).


●●●

sábado, 9 de abril de 2011

El espíritu es una construcción defensiva

La creencia en el espíritu es útil para imaginar que el poder de otros sobre nuestro cuerpo, es evitable.

El poder es esa fuerza que puesta a nuestro servicio nos permite lograr satisfacciones para nuestras necesidades y deseos, pero que usada por los demás es capaz de frustrar nuestras necesidades y deseos.

En otro artículo (1) les comentaba que nuestra conciencia censura algunos contenidos del inconsciente en defensa propia.

Efectivamente, nuestra personalidad tiene una cierta resistencia a la realidad tal cual es.

En un niño lo observamos con más claridad porque su estado de inmadurez intelectual es notorio: el niño tiene muy desarrollado el pensamiento mágico porque su personalidad (su «yo») no tolera pensar que su hermano tiene tantos derechos como él, disfruta enormemente cuando Papá Noel premia su esfuerzo escolar con lo que él pidió como premio, calma su angustia suponiendo que su mamá es omnipotente y que todo lo puede.

Los adultos que observamos la actitud voluntarista, idealista e ingenua del niño, lo evaluamos con cierta condescendencia y hasta parte de nuestro amor por ellos está inspirado por esa inocencia que los adultos creemos superada.

Así como el niño disfruta de su desconocimiento de cómo son las cosas (que su hermano tiene tantos derechos como él, que Papá Noel no es un personaje extraordinario, que su mamá también es débil y no lo puede todo), los adultos hacemos lo mismo aunque en un nivel superior al del niño pero inferior al que podría ser.

Por ejemplo, la creencia en un espíritu, en una parte nuestra no-material puede estar provocada, alentada y mantenida por las molestias que nos causa el poder de otros sobre nosotros: imaginar que el cuerpo no es tan importante, implica suponer que el poder ajeno es inútil ante nuestra inmaterialidad espiritual.

(1) El deseo tal cual es

●●●

viernes, 8 de abril de 2011

El deseo tal cual es

Aceptarnos tal cual somos mejora la convivencia porque aumenta nuestra tolerancia a la diversidad.

Me interesa negar la realidad responsablemente.

Esto es un contrasentido que sin embargo puede darnos cierta utilidad.

A estos efectos entiendo por «negar», la acción de no reconocer como propio un deseo determinado.

Aquello que negamos podemos negarlo porque no existen pruebas fehacientes de su existencia.

En derecho penal pueden tenerse en cuenta las convicciones del acusado para conmutar o atenuar la pena que legalmente le correspondería.

Por ejemplo, en el juicio realizado contra los oficiales nazis en Nuremberg (1945), se entendió que el respeto a la cadena de mando militar no exime al soldado de actuar reflexivamente cuando las órdenes que recibe están reñidas con la moral.

Los jueces terminaron condenando a dichos militares aunque estos alegaron su convicción de que tan sólo cumplieron órdenes.

Un dictamen es diferente al anterior cuando el juez entiende que el acusado se vio realmente obligado por su conciencia (convicción) a realizar el acto que se le cuestiona.

Ahora retomo el tema referido a la negación psicológica.

La semejanza con el ejemplo legal propuesto anteriormente está en que nuestra conciencia puede ordenarnos coercitivamente (convicción) a que no tengamos en cuenta (neguemos) algo que nuestra psiquis no puede tolerar en la conciencia.

Por ejemplo, una señora que tiene su vida organizada en base a reprimir su deseo inconsciente homosexual, no puede aceptar que se le diga lo que le ocurre realmente. Puede escucharlo pero como su equilibrio psíquico la obliga a negarlo, entonces negará su homosexualidad en defensa de su salud mental.

La negación responsable que propongo consiste en poder asumirnos tal cual somos: Soy ladrón pero me abstengo de robar; soy gay pero me abstengo de practicar mi homosexualidad; soy mezquino pero necesito disimularlo.

●●●

jueves, 7 de abril de 2011

De qué dependen la valentía o la cobardía

La valentía o la cobardía son respuestas incontrolables de nuestro cuerpo enfrentado al peligro.

A partir de la primavera nórdica de 1942, el gobierno alemán comenzó un plan de exterminio del pueblo judío que tenía como objetivo final, terminar con ese pueblo. Históricamente se lo conoce como el Holocausto del pueblo judío.

Este hecho le costó la vida a más de seis millones de personas.

La tragedia es tan conmovedora que ha dado lugar a muchas reflexiones sobre qué fue lo que ocurrió, entre otros motivos para que no vuelva a ocurrir.

No faltaron voces de reproche hacia la cobardía de las víctimas, que se dejaron encerrar, torturar y matar como si fueran corderos.

Esta interpretación de los hechos es poco difundida porque ocupa los mayores espacios la condena al régimen nazi y las condolencias hacia los mártires.

Sin embargo, parece cierto que, con excepción de una resistencia manifestada en la ciudad de Varsovia, el resto de los judíos tuvieron una actitud sumisa que facilitó grandemente la tarea de los atacantes y la justificación ideológica del gobierno alemán.

Desde mi punto de vista, nadie es valiente o cobarde voluntariamente. Nuestro cuerpo, nuestra respuesta anátomo-fisiológica a un ataque, peligro o amedrentamiento, no dependen de lo que el sujeto quiera hacer sino que la reacción corporal se le impone, ya sea huyendo, atacando o sometiéndose.

Lo que sí ocurre es que cuando todo ha vuelto a la normalidad, otras personas con acceso a los medios de comunicación, describen la situación incluyendo evaluaciones según su criterio y desde una cómoda butaca sin nadie que lo amenace.

En suma: los adjetivos de valiente o cobarde sólo tienen sentido para quienes creen que los individuos hacen lo que quieren en cada situación. Nadie sabe a priori cómo reaccionará (su cuerpo) ante un peligro real.

●●●

miércoles, 6 de abril de 2011

Grandes creencias para grandes temores

Las creencias son ideas creadas automáticamente por nuestra psiquis para compensar algún desequilibrio, aliviar algún malestar, calmar la angustia en general, contrarrestar temores reales o imaginarios.

Las creencias son proporcionales al temor que intentan compensar.

Una creencia es una verdad inventada que le brinda a su poseedor la sensación de que las cosas son como la creencia describe.

Una creencia puede ser evaluada por la escasez de datos objetivos y demostrables que la componen.

Por ejemplo, temo enfermarme, sufrir dolores, incapacidad, dependencia y muerte. Convivo con este miedo y mi creencia consiste en que la medicina es muy eficiente, con escaso margen de error diagnóstico o terapéutico.

Como no estoy obsesionado con este miedo sino que sé que está en mí y pocas veces viene a mi mente o me provoca pesadillas, entonces mi creencia en los poderes curativos de la medicina también son moderados.

A su vez, creo constatar objetivamente que la medicina realiza curaciones sorprendentes, pero que a veces deja secuelas o no puede curar un simple resfriado.

Si algún día comienzo a enfermarme cada vez más seguido y mi hipocondría se dispara, aumentará también mi creencia en la omnipotencia de la misma medicina que hoy evalúo con un relativismo displicente.

El miedo a no ser amados, incluidos, considerados, protegidos, acompañados para satisfacer nuestro instinto gregario, lo compensamos bastante bien conservando el narcisismo que debimos abandonar junto con la niñez.

Efectivamente creemos ser agradables, hermosos, inteligentes aunque la constatación objetiva de esta suposición sea difícil o imposible.

Imaginemos cuán ineficiente es un adulto que necesita aferrarse a creencias infantiles.

Obsérvese además la paradoja: el miedo al abandono nos induce la creencia de que somos deseables.

Algo similar ocurre con la creencia en Dios, cuyas grandiosas aunque indesmotrables posibilidades sugieren la existencia de un miedo a vivir igualmente grandioso.

●●●

martes, 5 de abril de 2011

Las mujeres se enamoran de varones maternales

El enamoramiento femenino es patológico aunque agradable. Por nuestra parte, los varones reaccionamos adaptativamente a los estímulos que ellas generan sin darse cuenta.

En otro artículo (1) describí una síntesis de cuáles son las tres formas de enamoramiento femenino.

Esas tres manera son: atraída biológicamente (instinto animal) por un varón, bajo presión (rapto), por conveniencia económica.

El enamoramiento es un estado de alteración mental que sería patológico si no fuera porque nuestra cultura prefiere catalogarlo como saludable.

Es patológico porque toda pérdida de realidad lo es y una persona enamorada padece una subversión de su escala de valores, tiene alucinaciones (cree tener percepciones de objetos que sólo ella registra) y su discernimiento queda descendido (razona con dificultad).

Casi todos los enamoramientos de una mujer se dirigen a un varón.

Acá surge una primera confusión provocada por el enamoramiento.

Ese varón de quien ella se enamora representa en realidad a su madre porque todos la tenemos a ella como el único objeto de amor.

Esto no es sabido porque dichos pensamiento no llegan a la conciencia frenados por la necesidad de ser coherentes y racionales.

El varón de quien ella se enamora es una mujer con pene, voz grave y ciertas características que lo hacen parecer totalmente distinto a la madre, pero la afectividad de la mujer enamorada apunta directamente a su figura materna inconsciente.

Todo esto genera confusión en ella. Su pensamiento lucha contra la prohibición del incesto, contra los deseos homosexuales y contra su instinto de conservación, porque las transformaciones corporales que sufre con el embarazo, son preocupantes, asustan y no puede evitarlas porque las teme y las desea.

Por nuestra parte, los varones reaccionamos a partir de lo que ellas deseen, hagan, decidan, excepto algunos psicótapas que las secuestran, las someten por la fuerza e imaginan poseerlas realmente.

(1) Los tres posibles enamoramientos femeninos

●●●

lunes, 4 de abril de 2011

Los tres posibles enamoramientos femeninos

Las mujeres tienen tres opciones para enamorarse, a saber: por instinto, por miedo y por conveniencia económica.

Una mujer se enamora:

1º) Cuando su instinto o intuición femenina le indican que el mejor padre para sus hijos es alguien de su conocimiento, poseedor de la mejor dotación genética para combinarse con la suya. Si continúa obedeciendo a los dictados de la naturaleza, sabe qué hacer, qué decir y cómo lograr esa fecundación. Si no se aparta del instinto, se sentirá plena y en armonía consigo misma (1).

2º) Cuando un hombre se encapricha en vincularse con ella, la asedia, la persigue, la atemoriza, ella puede enamorarse aunque con las características del síndrome de Estocolmo (enamorarse del secuestrador) (2).

El amor y el miedo no son fácilmente distinguibles para quienes están en esta situación. El fenómeno en psicología se denomina identificación con el agresor o formación reactiva.

La víctima se siente virtualmente secuestrada por la insistencia, las amenazas, la persistencia que no dan muestras de renunciamiento: o le hace el gusto al enamorado enfermizo o va a tener algún problema mayor.

Ella misma se siente enamorada porque no acepta que está asustada. Se cree tan seductora como para enloquecerlos.

3º) Cuando un hombre gusta de una mujer y ella ve que él posee los recursos materiales suficientes como para resolver muchos problemas económicos propios y familiares, presentes y futuros, entonces ella saca cuentas, quizá consulte con sus amigas y familiares y se inicia como prostituta.

Claro que sería un error que la sociedad le diera el mismo tratamiento que suele dársele a las prostitutas profesionales. En este caso ella vende o alquila su cuerpo pero dentro de cierto marco formal que la libera de la condena social.

Ella cree y dice estar enamorada porque «él es tan bueno…».

(1) El enamoramiento genético

(2) El síndrome de Estocolmo

●●●

domingo, 3 de abril de 2011

Mayoría de edad

Terminé el liceo, las calles aún están húmedas pero el cielo sigue gris como una rata.

Los sonidos son tan apagados como cuando me tapo los oídos con las almohadas para imaginar qué le pasa al abuelo cuando protesta porque no nos oye.

Aunque voy para mi casa no sé en realidad para dónde voy porque esta cartulina que me exonera de seguir yendo a clase en realidad me está quitando una tarea que justificaba mi inactividad.

¿Podré seguir comiendo sin sentirme un parásito como dice mi madre de su hermano que vino a casa provisoriamente hace casi un año?

Mis comienzos no pueden ser peores. Todavía no empecé a trabajar y ya estoy endeudado. Tuve que pedirles mil pesos a esos vagos delincuentes que ya empezaron a ponerse groseros y hasta violentos porque la suerte no se me da y no recupero todo lo que perdí para devolverles y dejen de molestarme.

El más amable ya me amenazó con decirle a mis padres y al socio.

Si le dice a mi padre quizá sólo hayan unos gritos pero si le cuenta al socio también habrán golpes, tirones de pelo y sobre todo, humillación.

Lo peor es que el único al que puedo contarle lo que me pasa es a mi tío que no tiene ninguna posibilidad de ayudarme porque él hace años que no trabaja y su novia cada vez le pasa menos dinero.

Hay una posibilidad que no sé bien cómo será porque hasta ahora sólo me han avisado que me quieren para un trabajo.

No puedo seguir esperando y me guiaré por esta señal del destino. Por algo me desvié sin darme cuenta y vine a parar a la casa del tipo que me busca. Llamaré a su puerta y dejaré que la suerte siga encargándose de mi vida.

- Hola, Marito!, (susurrándole) ¡no sabes con cuánto deseo te esperaba! (en voz alta) ¡Adelante! ¡Pasa!

●●●

sábado, 2 de abril de 2011

El llanto ingenuo y el llanto protector

Nuestra especie es la única peligrosa para sus propios ejemplares.

En otros dos artículos (1) hago referencia a la pasión humana por abusar de los semejantes.

Alguien lo sintetizó diciendo «El hombre, lobo del hombre», sin explicitar la connotación negativa que implica ser un lobo.

Para nuestra psiquis este animal simboliza la depredación y —¡vaya contradicción!— su descendiente inmediato, el perro, es considerado nada menos que «el mejor amigo del hombre».

No tenemos que hacer ningún esfuerzo para pensar que el hombre sabe, asume y reconoce su conformidad con ser depredador de sus semejantes.

Para no mostrar tan descaradamente la ambivalencia, la duplicidad, la hipocresía, por un lado ubica (ubicamos) al «lobo» como un maligno depredador, odiado por los niños amigos de Caperucita Roja, y a su primo-hermano (el perro), lo trae a vivir a su casa con todas las comodidades, pasando a ser un integrante más de la familia.

Este ser humano indivisible (completo, que es una unidad y no la suma de varias partes), el que por un lado sabe que depredar es un acto antisocial y que por el otro considera al perro como su «mejor amigo» (lo cual es cierto, esto no está en discusión), valida como estrategia de vida la consigna «Quien no llora, no mama».

Asumiendo que nos depredamos mutuamente y que exhibir nuestras necesidades y deseos nos expone a que otros aprovechen nuestro apetito para pescarnos, entonces esta consigna merece un poco de observación.

Quienes «lloran» pretendiendo sensibilizar a otros semejantes de igual modo a como sensibilizaron exitosamente a su mamá, se exponen a quedar con menos de lo que tenían.

Quienes «lloran» para engañar a los depredadores, ocultando mediante este artilugio su verdadero bienestar, sólo utilizan la consigna como protección y en este caso el riesgo a la depredación es menor.

(1) Dos estrategias de vida

Las necesidades y los deseos son nuestro talón de Aquiles

●●●

viernes, 1 de abril de 2011

Reflexiones sobre el “mal de amor”

La creencia en el libre albedrío se sostiene —aunque sea falsa—, porque nos brinda placer y diversión.

El tema del amor tiene más tinta derramada sobre revistas y periódicos que sobre libros.

No es que estos sean más valiosos que aquéllas, pero es cierto que las relaciones de pareja, el amor entre hombres y mujeres, las peripecias matrimoniales, parecen temas ideales para opinólogos (filósofos silvestres, parlanchines, sabios de segunda selección).

Quizá sea una cuestión estadística: como todos creemos tener ideas claras y empíricamente confirmadas (por nuestra propia experiencia), entonces la cantidad de aportes, informes y comentarios silencian otras voces que habitualmente son escuchadas por considerarlas creíbles.

Sin embargo, los problemas afectivos ocupan casi toda la vida de casi todo el mundo.

Las dificultades afectivas pueden ser terminales. Sin amor, literalmente morimos.

No sé si lo que te contaré es verdadero y ese es el punto más fuerte porque nadie sabe cómo son las cosas realmente. Nadie supera la categoría de hipótesis, creencia, suposición.

Te comento mi hipótesis.

— La hembra humana acepta a ciertos varones (accesibles, próximos) e ignora al resto, porque funciona según su instinto.

— Por lo tanto no elige a nadie. La naturaleza le impone que geste con fulanito.

— El varón (¿polinizado?) recibe la orden de enamorarse de quien lo señaló y se desespera inútilmente si la que a él le gusta (¡vaya uno a saber acordándose de quién!), ni lo mira.

— Las historias que tejemos en torno a estos fenómenos naturales (lluvia, enamoramiento, sismo), son sólo fantasías divertidas.

En suma: si reconocemos que el libre albedrío es una ilusión, nuestros problemas afectivos se reducen sustancialmente.

Claro que si aceptamos que todo está determinado orgánicamente —porque el amor es pura materia—, lo que ganamos en tranquilidad lo perdemos en diversión.

Blog vinculado:

El libre albedrío y el determinismo

Artículos vinculados:

«La suerte de la fea...»

Ellas tienen motivos para llorar... y celar

¡Qué sola estoy!

●●●