sábado, 21 de febrero de 2015

Mariana en una tarea insólita





Este relato considera al ser humano con un funcionamiento distinto al conocido. Según esta forma de ver la realidad lo único importante es conservar la especie, la función principal es la sexualidad y el sexo fundamental es el femenino.

Ararat y sus cinco hijos volvieron a la casa, cabizbajos, llevados por zapatos que reptaban.

Cuando entraron, el corpulento armenio sintió que algo andaba mal en su cuerpo. El mayor se apretujó con los otros cuatro. Cuando llegaron al dormitorio, se desencadenó una tormenta de llanto convulsivo. Los niños se apretaron aún más.

El hombre, tirado boca abajo se sacudía por los espasmos del dolor. Habían enterrado a la esposa y madre de los niños. No estaba en la casa. No estaba en la cama. No estaba en la familia.

La angustia los envolvió a los seis, pero el llanto del más pequeño era diferente. Sus hermanos lo notaron, pero seguían ahogados en el dolor.

El hombre giró y quedó sentado, secándose los ojos. Pudo ver que el más chico extrañaba a la madre pero, más que eso, lloraba de hambre.

Como un resorte, el corpulento viudo se paró de un salto. Con la manga de la camisa volvió a secarse los ojos. Miró a los niños, ahora con más nitidez y en pocas zancadas se dirigió a la cocina. En minutos se sintieron los primeros aromas de cebolla frita, morrón, especias. El ruido del extractor de aire, platos, cubiertos. Pequeñas puertas que se abren y se cierran. El más pequeño dejó de llorar y los otros también calmaron el duelo.

Comieron con voracidad. La saciedad les cambió el ánimo y pudieron recordar a Noyemi viva, con sus cambios de humor, su incansable trajinar, la tos cargada de flemas, el cigarro humeante.

Ararat sintió que la imagen de la única mujer de la casa se agrandaba en su recuerdo. Miró las chancletas que asomaban debajo del aparador y estuvo a punto de no poder controlar otro ahogo de dolor.

Los niños se organizaron. Los seis se fueron a sus camas.

— Mañana será otro día—, pensó el hombre y así fue.

Temprano, antes de las 9:00, tocaron a la puerta. Ararat abrió y ahí estaba una mujer desconocida que lo miró como si lo conociera.

— Noyemi me dijo que viniera a ayudarte—, dijo la joven con naturalidad.

Ararat, temeroso de los fenómenos sobrenaturales, sintió un escalofrío en la espalda.

— Explíquese—, interpeló el hombre, esforzándose para que su voz no se aflautara por el miedo.

— Noyemi y yo sabemos cosas que la mayoría no sabe. Cuando supo que se moría, nos pusimos de acuerdo para que te ofreciera mi ayuda. Si me aceptás, tendrás que darme de comer a mí y a mi hijo y permitirnos ocupar el galponcito que tenés en el terreno del fondo.

La mujer le inspiró confianza a Ararat, pero sobre todo le estaba ofreciendo algo que necesitaba.

— Está bien—, dijo el hombre. — ¿Cuándo quiere empezar?— concretó.

— Traeré algunas cosas personales y las de mi hijo, para empezar a vivir acá.

Con el correr de los días, Mariana, así se llama la colaboradora, se integró a las tareas que habitualmente desempeñaba Noyemi. No hizo preguntas. Sabía dónde estaba cada cosa y hacía la misma comida que la fallecida. Sin diferencia alguna. Solo cambió el aire de la casa porque Mariana no fumaba.

Un día, pasados tres o cuatro años, Ararat la vio parada en la puerta de salida, con su hijo y un atado similar al que había traído cuando vino a quedarse.

— ¿Qué pasa?—, preguntó el hombre.

— Me voy. Discutimos con Noyemi porque me enamoré de vos y ella no quiere que te use. Mañana viene otra amiga de tu mujer. No te va a faltar nada. Chau—, y empujó al niño para que saludara al armenio.

Al día siguiente, antes de las 9:00, tocaron a la puerta. Ararat abrió y ahí estaba una mujer desconocida que lo miró como si lo conociera. Sin mediar palabra, entró acompañada por un hombre.

Ambos se instalaron en el galponcito del fondo.

(Este es el Artículo Nº 2.256)

sábado, 14 de febrero de 2015

Un día de domingo - II




Este segundo relato hablado se llama así porque lleva el nombre de una canción fascinante, interpretada por la señora Gal Costa y por el señor Tim Maia.

Como en el caso anterior, para entender el relato y para entenderme a mí, usted tendría que escuchar esa canción accediendo al siguiente link: 

El tema central de esta historia refiere a las consecuencias de no poder abortar, debido a restricciones legales, culturales o religiosas.

Justamente, en este último caso, señalo que el celibato de los curas y de las monjas católicos equivale a un aborto en tanto ellos, como cualquier otro ser humano, al fallecer, debieron reponer con hijos el cuerpo que tendrán que abandonar.

Es una consecuencia de esta postura filosófica entender que, cuando las mujeres están autorizadas a abortar, disminuye la cantidad de hijos no deseados.

Aunque es imposible de demostrar, no descartaría la hipótesis de que los suicidas, o por lo menos algunos de ellos, fueron hijos no deseados que, en su acto terminal, provocan el ‘aborto’ que originariamente fue evitado.

(Este es el Artículo Nº 2.255)

domingo, 8 de febrero de 2015

Un día de domingo




Este relato hablado se llama así porque lleva el nombre de una canción fascinante, interpretada por la señora Gal Costa y por el señor Tim Maia.

Para entender el relato, y para entenderme a mí, tendrían que escuchar esa canción accediendo al siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=iXZUCyTcYzQ

Como ustedes podrán apreciar, mis padres (en la ficción) se amaron repentinamente, con pasión. Mi mamá (Gal Costa) deseó tener un hijo de Tim Maia, con un deseo irrefrenable, loco, desesperado.

Este fue un excelente comienzo para mí..., aunque después las cosas no parecieron rodar demasiado bien.

Efectivamente, mis padres tuvieron que entregarme en adopción a una señora muy cariñosa, que prefirió hacerse cargo de mi crianza con tal de que sus cantantes preferidos (mis padres) no dejaran de cantar canciones tan maravillosas como Un día de domingo.

Mi vida fue errante desde la más tierna infancia. Pasé de adoptante en adoptante, incorporándome a distintas familias con muchos niños.

De esta manera amé y fui amado por muchos padres adoptivos y por una legión de hermanastros, primos, tíos.

Fui alumno de varias escuelas y liceos, ubicados a lo largo y ancho del enorme territorio de Brasil. Con la mayoría de los parientes y de los compañeros de estudio somos amigos en Facebook.

Cualquiera puede pensar que esta vida fue sobrecargada de abandonos, pero no fue así. Estuvo plena de personas que me deseaban porque yo siempre amé a personas que no tuvieran mi misma sangre. Me parece que la magia de esta vida nómade estuvo dada porque todos admiraban y necesitaban el arte de mis padres. Me consideraban portador de la sangre de aquellos artistas que los hicieron soñar, enamorar, reír y llorar.

Hoy quiero a muchas personas como a mis hermanos, a muchos otros como si fueran mis padres, o a mis hijos.

Afectivamente, ustedes y yo, quizá no somos tan diferentes.

(Este es el Artículo Nº 2.254)


domingo, 1 de febrero de 2015

Los chismes sobre Mariana



 
Esta es una historia breve compuesta de historias tan mínimas como la vida misma, aunque muchos pequeños detalles suelen ser las ‘piezas’ de algo verdaderamente importante.
 
¿Por qué Mariana amó tanto a Lázaro?

Aunque ella tenía fuego en las venas y él agua, se abrazaban como en las telenovelas brasileras. Ni en la alegría por un nacimiento ni en el dolor por una muerte, suelen verse abrazos así.

Quienes conocen a este matrimonio juran que tanta pasión arrolladora elevaría su cama nupcial a la más erótica de la zona.

Sin embargo, ¿por qué después de tantos años ella no había quedado embarazada? ¿Cuál de los dos sería estéril? “Seguramente Mariana”, aseguraban algunos; «A él no le veo uñas para guitarrero», decían otros, coincidiendo solamente en que ninguna de las dos opiniones tenía fundamento.

Volviendo al principio, sería prolijo preguntarse si Lázaro amaba a Mariana con la misma intensidad. ¿Quién corría primero a estrechar el abrazo? ¿Quién soltaba antes al otro? ¿Cuál de los dos recibía más caricias en la espalda?

Había que tener en cuenta que el hombre era casi veinte centímetros más alto que ella. Cuando la apretaba, ella movía rápidamente la cabeza hacia un costado, como si nadara en el anchuroso pecho masculino.

El más psicólogo del caserío era también el más observador. Nos hizo saber, en modalidad de ‘trascendido sin confirmación’, que cuando la pareja se abrazaba él dejaba las piernas quietas y ella cambiaba su apoyo de izquierda a derecha y viceversa. «Eso es porque se cansa de estar parada», descalificó la concubina del policía, «Mmmmm», dudó el psicólogo.

Un día el cartero jubilado llegó más agitado que de costumbre. «La vi a la Mariana abrazada con otro», casi gritaba entre jadeos.

Los contertulios quedaron petrificados: era la única noticia que nadie esperaba.

Todas las conjeturas se hicieron añicos. Cundió la depresión. La mujer del policía se limitó a decir: «¡Pah!», con abundante mímica de auto aprobación.

Cabizbajos, tres solo miraban el piso, una se quitaba imaginarias pelusas de la falda, otro comprimió el tabaco de un cigarrillo hasta dejarlo en la mitad. El cartero asmático no sabía si lo aplaudirían o lo descuartizarían. Peor aún: ni el asmático ni los demás sabían qué hacer, ni con la noticia ni con el mensajero.

En eso salió Lázaro de la casa y se dirigió derecho al lugar de reunión. El desconcierto aumentó.

Movida por la desesperación, la tambera se paró delante de él, lo tomó por la muñeca izquierda con una mano encallecida por miles de ordeñes madrugadores y le dijo: «Vení para acá, Lázaro. Tenés que hablar».

El hombre, razonablemente amedrentado, quedó parado en el medio de la reunión. El psicólogo silvestre le dijo con dulzura: «Siéntese, amigo», y así lo hizo Lázaro en el suelo a falta de un asiento disponible.

— Mirá, Lázaro —interpeló el asmático con aguda fatiga—, acá queremos saber qué le ves a la Mariana para abrazarla tanto.

El interpelado, notoriamente sorprendido, comenzó a hacer pucheros y rompió a llorar como un niño.

Fueron interminables minutos de tristeza, de arrepentimiento, de ahogos angustiados de los más sensibles.

Aún sin reponerse, Lázaro dijo:

— Ustedes nunca vieron los ojos de Mariana cuando está contrariada. La abrazo para que no me pegue y la beso para que no me grite.

(Este es el Artículo Nº 2.253)