miércoles, 31 de marzo de 2010

La pólvora mojada es inerte

La pólvora es una mezcla de tres productos básicos (carbón, azufre y potasio) inventada por los chinos hace más de doce siglos.

Esta mezcla es muy combustible. Es conocida la expresión «reguero de pólvora» para adjetivar por ejemplo la velocidad con que se expande un rumor.

Pero cuando la pólvora está encerrada, explota. No solo hace ruido, sino que la fuerza expansiva libera mucha energía.

Encerrándola de cierta forma permitió inventar las armas de fuego. Un cartucho con pólvora, encerrado en una cámara provista de una única salida (el cañón), expulsa un trozo de plomo con fuerza mortífera.

Por lo tanto, una mezcla explosiva al aire libre no produce consecuencias pero si está encerrada sí.

Esta introducción la hago para reflexionar sobre cuántas dificultades se vuelven muy destructivas (y a veces de forma irreversible), cuando la combinación de dos puntos de vista se vuelve explosiva y ambos (los cónyuges) se encuentran encerrados en un vínculo matrimonial.

La institución matrimonial tiene todas las ventajas que usted y yo podamos reconocer, pero se vuelve destructiva cuando el desacuerdo entre sus integrantes produce una gran liberación de energía (por defender los puntos de vista con pasión).

Culturalmente tenemos la mala costumbre de creer que «las instituciones son buenas, pero lo que falla es el ser humano».

Este dogma es subversivo. Apoya la pirámide en su vértice. Invierte los valores.

Es inaceptable sostener que los seres humanos somos menos importantes que nuestros inventos, nuestras costumbres, nuestras creencias.

Si la institución matrimonial contara con alguna válvula de escape en vez de culpabilizar la incompetencia de sus integrantes cada vez que estalla un conflicto, éstos podrían acceder a soluciones menos drásticas, irreversibles, destructivas.

El objetivo de este artículo es señalar nuestro hábito de confiar más en las instituciones que en las personas de carne y hueso.

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martes, 30 de marzo de 2010

Meditaciones de Juan Pérez

«Me cuesta mucho más negociar con otra persona que vivir en medio de un bosque donde todo lo que necesito sólo tengo que tomarlo, sin discusiones, sin tener que pedir por favor, sin cuidarme de no ofender.

»La vida natural es bella porque me permite ser autosuficiente, porque no necesito de la gente, porque nadie me molesta.

»El trato directo con la madre tierra me hace vivir tan feliz como cuando era niño y vivía con mi madre humana quien me cuidaba desinteresadamente.

»Es tan grande mi nostalgia por aquella época feliz, que cuando tengo vacaciones me voy a un bosque, cerca de una corriente de agua, con una carpa a vivir con ella ... con mamá naturaleza.

»Aunque vivo en un apartamento dentro de un edificio enorme, tengo dos perros, no muy grandes para que no sufran por la falta de espacio.

»Se ve que a los vecinos les pasa lo mismo que a mí porque casi nadie respeta el reglamento de convivencia que prohíbe tener mascotas.

»La gente me ha defraudado. Yo espero no ser igual que ellos. Son atrevidos, irrespetuosos, hacen lo que quieren, se creen dueños del planeta, ignoran que existimos otras personas que también tenemos derechos.

»En mi trabajo todo es negativo. Nunca una palabra de aliento, un momento de diversión. Son ocho horas encarcelado, haciendo tonterías inútiles, artificiales, inexplicables, arbitrarias.

»Quizá sea cierto que venimos a esta vida a pagar culpas de otras vidas. De lo contrario no podría explicarse que no habiendo hecho nada malo, tenga que sufrir esta condena.

»Me parece que mi alma ya está totalmente purificada. Por eso espero que no me falten muchas reencarnaciones.»

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lunes, 29 de marzo de 2010

El rapto saludable

Soy varón y padre. Por eso me toca hacer el trabajo sucio y lo hago.

Los varones tenemos una importancia muy baja si asumimos que la única misión del ser humano es conservarnos a nosotros y a la especie.

Los varones sólo depositamos nuestro semen en la vagina de la mujer que sutilmente nos convocó y ella hace el resto del trabajo.

Como este reparto de tareas y de responsabilidades es escandalosamente favorable a los varones, la cultura —legislada por varones que recibieron el susurro persuasivo de alguna mujer—, creamos una serie de normas para emparejar el esfuerzo.

Las tareas que se nos encomendaron fueron las más pesadas y antipáticas, como corresponde a toda persona que no está dotada de condiciones naturales (útero y glándulas mamarias) para encargarse de funciones más importantes.

Esas tareas más pesadas y antipáticas son (en una apretada síntesis):

— Protección de la mujer y sus hijos;
— Alimentación, abrigo y alojamiento de la mujer y sus hijos;
— Reclamarle a la mujer que se independice de los hijos.

Las tareas de protección y provisión son relativamente fáciles y hasta divertidas.

Los varones nos juntamos, jugamos, trabajamos, nos repartimos las ganancias, luchamos, invadimos, robamos, nos repartimos el botín, y —como éstas— otras travesuras igualmente parranderas.

El trabajo sucio del varón-padre es algo más complicado.

Consiste en enfrentarse a la madre de sus hijos y reclamarle que no les preste tanta atención a los niños y que se dedique más intensamente a él.

Esta parece ser una actitud egoísta y por supuesto que lo es.

En este caso el egoísmo es imprescindible para que los niños corten la dependencia de la madre y puedan abandonar la niñez antes de los 90 años.

Muchos varones eluden este trabajo sucio y sus mujeres se hacen las distraidas.

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domingo, 28 de marzo de 2010

El ajedrez ruso

Tuve una pesadilla.

Antes de acostarme miré una película que trataba sobre un grupo mafioso que tenía como norma, no ajusticiar al disidente, al soplón, al arrepentido, al traidor, sino que la decisión —decían ellos— la dejaban en manos de Dios, por considerarlo el «Juez Supremo».

Una vez confirmada la traición que los mafiosos habían constatado en el acusado, cargaban un revolver con una sola bala y uno de ellos disparaba tres veces contra la cabeza del acusado. Si la bala estaba en alguno de los otros tres tubos del tambor, «Dios había perdonado».

La pesadilla consistió en que yo estaba disputando una partida de ajedrez contra un mafioso ruso. Temblaba de miedo, me costaba razonar las jugadas, sentía que él era despiadadamente superior a mí.

El principal motivo de mi terror era que en el lugar donde jugábamos esta partida, existía la costumbre de que ante un «jaque mate», el vencedor estaba autorizado a pegarle un balazo en el pecho al perdedor.

Hace años que practico ajedrez (en la vida real) y mis dificultades en el juego son tema recurrente en la psicoterapia.

Como usted sabrá, el juego emula bastante bien a un combate, donde las piezas negras luchan contra las blancas.

En la primera línea están los ocho «peones» (que sólo avanzan de a un casillero). Atrás están dos «caballos» (que avanzan de una manera bastante confusa), dos «alfiles» (que pueden hacer grandes recorridos), dos «torres», (que también pueden hacer grandes recorridos), una «reina» (que es la que más puede moverse) y en el fondo del tablero, el «rey» (que paradójicamente, sólo puede moverse de a un casillero).

Perder el rey (jaque mate) equivale a perder la partida y mi deterioro como jugador ocurre porque protejo más a los peones que al rey.

Según la psicóloga, tengo que resolver el conflicto con mi padre o jugar a otra cosa.

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sábado, 27 de marzo de 2010

La búsqueda del tesoro

— ¿Qué lo trae por acá?— pregunta el psicoanalista.

El paciente, que hace meses duda sobre si hace o no la consulta, le dice con una prometedora capacidad de síntesis: — La felicidad.

Esta limpieza y claridad en los diálogos sólo puede existir en la imaginación de alguien que escribe (yo) y alguien que lee (usted).

Las cosas siempre son mucho más confusas. Sobre todo están llenas de rodeos, de aclaraciones, de prólogos históricos que pueden comenzar en una edad muy temprana del consultante.

El psicoanalista ya conoce la respuesta y si por algo este paciente, después de hablarlo con amigos, de llegar hasta la puerta del consultorio y darse vuelta varias veces, si terminó consultándolo es porque sabe que el psicoanalista conoce cómo acceder a la felicidad.

Y acá aparece el desentendimiento: es cierto que el psicoanalista conoce la respuesta, pero el paciente cree que esa respuesta contiene la clave para ser feliz.

La respuesta del psicoanalista es que la felicidad no existe y que nos puede tomar años aceptar esta realidad. La convicción del paciente es que existe una receta infalible para ser feliz y que terminará conociéndola.

Los filósofos siempre han meditado sobre la confiabilidad de nuestra manera de percibir la realidad.

Algunos dicen que sabemos procesar correctamente lo que nuestros cinco sentidos nos informan y otros nos dicen que la realidad es algo que sólo imaginamos, aunque con mucho realismo.

La respuesta a esta duda sobre nuestra capacidad de entender la realidad no fue dada aún. Sólo existen dos grupos de personas que sostienen una u otra posición.

La inmensa mayoría piensa que la realidad es exactamente lo que nuestros cinco sentidos nos informan.

Pero la pregunta surge inevitable: ¿por qué nos cuesta tanto entender que la felicidad no existe?

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viernes, 26 de marzo de 2010

«Hacen una linda pareja»

Anteriormente (1) he mencionado la hipótesis de que en nuestra especie (al igual que otras), es la mujer la que convoca al hombre que la fecundará, basada en la intuición de que la combinación de ambas dotaciones genéticas, producirá los mejores ejemplares (hijos sanos y hermosos).

Cuando una pareja se forma, sentimos alegría. Es una buena noticia que dos personas se amen y se unan para formar una familia. Supongo que esta satisfacción nace del instinto de conservación de la especie.

Los comentarios que surgen suelen incluir refranes como «Dios los cría y ellos se juntan» o «Siempre hay un roto para un descosido» o «Dos que duermen en el mismo colchón son de la misma condición».

La hipotética intuición femenina respecto a la dotación genética del varón no la inventé yo. Hace décadas que se llama genotropismo a una supuesta tendencia que tenemos a juntarnos los que poseemos ciertas particularidades genéticas similares.

En la década de 1940, el psiquíatra húngaro Léopold Szondi (1893 – 1986) creó un test para aumentar la precisión en sus diagnósticos.

Consistía en mostrarle al paciente 48 fotografías de personas desconocidas, para que seleccionara las dos que más le gustaran y las dos que menos le gustaran.

Esas imágenes pertenecían a pacientes de quienes se tenía diagnóstico confirmado (esquizofrenia, psicopatía, histeria, etc.).

Según su inventor, el test aportaba la certeza de que cada paciente elegiría las fotos de los desconocidos cuya patología fuera más afín a la suya propia.

Esta técnica tuvo un momento de auge a mediados del siglo 20 pero luego dejó de usarse porque tiene el inconveniente de que existen factores raciales determinantes en la elección.

Este inconveniente no existe en la vida diaria porque generalmente el futuro cónyuge anda cerca (aunque usted no lo crea).

(1) «A éste lo quiero para mí»

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jueves, 25 de marzo de 2010

¿Estoy bien o mal?

Es muy frecuente que cuando alguien describe a otro, éste suponga que lo que se dice de él es un defecto o una virtud.

Una descripción no necesariamente tiene que incluir un juicio de valor. Los juicios de valor aparecen cuando se hacen comparaciones.

Cuando alguien dice de mí que soy pesimista, podré entender que esa persona me adjetiva como alguien que no imagina un futuro siempre venturoso, pero mi suspicacia también puede hacerme creer que cuando me dice pesimista, lo que en realidad está haciendo es comparándome con los optimistas, que son personas más simpáticas, divertidas, estimulantes.

Si no hay comparación, no hay juicios de valor (porque no se está diciendo «vales más que» o «vales menos que»).

¿Por qué suponemos que cuando nos describen están criticándonos?

Culturalmente existe la costumbre de no enfrentar a alguien para decirle, por ejemplo: «Con esa ropa pareces un enano»; o «tu hijo es un insolente»; o «no me grites que no soy sordo».

Por el contrario, acostumbramos hacer una descripción alusiva, en la cual deslizamos con la mayor sutileza posible, qué particularidades deberían ser cambiadas.

Por ejemplo: «A tí te quedan bien las prendas de colores claros»; «tu hijo tiene mucha personalidad»; «defiendes tus ideas con gran pasión».

Sin embargo, cuando recibimos un diagnóstico de un profesional de la salud (médico, psicólogo, odontólogo), necesitamos consultar además si eso que se nos dice de nosotros es un diagnóstico positivo, neutro o negativo.

En psicología pasa muy a menudo que alguien recibe la información de que «está negando la existencia de un problema»; o que «está reprimiendo un deseo»; o que «esa conducta es obsesiva».

Es oportuno saber que la psiquis de cada uno resuelve su relación con la realidad de la mejor manera posible y que no siempre está mal negar, reprimir un deseo o ser obsesivo.

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miércoles, 24 de marzo de 2010

No sólo hay que parecer

«Hasta que tuve 23 años, tenía la manía de visitar una biblioteca pública porque en mi casa no había libros y yo me había vuelto adicto a Dostoyevski, Balzac, Flaubert, y tantos otros que no recuerdo cómo se escriben. Si me hubieran visto mis amigos, no me lo habrían perdonado.»

Así le escribía hace unos años un presidiario a un colega.

Con este colega comentábamos la importancia que tienen lo que podríamos llamar la identidad virtual y la identidad real.

Días atrás publiqué un par de artículos (1) en los que comentaba que todos tenemos dos madres: una es la que desearíamos tener y otra es la que nos tocó en suerte.

Cuando nos encontramos con un desconocido (especialmente en un lugar cerrado), es casi seguro que imaginaremos cómo es (carácter, moral, educación, preferencias, conducta, profesión)

A partir de que tenemos confianza en nuestra habilidad para «conocer a la gente», convertimos nuestra suposición en una certeza y esperamos que no nos defraude.

Dicho de otro modo: Las características que imaginamos del desconocido se convierten en obligatorias para él y si no las satisface, entonces sentiremos que él nos mintió.

Nuestro proceso es el siguiente:

1) Sentimos miedo (angustia) ante un desconocido (en un lugar cerrado);

2) Defensivamente construimos una semblanza (perfil psicológico, biografía imaginaria) en base a cómo son quienes conocemos y tienen un aspecto similar;

3) Con esta descripción inventada, recobramos gran parte de la calma que habíamos perdido.

Por eso, si el desconocido nos demuestra que estábamos equivocados, nos sentiremos tan molestos con él, como se habrían sentido los cómplices del delincuente lector si lo hubieran pillado en una actitud impropia para un malviviente.

(1) El desprecio por amor; Las dos billeteras de mamá.

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martes, 23 de marzo de 2010

Palabra de honor

Las diversas corrientes religiosas occidentales pensaron que el lenguaje fue una obra de Dios.

De alguna manera Él nos castigó creando varios idiomas cuando a unos cuantos ambiciosos se les ocurrió construir un edificio para llegar al Cielo (me refiero a la Torre de Babel).

Con esas creencias, los pueblos se consideraron usuarios del lenguaje y la mentira tuvo el estatus de pecado.

Los mentirosos ofendían a Dios (por ser irresponsables usuarios del instrumento divino) y eso Lo predisponía para castigar al pueblo que albergara al pecador.

Este era el criterio prevaleciente hasta finales de la Edad Media (siglo 15). El Renacimiento (del siglo 15 en adelante) se caracterizó por otra forma de entender la relación con Dios, otra forma de valorar el lenguaje y otra forma de interpretar la mentira.

Si bien siguió considerándose un pecado (de hecho el 8vo. mandamiento dice: No dirás falso testimonio ni mentiras.), la nobleza y los caballeros de ese entonces encontraron en “la palabra de honor” un rasgo que los diferenciaba de las clases populares (plebe).

Por lo tanto, la sinceridad era un rasgo de distinción que atesoraron las clases privilegiadas, mientras que —por el contrario— no era una característica esperable del resto del pueblo.

Para decir la verdad es preciso ser valiente, tener principios morales muy elevados, ser disciplinado.

Las clases menos favorecidas (cultural y económicamente) carecían de esas virtudes y no tenían más remedio que mentir para poder sobrevivir.

En el Renacimiento surgió la creencia en que las clases superiores poseían naturalmente honor, sinceridad, autocontrol emocional y disciplina corporal.

El honor era un atributo que debía ser mostrado y defendido, inclusive arriesgando la vida, batiéndose a duelo en caso de ofensa (infamia o calumnia).

La modernidad le ha quitado dramatismo a la mentira.

Nota: ver también

Hay mentiras de patas largas
; Dudo si soy lo que creo ser; El nacimiento de las mentiras; Aspirina con Coca-Cola; Es una verdadera mentira.

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lunes, 22 de marzo de 2010

La risa: remedio divertido

Hablemos de verbos.

Son palabras que entre otras cosas indican una acción, pero aprender todo lo que significan en nuestro idioma puede tomarnos años de estudio.

Cuando alguien nos habla podemos adoptar varios estados de ánimo. El más frecuente es el de «atención», usado por ejemplo cuando estamos perdidos en una ciudad y alguien nos indica cómo orientarnos.

Otra forma de escuchar es la «distracción defensiva», usado por ejemplo cuando intuimos que alguien no nos habla a nosotros sino que lo que desea es escucharse. Es el parloteo vacío, carente de interés, errático.

En psicoanálisis se utiliza la «atención flotante», que consiste en tratar de oír qué nos dice el paciente además de lo que quiere decirnos deliberadamente.

Existe la convicción de que los seres humanos no hablamos sino que «somos hablados».

Por eso el modo condicional de conjugar un verbo significa varias cosas, pero una de ellas es bastante divertida.

Observemos la conjugación en modo condicional de algunos verbos:

— yo hablaría;
— tú terminarías;
— él saludaría;
— nosotros podríamos;
— vosotros querríais;
— ellos saldrían.

La fórmula consiste en tomar el verbo en infinitivo (hablar, terminar, etc.), y agregarle ciertas terminaciones. (1)

Hay personas que le tienen alergia a este modo de conjugar los verbos. Les cambia el humor cuando alguien les habla usándolo.

Esta forma de hablar puede denotar una actitud irresponsable. Hablan así quienes no están seguros de lo que dicen, o no se comprometen con sus dichos, quizá quieran «lavarse las manos», no involucrarse.

Es un estilo poco serio.

Y sutilmente lo dicen porque como habrá observado, la terminación en rojo no es otra que el verbo reír.


(1) Con los verbos irregulares (poder, querer, salir, etc.), la fórmula se cumple pero con una pequeña modificación.

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domingo, 21 de marzo de 2010

Cuando la realidad supera a la ficción

Es un prejuicio infame asegurar que con menos de dos dedos de frente alguien es tonto.

Danilo H. (es un seudónimo pero enseguida sabrá la razón), tenía una abundante cabellera renegrida que arrancaba a poca distancia de unas cejas igualmente espesas y próximas.

Cuando nació su hermano, él apenas contaba con 14 años y supongo que por su carácter, no pudo tolerar al intruso sin ajusticiarlo, acto que se autocensuró después de macabras meditaciones.

Al volver del hospital la madre ya no lo encontró en la casa y si salió a buscarlo por el barrio fue porque el recién nacido dormía apaciblemente y porque no quería defraudar a los vecinos que esperaban de ella una abnegación con el primogénito que jamás tuvo ni pensaba tener.

Esta señora ya había imaginado la disconformidad del muchacho, no solamente porque ella había sentido lo mismo hacia la madre cuando quedó embarazada de su hermano menor, sino también porque Danilo H. le enviaba torvas y fulminantes miradas al vientre.

Ignorábamos qué fue de su vida entre los 14 y los 26 años.

El hecho es que finalmente se supo que había muerto de un balazo en una trifulca ocurrida en uno de los barrios más conflictivos de la capital mexicana.

La policía —harta de los mismos problemas provocados por la misma gente—, ya no tenía interés en indagar quién había sido el asesino.

Pero esta vez las cosas eran un poco más complicadas para el Ministerio del Interior mexicano.

Efectivamente, el Vaticano pedía una urgente aclaración sobre cómo fue asesinado el Reverendo Danilo H. mientras cumplía su misión evangelizadora en un contexto social híper crítico.

Nota: En realidad, el país no fue México sino otro latinoamericano. Supongo que usted no conocía esta historia y eso le demuestra el cerrado hermetismo de las autoridades.

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sábado, 20 de marzo de 2010

La ciencia paranoica

Cuando el filósofo griego Heráclito (535 a.C. – 484 a.C.) dijo «Nunca bajarás dos veces al mismo río» no fue para nada conciso (concreto, explícito, claro).

1º) Podría ser una profecía destinada a un interlocutor determinado.

2º) Quizá quiso decir que (por alguna razón que no menciona) podrás bajar una o tres pero no dos (veces).

3º) Con más sutileza podría haber aludido a que todos los ríos cambian tanto, que nunca es el mismo.

4º) Y si nos ponemos un poco paranoicos podemos darnos por aludidos y suponer que los que realmente cambiamos somos los que podemos bajar a un río.

De la primera a la cuarta interpretación, hay un progresivo aumento de desconfianza, de alejamiento del significado más explícito y obvio.

No es raro que los filósofos —y pensadores en general—, opten por las dos últimas interpretaciones y desestimen las dos primeras.

Me animo a decir que los filósofos y pensadores son personas más desconfiadas que el resto.

La paranoia es la enfermedad de la desconfianza. Como toda enfermedad mental, se reconoce por la exacerbación de una característica normal.

No sería lógico decir que la desconfianza es sana, normal, razonable.

Sin embargo los hechos demuestras que la duda, la incredulidad y la desconfianza preceden a los descubrimientos que van mejorando la calidad de vida de nuestra especie.

En otras palabras, es positiva la actitud mental de quien no se conforma con las verdades conocidas, sino que no para de preguntar (y preguntarse) por ejemplo:

— ¿Existe Dios realmente?

— ¿Tendremos que exterminar los virus o será mejor prepararnos para convivir pacíficamente con ellos?

— ¿Es obligatorio que los hijos amen a sus padres?

En suma: detrás de cada avance en nuestra calidad de vida siempre hay alguien desconfiado y desconforme.

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viernes, 19 de marzo de 2010

El amor es una ilusión

En un artículo publicado recientemente con el título «No te quiero»
concluía diciendo «La pareja humana fracasa cuando los integrantes se quieren (se apoderan).»

A pesar del rechazo generalizado a considerar que los afectos son utilitarios, de conveniencia, interesados, se sostiene que formamos una pareja en términos de complementariedad.

Somos complementarios desde el punto de vista biológico en la función reproductiva y desarrollamos un afecto que podríamos llamar «querer» hacia aquellas personas, animales, plantas u objetos que dan solución a nuestras necesidades y deseos. Queremos a nuestros proveedores de satisfacción.

«Amar» es algo más difícil de definir.

Es un sentimiento que no depende de la complementariedad reproductiva porque se puede amar a alguien del mismo sexo o sin que intervenga la función reproductiva.

El ser amado no tiene por qué satisfacer nuestras necesidades y deseos sino más bien es alguien necesario y deseado.

Otra característica notoria es que no es esperable que alguien ame objetos, animales o plantas, aunque es posible usar el verbo metafóricamente.

Al decir que el ser amado no siempre satisface nuestras necesidades o deseos sino que —por el contrario— es alguien que se nos convierte en necesario y deseado, estoy diciendo que nos agrega una carencia.

Sin embargo, es una carencia que funciona como un recipiente que podemos llenar con nuestra ilusión (amor) de que no estamos solos, abandonados, desamparados.

Un ser amado nos hipnotiza, nos crea la esperanza de que podemos vivir sin angustia, sin tantos miedos, tristezas, incertidumbres. Nos hace sentir confianza y autoestima.

El amor es una ilusión, una esperanza, una idealización, una fantasía, que hace felices a quienes lo tienen.

Como es un sentimiento despegado de la realidad, es posible amar tanto a personas reales como imaginarias (desconocidos, inventados, fallecidos, líderes, dioses).

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jueves, 18 de marzo de 2010

El ensañamiento justiciero

En varios artículos (1) digo que el libre albedrío es una construcción social (una creencia oficial, una ideología, una doctrina) para poder imponer normas de convivencia que parezcan justas, razonables, exigibles.

Alguna vez nos pusimos de acuerdo en que teníamos que aceptar esta creencia para poder convivir.

Desde otro punto de vista, creemos que somos libres de hacer lo que deseemos aunque después no podamos hacerlo porque las normas de convivencia nos lo prohíben.

En otras palabras, cuando llegamos al mundo —sin que alguien nos haya consultado sino porque nuestros padres nos gestaron—, recibimos el siguiente mensaje de bienvenida: «Puedes hacer lo que tu quieras excepto que esté expresamente prohibido».

En suma, inventamos la creencia en el libre albedrío para justificar que encontremos culpables de ciertas acciones que nos perjudican (crímen, robo, violación) y sentirnos autorizados a influir sobre los culpables con ciertos procedimientos (privación de libertad, reeducación, castigos corporales, multas, pérdida de privilegios).

Lo que en realidad sucede es que algunos ciudadanos poseen ciertas características que estimulan al resto para reprimirlos, perjudicarlos, mortificarlos.

Cuando realizamos estas acciones sobre esos ciudadanos, sentimos una especie de alivio, de tranquilidad y hasta de satisfacción: «¡cómo me alegra que hayan encontrado al responsable y que le hayan privado de la libertad por 15 años!»

Este placer provoca un espíritu festivo porque el malestar colectivo se atenúa, cada ciudadano recupera el bienestar del que carecía mientras el culpable se escudaba en el anonimato para no recibir el castigo merecido.

Claro que los ciudadanos —por carecer del libre albedrío— no somos culpables de ser vengativos.


(1) ¿Qué libertad?; Soy libre de hacer lo que deba; Lexotán con papas fritas; Cállate que estoy hablando; Lo que la naturaleza no da, nadie lo presta; El enfermo acusado.

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miércoles, 17 de marzo de 2010

"No te quiero"

La figura recuerda los carteles que ponían los comisarios del Lejano Oeste norteamericano ofreciendo una recompensa por la captura vivo o muerto de algún temible delincuente.

La traducción a nuestro idioma del mensaje «Wanted – dead or alive» es «Buscado: vivo o muerto».

En nuestro idioma usamos el verbo "querer" (to want) tanto para referirnos a un vaso de agua, como a una persona.

Podemos ser más específicos cuando usamos el verbo amar, pero es habitual que dos personas que se quieren se conformen con el sentimiento que sugiere la expresión «te quiero».

Sin embargo esta expresión no es del todo feliz porque connota el apoderamiento del «ser querido».

Los italianos tuvieron que perfeccionar su forma de hablar para no caer en esta ambivalencia. Por eso ellos dicen ti voglio bene, que en castellano se traduce como te quiero bien.

Esta costumbre del idioma italiano ratifica la idea de que es posible querer mal.

Querer mal es desear a la otra persona para aprovecharse o apoderarse de ella, para explotarla.

Pero esto queda más claro cuando usamos el verbo "amar".

Este verbo está bien usado cuando entre dos personas:

— Existen la amistad y el cariño;

— Hay familiaridad y confianza;

— Sienten compañerismo por compartir necesidades, intenciones y proyectos;

— Anhelan estar cerca aunque no siempre juntos;

— Se atraen físicamente procurándose caricias y consuelo, con o sin contacto genital;

— En caso de existir el contacto genital, pueden convivir la ternura con las fantasías más perversas;

— … y todo esto en medio de reiterados conflictos (discrepancias en los gustos y en las ideas, celos, envidia, intolerancia) que renuevan el vínculo porque, a pesar de la angustia que generan, predomina la confianza en recuperar la armonía ... para volver a perderla, renovar otra vez el vínculo...

La pareja humana fracasa cuando los integrantes se quieren (se apoderan).

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martes, 16 de marzo de 2010

Pienso, luego ... sigo pensando

René Descartes (imagen) fue un genial filósofo francés que vivió casi 54 años entre 1596 y 1650.

Sin embargo, es justo reconocer que también han existido otros filósofos con méritos similares pero que corrieron con menos suerte y por lo tanto sus aportes han pasado desapercibidos o fueron sistemáticamente ignorados.

Cuando alguien hace un aporte que cambia el curso de la historia, tiene suerte si esa idea beneficia a los poderosos de turno. Si su propuesta molesta, es aconsejable que se dedique a otros asuntos (carpintería, cuidar la huerta, escribir poesías).

Descartes buscó la certeza y encontró que había algo indiscutible: quien piensa, existe (está vivo).

Dijo en latín «cogito, ergo sum» que siempre se traduce como «pienso, luego existo».

Acá «luego» no significa «más tarde» sino «por lo tanto», «deduzco que», «estoy en condiciones de asegurar que».

La traducción completa es: «si estoy pensando, puedo asegurar que existo».

Para llegar a esta conclusión, se propuso dudar de todo lo que se pudiera dudar (duda metódica).

Empezó desconfiando de los cinco sentidos (ver, tocar, etc.), pero también desconfió del pensamiento porque los sueños son tan realistas que no es posible afirmar si estamos dormidos o despiertos.


Esta duda radical sobre la confiabilidad de los sentidos (propios del cuerpo) lo llevó a la certeza de que la verdad (si pienso, existo) sólo puede surgir de la mente.

Con esto pudo demostrar que estamos compuestos por un cuerpo (mortal) y una mente (inmaterial y por lo tanto inmortal) (dualismo cartesiano).

La suerte de Descartes consistió en inventar un razonamiento que pudo usarse para darle apoyo científico a las creencias religiosas (existencia del alma inmortal, con libre albedrío porque no está condicionada por el cuerpo y por eso, capaz de pecar o hacer el bien, etc.).

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lunes, 15 de marzo de 2010

Las pequeñas causas de mis grandes problemas

Organizar una fiesta puede ser algo complicado si las cosas salen mal.

¿Imagina una guerra entre dos pueblos simplemente porque alguien se sintió desairado porque no lo invitaron?

No tengo datos de que haya ocurrido realmente, pero como la realidad es más rica que la fantasía, debo asumir que si el hecho está en la mitología entonces puede ocurrir.

Así cuenta la leyenda. Una diosa se enojó porque no la invitaron a un casamiento. Presa de la ira, se le ocurrió concurrir igual a la fiesta pero para vengarse.

Llevó una manzana de oro y tirándola sobre una mesa, comunicó que era un obsequio para la más bella de las presentes.

Este es el origen de la famosa «manzana de la discordia».

Simplifico el relato diciendo que el dios de mayor jerarquía (Zeus) resolvió la disputa (que estaba arruinando la alegría de la fiesta), ordenando que alguien ajeno dictaminara quién era la diosa más bellas de las tres que se disputaban la manzana.

El juez elegido dictaminó que la más bella era la Diosa del Amor (Afrodita), quien en compensación, hizo que se enamorara de la esposa (Helena) del rey de Esparta (Menelao).

Paris (el juez elegido) la raptó, se la llevó a Troya y así empezó la guerra entre espartanos y troyanos... simplemente porque una diosa no fue invitada a un casamiento.

Se han escrito miles de libros sobre esta historia pero sólo quiero resaltar la falta de proporción entre la ofensa de la que no invitaron y una guerra.

Tampoco hay proporción entre un concurso de belleza y una guerra.

Así funcionamos los seres humanos: algo aparentemente insignificante puede despertarnos un deseo enorme, incontenible, frenético... tanto de hacer como de no hacer algo.

No es cierto que las causas de nuestros problemas importantes sean igualmente importantes.

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domingo, 14 de marzo de 2010

Un cuñado profesional

— Cuando salí a pasear la perra, me llaman por teléfono. Miro: algún desconocido que no tenía entre mis contactos. —Hola —digo con voz confiada— y me contesta un tipo. —¿Cómo te va Patricia? ¿Sabés quién habla verdad?

— Qué raro!

— Me siento en un banco de la plaza y le digo como si a cada rato me hicieran llamadas de ese tipo: —No recuerdo tu voz—. Él se quedó callado como si no hubiera esperado esa respuesta, pero me dice: —Vos me conocés muy bien, hacé memoria, no puede ser que ya me hayas olvidado.

— ¿Ramiro? ¡El secretario del liceo!

— ¡Para nada…! ¡Te imaginás mi cabeza! — Debe ser un compañero de trabajo de Ruben que me está haciendo una broma mandado por él que es un enfermo de celos —pensé. El tipo suspira bien fuerte, para que lo oiga y me manda: — Hacé memoria Patricia. No puede ser que me hayas olvidado.

— ¡Increíble! Y vos, ¿qué le contestaste?

— ¿Sos un compañero de mi esposo? —le dije tanteando el terreno pero de paso diciéndole que soy casada. — Ay, qué desilusión! ¿No me digas que te casaste? —me dijo con voz de cantante de baladas. —¿Quién sos? —le insistí perdiendo un poquito la paciencia por tanto misterio.

— ¿Y...?

— El tipo volvió a suspirar como para que lo oiga y me dice: — Está bien, te digo quién soy. ¿Me ves sentado en el banco que tenés enfrente?—, y ahí estaba el hermano de Ruben que se había ido a Bélgica antes de que nos conociéramos.

— ¿Y ese de dónde salió?

— Ruben me habló mucho de él. Es su hermano mayor, se dedicó toda la vida a la trata de blancas, es dueño de una fortuna y volvió al país de incógnito.

— ¡Un delincuente!

— Sabés que el tipo se levantó del banco y comenzó a caminar hacia mí. Se me sentó al lado y me tendió la mano. Yo apagué el celular y me quedé dura.

— ¿Por qué, qué pasó?

— Me sonrió. Sentí como una nube de electricidad por todo el pelo, la espalda, bajó por las piernas, volvió a subir y se me instaló en la pelvis. ¡Con razón hizo fortuna!

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sábado, 13 de marzo de 2010

El determinismo dinámico

En varios artículos (1) he propuesto la hipótesis de que el libre albedrío no existe, que es sólo una creencia útil para respaldar ideológicamente la responsabilidad que todos deberíamos tener por nuestros actos.

Efectivamente, si los pueblos asumieran que nuestros actos son la consecuencia inevitable de factores predisponentes y de factores desencadenantes (2), no tendría suficientes motivos para encarcelar a un homicida, para multar a una evasor o para desaprobar un examen.

Para exigirle a cada uno la conducta más adecuada en beneficio de una buena convivencia, podemos suponer que los individuos pueden optar libremente entre el bien y el mal o también podemos suponer que no pueden optar libremente pero que los factores predisponentes son modificables cuando se ejerce sobre ellos la acción adecuada.

Usaré un ejemplo exagerado sólo para mejorar la visibilidad de lo que quiero mostrar.

En un momento de furia, una persona mata a otra.

- Quienes creen en el libre albedrío dirán que debe ser severamente castigado porque esa muerte fue intencional, provocada por una mala persona que debe recibir su merecido (castigo, pérdida, muerte).

- Quienes creen en el determinismo dirán que se deberá evitar que cometa otro crimen para lo cual se le quitarán los objetos peligrosos a los que pueda acceder (armas, herramientas, venenos) y se lo apartará de posibles víctimas. simultáneamente, será preciso modificar los factores predisponentes (reeducación, entrenamiento, tratamiento psicológico) presentes en el momento de la furia homicida.

En suma: Creer en el libre albedrío implica suponer la culpa y legitima la venganza del tipo «ojo por ojo y diente por diente».

Creer en el determinismo implica suponer la inevitabilidad de los hechos desafortunados e impulsa a las instituciones competentes (de salud, educativas, hospitalarias, de reclusión) para modificar los factores predisponentes que pongan en riesgo la seguridad.


(1) ¿Qué libertad?
Soy libre de hacer lo que deba
Lexotán con papas fritas
Cállate que estoy hablando

(2) Cambiaré, pero no sé como


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viernes, 12 de marzo de 2010

La psiquis hormonal

¿Ser homosexual es una opción o un rasgo de identidad?

En otras palabras: Ser homosexual es algo que uno elije o es algo que no se puede evitar.

La duda arranca de concepciones más generales.

El dualismo cartesiano razona así:

1º) El ser humano es la suma del cuerpo más el alma;

2º) El alma asegura el libre albedrío (1);

3º) Por lo tanto, la homosexualidad es una opción.

Los deterministas razonan así:

1º) El pensamiento es una función orgánica más;

2º) Si la psiquis es orgánica, está tan determinada como los otros rasgos personales (estatura, color de ojos, resistencia a la fatiga);

3º) Por lo tanto, la homosexualidad no es optativa sino un rasgo físico más.

Si usted quiere saber cuál es su punto de vista, puede preguntarse si su creencia en el dualismo cartesiano (o en el determinismo) es una opción o un rasgo de identidad.

Para evaluarse, tenga en cuenta que:

1º) Si tiene una postura flexible que incluya la duda, entonces usted cree y actúa con libre albedrío;

2º) Si tiene una postura inflexible que no le permite dudar, entonces usted demuestra ser determinista aun en el caso de que defienda furiosamente el libre albedrío.

En otras palabras: Si es cierto que existe el libre albedrío, tendríamos que poder optar por nuestros puntos de vista con relativa facilidad, de lo contrario, si no podemos dudar, si estamos demasiado seguros de nuestras ideas, es muy probable que ellas sean tan orgánicas como las manos, la nariz o cualquier otra parte física (determinismo).

Nota: El determinismo no implica inmutabilidad porque nuestro cuerpo cambia con cada experiencia, por mínima que ésta sea.

(1) ¿Qué libertad?
Soy libre de hacer lo que deba
Lexotán con papas fritas
Cállate que estoy hablando

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jueves, 11 de marzo de 2010

La mujer es un hombre sin pene

El conjunto de varones y mujeres que poblamos el planeta, tenemos no solamente cuerpos diferentes, sino también tareas, responsabilidades, puntos de vista, intereses, opiniones.

Lo que nos aproxima es una sola cosa (aunque muy importante): si copulamos podemos generar otro ser.

Es cierto que hablamos el mismo idioma, pero esto es así porque juntos fecundamos: el idioma es a los humanos lo que el olor es a otros mamíferos, o el plumaje del pavo real es a los de su clase y así con cualquier otro signo de comunicación que sirva para atraerse, juntarse y aparearse. (1)

Casi todo lo que se ha pensado en psicoanálisis refiere a los varones porque hemos sido los varones los más interesados en saber cómo funciona nuestra psiquis, para desangustiarnos y para saber cómo piensan los demás y así poder gobernarlos ejerciendo nuestro deseo de poder.

Sé que exagero (pero no mucho) diciendo que el 99% de los que está escrito, hablado, pintado, musicalizado, arquitecturizado, escultureado, investigado y descubierto, fue hecho por varones.

Sé que exagero (pero no mucho) diciendo que el 99% de los seres humanos fueron criados hasta la edad adulta por mujeres.

Nos está saliendo muy caro seguir pensando que los hombres y las mujeres podemos ser observados con criterios similares, extrapolando las características de uno a las del otro, comparándonos, tomándonos como referencia recíproca.

Como se dice en términos más cotidianos, estamos «sumando peras con manzanas».

De hecho, todos conocemos ginecólogos, pero nadie conoce a un andrólogo porque masculino parece serlo todo pues —como dije—, a la hora de estudiar, hablar y escribir, los varones llevamos la delantera.

Las mujeres, por ahora, sólo se dedican a crear y criar seres humanos.

(1) Artículo vinculado: Ya sé por qué no me entiendes.

Nota: La imagen corresponde a Britney Spears.

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miércoles, 10 de marzo de 2010

La necesidad de ser único

Para educar a nuestros niños les imponemos fuertes dosis de frustración.

Por ejemplo, el mayor anhelo de los niños es casarse y fundar una familia con su mamá o su papá, pero para que salga desesperado a formar una familia propia, se lo frustra negándole todo comercio sexual con quienes más lo desea.

Una de la razones de la prohibición del incesto es ésa: frustrar al niño (o a la niña) para que su deseo de conseguir un cónyuge sea máximo (1).

Los motivos para que toda familia tenga por lo menos dos hijos son varios.

Uno de ellos propone que lo ideal es tener una varón y una niña para que al morir los padres, la humanidad cuente con dos ejemplares de reemplazo.

Otro motivo muy popularizado era el de obtener colaboración en las tareas del hogar. Tener hijos era una forma de gestar trabajadores.

En algunos pueblos se pensaba que era bueno tener varios hijos para que cuando los padres envejecieran, entre todos pudieran hacer aportes en bienes y servicios que les aseguraran una vejez digna.

Ahora les comentaré un motivo del que nunca he oído hablar.

La pareja monogámica es propia de muchas culturas y genera serias dificultades en su estabilidad porque los seres humanos no somos monogámicos por naturaleza y somos transgresores por vocación.

En particular los varones somos poligámicos. Las mujeres también, pero en menor grado.

Cuando en una familia nacen más de un hijo, se crean fuertes tensiones por celos. Todos quieren ser los hijos únicos de mamá y papá.

Esta frustración también es formativa de un desesperado anhelo por tener a alguien en exclusividad, por sentirse únicos al menos para alguien.


(1) El artículo titulado Mamá es demasiado fácil es complementario de éste.

(2) En el artículo titulado Conyuge hay una sola comento el tema de la pareja monogámica pero desde otro punto de vista.

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martes, 9 de marzo de 2010

Los descansos de la represión neurótica

«Cuando venía para acá, dos hombres le estaban pegando a uno. ¡No se imaginan la golpiza que le dimos entre los tres!»

El humor causa su efecto porque, bajo la forma de una exageración o absurdo, presenta una verdad inconfesable.

La película titulada ''Precious'' (Preciosa) es la historia de una jovencita a la que no le puede ir peor y hace unas pocas horas recibió varios premios (estamos en marzo de 2010).

El box es un deporte en el que se pagan fortunas para ver como dos hombres (ahora también mujeres) se dan golpes tan destructivos que terminan con la cara desfigurada.

Los españoles y mexicanos se desviven tratando de averiguar una y otra vez si el hombre es o no más astuto que un toro. Felizmente (para estos eternos incrédulos), la mayoría de las veces gana el torero y el animal es sacado a rastras, luego de una agonía llena de crueldad y sadismo.

La televisión tiene como espectáculo central a los noticieros y dentro de estos, ocupan un lugar de gran rating los hechos criminales y las tragedias donde el dolor humano se expone con diferentes grados de morbosidad.

En psicoanálisis se dice que algunos adultos se quedan perversos porque los niños son naturalmente perversos. (1)

La mayoría de la población somos neuróticos y esto significa que somos perversos reprimidos (porque podemos respetar las leyes aunque nuestras fantasías siguen siendo infantiles y perversas).

Los niños no tienen noción del dolor ajeno y hasta se divierten cuando ven a otro niño recibiendo un castigo o a un animal chillando de dolor.

El gusto de los neuróticos por la crueldad puede explicarse porque la represión de la perversión a veces falla.


(1) Este tema está comentado en el artículo titulado P.A. (Perversos Anónimos).

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lunes, 8 de marzo de 2010

Cambiaré, pero no sé cómo

He comentado con ustedes que el libre albedrío no existe.

Por lo tanto, es posible pensar que nuestra conducta está determinada por factores predisponentes (nuestra anatomía y fisiología) y factores desencadenantes (los que en este momento me hacen actuar como actúo).

En el artículo titulado La selección natural y laboral les decía que un cargo (puesto de trabajo) debe ser ocupado por quienes naturalmente están capacitados para desempeñarlo.

Exagerando sólo para ser más claro, lo que quiero es decir es que cada puesto laboral debería ser ocupado por quienes parecen haber nacido para hacer esa tarea.

Esta aseveración es coherente con la suposición de que, al no existir el libre albedrío, nadie puede hacer la tarea que se le plazca, porque sus propias condiciones personales (predisponentes y desencadenantes) determinan qué podemos hacer bien, en tiempo y forma, sin cansarnos demasiado y disfrutándolo.

Esta afirmación trae aparejada su contraria: nadie puede realizar bien una tarea, si no nació para realizarla, si la realiza a pura fuerza de voluntad, porque no tiene más remedio, por obligación, presionado, a disgusto o caprichosamente.

Las relaciones de pareja pueden analizarse con un criterio similar.

Hay realmente un trabajo en la adaptación de los gustos, preferencias y criterios de dos personas que se seleccionan mutuamente para acompañarse en la vida.

Cada uno es como es, según su naturaleza.

El conjunto de factores predisponentes que lo caracterizan, darán lugar a determinadas reacciones (y no otras) provocadas por los diferentes factores desencadenantes que vayan ocurriendo.

Si alguien se descontrola porque el otro llega tarde, no pudo controlarse. Es un error pensar que pudo controlarse, pero que por alguna maligna intención prefirió no hacerlo.

Los árboles cambian, los insectos mutan, los humanos nos adaptamos.

El cómo y el cuándo ocurren esas transformaciones, lo deciden la naturaleza y el azar.

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domingo, 7 de marzo de 2010

La presa busca al cazador

Los domingos de tarde son fatales para un carterista.

Me quedan sólo cuatro cigarros y recién son las tres de la tarde. Pensar en vestirme para ir al quiosco me parece algo insoportable.

Esta pensión está en ruinas. Acá deben de haber vivido hasta personas que hoy le dan nombre a algunas calles.

¡Ja! Al edificio se le cae el revoque y la categoría de sus ocupantes.

La naturaleza me jugó una mala pasada. Estas manos son las responsables de que yo esté acá, entre la mugre, el olor a humedad, las paredes despintadas, la cama hundida.

No saben hacer otra cosa que tomar sigilosamente los billetes de los estúpidos.

Cuando en el liceo le saqué la libreta de calificaciones al profesor de física para arreglar todo lo que había escrito y devolvérsela, descubrí que ésta era mi fuente de recursos.

Mientras tuve una visión optimista de la vida pensé que triunfaría como ilusionista. Pero no, el embaucado fui yo. Nada de plateas ovacionando mi destreza sino más bien algún policía con mirada paranoica.

Me deprimen los domingos de tarde y sobre todo darme cuenta que vivo miserablemente robándole a gente despreciable.

No sé que es peor, si esta pocilga o tener que robarle a quienes prácticamente me hacen donaciones como a un mendigo.

La policía también me desanima. Son tipos lerdos, miopes, ingenuos, panzones, ávidos de algún soborno.

El único que a veces me sacaba de la rutina era aquel morochito de bigotes.

Ése era más hijo de puta que yo. Tenía malicia, mente criminal, un cazador de esos que dignifican a la presa que cazan.

Pero claro, como siempre pasa en este país, los mejores se van a lugares mejores.

Ah! Pero ¿por qué no me voy yo también a la ciudad donde él está trabajando? ¡Claro, es mi solución!

Voy a comprar cigarrillos.

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sábado, 6 de marzo de 2010

Qué es el inconsciente

Tradicionalmente pensamos que el concepto de inconsciente fue creado por Freud.

En realidad no fue así. Ya antes de su nacimiento había quienes suponían que algo de nuestro acontecer era inaccesible al campo de la conciencia.

Lo que sí es cierto es que él se especializó en la idea, la presentó de muchas maneras, sacó conclusiones, la incluyó en la comprensión de ciertas enfermedades psíquicas.

Pero ahora —usted y yo—, podemos pensarlo desde otro punto de vista.

Estamos provistos de cinco sentidos y para nosotros la realidad material consiste en lo que ellos nos suministran (visiones, olores, sonidos, sabores y sensaciones táctiles).

No podemos afirmar que esto sea todo. Es muy probable que existan otros datos que no podemos ni imaginar simplemente porque caen fuera del campo perceptivo de nuestros cinco sensores.

Podríamos pensar que existen otros datos de los que algo sabemos pero no conscientemente.

Además, biológicamente estamos dotados de muy sutiles formas de detectar el entorno y adaptarnos a él de forma automática.

Por ejemplo: cada una de mis neuronas está diseñada según cómo fue el embarazo de mi madre, sus cambios hormonales, las bacterias que me recibieron en el parto, por la composición química de su leche y por millones de factores más.

La conformación de todo mi cuerpo (y el suyo y el de todos) está dispuesta para que esté sano, sobreviva, me reproduzca, me adapte a las circunstancias, y ese conjunto de características personales que tiene mi cuerpo, influyen en mi pensamiento porque éste no es más que un producto orgánico más.

(Podríamos decir que los humanos segregamos ideas si admitiéramos que el cerebro también funciona como una glándula).

En suma: Le propongo suponer que el famoso inconsciente está compuesto por todo lo que tenemos para vivir sin saberlo.

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viernes, 5 de marzo de 2010

Pensantes y pensados

Describiré una escena familiar clásica.

Alicia y Bartolomé son los padres de tres niños de 3, 7 y 9 años.

Son las 8 de la noche de un día invernal. Afuera hace mucho frío y circula poca gente.

Ellos cenarán dentro de un rato pero ahora los niños se entretienen jugando, algunas veces en equipo y otras sin interactuar entre sí.

Los cónyuges dialogan sobre cómo mejorar los ingresos económicos de la familia, qué hacer con los padres de él que ya no pueden seguir viviendo solos y conjeturando sobre las futuras decisiones del gobierno.

En el hogar hay cinco personas, dos adultos y tres niños, que por momentos se comunican entre sí y por momentos se aíslan en sus mundos interiores.

Se trata de una familia normal.

Los grandes colectivos poseen esta misma estructura aunque con integrantes adultos.

Unos pocos adultos (los dirigentes-padres) piensan cómo resolver los problemas cotidianos que se les presentan a todos y una mayoría (los gobernados-hijos) esperan las decisiones de los mayores.

Así como entendemos que la familia formada por Alicia y Bartolomé es normal, aceptamos como normal que en una sociedad haya personas que piensan y otras que actúan según lo que otros pensaron.

La clave de esta situación está en el significado del vocablo «normal», que según el Diccionario de la Real Academia significa:

1 — Dicho de una cosa que se halla en su estado natural.

2 — Que sirve de norma o regla.

3 — Dicho de una cosa que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

En suma: los humanos asumimos en un nivel muy profundo de nuestro pensamiento (donde radica el lenguaje que usamos automáticamente), que es normal que unos pocos piensen y una mayoría no piense.

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jueves, 4 de marzo de 2010

La generación acorralada por el miedo

En el artículo publicado ayer con el título P.A. (Perversos Anónimos), les comentaba que los neuróticos no somos otra cosas que perversos reprimidos.

El proceso educativo (disciplinador, reformador, neurotizante) más conflictivo se realiza durante la adolescencia, pero ya desde el nacimiento ejercemos presión sobre los niños para que no toquen excrementos con sus manos, para que no se desnuden en público, para que no vuelvan a sus casas con juguetes ajenos.

Por supuesto que el proceso es penoso para ambas partes: los niños no quieren ser reprendidos, no soportan hacer deberes domiciliarios, odian las penitencias y, tanto padres como maestros y vecinos, se ven forzados a tener mucha paciencia.

Es tan difícil dejar de ser perverso para convertirse en neurótico (según comentaba en el artículo mencionado) que cada tanto los adultos más reivindicativos se enojan (con retraso) y tratan de cambiarlo todo.

Las revoluciones son algo de eso.

Por supuesto que ningún revolucionario dirá que su lucha es por volver a ser un niño perverso (como lo fuimos todos). Alegará motivos más edificanates, serios, aceptables.

Algo de esto ocurrió en mayo de 1968 (Francia) cuando un grupo de perversos reprimidos quiso romper los códigos para ser como cuando eran pequeños.

La consigna fue «prohibido prohibir».

En otras palabras, abolir la educación, permitir que cada uno haga lo que desee.

Los que vivieron aquella época con edades entre 15 y 30 años, son los que hoy tienen entre 55 y 70 años.

Esta gran cantidad de personas se educó temiendo la represión de sus padres y temiendo reprimir a sus hijos (porque estaba «prohibido prohibir»).

En suma: los adultos actuales (que hoy tienen entre 30 y 45 años), hijos de la generación revolucionaria de 1968, lo que mejor conocen es el miedo de sus padres.

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miércoles, 3 de marzo de 2010

P.A. (Perversos Anónimos)

Estamos acostumbrados a pensar que un perverso es una persona enferma, maldita, degenerada, aberrante, sádica, con preferencias sexuales delictivas.

Con esta definición nos entendemos habitualmente y si nos entendemos, entonces es un vocablo que cumple su función.

El psicoanálisis tiene una opinión diferente y con ella se guía para tratar a sus pacientes.

Los niños, en su inmadurez, tienen los deseos sexuales muy desordenados (descontrolados).

Felizmente, el desarrollo sexual recién se produce en la pubertad (aproximadamente entre los 10 y los 16 años).

A partir de este cambio corporal los seres humanos pueden reproducirse: las niñas comienzan con sus menstruaciones y los varones con la producción de semen.

Los adultos nos alarmarnos ante estos eventos porque si el joven continuara con aquellas actitudes desordenadas, los fenómenos reproductivos crearían un caos demográfico.

Cuando digo que los niños tienen conductas sexuales desordenadas estoy diciendo que son perversos, pero no con el significado popular que indiqué en el primer párrafo, sino con el significado que le da el psicoanálisis: impulsos sexuales sin represión (desordenados, descontrolados).

Como la mayoría de las personas cedemos a la educación que nos imponen los adultos alarmados por nuestra potencialidad reproductiva, terminamos reprimiendo aquellos deseos sexuales infantiles para convertirnos en buenos ciudadanos, respetuosos de las leyes, usos y costumbres.

¿Y qué pasa después? Esa educación hace que dejemos de ser perversos pero nos convierte en neuróticos.

A partir de ahí, seguimos pensando como un perverso, pero con tanto miedo a ser castigados (complejo de castración) que no podemos practicar las fantasías sexuales que tenemos.

La naturaleza quiere que le conservemos la especie y nos presiona para que tengamos más y más hijos, pero la cultura nos reprime (amenaza, disuade) con gran violencia.

Por eso la mayoría no somos perversos pero somos neuróticos.

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martes, 2 de marzo de 2010

«El que pega último, pega dos veces»

1º) «Todo tiempo pasado fue mejor»;

2º) «Ya vendrán tiempos mejores.»; y

3º) «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy».

Estas tres recomendaciones que nos aporta el sentido común justifican por qué es tan poco confiable y debería ser abolido de nuestras mentes.

Quien se guíe por estos tres refranes no sabrá qué hacer primero.

¿Usted conoce el verbo procrastinar?

Es muy poco usado y se lo explico para que tenga una idea.

Designa la acción de diferir tareas que deberíamos hacer ahora para hacer otras que se nos ocurren en el momento.

Cada vez más personas actúan así y no se dan cuenta.

Se sientan en su escritorio para cumplir con los compromisos asumidos, pero no pueden evitar consultar Facebook donde encuentran novedades que lo llevan a otra página, y así hasta que llegan el final de la jornada laboral.

Internet es una maravilla como fuente de información y herramienta de comunicación.

Por su parte, la tecnología del hipertexto es un recurso excelente: cada link (vínculo, eslabón) nos lleva a otro sitio con un solo click del ratón.

La facilidad con la que podemos pasar de un tema a otro es atrapante, seductora y difícil de abandonar.

Nuestra atención (concentración, interés) está permanentemente atraída por nuevos estímulos y la sencillez para darle satisfacción convierte al fenómeno en inevitable (al menos para los más impulsivos y de baja tolerancia a la frustración).

Siempre existieron procrastinadores, pero este rasgo de personalidad está más difundido porque Internet y el hipertexto (links, hipervínculos) nos inducen a serlo.

La informática —y sobre todo Internet— han cambiado nuestro hábitat con mayor velocidad de la que tenemos los humanos para reconocerlo y adaptarnos.

Este artículo es útil para poder conocer y controlar uno de esos cambios.

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lunes, 1 de marzo de 2010

Un siglo extra

Quien más quien menos, es consumidor de inmortalidad.

El duelo más difícil de elaborar es el de la propia muerte.

Los otros duelos, los que elaboramos a partir de la muerte de un ser querido, son más reales, más coherentes, pero no tan trágicos y sentidos.

Para procesar el duelo de nuestro propio fallecimiento, apelamos a la estrategia de imaginar alguna forma de inmortalidad, como digo en el primer párrafo.

La idea que compartiré con ustedes está vinculada con la receta que propone «tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro».

Este producto de la fantasía (la propia inmortalidad) se encuentra en dos categorías:

1) La más económica, de uso masivo y por eso la utilizada por mayor cantidad de personas, consiste en adherir a la creencia de que vivimos y morimos muchas veces, hasta que finalmente dejamos de morir (reencarnación);

2) La más cara, de uso restringido y por eso la utilizada por menor cantidad de personas, consiste en trascender, hacerse famoso, trabajar para la posteridad.

Los que intentan comprar una parcela en la historia de la humanidad, son los que aplican su talento, energía y riesgo haciendo cosas que duren por lo menos un siglo más después de su muerte.

Artistas, políticos, científicos, militares, terroristas, delincuentes son notorios consumidores de trascendencia histórica.

— Escribir una novela que se convierta en un clásico de la literatura;

— Crear una nueva ideología;

— Inventar algo sorprendente;

— Conquistar por la fuerza nuevos territorios;

— Tirar abajo las Torres Gemelas; o

— Provocar la pasión periodística matando muchas prostitutas,

son intentos de pellizcarle a la vida un siglo adicional para aliviar el duelo de la propia muerte.

Observe la coincidencia: tanto un hijo, como un árbol, como la fama de un libro, sobreviven aproximadamente un siglo.

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