viernes, 31 de agosto de 2012

El rol femenino de los seductores





Si es la mujer la que atrae y subyuga al varón, entonces los seductores tienen una actitud femenina.

El instinto es el sistema operativo pre-instalado por la naturaleza en nuestro cuerpo mientras que la cultura se parece más bien a los aplicativos utilitarios (Office, Photoshop, Ares) que el usuario le agrega a su computadora-cuerpo.

Una observación superficial puede hacernos pensar que Windows no existe porque lo único que usamos y vemos son las manifestaciones de los utilitarios, pero ninguno de estos funcionaría sin Windows.

Continuando con la comparación, la cultura no sería operativa en el desempeño de alguien carente de instintos humanos.

Hasta donde puedo entender, nuestra cultura dice que los varones seducen a las mujeres y dice también que ellas aceptan al varón que logra «conquistarlas».

Sin embargo, todo me lleva a suponer que el instinto animal humano funciona de otra manera cuando no está distorsionado por los caprichos culturales.

Es muy probable que sean las mujeres las que desearían ser fecundadas por algunos hombres porque intuyen que esos elegidos poseen la mejor dotación genética para combinarse con la suya propia.

Este punto de vista nos lleva a pensar que estamos cometiendo un error garrafal cuando pretendemos que sean los varones los que pierdan el tiempo seduciendo a mujeres que no están interesadas genéticamente por ellos.

Nuestra cultura tiene un claro sesgo agresivo, bélico, prepotente y es bajo este sentimiento que necesariamente tenemos que pensar (culturalmente) que el más fuerte conquista, seduce y subyuga a la muscularmente más débil.

Nuestra estúpida cultura no admite que es la inteligencia, la seducción, el glamour lo que logra la irresistible atracción del varón, quien efectivamente es el subyugado (puesto bajo el yugo [1]).

Si es la mujer la que atrae y subyuga al varón, entonces los seductores tienen una actitud femenina.



(Este es el Artículo Nº 1.674)

jueves, 30 de agosto de 2012

El temor al fin de la prohibición del incesto




 
Quienes se escandalizan ante el fin de algunas prohibiciones, lo hacen porque inconscientemente creen que también finalizará la «prohibición del incesto».

En Uruguay estamos discutiendo (año 2012) dos temas muy importantes: la despenalización del aborto y la legalización de la comercialización de la marihuana para fines recreativos, es decir, no necesariamente medicamentosos como ya está autorizada en varios países.

Son dos temas muy polémicos, que convocan defensas y ataques apasionados.

Lo que se está discutiendo es abandonar la doctrina del prohibicionismo, que consiste en reprimir severamente aquellas prácticas que se consideran dañinas para los ciudadanos y para la sociedad.

En los Estados Unidos tuvimos el ejemplo más popular referido a la prohibición de la comercialización y consumo de bebidas alcohólicas y que, para mejor manejo de los medios de prensa, se la denominó metafóricamente «Ley seca» (1).

Hago mención a este manejo de los medios de prensa porque todas las prohibiciones son las proveedoras del material con el que los periodistas llenan páginas y minutos de televisión y radio, en los diferentes medios de comunicación.

No escapa entonces al fenómeno, que las prohibiciones tienen un gran beneficio concreto, esto es, darle ocupación a millones de trabajadores en todo el mundo.

Sin embargo, las prohibiciones no son efectivas. El prohibicionismo solo favorece a los delincuentes.

Con sentido del humor podríamos decir que:

Los métodos violentos son tan contraproducentes que no sería mala idea prohibirles a los jóvenes que estudien, que trabajen y que limpien su dormitorio.

Con similar criterio, quizá fuera ventajoso obligarlos a tener sexo, a masturbarse, a mirar televisión, a jugar, a hablar por celular y a consumir «drogas divertidas».

Ahora seriamente digo: las personas que se escandalizan ante el fin de algunas prohibiciones, lo hacen porque inconscientemente creen que también finalizará la «prohibición del incesto».



(Este es el Artículo Nº 1.673)

miércoles, 29 de agosto de 2012

La monogamia y la violencia



Todos conocemos la violencia que provoca la intolerancia ideológica, religiosa o deportiva. También conocemos la que provocan los celos.

En otro artículo (1) les comentaba que los grupos necesitan practicar cierto grado de intolerancia para fortalecer su cohesión.

El tema estaba referido a que para demostrar fidelidad a los demás integrantes del grupo, es necesario tomar distancia de los otros grupos porque, de no hacerlo, puede surgir la idea de «traición».

En otras palabras: cuando dos grupos conservan su identidad a costa de  declararse opositores entre sí, los integrantes de uno y otro deben demostrar que rechazan a todos y cada uno de los opositores porque, si alguno demostrara un poco de tolerancia hacia ellos, podría ser considerado como traidor dentro de su propio grupo.

Estas son las bases de la monogamia en los matrimonios, de la intolerancia entre agrupaciones y de la violencia que se desata cuando surgen dudas sobre la «fidelidad» y la «adhesión incondicional (al grupo o al cónyuge)».

Por lo tanto, cuando nos preocupamos y hasta alarmamos de cómo se pelean las hinchadas deportivas, o los deputados de partidos opositores, o bandas integradas por niños en edad escolar, estamos asistiendo a fenómenos sociales poseídos por sentimientos de intolerancia, de exclusión del oponente, de violencia que procura aniquilar a quienes piensan diferente.

También podría expresar esto mismo diciendo que cuando defendemos la monogamia y criticamos algunas familias árabes en las que un hombre está casado con varias mujeres, estamos defendiendo, sin saberlo, la intolerancia generadora de violencia aniquilante.

En los hechos, todos conocemos, personalmente o a través de las noticias o del cine, cómo la persona que no soporta que su cónyuge ame a otras personas es capaz de cometer actos irreversiblemente destructivos y también conocemos cuán fácilmente comprendemos, justificamos y hasta nos identificamos con la persona celosa.


 
(Este es el Artículo Nº 1.672)


martes, 28 de agosto de 2012

Deseos y «ficciones autobiográficas»



Muchas veces no sabemos si tenemos un auténtico deseo o una fantasía (ficción autobiográfica) que solo utilizamos para soñar y hablar de ella.

Es posible que las dificultades en la comunicación también ocurran con los diálogos interiores. En otras palabras, cuando nos escuchamos afirmando un pensamiento, puede ocurrir que no nos estemos entendiendo.

Por ejemplo: alguien puede contarle a su amigo que está dispuesto a comenzar ciertos estudios especializados.

Cualquiera que escuche esta conversación podría pensar que la persona que habla tiene el deseo de continuar estudiando. Más aún: quien habla también cree eso y es acá donde aparecen las dificultades en la comunicación consigo mismo.

Recién cuando haya llegado el momento en que debería ejecutar aquel proyecto (iniciar los cursos), todos nos enteraremos si lo que le contó al amigo era un auténtico deseo o una «ficción autobiográfica».

Esta expresión intenta describir aquellas fantasías que alguien puede tener para gratificarse con ellas, como quien inventa una historia cuando se divierte dejando volar la imaginación.

Este fenómeno (confundir un deseo con una «ficción autobiográfica») es muy frecuente, nos puede pasar a todos, aunque algunas personas tardan más que otras en darse cuenta de la diferencia.

Un deseo es persistente y la frustración mortifica a quien lo tiene hasta que este le da satisfacción, mientras que una «ficción autobiográfica» es una novela personal que se despliega solamente en el plano verbal, con infinitas descripciones, promesas, anuncios, exhibiciones.

Un deseo, además de ser persistente, suele ir acompañado de múltiples acciones preparatorias o anticipatorias de su cumplimiento.

Por ejemplo, a quien desea perfeccionarse en medicina, se lo ve haciendo consultas sobre el tema, aprovechando cuánta oportunidad tiene de hablar con gente ya especializada, ahorrando dinero para pagar los costos de la especialización, sus entretenimientos (lectura, cine) suelen incluir los contenidos que lo apasionan.

(Este es el Artículo Nº 1.671)

lunes, 27 de agosto de 2012

El atractivo excitante es imaginario



Criticamos la vestimenta de las mujeres árabes olvidándonos de que nos excitamos sexualmente con la imaginación estimulada por lo insinuante.

¿Alguna vez te preguntaste por qué la sugerencia, la insinuación y la alusión resultan ser más seductoras que lo explícito, la exhibición y el descaro?

Aunque el pacato Diccionario de la Real Academia Española dice que la palabra «morbo» significa, además de «enfermedad», «interés malsano por personas o cosas», no podemos perder de vista que para ellos la sexualidad está en entredicho, que no parecen festejarla apasionadamente y que quizá estén del lado de los puritanos frígidos y psicológicamente castrados.

Para completarla, la tercera definición expresa: «Atracción hacia acontecimientos desagradables».

Digo todo esto porque popularmente decimos que la sugerencia, la insinuación y la alusión nos despiertan el «morbo», nos «enferman de deseo», nos excitan sexualmente.

No deja de ser divertido cómo muchas personas occidentales se burlan y hasta desprecian a las mujeres árabes que visten esos ropajes que las cubren totalmente.

Parte de la diversión surge de que esos hipercríticos de quienes no son como nosotros, se olvidan de que los atuendos de nuestras monjas no podrían ser más parecidos a los ropajes de las árabes.

El encierro corporal que exhiben nuestras religiosas es maravilloso si toleramos con paciencia la vestimenta de las árabes o es aberrante si no podemos evitar criticarlas por retrógradas, inferiores, esclavas.

Claro que correspondería mirar la otra cara de la moneda.

Como digo al principio, la sugerencia, la insinuación y la alusión son más seductoras que la explicitud, la exhibición y el descaro (desnudez, desvergüenza, impudicia).

¿Por qué la insinuación es más excitante que la exhibición? Porque nuestra fantasía imagina lo que no se ve, con mayor esplendor, belleza y erotismo., que si se viera.

El atractivo excitante es imaginario, no es real.

(Este es el Artículo Nº 1.670)