miércoles, 31 de julio de 2013

Morir no es lo peor


 
El cambio más dramático es el de estar aliviados a estar doloridos, aunque insistimos en creer que lo peor ocurre con la muerte.

La teoría de la Gestalt (1) es la que mejor explica nuestro modo de percibir por contraste: blanco sobre negro, silencio sobre ruido, liberación sobre desolación.

Cuando los contrastes están ubicados en distintos tiempos la percepción toma un cariz especial.

Notamos claramente el efecto perceptivo que ocurre cuando estalla un trueno en el silencio de la noche; notamos claramente el efecto perceptivo que ocurre cuando un objeto blanco está apoyado sobre un fondo negro; notamos claramente el efecto perceptivo que ocurre cuando un dolor es calmado mediante la inyección intravenosa de un anestésico.

Sin embargo, el efecto perceptivo que ocurre cuando se va el último invitado de una fiesta que saturó socialmente nuestro hogar (liberación), no es tan notorio si dos o tres días después nos sentimos sumidos en la desolación porque ni siquiera alguien nos llama por teléfono.

Algo similar ocurre cuando el enamoramiento va desgastándose, lenta pero inexorablemente, y cuando queremos acordar, solo nos queda un dulce recuerdo que se «recorta» gestálticamente sobre un triste sabor amargo.

La percepción que surge de dos sensaciones opuestas pero distantes en el tiempo nos provoca sensaciones especiales pues pasamos de estar alegres a estar tristes, es decir que lo que cambia para construir la percepción somos nosotros mismos, nos transformamos.

Ya no son los colores, los sonidos, los perfumes de algo exterior lo que cambia sino que la percepción se construye con cambios personales que contrastan: estamos bien y pasamos estar mal; todo nuestro cuerpo parece cambiar, como cambia el color de la piel del camaleón.

El cambio más dramático es el de estar aliviados a estar doloridos, aunque insistimos en creer que lo peor ocurre con la muerte.

 
(Este es el Artículo Nº 1.975)


martes, 30 de julio de 2013

El instinto de conservación y el aburrimiento



 
El instinto de conservación nos dificulta salir del aburrimiento para que entendamos que tampoco es fácil resucitar.

Es preferible que seas divertido antes que exacto: nadie te perdonará que lo aburras y quizá nadie se dé cuenta que eres inexacto.

El aburrimiento es uno de los efectos indeseables de la inmortalidad.

Una enfermedad psicosomática es categóricamente desagradable, pero para quienes la padecen puede ser la solución menos mala para el mortífero tedio.

La jubilación convierte a los jubilados en seres huecos, vacíos, inútiles, con lo cual los encargados de pagar la pensión vitalicia se aseguran que tendrán que hacerlo por poco tiempo.

La medicina es una gran colaboradora pues le da trabajo (exámenes, controles, esperas) a muchas personas que se enferman por no tener en qué ocupar su tiempo.

El aburrimiento parece un problema, pero es una solución en tanto les da a los jóvenes el impulso para hacer más y más cosas que los entretengan.

El tedio  también es una solución para los ancianos porque los prepara anímicamente para cuando les llegue la hora de morir. Cuando los días parecen tan interminables que nunca les llega la hora de irse a la cama, comienzan a sentir ganas de que el sueño sea definitivo.

Cuando el cerebro carece de estímulos excitantes provoca la sensación de hastío al que podríamos comparar con la sed. Cuando el cerebro siente sed de excitaciones, provoca ese malestar generalizado que llamamos aburrimiento.

Ese fastidio se parece a la depresión porque el propio síntoma incluye el desgano para salir de él. Funciona como un círculo vicioso. Es como si la sed nos quitara las ganas de conseguir agua.

He llegado a una loca conclusión, pero igual se las diré:

El instinto de conservación nos dificulta salir del aburrimiento para que entendamos que tampoco es fácil resucitar.

(Este es el Artículo Nº 1.974)

lunes, 29 de julio de 2013

Los especialistas «prueban» los nuevos conocimientos

 
Los especialistas de nuestra comunidad son los responsables de «probar» la validez de cada nuevo conocimiento para que podamos utilizarlo.

Los venenos han sido el arma mortífera más utilizada por los enemigos del poder.

Los reyes, emperadores, tiranos, o cualquier otro personaje provisto de algún poder molesto para alguien,  siempre estuvieron expuestos a ser asesinados mediante este sigiloso procedimiento.

Por eso los «amigos» brindan chocando las copas con tal energía que los vinos pasen de una a la otra, puedan mezclarse y exponerlos a ambos en caso de que el veneno hubiera sido puesto para matar solo a uno de los dos.

De forma más institucionalizada, algún esclavo debía comer la comida que después comería el poderoso.

Actualmente también se toman precauciones para que los poderosos no sean envenenados, aunque sin exponer la vida de algún esclavo.

Lo anterior es un breve prólogo de la siguiente idea que tiene por cometido justificar este artículo.

La población, los ciudadanos, el público consumidor ha ascendido al rango de «su majestad».

Existen fuertes controles en los alimentos que llegan a nuestra mesa. Es responsabilidad suprema de los Estados asegurar que nadie corra riesgo de vida por intoxicación, envenenamiento, insalubridad.

Y existen además otras formas de controlar nuestra salud. Me refiero ahora a la salud intelectual.

El conocimiento es ahora tan amplio que ya no tenemos más sabios. Ningún ser humano es capaz de saberlo todo. Por eso existen las especialidades: grupos de personas que se dedican a conocer, investigar y validar cada nuevo conocimiento en algún área del saber.

Los economistas saben de economía, los neumólogos saben de las dificultades respiratorias, los arquitectos saben de construcciones.

Los especialistas de nuestra comunidad son los responsables de averiguar y confirmar (probar, saborear) la validez de cada nuevo conocimiento para que todos podamos aprovecharlo con confianza.

(Este es el Artículo Nº 1.973)


domingo, 28 de julio de 2013

Arquitectura erótica


Mi pasión es la arquitectura y la ingeniería. Puedo llegar a quedar extasiado mirando esas construcciones que parecen desafiar las leyes físicas y a los fenómenos naturales.

La oposición elegante a la ley de la gravedad y a la insistencia del viento son poéticas.

Largos puentes, flexibles, con mínimos apoyos, colgados, resistentes, de colores vivos que parecen vegetales, graciosamente iluminados para tejer una trenza fosforescente durante las noches.

Edificios muy elevados, torneados, confortables, capaces de bailar al compás del viento para no caerse.

Pero esa es una fachada fría, racional, científica, sobria. La arquitectura y la ingeniería que realmente me emocionan, me excitan, me llenan la imaginación de fantasías eróticas son los pies femeninos: bellos, fuertes, flexibles, ágiles, danzarines, suaves, delgados, estilizados, capaces de soportar el sobrepeso de los embarazos, de bailar en puntas, de saltar como un resorte, en plena armonía con el resto del cuerpo.

Mi mente se desliza hacia la perversión cuando observo esos delicados pies calzando increíbles sandalias, provistas de una o dos tiras de cuero, apoyadas sobre potentes alfileres.

Tengo muchas fotos de sandalias arquitectónicas e ingenieriles, adornadas por hermosísimos pies, coqueteados con uñas multicolores.

Claro que todo esto tiene una historia remota.

Mi madre tenía los pies muy hermosos. Quizá fuera la parte de su cuerpo mejor diseñada.

Hace décadas que murió y no puedo olvidarlos. Si tuviera alguna foto quizá no los vería tan lindos como los recuerdo.

Cierta vez, ella estaba reclinada sobre el diván donde atendía mi padre, leyendo una revista.

Seguramente no me vio venir ni yo me di cuenta de lo que pensaba hacer. Con nueve años  tenía sueños y fantasías eróticas con ella. Quizá mostrase mis intenciones porque una vez oí una explicación que le daba mi padre.

Llevado por mis fantasías, abracé los pies de ella y comencé a besarlos con pasión. No sé qué pasaba por mi mente, pero sé que amaba aquellos pies. Ella gritó, se sacudió y se soltó de mi abrazo.

Al principio me miró enojada pero después hizo que me sentara a su lado y, mientras me acariciaba el cabello sentí que me consolaba por mi primer amor imposible.

Ahora me consuelo con la arquitectura y la ingeniería.

(Este es el Artículo Nº 1.972)


sábado, 27 de julio de 2013

Homofobia, monogamia y conservación de la especie



 
La homofobia y la monogamia son hechos sociales necesarios para conservar la especie, pero sobre todo convenientes para los gobernantes.

Como el libre albedrío  es una creencia muy difundida pero no una verdad demostrada, dudo de su existencia. Son las leyes naturales las que nos influyen hasta en nuestra decisión de cepillarnos los dientes.

La extrema belicosidad y ambición propias de ciertas épocas y pueblos, presionó para que estuviéramos particularmente preocupados por la supervivencia de la especie.

Por las guerras y las pestes el instinto de conservación temió por nuestra continuidad sobre la faz de la Tierra.

Con esta hipótesis podrían explicarse la homofobia y la monogamia.

Según he comentado en otros artículos (1) aprendemos a amar con las atenciones que recibimos de nuestra madre.

El amor que conocemos es la reacción ante quien nos provee alimento, abrigo, protección, ternura. Por esto «amar es necesitar» y amamos a quien desinteresadamente nos cuida con seguridad.

Porque aprendemos a amar con una mujer es posible pensar que el amor es un sentimiento prioritariamente dirigido a una mujer.

El único inconveniente de la homosexualidad tiene que ver con la imposibilidad de fecundar.

Si nuestra especie padeció temores de exterminio por causa de las guerras y las pestes, lógico es pensar que la homosexualidad se haya convertido en una amenaza tan grave como una guerra o una epidemia.

Este temor es realista y explica la homofobia.

Los humanos somos mejor controlados cuando pertenecemos a grupos. Por razones de control de los individuos los gobiernos siempre impulsaron la creación de familias (padre, madre, hijos).

El amor hacia la mujer hace que las propias mujeres tengan deseos lésbicos y moderado interés por los varones, quienes solo son imprescindibles para fecundarlas.

La homofobia y la monogamia son hechos sociales necesarios pero, sobre todo, convenientes para los gobernantes.

 
(Este es el Artículo Nº 1.971)