miércoles, 30 de junio de 2010

La voluntad de obedecer bajo amenaza

Es posible decir que «voluntad», es la disposición, la energía, la dedicación a realizar algo no placentero.

Cuando lo que hacemos es divertido (mirar televisión, jugar con naipes, practicar un deporte), la disposición a la actividad, al esfuerzo, a correr riesgos, está provocada por el afán de disfrutar.

Como nuestra única misión en la vida es conservarnos y conservar la especie, el instinto que nos determina (gobierna, organiza, tiraniza) es el de conservación.

En nuestro lenguaje, usamos la palabra «naturaleza» para designar algo tan genérico, abarcativo e inespecífico, que podríamos decir que no significa casi nada.

Si tuviera que precisar qué es la «naturaleza», tendría que decir que es «la realidad», «las cosas como son», «todo, incluyéndonos».

Con estas pocas ideas imprecisas, quiero prologar la idea central de este artículo.

La «voluntad», es la disposición para hacer algo no placentero, impuesto por nuestro instinto de conservación, que en última instancia, forma parte de la naturaleza.

Para resumir el párrafo precedente, digo: «la voluntad es un fenómeno natural».

Cuando le pedimos a alguien que haga un esfuerzo de voluntad, le estamos pidiendo que se preocupe por algo que no le interesa, que actúe en contra de su naturaleza, en definitiva, que obedezca como un animal del trabajo.

Los motivos por los que un animal de trabajo o un semejante nos obedecen, surgen porque, al darles la orden (pedirles el esfuerzo de voluntad para que hagan algo que nos interesa a nosotros pero no a ellos), de alguna manera estamos excitándoles (al animal y al semejante) el instinto de conservación.

A los animales de trabajo se los golpea, se los pincha, se los amenaza y a los semejantes también (enojo, recriminación, insulto, privación).

En suma: pedir a otro un esfuerzo de voluntad, es siempre amenazante o inútil.

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martes, 29 de junio de 2010

Habla tú que lo haces mejor que yo

Los espectáculos que nos divierten en la televisión, la calle, el teatro, son de tres tipos:

1) Los que hacen lo mismo que haríamos nosotros, aunque con alguna innovación, habilidad, creatividad. Por ejemplo, bailar, hacer de mimo, quedarse quietos como una estatua.

2) Los que hacen algo que sólo podríamos hacer luego de esforzados ensayos ... que no estamos dispuestos a hacer y por eso preferimos ver cómo otros lo hacen. Por ejemplo, rutinas de malabares, pintar, modelar esculturas.

3) Los que hacen algo que no podríamos hacer de ninguna forma: acrobacias aéreas (funambulismo), contorsiones corporales, resistir el dolor.

Lo que caracteriza a los primeros, es que vencen la timidez.

Lo que caracteriza a los segundos es que hacen algo que haríamos si nos tomáramos el trabajo de estudiar, practicar y ensayar.

Lo que caracteriza a los terceros, es que no parecen seres humanos. Quienes conocemos Le cirque du soleil (imagen), asumimos que sólo podríamos reemplazar al vendedor de entradas.

Veamos algo de la segunda categoría.

Cuando el artista nos deleita con algo que podría ser hecho por nosotros, la identificación es máxima. Nos complace sentir cómo hacemos algo tan seductor, gracioso, elegante.

En esta categoría de espectáculos disfrutamos de un imaginario protagonismo.

Es con ese mismo estilo que los oradores más exitosos nos convierten en pasivos espectadores.

Los líderes capaces de dominar a millones de personas, utilizan los medios de comunicación para transmitir esta hipnotizante sensación.

El efecto de convicción se facilita enormemente con públicos que tienen bloqueada su capacidad crítica.

El fanatismo, la pasión, el entusiasmo, la alegría desbordante, anulan el raciocinio y facilitan la tarea de seducción.

Este fenómeno se hace duradero (crónico), si el sistema educativo logra estimular a los estudiantes para que sean malos alumnos.

¿Esto ocurre en su país?

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lunes, 28 de junio de 2010

Denunciar al corrupto es ético y calmante

Tengo que comentarle un asunto que «huele mal».

Todos estamos más o menos en contra de la corrupción.

El tema está en las noticias cuando un funcionario del gobierno comete algún acto de infidelidad hacia las responsabilidades que le fueron encomendadas, generalmente con afán de lucro.

Para definir esta inconducta (delito, infracción, fechoría), hablamos de «coima», «soborno», «cohecho».

Los funcionarios inmorales le hacen daño a la administración pública para la cual trabajan, desprestigiándola ante la ciudadanía y muchas veces interceptando (apropiándose) la recaudación que le corresponde al Estado.

También generan ventajas y desventajas ilegales entre los ciudadanos que cumplen con las normas y los que pueden evitarlas pagando un soborno. En otras palabras, su desempeño provoca injusticias entre ciudadanos que deberían contar con las mismas condiciones.

Sin embargo, quienes confunden «Estado» (conjunto de instituciones permanentes que administran un país) y «Gobierno» (conjunto de personas encargadas de conducir esas instituciones administradoras, durante un cierto período), es probable que estimulen la corrupción de los funcionarios mientras no gobiernen sus candidatos preferidos.

Los opositores al gobierno de turno, apoyan a los funcionarios infieles que dificultan la gestión y deterioran el prestigio.

Sin embargo, la causa de nuestro repudio a estos personajes, es la envidia.

Efectivamente, el funcionario, gobernante, juez, inspector o quien sea que tenga poder vendible, es envidiable.

Cuando el poder es usado en beneficio propio, entonces este personaje se convierte en «corrupto, sobornable y envidiable».

Nuestra fantasía no se anda con chiquitas. Si alguien nos molesta (por ejemplo, provocándonos la dolorosa envidia), lo imaginamos muerto y por lo tanto, pudriéndose, es decir «corrupto».

En suma: cuando decimos que alguien «es corrupto», estamos conjugando en tiempo presente que está muerto, que su cuerpo se degrada, se descompone, se rompe, se corrompe.

Denunciar a un corrupto es ético y calmante.

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domingo, 27 de junio de 2010

La isla continental

En cierta ocasión naufragó un bote cargado de jóvenes que huían de sus padres.

Habían partido de un país en el que los adultos estaban orgullosos de la severidad, la disciplina, la moral.

Un total de 16 jóvenes varones menores de veinte años, estuvieron reuniéndose a escondidas, para escaparse de esa cultura tan severa.

Sin embargo, el motivo que más los alentaba, era castigar duramente a esos arrogantes padres, educadores, sacerdotes y gobernantes, que se jactaban de no tener drogadictos, ni homosexuales, ni suicidas.

El naufragio los obligó a nadar, flotar como pudieron. Pasaron hambre y sed, pero finalmente quince de ellos llegaron a una isla desierta.

El líder organizó todo rápidamente, aunque no tuvo más remedio que aplicar los únicos criterios que ellos conocían: severidad, disciplina y moral.

Cuando hubieron repuesto energías, durmiendo y comiendo lo que pudieron recolectar, cazar y pescar, parecía que la vida comenzaba a normalizarse en una nueva civilización.

Los motivos que tuvieron para huir, siempre fueron recordados y se cuidaron de no repetir los errores de quienes habían quedado en el continente.

Pero, luego de unas semanas, se alarmaron al confirmar que muchas de las normas y criterios que antes criticaban, no tenían más remedio que reimplantarlos.

Los sueños eróticos, la escasa vestimenta y la absoluta libertad, los estimuló a desplegar el deseo sexual, en forma individual, en parejas o entre varios.

Comenzaron a surgir las preferencias, los afectos intensos y de apoderamiento. Cuando ocurrió que dos prefirieron al mismo, surgieron los celos.

No es extraño que el más seductor y mejor amante, fuera el líder.

El grupo comenzó a perder la calma y surgieron los primero gritos, algunos golpes malintencionados y sobre todo, el enojo duradero.

La mayoría, que no participaba de esas riñas entre amantes celosos porque preferían la sexualidad individual, imaginaron un fin trágico para el grupo entero.

El temor y la urgencia, reavivaron en ellos los criterios de la civilización que habían abandonado. Por eso, mataron al jefe seductor.

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sábado, 26 de junio de 2010

No soy Bin Laden

Cuando somos muy pequeños, imaginamos que la realidad es una parte nuestra (1). Lo que alcanzamos a percibir (mamá, papá, los olores, los ruidos), todo nos pertenece tanto como nuestras manos, nuestra voz, el seno que nos alimenta.

Cuando miramos a mamá, a papá y a nosotros mismos en un espejo, nos preguntamos: «¿quiénes serán esos tres?»

Utilizo esta forma de hablar, sólo para explicarme. Es imposible que un pequeño de 18 meses piense así. Sin embargo suponemos que lo que siente y percibe podría expresarse con esta traducción al idioma adulto que acabo de hacer.

En una segunda etapa de su desarrollo neurológico, le ocurre algo que lo llena de alegría.

Se mira en el espejo y se da cuenta de que es él mismo y que la mamá que lo acompaña, es otra persona. Se mira él, la mira a ella, capta la nueva realidad y a partir de ahí se inicia el verdadero desarrollo de su aparato psíquico.

Para simplificar la explicación, el proceso en su mente es: a partir de reconocer que mamá es otra persona, la imagen del espejo, es la suya propia.

Así descubre que él es parte de la realidad y no la realidad parte de él. Razona así: «Porque ella es otra persona, entonces yo existo, soy un individuo».

En suma: Todo comienza con este razonamiento: «Porque ella es ella, yo soy yo». Dicho de otro modo: «Ahora que entiendo que ella es diferente de mí, me doy cuenta que soy un individuo, otra persona».

Cuando alguien —en cualquier parte del mundo—, comete un acto terrible, nos conmueve, nos alarma y escandaliza, porque también lo consideramos una referencia (como hicimos con mamá) para sentirnos «un individuo». Pensamos por ejemplo, «porque existe ese asesino, yo soy yo».

(1) Tú y yo, ¡un solo corazón!

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viernes, 25 de junio de 2010

Dolor sin masoquismo

Son muy conocidas las expresiones populares «morirse de la risa» y «desternillarse de la risa».

Abro un paréntesis: ternilla significa cartílago y cartílago es la parte más flexible del esqueleto, ubicado donde articulan dos huesos, por ejemplo, el maxilar inferior con el resto del cráneo.

La frase es una exageración. Sugiere que alguien puede romper el cartílago del maxilar inferior, de tanto reírse.

Por lo tanto, quien dice «destornillarse de la risa», está pensando en un ser humano armado de otra forma.

Cierro el paréntesis.

Los franceses llaman al orgasmo «pequeña muerte».

En suma: tenemos tres expresiones placenteras asociadas al dolor y a la muerte.

Existe una cuarta expresión famosa, pero proviene del marketing turístico y dice: «Ver Nápoles y después morir».

El objetivo principal de este artículo es señalar hasta qué punto goce y placer pueden ser prácticamente opuestos.

Nuestro lenguaje alude a esta paradoja sin muchos énfasis. Como vimos, los ejemplos no abundan (aunque existen).

Para el psicoanálisis éste es un tema mucho más importante y trascendente.

Los humanos quedamos perplejos ante ciertas actitudes (propias o ajenas), en las que alguien parece hacerse daño a propósito.

Sistemáticamente incurrimos en acciones demostradamente perjudiciales, «tropezamos dos veces en la misma piedra».

Solemos no entender estos fenómenos porque casi todos tenemos la compulsión a percibir a través de un severo filtro de racionalidad, de sentido común, de coherencia.

Estos filtros nos enceguecen para percibir algunas características (propias y ajenas), que si las tuviéramos en cuenta quizá (y sin quizá) podríamos facilitarnos la vida.

En otras palabras, los seres humanos buscamos el dolor y el placer, probablemente no en las mismas dosis, no en forma permanente, pero los buscamos.

Sólo nos aceptamos como buscadores de placer, pero no: también buscamos dificultades, problemas, dolores, ... sin ser masoquistas (1)

Nota: la imagen de la chica con pendientes, la elegí apostando a que usted no se daría cuenta de que le fueron perforados los lóbulos de las orejas, seguramente alegando que «no duele tanto».

(1) Ya es tiempo de que me vaya un poco mal

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jueves, 24 de junio de 2010

Las palabras son parte del viento

Millones de personas recordaron durante años, qué estaban haciendo cuando se enteraron del asesinato de John Kennedy (1917-1963) (imagen).

Las personas que eran jóvenes o adultas en 1963, escucharon o leyeron un conjunto de palabras que transformaron sus cerebros.

Casi todas las técnicas terapéuticas utilizan algún específico, algún producto químico, que se ingiere como un alimento más y que —a veces y en ciertas personas—, es capaz de provocar cambios saludables (antibióticos, homeopatía, herboristería).

Todos los estímulos son transformadores de nuestro cuerpo, pero sólo unos pocos poseen tal magnitud como para reconocerles esa característica. La noticia del magnicidio (asesinato de un gobernante) la tuvo y por eso tantas personas recordaron qué hacían cuando la recibieron (rindiendo examen, viajando, haciendo una visita).

También son sensaciones transformadoras los consejos de nuestros educadores, lo que soñamos, la poesía de una canción, una mirada, un silencio, una caricia.

La modificación anátomo-fisiológica (del cuerpo y su funcionamiento) que producen los medicamentos, suele ser más visible porque su ingestión está precedida de un acto médico, una expectativa nuestra como consultantes, una sugestión (la publicidad, nuestro deseo, la esperanza con que nos alienta el facultativo), además de que la tomamos con el deliberado propósito (intención) de mejorarnos, aliviarnos, recuperar la salud.

Cada palabra, frase, oración, refrán, advertencia, ... son significantes, es decir, generan en nosotros un efecto de significación.

El efecto de significación es el resultado de una transformación anátomo-fisiológica que puede llegar a cambiar también nuestra actitud, nuestra conducta, nuestro estado de ánimo, el ritmo cardíaco, la cantidad de azúcar en la sangre, un calambre y un interminable etcétera.

Somos parte de los fenómenos naturales (viento, germinación, parasitismo, fases lunares, epidemias, sequías, etc.), y las palabras que oímos, leemos, pensamos o soñamos, también son fenómenos naturales, transformadores de los seres humanos y de algunas mascotas.

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miércoles, 23 de junio de 2010

¡Los militares son esto y lo otro!

El jueves 1º de octubre de 2009, se festejó el sesenta aniversario de la fundación de la República Popular China, con un desfile impresionante en la plaza de Tiananmen (imagen).

Todo el mundo se preguntó: ¿qué están queriendo decirnos los chinos con este despliegue de armas y militares?

Algunos (autoproclamados) portavoces, contestaron diciendo: «Sólo queremos que sepan que estamos aquí».

En muy pocos países, el pueblo ama a los militares. Aumentaría la apuesta preguntándome: «¿los aman o les temen?».

El conjunto de ciudadanos encargado de poseer y usar armas, entrenado continuamente para la guerra a costo del contribuyente, despierta sentimientos contradictorios.

En definitiva, nuestra posición afectiva respecto a las fuerzas armadas, es tan ambivalente como ante cualquier otra cosa o persona, excepto que nos mantenemos más tiempo en el polo negativo cuando todo anda bien y más tiempo en el polo positivo cuando son ellos los encargados de defendernos o ayudarnos.

Los militares son útiles en tiempos de paz para echarles la culpa de algo (carestía, conflictividad, delincuencia).

Costa Rica es un país que colabora en este sentido porque se ha hecho famoso por no tener ejército.

Con mi cabeza psicoanalítica pienso que cualquier ser humano con poder, es peligroso.

Critican a los militares quienes se imaginan a sí mismos como despóticos, crueles y corruptos, si pertenecieran a esa corporación.

Pero hay una razón menos visible para explicar la antipatía que les tenemos.

El sistema inmunógeno forma parte de nuestro cuerpo y hace una tarea increíblemente importante aunque silenciosa.

Los militares son el sistema inmunógeno de los países, pero su existencia nos recuerda algo que preferimos negar: somos débiles, vulnerables, necesitamos ayuda.

La función del sistema inmunógeno es silenciosa porque preferimos ignorarla, pero como los militares son más visibles, proponemos su desaparición.

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martes, 22 de junio de 2010

El indio ‘Toro sentado’ era fuerte pero vago

Para los coleccionistas de palabras raras, les paso una que quizá les guste:

Antroponimia: Estudio del significado original de los nombres y apellidos.

Un chiste muy difundido, cuenta que un indígena se presentó a la oficina de identificación civil para cambiar su nombre, por considerarlo excesivamente extenso.

En vez de llamarse Mensaje que viaja de nube en nube, deseaba llamarse Fax.

El nombre que los padres les asignan a sus hijos, antiguamente pretendía la asignación de un rol, una característica, una virtud, pero actualmente se acostumbra nominar teniendo en cuenta la sonoridad y la moda.

Quienes creemos que el psicoanálisis tiene opiniones creíbles sobre cómo funciona la psiquis, suponemos que estamos parcialmente influidos por el nombre que nos dieron.

Hasta cierto punto recibimos alguna influencia del significado original, en tanto es probable que exista en nuestro inconsciente alguna referencia a ese dato (saber filogenético, herencia arcaica).

Por ejemplo, quienes se llaman Ana, quizá tengan alguna influencia de su significado original que es «compasión».

Quienes nos llamamos Fernando, quizá tengamos alguna influencia de su significado original que es «inteligente, atrevido, osado».

Quienes se llaman Walkiria, quizá tengan alguna influencia de su significado original que es «La que elige a las víctimas del sacrificio».

A estas definiciones propias de los nombres, se agregan los significados originales de los apellidos.

Además, desde pequeños nos inculcan los valores de nuestra cultura, nos hacen entender que veneramos a nuestros héroes porque hicieron y dijeron ciertas cosas que nos convendría imitar.

No nos faltarán influyentes comentarios sobre cómo deberíamos ser según nuestro signo zodiacal, o según nuestra dotación genética.

Las experiencias buenas y malas, marcarán a fuego ciertos criterios personales.

Conclusión: las influencias determinantes que recibimos, no dejan espacio para que exista el libre albedrío.

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lunes, 21 de junio de 2010

Ver la viga en el ojo ajeno

Si varias personas tenemos una lista de diez problemas para resolver, nos formaremos espontáneamente dos grandes grupos:

1) los que comienzan por los más difíciles;

2) los que comienzan por los más fáciles.

Son muchos menos los que sigan el orden de la lista y los que vayan resolviéndolos en cualquier orden.

He hablado con gente del primer grupo (problemas difíciles primero), y me dicen que siempre hacen eso porque saben que, a medida que se van cansando, rinden menos.

La gente del segundo grupo (problemas fáciles primero), me dicen que comienzan por los más fáciles para darse ánimo (juntar coraje), o para entrar en calor, y hasta alguno me comentó que si se muere en mitad de la prueba, no se habrá esforzado inútilmente.

Los seres vivos somos atraídos por el placer y rechazamos el dolor.

Desde este punto de vista, quienes comienzan por los difíciles, están haciendo algo opuesto a la tendencia natural (reprimen sus impulsos) y los que comienzan por los fáciles, se dejan llevar por su instinto básico (ceden a sus impulsos).

Aunque ninguno de los grandes grupos está ni bien ni mal, es probable que existan consideraciones que tomen en cuenta la conveniencia, el realismo, lo estratégico, lo posible.

En la vida diaria, quienes comienzan por los problemas más fáciles, seguramente tratarán de resolver los conflictos interpersonales, procurando que sean los demás quienes cambien sus ideas, forma de ser, conducta.

En la vida diaria, quienes comienzan por los problemas más difíciles, están en condiciones de usar su voluntad y disciplina, para observarse y mejorar lo mejorable.

Tenemos que reconocer que contamos con más recursos y posibilidades para corregir errores propios que para corregir errores ajenos.

Convengamos en que es muy difícil ver los errores propios; por eso muchos lo postergan hasta la vejez.

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domingo, 20 de junio de 2010

Vamos adonde venimos

Huyendo de lo que fue, alguien se subió a un tren.

No sabía si el dinero le alcanzaría para distanciarse hasta el olvido.

A poco de arrancar la ruidosa máquina, los pensamientos empezaron a retroceder. El tren avanzaba y la memoria retrocedía.

Cuando se dio cuenta del juego maldito de su mente, se consoló pensando que cuando se bajara, se detendrían los recuerdos.

Cerró los ojos, pero seguía oyendo. Se tapó los oídos, pero el sonido sólo se amortiguaba y el recuerdo seguía avanzando hacia atrás.

Luego de varias horas, el tren se detuvo y para su tranquilidad, el recuerdo también.

Eso le dio la pauta de que cuando llegara a algún destino, ya no funcionaría más esa pegajosa secuencia de recriminaciones, gritos, mentiras, secretos, gastritis.

A pesar de la incomodidad del asiento, se durmió y no tardó en soñar escenas vívidas, llenas de colores, alegres, seductoras, juveniles, eróticas, brillantes, plenas de detalles minuciosos.

Se despertó cuando ya había anochecido. Sintió hambre y encontró un vagón-restorán donde se apiñaba gente que no era de su pueblo y que usaba un lenguaje irreconocible.

Pidió algo de comer y de beber, pero los funcionarios no le prestaron atención y continuaron con sus risotadas.

El desconcierto le quitó el hambre y volvió resignado a su asiento, que ya estaba ocupado. La gente de todo el vagón había cambiado. Nadie se movía pero pestañaban al unísono.

El viaje sin asiento tendría que terminar pronto, pensó.

Los recuerdos seguían al ritmo del tren.

Finalmente se detuvo. Nadie, se paró.

Sorpresivamente, apresaron sus brazos sendas personas que tenían cuerpos idénticos al suyo.

Con su misma voz, le dijeron: — Está bajo arresto. Debe acompañarnos —, y sintió una alegría casi eufórica.

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sábado, 19 de junio de 2010

Gafas elegantes y audífonos vergonzosos

Hace más de un año, les comentaba que podemos aislar tres instintos que nos gobiernan (1):

1) De conservación;
2) De reproducción;
3) De apoderamiento.

Seguramente la administración del poder está llena de conflictos, tensiones, agresividad, dolor, heridas, gritos (muchos por dolor y pocos por placer).

Recordemos —como al pasar—, que los seres humanos aspiramos a ser una especie superior, para lo cual tenemos que considerar que el resto de los seres vivos son inferiores e indirectamente estamos tratando de pensar que los instintos gobiernan a los demás animales pero no a nosotros.

De este rechazo al gobierno de los instintos, pasamos a rechazar cualquier tipo de gobierno. Toleramos con mucha dificultad cumplir las órdenes impartidas por otros.

Cuando un gobernante es diagnosticado como dictador, es porque su actitud merece ser repudiada.

Le cambio un poco de tema para luego desembocar en una conclusión.

Los pueblos que, por ser invasores o invadidos, destinaban muchos recursos a la guerra, necesitaban especialmente recursos humanos, jóvenes en buen estado físico que estuvieran dispuestos a morir por la patria.

El buen estado físico para la guerra, hace especial hincapié en una buena visión. Alguien que deba usar lentes, se convierte en un ciudadano de segunda categoría.

Cuando los pueblos no están en guerra pero tramitan su agresividad en los deportes, también necesitan jóvenes fuertes, con buena visión.

Cuando los pueblos no están en guerra ni en competencia, pero están sometidos a un poder central deseoso de dictar duras órdenes, puede tener ciudadanos con pobreza visual, pero pasan a ser ciudadanos de segunda categoría, los que tengan escasa audición (sordera, con dificultad para escuchar los dictados).

Conclusión: Actualmente, las dificultades visuales son menos vergonzosas que las dificultades auditivas porque vivimos en dictaduras no diagnosticadas. La propaganda ideológica es audiovisual y no «visualaudio».


(1) Los instintos ¿están para ser reprimidos?

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viernes, 18 de junio de 2010

El amor del prójimo

La valoración más trascendente en la vida de cada uno de nosotros, se refiere a cuánta estima somos capaces de generar en nuestros seres queridos.

Intentamos influir en este resultado y queremos obtener la mayor valoración, porque de esa forma obtendremos uno de los suministros esenciales para vivir: el amor del prójimo.

Reafirmo una idea: dije que buscamos el amor del prójimo y no digo expresamente que nos preocupamos por el amor al prójimo.

El factor suerte es el más influyente.

Por ejemplo, cuando los padres exigen a sus hijos más de lo que estos pueden rendir, o por el contrario, cuando los padres son tan sobreprotectores que les resuelven todo, sin permitirles desarrollar sus propias habilidades —en ambos casos—, estimulan una sensación de incapacidad que deteriora su autoestima.

Con este prólogo, les haré un comentario referido a la anorgasmia de las mujeres.

En otros artículos (1) les decía que dos de cada tres, no tiene o no conocen ese placer sexual.

¿Qué relación existe entre una baja autoestima y la dificultad para gozar el placer sexual?

Uno de los motivo tiene que ver con la predisposición a las adicciones.

Quien no confía en sí mismo, tampoco confía en su fuerza de voluntad, en su resistencia a la frustración, en su capacidad para tomar decisiones, no cree que pueda autogobernarse, cuidarse, valerse por sí misma.

Estas personas suponen que se convertirán en insaciables adictas a cualquier sensación placentera. Por eso, las personas con baja autoestima, huyen del placer como del mismo demonio (si existiera).

Gracias a un razonamiento bastante perverso, quienes llegaron a tener baja autoestima y temen todo tipo de placer (especialmente el orgasmo por ser el más grande), suelen preocuparse por el amor al prójimo y se resignan a privarse del amor del prójimo.


(1) Menos orgasmos y menos salario
Las mujeres fecundan gratis

Artículos vinculados:

Tocar dinero no es elegante
El orgasmo salarial

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jueves, 17 de junio de 2010

Quien roba a un ladrón merece perdón

En varias ocasiones (1) me he referido a la capacidad metafórica que tiene (o padece) nuestro pensamiento.

Los poetas son personas que tienen especialmente desarrollado este funcionamiento-padecimiento.

Para ellos, el amor es como un pájaro, la vida es un tren que un día llega a destino, la mujer es un ser mítico, irreal, mágico.

Lejos de considerar estos apartamientos de la racionalidad como algo peligroso, se los aplaude, compramos sus libros, alguien les agrega música para que todos cantemos.

Exactamente lo mismo ocurre con un delincuente, aunque la respuesta social es exactamente la contraria.

Los poetas que hacen metáforas contrarias a la ley (al bien público, los antisociales), son reprimidos, castigados y encarcelados ... porque no se han encontrado aún soluciones menos crueles y antipoéticas.

En su fuero interno, un ladrón puede estar seguro de que sólo trata de recuperar lo que le quitaron, lo que se merece por legítimo derecho.

Él no sabe por qué roba, o quizá dé explicaciones copiadas de lo que otros le informan, pero inconscientemente está cumpliendo la sentencia del título: «Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón».

Los casos más elocuentes se observan entre personas que no parecen necesitar el objeto del que se apoderan.

Esos objetos (artículos de una tienda, vehículos, joyas), seguramente representan (son metáfora de) el amor que no sienten recibir.

Efectivamente, un análisis desapasionado, nos llevará a esa conclusión en nueve de cada diez casos.

El fenómeno siempre ingresa en un círculo vicioso, porque el delincuente cada vez recibe más rechazo y —como no sabe lo que está buscando inconscientemente—, queda atrapado en una conducta, que será irreversible, excepto que las circunstancias satisfagan su verdadero deseo de amor.

Conclusión: Cuando el amor frustrado se simboliza, tenemos poesía, pero cuando se actúa, podemos tener delincuencia.

(1) La mujer de Juan Pérez
El adulto con título habilitante
¿Cuánto pesa Urano?
En otoño los árboles tienen calvicie
Cambiar es morir un poco

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miércoles, 16 de junio de 2010

Si con caldo te vas curando ...

Imagine a alguien que padece dolor de cabeza bastante a menudo, pero que se alivia fácilmente con un calmante. Por eso, siempre lleva unos cuantos consigo, para tomarlos cuando haga falta.

Se encuentra con alguien que, enterado de esta situación, le dice que lo mejor sería que averiguara cuál es la verdadera causa de ese malestar, antes que estar tomando calmantes que sólo quitan el síntoma pero no el motivo real.

Uno de cada 16.000 personas (aproximadamente), dejará de tomar el calmante y concurrirá a quienes puedan averiguar cuál es la causa de esos dolores.

Las otras 15.999 personas (aproximadamente), harán oídos sordos a esa sugerencia-recomendación-consejo, y seguirán tomando el calmante cada vez que las circunstancias lo requieran.

Veamos otro asunto para finalmente volver al de los dolores de cabeza.

Si alguien le dice a cualquier ciudadano, que los delincuentes no son culpables de su conducta porque están determinados por una parte de su psiquis que está fuera de control (inconsciente), pero que, sin embargo, sí deben ser considerados responsables de sus actos para que la sociedad no se vea injustamente perjudicada por la acción de sus integrantes, la reacción esperada será muy clara.

Uno de cada 16.000 ciudadanos (aproximadamente), dirá a todo que sí y reconocerá que el resarcimiento de una responsabilidad incumplida es más terapéutico que castigador.

Los 15.999 ciudadanos restantes (aproximadamente), seguirán buscando la forma de culpabilizar a los delincuentes, para luego aplicarles un castigo que cumpla la doble función de «pagar la deuda con la sociedad» y «servir de escarmiento» para que otros ciudadanos se cuiden de cometer un delito.

En suma: quien tiene un dolor de cabeza y se calma con un analgésico, procurará seguir usándolo y el que sufre por causa de la delincuencia, pero se calma culpabilizando y castigando, seguirá haciéndolo.

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martes, 15 de junio de 2010

El flotador de piedra

Los entrenamientos —en cualquier tarea, función o destreza—, generalmente mejoran el desempeño.

Cuando alguien deja de practicar una habilidad y luego la retoma, notará que el rendimiento disminuye.

Las tareas más complejas, más dependientes de la atención, el ejercicio y los reflejos, son las más vulnerables a la falta de práctica.

Volar un avión supersónico de última generación requiere una práctica casi continua, a diferencia de la habilidad para andar en bicicleta.

También parecería ser cierto que la existencia de riesgos y el consiguiente aumento del estrés, disminuye los errores y accidentes.

Un trapecista es más preciso en sus movimientos cuando no se protege de una eventual caída.

En términos generales, esto funciona así.

Por otra parte, quienes viven en zonas geográficas escasamente urbanizadas, lejos de cualquier centro de asistencia médica, tienen mejor desarrollado el instinto de conservación que aquellos otros que cuentan con todas las garantías sanitarias que provee la tecnología.

La forma que tenemos de cuidarnos, no solamente es instintiva, sino que para muchos forma parte de su personalidad, de su identidad.

Algunos gustan identificarse como muy cuidadosos, otros como muy audaces, otros como muy racionales, otros como hipocondríacos, otros como muy ponderados.

Es probable que usted conozca gente que aconseja cosas tan obvias como «¡cuídate!», «¡no te caigas!», «¡no te vayas a enfermar justo ahora!».

La recomendación no resiste ningún análisis. Es sencillamente innecesaria porque el instinto de conservación —perfeccionado durante millones de años—, sabe de sobra cómo cuidarse, cómo tomar precauciones, cómo evitar problemas.

Quienes acostumbran dar estos consejos, podrían razonar de este modo:

1) «Soy más perfecto y debo ayudar a quienes sé que no lo son» (arrogancia);
2) «Reparto un poco de la seguridad que tengo de más» (ilusión);
3) «Deseo que le vaya mal, pero lo disimulo» (envidia);
4) No razonan.

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lunes, 14 de junio de 2010

Los goles embarazan

En un artículo anterior (1), les decía que el funcionamiento metafórico de nuestro pensamiento, permite suponer que las mujeres son imaginadas como un territorio del varón, en tanto ellas son sembradas-inseminadas-fecundadas por él, luego gestan como también hace la tierra con los vegetales y finalmente entrega «el fruto de su vientre», como un árbol entrega los suyos.

Todos los seres vivos necesitamos un territorio donde establecernos y donde cultivar vegetales y criar animales, que nos servirán de alimento.

A lo largo de la historia, hemos podido constatar que algunos pueblos se han caracterizado por invadir nuevos territorios, mientras que otros han tenido que defenderse de esos ataques con mayor o menor éxito.

Una estrategia utilizada por los pueblos invasores, ha sido la de violar a las mujeres del pueblo invadido para que, a partir de las nuevas generaciones, tanto las madres como los hijos, desarrollen un vínculo con los invasores, hasta que emocionalmente, se fusionen con los conquistadores y la conservación del territorio anexado, deje de ser conflictiva.

Los varones de los pueblos invadidos, mueren en la lucha por defender sus tierras.

El fútbol (actualmente —año 2010—, se juega un mundial en Sudáfrica), es un juego en el que once jugadores de cada equipo y ajustándose a ciertas reglas, intentan meter un balón en el arco del contrario.

Como vemos, la similitud con la técnica invasiva de embarazar las mujeres del territorio invadido, es por demás significativa.

La existencia de reglamentos y de espectadores, convierte a cada evento en un espectáculo que deja de ser bélico —como su antecesor con el cual hago la comparación (la guerra de conquista) —, aunque los hinchas más violentos, agreden, atacan, hieren, matan.

Los jugadores imitan a los guerreros, pero algunos hinchas, siguen siendo guerreros.

(1) La mujer de Juan Pérez

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domingo, 13 de junio de 2010

¡Salud!

Cuando Arístides Paredes conoció la historia de la canción Macarena (1), pasó varios días sin dormir.

Mariana Paredes (su prima y novia desde la infancia), ya no sabía cómo calmarlo.

Sesenta millones de euros, la bailó Bill Clinton en su campaña para la reelección, Los del Río se enriquecieron y quienes la compusieron, siguen esperando que la justicia reconozca sus derechos.

Los domingos de tarde con lluvia, siempre fueron fatales para él. No almorzó, Mariana no sabía dónde meterse y tampoco se animaba a dejarlo solo.

Repentinamente se puso de pie, abrió un cajón y extrajo una partitura de varias hojas. Las leyó como poseído por el demonio y le exigió a Mariana que lograra una entrevista con el padre (y padrino de Arístides).

Dos horas después, estaban en la casa del tío-padrino-suegro, quien vivía sólo porque la esposa no pudo tolerar su decadencia higiénica.

La excesiva inteligencia, le había estropeado el cuerpo, la ropa y el apartamento. Conservaba intactos el piano y la devoción incondicional de varias empresas discográficas.

Arístides se animó a darle la mano, pero Mariana lo saludó desde lejos.

Explicaron el motivo de la visita, el genio terminó el café que bebía, agarró la partitura, la miró superficialmente, estornudó, se limpió la nariz con la manga de la camisa, liberó ruidosamente una flatulencia, se acomodó en el piano y comenzó a ejecutarla.

Sobre el final, Arístides se sobresaltó porque la interpretación no era lo que él había compuesto, sino mucho mejor.

El pianista terminó con gesto complacido, manoteó los papeles y se los dio al muchacho, diciéndole: «Con esto, ya eres rico. Te felicito».

Arístides salió casi corriendo, buscó donde guarecerse de la lluvia y leyó el final de la partitura.

El estornudo, había provocado manchas de café, que parecían notas musicales.

Mariana, recordando el gol que Maradona hizo con la mano, pensó: — El resfrío de Dios.

(1) Versión con audio
Versión con audio-video-coreografía

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sábado, 12 de junio de 2010

La búsqueda de lo maternal

El modelo que intentamos replicar inconscientemente los humanos de ambos sexos, es «la maternidad».

Lo que nos dio las primeras sensaciones gratificantes (alimento, abrigo, caricias), se ganó nuestra eterna devoción.

Conscientemente, dedicamos este amor a nuestra madre de carne y hueso, pero en el fondo, amamos «la maternidad», una idea abstracta que representa el conjunto de objetos y situaciones imprescindibles para seguir vivos y pasar bien.

Amamos a nuestro padre, pero por sus cualidades maternales: proveedor, protector, modelo.

Luego tratamos de ser maternales de diferente forma, según nuestro sexo biológico.

Las niñas tratarán de ser madres y de esa manera satisfarán el anhelo sin grandes rodeos.

Los niños tratarán de ser madres pero con todos los rodeos que hagan falta para compensar la carencia del aparato reproductor femenino.

Por eso, los varones somos más visibles, más famosos, más protagonistas, nos peleamos por figurar como los autores, los creadores, los vanguardistas, queremos ser imprescindibles, ganadores.

Las mujeres no compiten en esta lucha por el protagonismo universal porque teniendo uno o varios hijos, logran sin grandes complicaciones, eso que los varones tanto envidiamos.

El protagonismo de los varones es una consecuencia de amar y envidiar «lo maternal», asociado o no con «lo femenino».

En suma: «lo maternal» es una idea, una referencia, una sensación, un sentimiento que condensa lo más útil para retener la vida, es decir, «aquello que calma el hambre, el frío y la soledad».

No debemos confundir «lo maternal» con «lo femenino», «la mujer», «las madres».

«Lo maternal» es una idea, un modelo, lo que todos amamos y queremos replicar para asegurarnos de que inspiraremos en los demás el mismo sentimiento de apego que nos inspira «lo maternal».

Las mujeres lo consiguen simplemente fecundando y los varones lo intentamos (infructuosamente), con proezas, riesgo, fama, heroísmo, poder.

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viernes, 11 de junio de 2010

La mayoría bipolar

El humorista uruguayo Juan Verdaguer (1915 - 2001), era apreciado por su estilo indirecto, eludiendo el chiste que incluyera vocabulario incorrecto.

Decía por ejemplo: «A mi mujer nunca le dije que era una tonta (silencio teatral) ... no me habría comprendido».

Este fenómeno que se retroalimenta (no entender que uno es tonto precisamente porque es tonto), me parece que está en el núcleo de nuestras dificultades intelectuales.

Más concretamente: la precariedad de nuestro intelecto, nuestra dificultad para entender lo que nos sucede, nos induce a tener creencias de fácil comprensión, a imaginar que todo es simple, o que la mejor estrategia es no pensar.

La mayoría de la gente razona en términos de «blanco o negro», de «bueno o malo», de «me sirve o me perjudica».

De hecho, la informática logra resultados muy útiles, aplicando criterios de ese tipo: «si-no», «prendido-apagado».

Las democracias eligen a sus gobernantes cada cuatro o cinco años.

La propaganda que hace cada candidato, tiene que convencer a esa mayoría de pensadores informáticos (si-no, bueno-malo, etc.), con un discurso que en el fondo diga: «yo soy el mejor-los demás son los peores».

Sin embargo, tienen que hacerlo de tal manera que, en los hechos quede la idea de que «yo soy modesto-los demás son arrogantes».

Al final del proceso electoral, alguien llega al gobierno y luego tiene que hacer maniobras para no contradecirse groseramente.

Quien llegó al poder prometiendo bondad, reparto de riqueza y sensibilidad social, no podrá utilizar medidas represivas muy drásticas contra los ciudadanos más perturbadores, porque sus votantes se sentirían contrariados.

Si la mayoría bipolar (bueno-malo, etc.), se harta de la inseguridad en la que vive, propiciará una dictadura moralista, cruel, que arregle todo «de raíz».

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jueves, 10 de junio de 2010

Britney Spears, Bin Laden y Fidel Castro

Observo a la naturaleza partiendo de la base de que todo lo que hace, es lo correcto.

Me pregunto por ejemplo: ¿por qué los humanos tenemos tanto miedo a la muerte mientras que las demás especies no?

Una respuesta superficial es: la sabia naturaleza tuvo que instalarnos un instinto de conservación enérgico, híper sensible, particularmente activo, para compensar nuestra exagerada vulnerabilidad.

Los demás animales nacen caminando y pueden reproducirse en poco tiempo. En nosotros todo es más lento, imperfecto, inseguro.

Dependemos tanto del grupo, de la compañía de los demás, del reconocimiento de los otros, (supongo que esta es otra compensación de nuestra debilidad) que gastamos gran parte de nuestra escasa energía en llamar la atención.

Hace unos años que los homosexuales luchan para que el matrimonio entre ellos sea legalizado.

Por lo que he podido observar, las personas con esa característica, no necesitan que alguien los autorice a disfrutar de la vida, de su cuerpo y de los cuerpos ajenos.

Tampoco necesitan una protección económico-legal, porque en casi todos los países existen normas para que los bienes de dos personas puedan pasar al superviviente cuando el otro fallezca.

El gran problema que tienen estos humanos es que quieren llamar la atención, como las madres cuando pretenden que los hijos superen a los primos y vecinos, o como los escritores cuando procuran que alguien filme una de sus novelas, o como los delincuentes cuando cometen actos brutales periodísticamente interesantes

Y lo que digo no es una crítica a estos exhibicionistas, sino un comentario para quienes hacen lo posible para pasar desapercibidos.

A los humanos de perfil bajo, a los humildes, a los que no se hacen notar, debo decirles que a su modo, también procuran llamar la atención (porque todos lo necesitamos), aunque con peores resultados.

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miércoles, 9 de junio de 2010

Impartir justicia es imposible

En artículos anteriores (1) les comentaba que los humanos tenemos la tendencia a suponer que lo que necesitamos, deseamos y pensamos, es lo único posible. Con este criterio, suponemos que todos aman a quienes amamos y eso nos hace arder de celos.

En un segundo artículo (2), lo decía desde otro punto de vista: en la creencia de que los demás necesitan, desean y piensan idénticamente a nosotros, encomendamos la satisfacción de una aspiración personal en alguien diferente, con otros criterios, otra forma de ser.

Hace milenios que los legisladores piensan cómo terminar con los daños irreparables que provocan las acciones delictivas de algunos seres humanos.

Inicialmente, existían el régimen de la represalia ejemplarizante. Aunque este criterio aún existe en nuestras mentes, ha dejado de usarse. Por ejemplo, si alguien robaba una gallina o causaba una ofensa al honor, o lo que fuera, el arancel básico para reparar el daño o el ultraje, era la muerte del victimario.

Luego, la humanidad avanzó y creó la Ley del Talión, ideal por su sencillez: «Ojo por ojo, y diente por diente». De esta forma, quien robó una gallina, tenía que devolverla; quien ofendió, tenía que pedir, perdón.

En el año cero de nuestro era, Jesús Cristo dulcificó aún más la justicia, pero se extralimitó al punto de perder seriedad. Nadie en su sano juicio cumple la propuesta simplificada en la frase: «Si te golpean una mejilla, pon la otra».

Actualmente, en la creencia de que todos necesitamos, deseamos y pensamos lo mismo, ordenamos a nuestros representantes legisladores que impongan aquellas sanciones que atemorizan (disuaden, inhiben) a los ciudadanos, que por algún motivo, nunca delinquen.

El razonamiento popular (luego convertido en ley) es: «Lo que no me gusta para mí, no le gustará a los delincuentes». ¡Error! Nuestras necesidades, deseos y pensamientos, son muy diferentes.


(1) Los amantes de mi cónyuge

(2) ¿Delegar o abandonar?

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martes, 8 de junio de 2010

Deseo besarte o practicar equitación

Tantos artículos publicados sobre las molestias del vivir, terminaron formando un blog con el lacónico nombre de Vivir duele.

En ese sitio, encontrará explicaciones más o menos racionales, —aunque todas psicoanalíticas—, sobre los motivos y justificaciones para que tengamos que sentir molestias o dolores, para seguir vivos.

Ahora les haré un comentario sobre la diferencia que existe entre necesidad y deseo, porque ambos provocan incomodidad y placer.

El hambre es la necesidad más conocida y fácil de explicar.

Cada cierta cantidad de horas, sentimos una molestia estomacal que se calma comiendo. Cuando empezamos a comer, cierta molestia diferente, nos anuncia que deberemos parar de comer (saciedad).

El deseo es menos conocido y es más difícil de explicar.

Me animaría a decirle otra cosa: nuestro lenguaje parece ser pobre para explicar el deseo y eficiente para explicar las necesidades.

Pero, por el motivo que sea, trataré de balbucear una descripción del deseo.

El deseo es una fuerza constante, (a diferencia de las necesidades que aparecen y desaparecen).

El deseo no se satisface con algo específico (como la necesidad de comer o beber). Esa fuerza constante nos impulsa para estudiar arte barroco y sin haber empezado con este emprendimiento, nos surge el anhelo de cambiar el auto o de llamar a nuestro padre para decirle cuánto lo queremos.

El deseo no se manifiesta en órganos específicos como el hambre, la sed o la necesidad de descansar. Parece estimularnos cualquier parte del cuerpo e inclusive, ninguna.

Y lo que resulta más perturbador: el deseo es insaciable.

La típica imagen del burro que persigue una zanahoria, lo representa bien.

También es una buena comparación lo de «piedra en el zapato».

Comenzar a satisfacer el deseo, produce placer, pero la saciedad sólo se logra falleciendo.

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lunes, 7 de junio de 2010

El amor es bello (a veces)

En varios artículos anteriores (1) postulé que, por algunas dificultades que tenemos en la relación de los hombres con las mujeres, deberíamos pensar —como hipótesis de trabajo—, que ambos sexos pertenecemos a especies distintas. Como si fuéramos perros y gatos, golondrinas y flamencos.

Más recientemente (2), les decía que, si bien los celos son un sentimiento que nos protege, a partir de cierta sensibilidad exagerada, se vuelven contraproducentes y que, las personas que se imaginan que todos son o deberían ser como ellos, caen en la trampa de pensar que su cónyuge también es —o debería ser—, de todos.

En la suposición de que los seres humanos no somos el resultado de sumar un cuerpo mortal más un espíritu inmortal como tan seductoramente nos propuso Descartes (3), sino que somos un todo completo, que funciona armónicamente, que es todo materia, y que las supuestas inmaterialidades (fantasía, inspiración poética, sentimientos), aparentan serlo por causa del insuficiente avance científico, ahora les propongo la siguiente reflexión:

1) No deberíamos esperar que animales humanos dotados de cuerpos tan diferentes (hombres y mujeres), tengan sentimientos iguales. Deberíamos esperar que nuestros sentimientos sean tan diferentes entre sí como lo son nuestras respectivas anatomías y fisiologías (funcionamiento);

2) Si bien conocerse a sí mismo favorece entender a los demás (y que no conocerse a sí mismo, lo dificulta), no es un buen método creer que nuestros sentimientos son y deben ser los sentimientos de los demás. Ni a nivel individual y mucho menos entre hombres y mujeres. Es decir: las mujeres no pueden esperar que los hombres sientan como ellas, ni viceversa.

3) Algún fenómeno químico nos lleva a que la unión entre hombres y mujeres tenga momentos de placer infinito, alternados con angustiantes desencuentros, como he fundamentado en todos los artículos del blog Vivir duele.



(1) Nadie es mejor que mi perro
Ya sé por qué no me entiendes
Ser varón es más barato

(2) Los amantes de mi cónyuge

(3) El dogma del dualismo cartesiano
Pienso, luego ... sigo pensando

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domingo, 6 de junio de 2010

El destino de Laura

Laura acusó a Mario, convencida de que estaba estafando a su padre en la empresa que habían fundado antes del casamiento.

Ella sabía que le exigía demasiado y que él estaba tan enamorado, que no podía negarse a ninguno de sus caprichos.

Cada pocos meses le regalaba alhajas muy costosas que, cuando Laura pudo razonar, se dio cuenta de que él nunca podría haberlas comprado con los retiros mensuales declarados.

La noticia voló de boca en boca y casi todos opinaron que ella no tendría que haberlo denunciado a la justicia. «La ropa sucia se lava en casa», decían.

Hasta el mismo padre le hizo ver que todo el dinero robado lo tenía ella convertido en joyas de muy buen gusto, pero Laura era implacable y para peor, se enorgullecía de serlo.

Mario fue condenado a dos años de prisión y los trámites para el divorcio comenzaron casi enseguida.

La hija de ambos, de 13 años, se enojó mucho con su madre. Eso plantó la semilla de una longeva enemistad.

El anciano alquiló un confortable apartamento para que ambas vivieran sin que les faltara nada.

La arrogancia de Laura subió un poco más, al notar que los familiares y amigos la criticaban pero sin animarse a enfrentarla.

Todo transcurría relativamente mal, hasta que apareció Renato.

Por primera vez en sus 36 años, Laura se dio cuenta de que no era tan omnipotente y que un desaliñado amante de la poesía, dientes amarillos y cuatro años más joven, podía conducirla al enamoramiento más subordinante.

La anestesia que tenía de nacimiento, se evaporó. Lo que sentía la hacía canturrear o llorar varias veces por día.

Renato y su hija tenían un vínculo preocupante. Se enviaban mensajes de texto de un dormitorio a otro y se reían sin incluirla. Así conoció en llaga propia, «los celos de la gente cursi».

Este infierno paradisíaco duró hasta que él desapareció llevándose las joyas que le había regalado Mario.

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sábado, 5 de junio de 2010

Los amantes de mi cónyuge

Que los celos existen, no es una mera creencia.

La pérdida del amor produce miedo, inseguridad, furia por impotencia.

Es muy probable que necesitemos ser celosos para conservar nuestra vida.

Si el recién nacido no arma un escándalo cada vez que su mamá sale de su campo visual, podría llegar a perderse, ser robado, quedar expuesto a peligros.

El llanto es una señal de alarma como las que hemos inventado para prevenir incendios, robos y demás accidentes.

Los celos también son una señal de alarma, que nos avisa que podemos ser abandonados.

De todos modos, las falsas alarmas terminan siendo un problema más que la prevención de un accidente.

Si alguien pasa fumando cerca de una alarma contra incendios demasiado celosa, quizá obligue a evacuar un edificio de varios pisos, innecesariamente.

La sensibilidad más adecuada está dentro de un rango que se vuelve normal porque es la que posee una mayoría de personas.

Algunas particularidades psicológicas, favorecen la existencia de una sensibilidad a-normal (fuera del rango de sensibilidad más común).

Quienes están convencidos de que sus gustos y preferencias son —o deben ser— las universales, están en problemas.

Me refiero a quienes no pueden entender cómo existen personas que —por ejemplo—, no disfrutan del fútbol, la cumbia y la carne de vacuno asada.

Estas personas necesitan suponer que sus códigos personales (gustos, ideas, creencias), son los normales, lo únicos sanos, los perfectos.

Seguramente usted conoce personas así.

Están tan seguros de esas suposiciones, que han dejado de preguntar a los demás si están o no de acuerdo con sus propuestas.

Peor aún: estas personas, no pueden imaginar que existan quienes no estén enamorados de su cónyuge.

Por lo tanto, estos individuos pensarán así: todos amamos el fútbol, la cumbia, la carne de vacuno asada y a mi cónyuge.

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viernes, 4 de junio de 2010

Los conocimientos anulan la sabiduría

Hace 25 siglos, Platón murió con 80 años de edad y eso me hace pensar que en gran medida, la longevidad no depende tanto de los avances científicos, sino de la suerte de tener un cuerpo resistente y no haber sido atacados por accidentes o enfermedades que interrumpan prematuramente nuestra existencia.

Este filósofo sigue siendo famoso porque llegaron hasta nuestros días algunas de sus ideas.

Una de ellas dice que sabemos más de lo que imaginamos.

El animal humano también tiene conocimientos básicos, que traemos incorporados a nuestra mente como el software de fábrica que traen las computadoras.

A esos conocimientos, se nos van sumando los datos concretos de nuestra experiencia.

El ejemplo de la computadora sigue siendo útil: a medida que la vamos usando, le agregamos nuevos programas que aumentan su utilidad y capacidad de procesamiento.

Cualquier hembra —que no sea la humana—, puede gestar y parir sus crías, sin asistencia.

Nosotros somos más escandalosos y dramáticos: ante un primer atraso en la menstruación, movilizamos a medio mundo.

Entre otras características nuestras, hemos creado una inmensa red de intermediarios que no hacen otra cosa que realizar gestiones que serían innecesarias si no estuviéramos convencidos de que son imprescindibles (ginecólogos, neonatólogos, parteros, etc.).

¿Qué nos priva de la sabiduría que traemos desde el nacimiento?

Aunque parezca insólito, es la memoria.

Platón opinaba que esa sabiduría, son recuerdos (él los llamaba reminiscencias) que no están disponibles porque otros recuerdos, más abundantes y (aparentemente) más importantes, los ocultan (enmascaran, eclipsan, oscurecen).

¿En qué consistiría entonces, un buen desarrollo intelectual?

Pues nada menos que en olvidar todos los datos accesorios que hemos ido acumulando a lo largo de la vida (estudio, experiencias, reflexiones).

En otras palabras, para vivir bien, tenemos que olvidar la montaña de datos que anulan nuestra sabiduría.

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jueves, 3 de junio de 2010

La deseofobia

En varios artículos les he comentado que los neuróticos suelen padecer deseofobia.

El miedo al deseo se parece a la claustrofobia (miedo al encierro) porque sus afectados temen no poder escapar de sus impulsos, anhelos, antojos.

La necesidad surge del funcionamiento corporal y su satisfacción puede diferirse por períodos breves (comer, abrigarse, defecar).

El deseo surge también del funcionamiento corporal (si aceptamos que la psiquis es orgánica), pero su satisfacción podría diferirse por períodos más largos (estudiar, amar, viajar)

Por ejemplo, que un hombre cometa locuras amorosas, puede ser un buen tema para una novela romántica, pero cuando alguien es tan violentamente agitado por el deseo, éste pasa a ser tan incontrolable como un terremoto o un huracán.

Un caso así —observado por alguien con fantasías místicas—, le haría decir que se trata de una posesión demoníaca que debe ser exorcizada.

Quien posee un deseo tan intenso, es juzgado por los neuróticos deseofóbicos como débil, promiscuo, hedonista.

Por supuesto que estos «jueces» creen en el libre albedrío y suponen que nuestro anti-héroe es capaz de evitarse esos problemas y que, por lo tanto, es culpable de todo lo que le pase.

Seguramente no es nada grato verse poseído por un deseo que conduzca nuestra existencia hacia un verdadero precipicio.

Ese deseo instalado en el cuerpo de nuestro personaje es tan extraño a él, como el feto en una mujer que quedó embarazada contra su voluntad.

Los «jueces» deseofóbicos le dirán a ella: «debiste pensarlo antes».

El deseo es una manifestación de vida y su ausencia equivale a una pobreza vital.

Los deseofóbicos necesitan condenar para negar que ellos mismos, son incapaces (tienen miedo) de desear y vivir.

Esta severidad moral les permite justificar su temor al riesgo, asegurar que los exitosos son corruptos y que el optimismo es irresponsabilidad.

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miércoles, 2 de junio de 2010

¡Cuidado, vine yo!

«El pez por la boca muere» dice el proverbio, aludiendo a que cuando intentan comerse algo que oculta un anzuelo, sus segundos están contados.

Los humanos suponemos que el pez también necesita, desea, piensa y decide como nosotros.

No está probado que eso sea así. Lo que sí está probado es que cuando queremos entender algo, no tenemos más remedio que recurrir a nuestras propias experiencias.

Y este es el caso del pez. La experiencia nos indica que las necesidades y deseos nos esclavizan y hasta pueden exponernos a daños irreparables.

¿Cuáles son esas experiencias tan didácticas que nos llevan a temerle a las necesidades y deseos?

Desde muy pequeños recibimos consejos para que no aceptemos los regalos de gente desconocida porque pueden raptarnos y llevarnos lejos.

Los padres recurrimos a esa fórmula, aunque a veces no tenemos noción de las dosis.

Para asegurarnos de la eficacia de la recomendación, podemos inducir en los niños un verdadero terror hacia la gente desconocida, convirtiendo en enemigos a todos los que no sean familiares o amigos.

Usando esta forma de entender la realidad, fue que el impopular presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, cuando Al Qaeda derribó las Torres Gemelas (11/09/2001), dijo públicamente: «El que no está con nosotros, está con los terroristas».

Pero tenemos otra experiencia mucho más influyente en nuestra filosofía de vida, respecto al temor de que otros conozcan nuestras necesidades y deseos.

La técnica que usamos para cazar a los peces consiste precisamente en saber que ellos gustan de ciertos alimentos.

El temor a los demás surge principalmente de nuestras propias intenciones.

Sabemos por experiencia que para dominar a los demás, es útil conocer sus gustos, preferencias, necesidades.

El temor a los demás tiene la dimensión de cuán peligrosos serían, si tuvieran nuestras intenciones.

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martes, 1 de junio de 2010

La familia: célula del imperialismo

Vamos a perpetrar una idea maligna, pero que nadie lo sepa.

La prohibición del incesto es algo que existe hace miles de años y ya funciona sola.

Estimularemos la formación de familias.

Para eso, contaremos con el afán femenino de tener hijos y su vocación de tenerlos reunidos en torno suyo para cuidarlos y disfrutarlos.

Haremos propaganda para que los hombres dignos y respetables, sean aquellos que mejor cuiden a su familia, los que sean capaces de trabajar con todo el esfuerzo que haga falta para que a las madres y a sus hijos, no les falte nada.

Endiosaremos a la mujer madre. La convertiremos en heroina de nuestra patria.

El matrimonio heterosexual y monógamo, será parte de nuestro escudo, de nuestra bandera, figurarán en el himno.

Para agregarle mayor brillo a la familia como célula social, pondremos la moral en su máximo nivel.

Haremos un culto a la ética, las buenas costumbres, a la salud, al deporte, a la sexualidad exclusivamente reproductiva.

Erradicaremos toda forma de prostitución, homosexualidad, drogas y aborto. Las penas serán severísimas.

Al agregarle tanto prestigio a la figura materna y a la familia, estimularemos un gran amor entre sus integrantes.

Como simultáneamente condenaremos toda forma de corrupción, promiscuidad, prostitución y amoralidad, la prohibición del incesto con el que contamos, hará que la agresividad de los nuevos ciudadanos sea máxima debido a la frustración de sus deseos sexuales (estimulados y prohibidos en la familia).

Como lo deseado y prohibido en la familia, urgirá satisfacerlo fuera de la familia (la nación), los ciudadanos se convertirán en ultra-nacionalistas, con un patriotismo exacerbado y fundamentalista, que canalizaremos hacia las fuerzas armadas, preparando un plan de invasión, conquista y anexamiento de los países vecinos.

Hitler, Mussolini y Stalin, ya lo hicieron. Volvamos a intentarlo.

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