Las mujeres se gratifican confirmando que son muy «reproductivas» y esto solo pueden evaluarlo otras mujeres.
Existen mujeres tontas que se quejan de su
escasa visibilidad en la ciencia, la pintura, la literatura, la escultura, la
filosofía, la música, el cine (como directoras y productoras), el deporte…
Ocurre que ellas tienen menos protagonismo en
las ramas de la actividad típicamente «productivas»
porque estas están desesperadamente acaparadas por los varones, quienes por no
disponer del aparato reproductivo que ellas tienen, reaccionan furiosos,
tratando de no sentirse inferiores.
En su afán
de aplastar a personas tan avasalladoras, los varones también desarrollamos
nuestra creatividad para lograr que ellas, las diosas, las que disponen del
cuerpo más completo e increíble, nos envidien.
Por este
éxito de nuestra publicidad a favor del sexo masculino, encontramos a muchas
«tontas», «ingenuas», «sugestionables», que intentan igualarnos.
Es como si
un rico que vive cómodamente en un alojamiento amplio, luminoso, ventilado, con
un excelente panorama visible desde sus ventanales, intentara cambiarlo por una
choza endeble, pequeña y maloliente.
Efectivamente,
el sexo masculino apela a las técnicas publicitarias para darnos aliento a
nosotros mismos («miren que bien jugamos fútbol», «observen la fábrica de
bombas atómicas que administramos», «fíjense cómo salimos de la atmósfera y a
veces volvemos»).
Las mujeres
no necesitan la «visibilidad» a través de grandes proezas, necesitan la
visibilidad literal. Necesitan ser vistas, miradas, y, sobre todo, admiradas.
Lo
que ellas necesitan es que otras mujeres las miren y si algún varón les dice un
piropo, bien venido sea. Hasta se alegran cuando un perro las huele y se deja
acariciar, o un gato se refriega contra sus piernas en señal de aprobación.
Lo
realmente imprescindible para ellas es ser observadas por otras mujeres para
confirmar, una y mil veces, que son tan «reproductivas» como para generar
envidia.
(Este es el
Artículo Nº 1.589)
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