sábado, 31 de octubre de 2009

La felicidad delictiva

Una de las Siete Maravillas (el Templo de la diosa Artemisa [o Diana]) fue incendiada para llamar la atención.

Esto ocurrió más de trescientos años antes de nuestra era en un lugar de Asia (Éfeso) que hoy pertenece al territorio de Turquía.

La persona que perpetró este crimen (Eróstrato) logró su objetivo. Por lo tanto el método destructivo para lograr el tan codiciado ascenso a la fama sigue siendo eficaz.

Por ejemplo, asesinar personas muy importantes (Olof Palme, John Kennedy, John Lennon) puede tener como pequeño móvil el trascender, pasar a la historia sea como sea.

Quienes juzgaron a Eróstrato fueron muy sabios pero fracasaron.

Efectivamente, en la sentencia se prohibió bajo pena de muerte el registro de su nombre... pero ya ve: 2.300 años después seguimos hablando de aquel incendiario que sólo quería ser famoso.

Aprendemos mucho de la psicología humana gracias a estos casos tan excepcionales, llamativos, escandalosos.

Porque el asunto no para en este señor Eróstrato o en cualquier otro homicida de personalidades célebres (magnicida), sino en lo que estamos haciendo todos los días las personas comunes y corrientes.

El miedo a la muerte definitiva (remarco lo de «definitiva» porque hay quienes creen en la reencarnación o en vidas futuras) es una fuente de angustia que no sabemos cómo detener.

Algunos de los recursos más frecuentes para repetir la actitud de Eróstrato (aunque en escala más pequeña) es, por ejemplo, cumplir con la receta clásica de «Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro».

Otra receta consiste en tener un hijo varón para que el apellido se conserve en futuras generaciones.

Más genéricamente, todos tenemos algún complejo de inferioridad y éste se convierte en la causa principal que puede inducirnos a incendiar un templo, inventar una vacuna, obtener un Premio Nobel o las extravagancias más inverosímiles.

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viernes, 30 de octubre de 2009

No al aborto. Sí a la castración.

Puesto que nuestra única misión es conservar la vida propia y la de la especie y dado que la naturaleza es la Ley Superior que nos gobierna a todos, es probable que muchas veces no podamos controlar nuestro deseo sexual.

Los seres humanos —a diferencia de las demás especies—, creamos nuestras propias normas, muchas de las cuales contravienen esa Ley Superior de la naturaleza (la gran Constitución).

Cuando una mujer queda embarazada sin desearlo es porque la naturaleza hizo su trabajo y ella no pudo evitarlo.

La legalización del aborto es una mala solución para una peor transgresión porque cuando las normas de convivencia humanas contravienen las leyes naturales, están viciadas de nulidad.

Entonces, la prohibición del aborto intenta defender la Ley Superior pero sin enmendar la inconstitucionalidad de las normas que perjudicarán a esa mujer.

Quienes defienden la prohibición del aborto prefieren desconocer que están sometidos a sus instintos como cualquier otro animal.

La actitud condenatoria hacia la mujer que necesita interrumpir su embarzo es despiadada: «Lo hubiera pensado antes» dicen estos seres humanos que (según imaginan) todo lo pueden.

Este sentirse superior a las demás especies es una actitud arrogante, pero sentirse superior a los propios semejantes es patológico.

No es extraño que estos defensores de la naturaleza dependan del amor de una mascota a la cual privan de su libertad. O —peor aún— también la castran para que no moleste con su vergonzosa obediencia a las leyes naturales.

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jueves, 29 de octubre de 2009

«Doctor, necesito que cambie para mí»

Es comprensible que las personas no consulten a un psicólogo (o psiquíatra) y sí lo hagan con un médico.

La psicología tiene cosas raras que para muchas personas terminan siendo preocupantes por la simple razón de que todo lo desconocido puede transformarse en misterioso y lo misterioso casi siempre produce miedo.

Algo muy difícil de entender (al punto de que muchos psicólogos tampoco lo saben o lo entienden) es que la curación del paciente depende en gran medida de que el terapeuta cambie.

Se lo diré de otra forma tomando como ejemplo al médico porque todos sabemos cómo trabaja.

Imaginen un mundo al revés en el que el enfermo de gripe consulta al médico y éste, para curar a su paciente tiene que hacer cambios en su propio cuerpo.

No digo que el médico tenga que contagiarse la gripe; lo que digo es que en esta ficción el médico tendría que cambiar la manera de respirar, o tendría que volverse transitoriamente diabético, o tendría que dejar de comer frutillas porque le producen alergia.

¿Es difícil de aceptar algo tan disparatado verdad?

Observen esto: Un psicólogo utiliza sus propios sentimientos para entender al paciente. Lo que siente por él produce ciertas reacciones en el paciente, que al principio están en sintonía con el padecimiento (síntoma) que lo obligó a consultar.

Para cambiar los afectos del paciente el psicólogo tiene que modificar su forma de reaccionar ante él. Si lo logra, el paciente comenzará a cambiar sus afectos y así devendrá la cura.

Por eso, para que cambie el paciente, primero tiene que cambiar el psicólogo.

¿Es raro? Sí, tiene razón, es raro. Pero es así.

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miércoles, 28 de octubre de 2009

Mi amigo el estrés

Es por todos conocido que el estrés es dañino, que perjudica nuestra salud, nos enferma y pone en riesgo nuestra calidad de vida e inclusive la vida misma.

Pero para entendernos mejor debemos estar de acuerdo en que lo perjudicial es el estrés exagerado, desmedido, excesivo, ya sea en intensidad o en duración.

El instinto de conservación es poderoso y nuestro mejor amigo. Sin embargo, es muy grosero, violento, despiadado.

Comienza manifestándose con el estrés pero luego puede seguir con enfermedades, contracturas y señales aún peores.

Es un error conceptual suponer que el instinto de conservación y el estrés son enemigos.

Una mala relación con estos fenómenos suele ser causada por la falta de experiencia o ignorancia.

Comprenderlos depende en gran medida de nuestras experiencias de vida (si hemos padecido situaciones traumáticas, si hemos sorteado o no momentos angustiantes).

Las experiencias de vida son un capital muy valioso que podemos definirlo como sabiduría, conocimientos, información.

Saber, estudiar y aprender nos permiten acceder a experiencias que mejoran nuestra relación con este buen amigo bruto y desconsiderado (el instinto de conservación).

Si bien es cierto que no contamos con buenos instintos como los demás animales, podemos compensar esa carencia estudiando, aprendiendo, informándonos.

A medida que hacemos todo esto (leyendo, escuchando a los demás, preguntando, haciendo cursos), nuestra vida comienza a enriquecerse con la experiencia de muchas personas y eso nos da un gran poder.

El gran poder se logra porque cada vez tendremos menos problemas con las leyes de la naturaleza.

En suma: Para que el estrés que nos provoca el instinto de conservación no se vuelva peligroso, tenemos que cumplir primero con las normas de la naturaleza y después con las normas de la sociedad (en este orden).

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martes, 27 de octubre de 2009

La memoria del mesero

Un anciano yacía en su lecho de muerte. Cuando sintió que había llegado su hora llamó a un joven que a veces hablaba con él.

Le contó que era un científico, que había resuelto un antiguo enigma, pero que la enfermedad lo había sorprendido antes de hacer la publicación de su gran descubrimiento.

Le pidió que escuchara lo que tenía que contarle antes de morir y así comenzó a decirle complicadas fórmulas.

El joven lo miraba con atención y cuando el moribundo terminó, tuvo que repetirle todo lo que había escuchado.

El anciano sonrió complacido de que el esfuerzo de muchos años no había sido inútil y pudo morir tranquilo gracias a este servicial desconocido.

En una reunión casual con cuatro colegas, fuimos a tomar y comer algo a un bar próximo a un centro de convenciones donde estábamos reunidos.

El mesero nos trajo los cinco menúes para hacer nuestros pedidos y cada uno solicitó cosas diferentes agregando ciertas particularidades: «la carne que no esté muy cocida», «la bebida tráigamela junto con la comida», «los tallarines con poca salsa», «las verduras las quiero sin sal», «¿me alcanza el diario de hoy por favor?».

Quedamos admirados de su memoria y le preguntamos por ella.

Muy solícito nos dijo: «Para los meseros es normal acordarnos de cosas insólitas aunque al minuto las olvidamos. Cierta vez pude repetir extrañas fórmulas a un anciano que falleció feliz gracias a que pensó que yo podría recordarlas mucho tiempo».

El órgano capaz de estas proezas es el hipocampo y tenemos dos ubicados en el cerebro.

En la enfermedad de Alzheimer, es el primero en sufrir daños que se verifican por la pérdida de memoria.

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lunes, 26 de octubre de 2009

Los costos de amar por obligación

Una característica de nuestro cerebro es que cree ver en sus semejantes un reflejo suyo.

Nos miramos como si, en lugar de ser personas diferentes, el otro fuera un espejo nuestro.

Parece disparatado pero no lo es tanto.

Esta es la causa principal de la intolerancia.

Un europeo puede rechazar a un gitano o un americano de raza blanca puede rechazar a un indígena, porque tanto el gitano como el indígena no han reflejado lo que el europeo o blanco esperaban.

La piel más oscura, la adoración a otros dioses, bailes diferentes, son más que suficientes para tomar distancia de esos «espejos fallados» (porque no devuelven la imagen que pretendemos ver).

El rechazo al diferente a nosotros es un impulso irracional que la educación pretende revertir.

Esta educación que nos dota de cierto control también podemos llamarla hipocresía.

No solamente se puede disimular bastante bien el rechazo que nuestro cerebro siente por los diferentes (física o culturalmente) sino que hasta pueden instalarse actitudes drásticamente opuestas a nuestro impulso natural, esto es, la aproximación deliberada a los que son diferentes.

«Nadie regala nada» y la naturaleza es la primera en cobrarse las transgresiones a sus Leyes.

La actitud tolerante es necesaria pero tiene costos que pagamos tarde o temprano.

El fundamento de que algo está vigente porque siempre se hizo así no es válido. Siempre tratamos de superar este rechazo al diferente pero no siempre lo logramos.

La pregunta que deberíamos hacernos para no actuar por simple costumbre es ¿Cuánto cuesta en términos de salud personal y colectiva forzar la tolerancia?

Si llegáramos a una respuesta podríamos procurar una mayor tolerancia al menor costo posible.

Bajando este costo podríamos ser más tolerantes.

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domingo, 25 de octubre de 2009

Te doy, te quito, te doy

A la señora Rosa Méndez es difícil que algún día la olvide porque me tuvo en su vientre y luego me abandonó causándome trastornos emocionales que cuando tenía ocho años se complementaron con una insuficiencia cardíaca incontrolable.

Ya había comenzado a ser tratada por una psicóloga amiga de la familia de mis abuelos y luego enriquecí mi pequeña agenda rosada con las consultas a muchos cardiólogos que no se ponían de acuerdo excepto en que lo mío era grave.

Alguien sagaz podría haber previsto mis complicaciones al ver los dibujos con gente vestida a la que se le veía el corazón por sobre la ropa.

Cuando cumplí once años la salud sólo podía mejorarse con un trasplante.

Mi abuela pasó de ser un ama de casa preocupada por las historias televisadas a ser ella misma televisada en la búsqueda de algún donante.

Tres años después recibió una llamada de Buenos Aires: habían encontrado el tan anhelado remplazo.

Llegó en un avión en una caja que parecía una heladera para ir de paseo campestre, me prepararon, trataron de que no me asustara, no lo lograron, entré al quirófano y ahí perdí el sentido.

Las dosis de cariño, amor y mimos que me propinaban después podrían haberme ahogado, pero logré sobrevivir también a eso.

Mi vida cambió completamente porque de estar prácticamente postrada, pasé en dos meses a ser una jovencita entusiasta, con ganas de cobrarse al contado todo lo que no había podido disfrutar.

Pero como nada es perfecto, los sueños habituales se convirtieron en horribles pesadillas en las que siempre querían matarme, golpearme, tirarme a un pozo, clavarme un cuchillo.

Cambié por tercera vez de psicoanalista porque acostarme a dormir me aterrorizaba.

Las pesadillas y averiguar quién habría sido el donante comenzaron a cambiarme el humor. El misterio de porqué esos sueños y quién había fallecido para darme la vida bajaron mi rendimiento estudiantil, estaba triste, angustiada y hasta me invadió un temor a morir que antes nunca había sentido.

Todo se resolvió en horas cuando una enfermera argentina me llamó para decirme que ella también era trasplantada y que la donante había sido mi propia madre, quien falleció en su quinto intento suicida.

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sábado, 24 de octubre de 2009

Platero y yo

Imaginemos un carro de carga tirado por un caballo (imagen).

Este animal sólo quiere comer, beber, estar con sus semejantes, sin embargo su amo lo obliga a tirar del carro.

Este caballo representa una parte nuestra: aquella que sufre, disfruta y hace el esfuerzo por vivir.

El carro del que tira representa otra parte nuestra: aquella que aumenta o disminuye el esfuerzo que tiene que hacer el caballo (ambición, urgencia, ansiedad, descanso, diversión, prejuicios, obediencia, compromisos, inhibiciones, deportes, juegos).

Pondré un ejemplo: Si tenemos que tirar de nosotros mismos cuando el carro está casi vacío, las ruedas giran libremente y el desplazamiento no requiere velocidad, nuestro amo (la parte nuestra encargada de administrar los esfuerzos, de cumplir con las obligaciones, de ganar el sustento), no tendrá más que agitar las riendas para que avancemos.

Si por el contrario, el carro está muy lleno de objetos pesados, las ruedas giran con dificultad y es necesario avanzar velozmente, entonces nuestro amo seguramente nos golpeará para que, atemorizados por el dolor, hagamos lo que él quiere (o necesita que hagamos).

Nuestra vida es más o menos penosa según cómo estén coordinados estos tres elementos que representé con el caballo, el carro y su amo.

Si tenemos dolores constantes, cansancio permanente, malhumor continúo, es probable que estemos teniendo que arrastrar compromisos (el carro) muy pesados bajo las órdenes de una responsabilidad (el amo) que exige velocidad y/o largas horas sin descanso.

El psicoanálisis nos orienta para modificar los tres elementos mejorando las condiciones de trabajo (de vida).

Las religiones, libros de autoayuda y otras terapias consuelan al caballo para que se resigne pues «ya vendrán recompensas y tiempos mejores».

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viernes, 23 de octubre de 2009

La soledad aburre

Más vehículos en las calles obliga a modificar la manera de conducir. Por ello han surgido nuevos emprendimientos cuyo objetivo comercial consiste en la enseñanza del «manejo defensivo».

La idea fundamental es cuidarse de las torpezas ajenas tanto como de las propias.

El instructor nos decía: «Presten atención a la conducta de los vehículos más cercanos».

La apoyatura teórica nos indica: «Dentro de cada coche va una sola inteligencia ... que se divide por la cantidad de ocupantes».

Esta idea me pareció revolucionaria: Si un móvil es conducido por el único ocupante, es conducido por toda la inteligencia posible. Si es conducido por alguien que va acompañado, entonces el que conduce sólo dispone de la mitad de su inteligencia (la otra mitad atiende al copiloto). Si van tres personas, la situación se agrava en proporción, ...

Los hinchas enfervorizados de un equipo de fútbol, pueden matar a golpes a un fanático que vista los colores del tradicional adversario y en su frenesí seguir pegándole cuando yace en el suelo.

La psicología de los colectivos nos indica que la conducta de varias personas no se parece a la conducta de cada uno de ellos cuando actúan en forma individual.

Todos somos grandes consumidores de placer y fervientes evasores de las responsabilidades.

La naturaleza se vale de los sentimientos placenteros para aproximarnos a lo convenientes y de los sentimientos penosos para alejarnos de lo inconveniente.

Cualquier ser vivo (animal o vegetal) hace lo mismo.

Como la vida en sociedad requiere muchos apartamientos de esas condicionantes naturales, existen leyes que castigan disuasivamente a quienes se dejan llevar por el principio de placer en perjuicio de las normas de convivencia.

En suma: cuando integramos un colectivo que actúa bajo el efecto de la pasión, debemos saber que nuestra psiquis goza abandonando normas de convivencia.

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jueves, 22 de octubre de 2009

«La mujer no existe»

En Argentina y Uruguay se utiliza la expresión popular «hablar al pedo» para calificar lo que se dice sin generar consecuencias (hablar inútilmente).

El gas que expelemos por el ano también se llama «flato», palabra que viene del lantín (flatus) y que significa aire o viento.

En la Edad Media surgieron algunos filósofos que pensaron algo novedoso (para la época).

El nominalismo es el punto de vista según el cual ciertas palabras que describen conceptos universales (justicia, valentía, hombre) no son más que flatus vocis, esto es, simples «vientos sonoros», nada más que «pura voz» o lo que —siguiendo la cadena asociativa del principio—, en la Argentina y Uruguay llamaríamos coloquialmente «hablar al pedo».

Si el ser humano no existiera, ¿existirían «la justicia», «la valentía» o el concepto abstracto «perro»?

Seguramente no porque esos vocablos surgen exclusivamente de un proceso mental humano. Se los llama «universales» porque resultan de una síntesis que hace nuestro cerebro.

Si nuestra especie no existiera igual estarían en la naturaleza un determinado árbol, un cierto río o un perrito negro con manchas blancas.

Jacques Lacan causó conmoción cuando dijo «la mujer no existe».

Desde el punto de vista de los nominalistas, esto es válido. Las que sí existen son María, Leonor o Rebeca, pero «la mujer», el concepto abstracto de «mujer» no es real, no tiene existencia concreta, es una idea segregada por nuestra mente que dejaría de existir en el mismo instante en que desaparecieran los cerebros humanos.

En suma: Cuando hablamos de conceptos genéricos, abstracciones, universales (belleza, honor, tristeza), nos referimos a ideas que no tienen correspondencia con la realidad concreta.

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miércoles, 21 de octubre de 2009

Te quiero (si eres) igual que yo

Hace unos meses publiqué un artículo titulado El canto de las sirenas comentándoles que nuestro sentido del oído es el que menos podemos controlar cuando nos expone a recibir mensajes de quienes desearían controlar nuestras vidas (seguramente en su beneficio).

El famoso canto de sirenas que provocaba la perdición de los marinos no fue el único caso de seducción maligna en la mitología griega.

Procusto era un cruel personaje que seducía a los caminantes para que pasaran la noche en su casa.

Tenía una cama de extensión regulable porque su locura consistía en acortarla para los visitantes altos y estirarla para los visitantes bajos.

Cuando el incauto huésped cedía a la tentación de acostarse, Procusto cortaba el cuerpo a los altos y estiraba a martillazos el de los pequeños.

Lo interesante de este drama es que el personaje continúa reencarnándose en todas aquellas personas que pretenden modificarnos, sin reparar en los procedimientos ni en las consecuencias.

Esta es una característica contra la que luchan algunos médicos cuando notan que muchos de sus colegas se ensañan con los pacientes que no responden a cierto modelo ideal (peso, colesterol, hábitos).

El régimen soviético impuso una política en URSS (comunismo) que rigió desde 1917 a 1991.

La bandera utilizada incluía una oz y un martillo (imagen) que bien podrían ser los instrumentos de corte y de percusión utilizados por Procusto para que las personas fueran todas según su antojo.

Quizá los humanos estemos abandonando el despotismo médico y político (sin descartar el religioso) que pretenden remplazar la singularidad (diversidad) por la igualación a un modelo imaginario, teórico, endiosado.

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martes, 20 de octubre de 2009

El corazón prehistórico

Los números (estadísticas) indican que las fallas cardíacas son la principal causa de muerte.

Ante este dato podemos optar por dos interpretaciones de los hechos según el punto de vista que más nos guste.

Por un lado tenemos a quienes hay llegado a la conclusión de que el cuerpo adolece de un atraso tecnológico.

En pocas palabras, poseemos el mismo corazón que tenían los primates de hace millones de años pero nuestro cerebro tiene que desempeñarse en un escenario totalmente diferente.

Haciendo una comparación con un ejemplo de la mecánica, tenemos un auto (corazón) precario que es conducido por un chofer (cerebro) muy estresado, exigente, acelerado.

El resultado de este anacronismo (algo viejo usado en tareas nuevas), es que el corazón se rompe y su propietario muere.

Desde otro punto de vista, cada vez sabemos más de la sorprendente elasticidad (flexibilidad, adaptabilidad) que tiene nuestro cuerpo.

Todo él (incluida la psiquis), dispone de recursos sorprendentes para reciclarse anatómica y fisiológicamente para convivir en armonía con las diferentes circunstancias que le toquen en suerte.

Si ahora entendemos que aquel auto vetusto (ejemplo del primer punto de vista), puede pasar de ser un Ford A (1930) a un Toyota 4Runner (2009) cuando las circunstancias lo estimulen, entonces podemos asumir que, si bien seguimos siendo seres mortales como hace millones de años, no moriremos prematuramente por fallas que debamos reparar o compensar.

En suma: somos mortales, de algo moriremos y alguna causa tiene que ser la más frecuente. Si no fueran las fallas cardíacas, sería cualquier otra.


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lunes, 19 de octubre de 2009

Hay caridades que matan

El 10 de setiembre de este año publiqué un artículo titulado El sentimiento que falta, donde comentaba que la «envidia» no tiene la palabra opuesta (antónimo) como sí la tienen amor (odio), tristeza (alegría) o furia (serenidad).

Un amable lector me señaló ayer que el Diccionario de la Real Academia Española dice —en la definición del vocablo «caridad»—: 2. Virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión.

A veces parece un poco exagerada la pretensión que tenemos algunos por encontrar el significado más sentido (emocional, inconsciente, etimológico) de las palabras que usamos cotidianamente.

Una posible justificación de este interés proviene de que el lenguaje (y por lo tanto el diccionario) es el código jerárquicamente más importante entre los humanos.

Las leyes del idioma son cumplidas hasta por los más rebeldes transgresores.

Pero retomando el tema original, la palabra «caridad» deriva del latín caritas que significa amor, cariño. En su origen, esta palabra quedó asociada a la idea «amor al prójimo como virtud cristiana».

Si bien es innegable que nuestro código más importante (el diccionario) dice expresamente que la caridad es el sentimiento opuesto a la envidia, sigo sin poder convencerme.

Al deseo de comernos al personaje admirado (envidiado) para in-corporar (meter dentro de nuestro cuerpo) las cualidades que desearíamos poseer, no lo encuentro en las antípodas del «amor al prójimo» que significa «caridad».

Por el contrario, la envida y el deseo de comernos al personaje envidiado son sentimientos amorosos, que fundamentan —eso sí— aquel refrán que dice «hay amores que matan».

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domingo, 18 de octubre de 2009

De traje gris en la niebla

Un amigo de mi abuelo que vive con él en una confortable residencia de Montevideo, me contó varias veces —pero sin variaciones preocupantes— lo que sucedió cuando —finalizada la Segunda Guerra Mundial—, le ordenaron hacer un vuelo a una ciudad llamada Grunswick (eso es lo que yo le oigo al menos).

Ellos estaban en Londres y esta ciudad quedaría en algún lugar de Alemania.

El vuelo estaba previsto para partir a las siete de la mañana y era claro para este piloto que no correspondía hacer preguntas sobre quién era el único pasajero que usaría un avión con capacidad para treinta soldados armados a guerra.

Contra todo lo previsto, media hora antes entró a la pista un auto negro, se detuvo ruidosamente y el pasajero descendió sin esperar que el chofer abriera la portezuela.

Seguramente se trataba de un civil, vestido de gris oscuro, con un sombrero puesto de tal forma que le daba a las orejas una forma ridícula.

Abrió él mismo el baúl trasero, extrajo una valija de tamaño mediano y sin ningún protocolo se dirigió hacia la escalerilla del avión.

El piloto —amigo de mi abuelo— subió a la nave y pidió las autorizaciones correspondientes a la torre de control.

Llegaron sin novedad hasta el aeropuerto de esa ciudad, el pasajero se bajó sin decir palabra, se subió a un coche que lo esperaba y se alejó rápidamente.

El amigo de mi abuelo intentó hablar con su base pero las comunicaciones se interrumpían haciendo inaudible los mensajes.

Finalmente se restablecieron y el piloto fue severamente amonestado por haber partido sin el detective que había coordinado el viaje tras la pista de un espía alemán responsable de grandes pérdidas para Inglaterra.

Quedaron desconcertados de ambos lados cuando nuestro aviador informó que efectivamente había cumplido la misión de transportar al silencioso pasajero.

Todas las hipótesis coincidieron en que el espía se había valido una vez más de su envidiable talento para adoptar la identidad más conveniente según el caso.

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sábado, 17 de octubre de 2009

«Necesito que me necesites»

El estudio de la conducta de los animales se llama etología.

Con gran sorpresa hemos descubierto que los seres humanos tenemos comportamientos muy similares a otras especies.

Bajo el antiguo lema «la unión hace la fuerza» todos —de una u otra manera— procuramos acercarnos a nuestros semejantes para compensar la debilidad que nos caracteriza.

A esta actitud propia de muchos seres vivos se la llama apego.

El modelo de este fenómeno es la relación que se da entre la madre y su hijo recién nacido.

El niño parece estimular en la madre una reacción protectora y la madre logra calmar el llanto de manera eficaz.

Cuando llegamos a la etapa en que deseamos formar una familia, nuestros hijos reclamarán nuestra protección pero nosotros seguiremos precisando sentirnos acompañados, protegidos y a veces también mimados.

En nuestras economías sofisticadas encontramos que algunos empresarios venden apego bajo la forma de seguros, asistencia prepaga, vigilancia u otras.

Pero lo que nos genera ingresos monetarios es la venta de nuestro trabajo y es posible observar cómo de diversas formas emitimos mensajes a nuestros potenciales clientes (empleadores o clientes) induciéndolos a demandar nuestro apego.

Por ejemplo: un médico necesita tener pacientes que lo consulten.

El mensaje de este profesional es indirecto, sutil, sugerente.

Lo primero que hace es mostrarse (instalando un letrero en la puerta de su casa, dando conferencias, escribiendo un libro).

A continuación tiene que lograr que muchas personas sientan miedo a las enfermedades.

Finalmente tendrá que conseguir que esas personas calmen ese miedo estableciendo un vínculo de apego con él y que le paguen los honorarios correspondientes.

No olvidemos que el necesitado de apego es el médico porque sin pacientes no puede mantener a su familia.

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viernes, 16 de octubre de 2009

Ella es un hombre diferente

Quien pasa todo el día encerrado en su casa mirando los informativos de la televisión, seguramente dirá: «¡Qué horrible, cuántos accidentes automovilísticos!»

Quien pasa todo el día manejando un taxi, observando las cosas que hacen «los que no saben manejar», dirá: «¡Es un milagro que no haya más accidentes automovilísticos!»

Quien se enamora de una persona adorable a quien llama por teléfono a tan sólo cinco minutos de haber dejado de verla, sueña con llegar a un estado en el cual nunca dejen de verse.

Quien analiza con cierto rigor científico en qué consiste la convivencia de dos personas, termina reconociendo que la convivencia es posible sólo con un cierto grado de (feliz) equivocación.

El hombre se enamora de la mujer pero supone que ella es «un hombre diferente». Piensa que es diferente porque no disfruta tanto del fútbol, de la cerveza y de divertirse con los amigos.

La mujer se enamora de un hombre pero supone que él es «una mujer diferente». Piensa que es diferente porque no está pendiente de los adornos, porque no hace dietas y porque habla un poco menos.

Cuando reina la calma, es posible mantener la tolerancia por esas diferencias que «padece el otro género», pero cuando se enojan, entonces se radicalizan las posturas y él exige que ella sea un poco más hombre y ella exige que él sea un poco más mujer.

Ellos se reunen y se ríen de las «cosas raras que hacen las mujeres» y ellas se reunen para hacer más o menos lo mismo.

En tiempos de paz, las diferencias son divertidas, pero en tiempo de enojo, esas diferencias parecen explicar y fundamentar por qué el oponente «está desacertado».

Si no fuera por la feliz equivocación que sugerí antes, nunca formaríamos parejas.

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jueves, 15 de octubre de 2009

Hacemos lo posible pero no lo imposible

Los profesionales de la salud (médicos, psicólogos, homeópatas) suelen afirmar que un buen diagnóstico asegura la mitad de un tratamiento exitoso.

Algún humorista supo decir «mi problema es que no reconozco mis problemas».

La negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los problemas negando su existencia o su importancia.

Ahora trataré de cambiar el punto de vista para ver si podemos entender (diagnosticar) mejor en qué consiste este fenómeno psicológico.

Las personas que tienen estufa alimentada por leña suelen comprar grandes cantidades de este combustible al comienzo de la temporada invernal.

El proveedor la descarga en la puerta de su cliente, cobra y se retira.

Al comprador le toca la tarea de entrar y guardar en un lugar adecuado esos mil o dos mil quilos de madera seca.

Por razones de fortaleza y resistencia físicas, el encargado de esta tarea hará muchos viajes trasportando en cada uno la mayor cantidad posible.

Ahora imaginemos otra situación algo diferente.

El proveedor de leña trae los dos mil quilos de madera pero en un solo tronco de 30 metros de largo, cobra y se retira.

¿Qué puede hacer el flamante propietario de esa mole que ocupa gran parte de la vereda de su casa?

Lo más probable es que no pueda hacer nada.

Esto es más o menos lo que hacemos cuando negamos la existencia o importancia de un problema que nos aqueja.

Si una dificultad se nos presenta de una forma que no podemos solucionarla, entonces no tenemos más remedio de negarla (suspenderla o quitarla como tarea inmediata) hasta que se nos ocurra alguna idea para resolverla.

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miércoles, 14 de octubre de 2009

La verdad con fecha de vencimiento

Todos nos angustiamos por la incertidumbre y tratamos de eliminarla por medio de la investigación que nos genere un conocimiento capaz de explicarnos cómo funciona eso que nos angustia.

Por ejemplo queremos saber por qué vivimos, cómo evitamos el sufrimiento, qué pasa después de la muerte.

Esa investigación que todos hacemos (científicos y no científicos), tiene dos etapas.

Mientras no tenemos una respuesta confirmada, suponemos una respuesta convincente (hipótesis, teoría, mito).

La segunda etapa es la respuesta confirmada (existe la Ley de Gravedad, existen microorganismos que nos enferman, la Tierra no es el centro del universo).

Esta segunda etapa llega pocas veces y por eso quedan muchas preguntas sin respuestas confirmadas.

En un artículo publicado con el título El sol es color blanco les decía que estamos condenados a conocer la realidad desde un único punto de vista: el humano.

A medida que pasan los años, los seres humanos vamos cambiando, evolucionamos, incorporamos nuevos conocimientos, descubrimos nuevas cosas con nuevos aparatos.

Como los seres humanos cambiamos y la realidad que percibimos siempre es desde el punto de vista humano, entonces para nosotros la realidad va cambiando.

Lo que era real hace 100 años hoy puede no serlo porque los humanos de hace un siglo percibían cosas diferentes porque tenían menos conocimientos e instrumental más precario.

Por lo tanto lo que hoy estamos percibiendo como real, tampoco lo es ya que dentro de un tiempo vendrán otros que sabrán más, observarán mejor y descubrirán que nuestras verdades eran falsas.

Conclusión: un apego muy firme a las verdades actuales (en historia, medicina, astronomía) está condenado al fracaso en poco tiempo.

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martes, 13 de octubre de 2009

El síndrome de Estocolmo

Naturalmente que noticia es cuando un hombre muerde a un perro y no al revés.

Sin embargo el síndrome de Estocolmo va más allá del atraco a un banco con toma de rehenes (23 de agosto de 1973).

La excepcionalidad de este hecho se debe quizá a que alguien supo darle un nombre periodísticamente impactante (dramático, seductor, vendedor).

Lo que sucedió en este asalto al banco sueco Kreditbanken (1) fue que duró seis días porque algunos rehenes colaboraron con el delincuente.

Suele sucedernos muy a menudo que nos cuesta entender algunas actitudes humanas (propias o ajenas) porque tenemos puestos los oscuros cristales de la lógica, del sentido común, del «deber ser».

Puede pasarnos que en un contexto en el cual nos vemos mortalmente amenazados creemos recibir un gesto de amor, cariño o gentileza del agresor.

Esta creencia puede ser totalmente infundada pero nuestra psiquis reacciona así como un recurso extremo para disminuir una sobrecarga de estrés que deja fuera de juego todo realismo.

Ya en la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945) se observó esta conducta en los campos de concentración.

Llama aún más la atención que el fenómeno no es coyuntural sino que tiene efectos duraderos pues en algunos casos las víctimas testifican a favor en el enjuiciamiento que se realice contra los victimarios.

Esta actitud es coherente con el apego duradero que sienten las personas que, habiendo padecido maltrato familiar, luchan por recuperar la convivencia con los cuidadores de tan triste historia o se vinculan con personas capaces de reproducir aquellas mortificaciones.

(1) Nota: La crónica de este asalto puede leerse en http://es.wikipedia.org/wiki/Robo_de_Norrmalmstorg

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lunes, 12 de octubre de 2009

Los espejos reflejan pero no sienten

Nuestro funcionamiento mental está determinado por la conformación orgánica que traemos al nacer y la influencia de las experiencias de vida.

Desde mi punto de vista, el factor suerte es el preponderante. Nadie determina la composición genética y las experiencias de vida son bastante casuales aunque seguramente algo se puede hacer para evitar errores graves.

Nuestros cuidadores (generalmente la mamá) son los personajes más importantes en esas experiencias de vida.

Una escena muy frecuente es la de un niño que llora porque está angustiado.

Los cuidadores pueden reaccionar de por lo menos tres formas diferentes:

1) Angustiarse junto con él;

2) Tratar de distraerlo haciéndole bromas, cosquillas o generando un clima alegre.

3) Acompañarlo en su malestar, comprendiendo lo que le pasa.

Las consecuencias esperadas podrían ser las siguientes:

1) El niño puede interpretar que su angustia en realidad es de todos, no es sólo suya. Se siente mal porque la humanidad se siente mal. No se siente un individuo.

2) El niño siente que la realidad es discordante, ilógica, imposible de entender. Cuando él llora los demás se rién, se divierten. Este mundo y él no pueden encontrarse, convivir.

3) El niño siente que sus problemas son suyos y que puede contar con la comprensión y la ayuda para resolverlo. Se siente un individuo acompañado por gente que lo comprende.

Cada una de estas actitudes seguramente es la elegida por considerarla la más adecuada para la ocasión.

Este artículo es útil para evaluar si las consecuencias posibles son mejorables.

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domingo, 11 de octubre de 2009

Alarmarse no es necesario

La vida en el campo parece monótona pero eso lo dicen quienes no lo conocen.

A las tres de la madrugada me despertó un fuerte estallido. Seguramente había caído un rayo cerca.

El aguacero se convirtió en una bendición porque nada me gusta más que conciliar el sueño cuando llueve.

Dos días después confirmé que había caído un rayo en la quinta quemando un amplio sector de plantíos.

Cuando tuve tiempo recuperé el terreno quemado y no tardaron en crecer las zanahorias que sembré.

Sólo yo comía esta hortaliza convencido por mi padre de que era muy buena para la piel y para la vista.

Una tarde de domingo sentí una extraña sensación imposible de describir. Me costaba mucho conciliar el sueño y había noches en que no podía pegar un ojo.

Al silencio de la noche, siempre lleno de sonidos mínimos como ladridos, zumbidos, carreras de animalitos que no saben caminar despacio, gatos apasionados, golpecitos rítmicos o desordenados, se le agregaron las voces.

Primero lejanas como si fueran dos caminantes que pasaban por la carretera y luego cada vez más cerca.

No podía determinar si eran reales o eran iguales a las que sentía mi padre antes de que tuvieran que llevárselo atado.

Una noche se espabiló Silvana y se puso a conversar. Como no mencionó para nada la conversación de estos caminantes, me convencí que sólo ocurrían dentro de mí.

El tema de la conversación no era violento como el que oía mi padre. Se ve que eran personas muy educadas y conocedoras porque trataban temas de gran profundidad.

Los problemas no se hicieron esperar porque cada vez rendía menos en mi trabajo. El cansancio me ganaba empezando por las piernas hasta que ya se me caían los objetos de las manos.

Cuando a Silvana se le dio por incluir zanahorias en su dieta por sugerencia de su hermana, descubrimos que aquellas hortalizas producían ese extraño fenómeno y ambos dejamos de comerlas.

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sábado, 10 de octubre de 2009

Cómo medir la locura personal

El papá quiere tener un hijo varón y la mamá quiere tener una hija. O al revés. O están de acuerdo y aceptan «lo que sea con tal que tenga buena salud».

O hacen algo mejor: Si el recién nacido tiene vagina la llamarán María José y si tiene pene, José María.

A todo esto, el nuevo ciudadano no sabe (ni nunca sabrá) qué rol se le tenía asignado de acuerdo a los deseos de los padres, tíos, abuelos, amigos.

Cuando sea una persona adulta, seguramente vivirá entre los demás ciudadanos sin llamar la atención por sus dos nombres.

Claro que si sus nombres fueran por ejemplo Alicia Roberto, Guillermo Angélica, Dora Paulino o Carmelo Lucía, no pasaría desapercibido.

Los nombres combinados de estos cónyuges bíblicos permiten que alguien sea nominativamente hermafrodita (que posee los dos sexos).

Sin importar la validez histórica de los acontecimientos, estamos aceptando que una mujer puede ser fecundada por alguien que no es su compañero y además sin dejar de ser virgen.

Dejo de lado también la tan sacrosanta fidelidad a la que adhieren millones de personas inteligentes que sin reparar en la incoherencia, glorifican lo que en su discurso condenan (no digo que también lo demonizan en sus actos porque la casuística es muy rica y variada).

Estas reflexiones tienen por objeto evaluar hasta dónde puede llegar la irracionalidad de nuestro pensamiento.

La utilidad de estas reflexiones consiste en que nuestra especie cuenta con respetables antecedentes que la habilitan para no dramatizar la aparición de ideas o actitudes ilógicas.

Más concretamente: quizá usted tenga excelentes ideas que no se anima a publicar creyéndose poco sensato. Ya ve: le será difícil superar estas locuras milenarias.

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viernes, 9 de octubre de 2009

Sin ESO no vivo

Ayer (1) les comentaba el caso de una mujer que convirtió el hecho de poseer un pene en lo único que le importaba. De hecho les agrego que —hasta donde supe— estaba realizando los trámites para que le fuera implantado uno artificial.

Cuando el objetivo principal de nuestra vida no coincide con el de la naturaleza (conservarnos como individuos y como especie), seguramente estaremos en problemas.

Casualmente, por la publicación de ese artículo, recibí el llamado telefónico de un lector.

Por la voz sería un hombre joven y por su alteración emocional, lo más importante para él era que nadie lo contradijera, que no existieran otras opiniones diferentes a la suya.

Este hecho es muy frecuente pero no es tan fácil de detectar porque es tan común que lo consideramos «normal».

Insisto en que estas características nuestras dependen en gran medida de la suerte.

Por qué a esa joven se le antojó que tenía que tener un pene sólo se puede explicar imaginando hipótesis.

Me inclino a pensar que lo que más influye en ese factor «suerte» es el amor.

Por ejemplo, si esa paciente sintió que su mamá (imprescindible para sobrevivir en los primeros años de vida) la quería menos que a su hermano, entonces la desesperada necesidad de amor que nuestro instinto de conservación nos impone la llevó a pensar que sólo podía salvar su vida si tenía un pene.

En el artículo titulado El matrimonio cardiológico mencionaba que pensar «con razón» sugiere tener un «corazón».

Si el joven que me llamó posee esta asociación inconsciente, sintió que mi discrepancia con él era una amenaza para su corazón. De ahí que se ofuscara desproporcionadamente.

(1) – Polígamo, monógamo o gay

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jueves, 8 de octubre de 2009

Polígamo, monógamo o gay

En el artículo titulado ¿Cuánto me cobras? comento sobre la diferencia que hay entre ser querido por lo que soy y ser querido por lo que tengo.

Me contaban hace poco el caso de una lesbiana que deseó ser hombre a partir del momento en que vio a un varón orinando de pie.

Según su analista, ella consideró que tener pene era lo único que necesitaba para sentirse como existente, como alguien que está vivo.

A partir de este sentimiento tan fuerte, definitivo y trascendente, ella comenzó a organizar su existencia bajo la premisa de que sólo teniendo pene podría tener conciencia de sí.

Su salud mental pasó a depender de este objetivo y de la estrategia para alcanzarlo.

Para la teoría de Lacan, ese niño orinando se convirtió en el significante número uno de esta mujer.

Para quienes el vínculo con el género opuesto es tan importante como para esta paciente, les comento las soluciones posibles.

Como yo soy varón, para tener conciencia de mí (saberme existente) necesito una de estas tres opciones:

1) Como en el caso de la paciente, ser yo mismo una mujer (transexual, travesti, gay), o

2) Sentir que una mujer es mía (esposa, compañera monógama y fiel), o

3) Sentir que una o varias mujeres aceptan y disfrutan de mi compañía.

Aunque se puede deducir fácilmente, redacto las opciones que tenía la paciente (o cualquier mujer cuya sensación de existencia dependa del vínculo con alguien del género opuesto):

1) La que eligió, es decir, ser transexual (ser ella misma lo que le aporta la sensación de existencia, o sea, ser como ese varón que se convirtió en significante de estar viva);

2) Tener un compañero del que se sienta propietaria porque es una relación monógama y fiel;

3) Vincularse con varones que ocasionalmente disfruten y la hagan disfrutar de estar juntos.

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miércoles, 7 de octubre de 2009

Aspirina con Coca-Cola

La sabiduría de los ancianos tuvo que ser abandonada porque era menos rentable que otras presentaciones más modernas del saber popular.

Cuenta una historia que el padre yacía moribundo rodeado de sus cuatro hijos y que antes de fallecer balbuceó: «En el viñedo hay enterrado un tesoro».

Los muchachos no tardaron en revolver cada centímetro cuadrado del terreno pero no encontraron nada. Lo que sí sucedió al año siguiente es que el viñedo duplicó su producción. Entonces los jóvenes entendieron el mensaje: «El tesoro es la laboriosidad».

Hasta hace medio siglo atrás aún consumíamos refranes y proverbios, pero desde entonces comenzó su decadencia para darle paso al eslogan.

El refrán surge de la experiencia, es una frase corta pero que surgió después de muchos años de reflexión, de confirmación. Es una verdad incuestionable.

Recordemos algunos refranes: «Más vale pájaro en mano que cien volando»; «Quien no arriesga no gana»; «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy».

Ahora recordemos algunos eslóganes: «Si es Bayer, es bueno»; «Coca-cola refresca mejor»; «Just do it» (Simplemente ¡hazlo! - Nike).

Aunque la idea es muy antigua, se ha popularizado la información de que fue el encargado de propaganda del nazismo Joseph Goebbels (1897 - 1945) quien dijo: «Una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad».

Un eslogan es una mentira que se repite hasta que se convierta en verdad.

Para que nadie se dé cuenta de que un eslogan es una mentira, se popularizó la frase de alguien notoriamente desprestigiado como es este integrante del nazismo.

A partir de ahí, todos pensamos: «No puede ser que un eslogan sea una mentira porque tampoco puede ser que gasten tanto dinero usando una técnica nazi. Por lo tanto un eslogan es una verdad».

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martes, 6 de octubre de 2009

El goce de sufrir

En un artículo publicado con el título La naturaleza es hermosa pero antipática les comento que a partir del nacimiento padecemos agresivas necesidades que no tenemos más remedio que satisfacerlas bajo amenaza de muerte.

Somos «hijos del rigor» porque son las molestias las que permanentemente nos están estimulando (incitando, aguijoneando, punzando) para hacer cosas vitales.

La naturaleza se parece al conductor de un carro tirado por animales.

Cuando el cochero nota que los animales enlentecen su andar, recurre al látigo.

Primero hace sonar en el aire su terrorífico chasquido pero si la amenaza acústica no logra el resultado esperado, golpea impiadosamente.

Los animales cansados, enfermos o débiles, necesitan más amenazas y seguramente más latigazos.

De forma similar, cuando estamos con escasa energía, decaídos, abatidos, deprimidos, es probable que la vida nos castigue con malestares que no hacen más que aumentar las penurias.

Por el contrario, cuando estamos con ganas de trabajar, entusiasmados, alegres, todo parece ir bien y «la vida nos sonríe».

En síntesis, cuando estamos mal entramos en un círculo vicioso, sintiéndonos cada vez peor ... porque la naturaleza tiene que agredirnos con mayor saña como si fuéramos caballos cansados.

Y acá les presento un concepto muy difícil de aceptar por lo apartado que está del sentido común.

Cuando la vida nos golpea sufrimos conscientemente pero gozamos inconscientemente.

¿Por qué somos tan contradictorios? Una explicación posible es que nuestro inconsciente —guiado por el instinto de conservación— goza porque sabe que así seguiremos vivos.

Este goce inconsciente nos expone a que muchas situaciones realmente penosas no terminen de irse, den tanto trabajo curarlas, nos hagan pensar que somos masoquistas.

Pues no: la naturaleza no repara en si estamos cómodos o incómodos, ella sólo quiere que estemos vivos.

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lunes, 5 de octubre de 2009

Reciclaje filosófico

Hice un enorme esfuerzo por conservar la amistad de un amigo de mi padre, diez años mayor que yo y poseedor de la sapiencia poco frecuente.

Efectivamente, su sabiduría consistía en ser irrespetuoso sólo con los prejuicios, con los excesos de moral y con el pudor neurótico.

Ayer casualmente me acordé de él porque utilicé un argumento suyo.

Una señora que ya había emitidos las señales inequívocas de querer irse a la cama conmigo, se asustó ante mi planteo explícito.

Sin abandonar mi costumbre de limitarme a los planteos verbales para que sólo las más inteligentes accedan, auto descalificándose las que sólo ceden a la rudeza primitiva de las acciones concretas, le dije:

— Quizás estés perdiendo de vista que cuando fallezcas tu cuerpo será tomado sin permiso por gusanos más desconsiderados que yo.

De más está decir que la rudeza verbal también existe cuando se excluyen los eufemismo, los rodeos y el lenguaje (des)figurado por timidez.

La fórmula de aquel maestro del descaro esta vez no dio resultado. La señora se replegó aún más aunque honesto es reconocer que todavía no asumo que la gestión haya sido infructuosa.

Dicho de otra forma: los prejuicios, la moral y el pudor se redimensionan drásticamente cuando se tiene en cuenta que la muerte es infalible.

Conclusión: paradójicamente, se vive más intensamente recordando que la muerte existe.

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domingo, 4 de octubre de 2009

La sobrina del padre

El padre Cirilo era la persona indicada para la ocasión.

No solamente curó al comisario de un extraño maleficio —que no tardó en salir a la luz pública desde el prostíbulo donde se manifestara—, sino que era parte interesada.

Los ruegos a San Jorge no solo se harían con ese fervor y timbre de voz que cualquiera supondría del mismo de Dios (si hablara), sino que por ser un terrateniente dedicado al cultivo de maíz, necesitaba que lloviera cuanto antes.

Los agricultores habían soñado con un definitivo cambio de vida porque los campos explotaban de energía vegetal.

Muchos hicieron compras en la capital que se pagarían con la venta de la cosecha.

Esta sequía estaba marchitando los plantíos y hasta el alma de los más creyentes.

El nerviosismo del padre Cirilo era indisimulable. Los otros hacendados habían hecho importantes donativos para sostener la imagen del santo en la procesión.

Las devotas que necesitaban confesar sus malos pensamientos (celos, envidia, mentiras) no estaban conformes con el apuro. Preferían ser escuchadas con parsimonia, exponiendo los pecados con lujo de detalles.

Asimismo preferían la sanción severa, el mesurado horror del sacerdote, las interjecciones alarmadas ante la furia pecadora de las solteronas.

Durante estos preparativos la sobrina del cura lo había estado observando en su enérgico ir y venir. Varias veces pasó delante de ella haciendo sonar con estrépito algunas baldosas flojas del templo.

Aunque no tenía pensado confesarse, algo la indujo a hacerlo y se ubicó al final de la fila.

Cuando le tocó el turno a ella, la efervescencia religiosa para comenzar la procesión era desbordante.

Al ver que no llegaba, un hacendado fue decidido a interrumpir el sacramento pero encontró el confesionario vacío.

Buscaron en la iglesia y en la casa sacerdotal pero no se lo pudo encontrar.

Comenzaron los comentarios de la más variada fantasía, misticismo y dramatismo pero igual se inició la procesión con esa significativa ausencia.

Cuando se enfrentaron a la primera calle transversal vieron con asombro y temor una densa tormenta que se acercaba desde el norte.

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sábado, 3 de octubre de 2009

La compulsión a la repetición

«Ve a bailar con tu novio pero no se lo digas a tu padre».

Suele ser práctico y ético omitir cierta información en beneficio de un objetivo más importante.

Parecería ser que la madre que autoriza y aconseja así a su hija entiende que es mejor para su esposo mantenerse ignorante de ciertos hechos para los que no está en condiciones de enfrentar, conocer, entender.

Hasta donde he podido observar, la naturaleza hace algo parecido con nosotros.

La lógica, el discernimiento, la inteligencia, la memoria, los sentidos, parecen no ser suficientes para comprender ciertas cosas que nos suceden.

Por ejemplo, ¿por qué tengo que ceder nuevamente a la seducción de una mujer desconocida sabiendo que esto volverá a causarme un problema matrimonial muy penoso?

A principios del siglo veinte Freud chocó intelectualmente contra esta actitud humana de hacer cosas perjudiciales. ¿Por qué nos saboteamos tan estúpidamente?

Recuerde el refrán: «El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra».

Las posibles explicaciones siguen surgiendo y la interrogante continúa sin respuesta.

Le comento una posible explicación.

Pienso que nuestras facultades mentales están diseñadas para que no entendamos algunas cosas. La mamá que autoriza a su hija a espaldas de su esposo hace algo parecido.

Nuestro cerebro necesita no entender ciertas cosas, necesita ser irracional, incoherente, olvidadizo, reiterativo, para que el objetivo superior desarrollado por la evolución de nuestra especie pueda cumplirse: conservar la vida individual y de la especie.

Por lo que acabo de decirle, no intente encontrarle lógica a esta explicación.

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viernes, 2 de octubre de 2009

La guerra de los 100 años

Con mi esposa siempre tuvimos una serie importante de desacuerdos pero como nos necesitábamos mutuamente porque suponíamos en secreto que sería muy difícil encontrar otra persona que nos soportara el mal carácter, la historia de amor conflictivo continuó.

La educación de nuestra hija mayor nos enfrentó con fiereza. Ella pensaba que si la niña quería subir un escalón muy alto para su estatura, había que ayudarla mientras que yo pensaba que había que dejarla que luche por subirlo sola.

Como nuestros enfrentamientos siempre eran verbales en la discrepancia y sexuales en la concordancia, nos nutríamos —cada uno por su lado— de los argumentos más contundentes para derrotar dignamente al adversario.

Se integró a un grupo de estudiosos del taoísmo y me presentó lo que dijo un sabio sobre cómo el fuego se une a la leña seca y huye de la mojada, demostrando con eso que en la naturaleza «los iguales se atraen y los diferentes se repelen» ... por lo cual, ella tenía que unirse a su hija y ayudarla a subir el escalón.

Esta argumentación me obligó a defenderme y así fue como llegué al psicoanálisis de Jacques Lacan.

Él decía que la naturaleza se vale de los desequilibrios que estimulan acciones reequilibrantes y que por eso necesitamos estar preparados para trabajar buscando restablecer el equilibrio pero sin dramatizar, sin angustiarnos, tolerando que existan desequilibrios y tolerando que tengamos que hacer el esfuerzo por solucionarlos.

Según Lacan, nuestra hija tenía que soportar la dificultad, trabajar para superarla y no ser una quejosa que vive protestando porque las cosas «son como son».

Casualmente nuestra hija hoy es una mujer normal y no creo que hayamos sido protagonistas de esta buena suerte suya.

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jueves, 1 de octubre de 2009

Laboratorio psicológico

Podemos aceptar el dicho popular «mal de muchos consuelo de tontos» si reconocemos primero algo que parece real: los seres humanos no somos tan inteligentes como desearíamos.

Las terapias de grupo se apoyan en esta característica que tenemos casi todos.

Si estamos muy amargados porque nos parece aberrante la masturbación, bastará que alguien del grupo se anime a decirlo para que otros sientan un profundo alivio.

Cuando el nivel de confianza lo permite, alguien puede aceptar que siente una ternura especial por una persona de su mismo género y silenciosamente alguien más se verá reconfortado.

Muchas veces nuestro sufrimiento es causado por tener creencias o información equivocadas.

Esto demuestra categóricamente que los conocimientos confiables y que la educación, no sirven solamente para ganarnos el sustento sino también para mejorar nuestra calidad de vida.

Las terapias de grupo también ofrecen un escenario restringido y adecuadamente controlado por los coordinadores, que le permite a los participantes probar actitudes que en otro ámbito más imprevisible podría ser imposible.

Por ejemplo, es posible familiarizarse con gente desconocida, animarse a tener conductas más desinhibidas, tomar riesgos que la propia situación terapéutica se encarga de controlar y volverlos accesibles.

Una particularidad interesante de estas formas de trabajo psicológico tiene que ver con los honorarios que se tornan más accesibles que los tratamientos individuales.

El Ministerio de Turismo de Colombia tuvo la genialidad de crear un eslogan para aumentar la cantidad de visitantes: «El riesgo es que quieras quedarte».

Algo similar puede pasar con las terapias grupales.


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