sábado, 12 de diciembre de 2015

Mariana y su ex marido




Desde que nuestra Marianita se divorció de Uberto Maschio las cosas no le han rodado bien. Sobre todo en el plano económico.
Quisimos ayudarla pero la criamos con demasiado amor propio. Se niega rotundamente a vivir con nosotros. Es tan orgullosa que se avergüenza de pedirnos dinero; si lo hace, deja de visitarnos hasta que consigue la forma de pagarnos el préstamo.
Con mi esposa estamos seguros de que hicimos algo mal. Nosotros queríamos que ella fuera una mujer íntegra, trabajadora, responsable, sincera, pero no contamos con que también sería extremadamente rigurosa con el cumplimiento de estas cualidades.
Tiene dificultades para pedirnos otro préstamo si no pasa por lo menos un mes desde la última cancelación. La madre le hizo notar esta limitación innecesaria y Marianita le contestó que devolver y volver a pedir era una forma de que, al fin y al cabo, ese dinero estuviera más tiempo en sus manos que en las nuestras.
Últimamente se la ve más delgada. La ropa le queda grande y hasta sus pies parecen haber adelgazado. Según parece, la dueña del apartamento donde vive le aumentó demasiado el alquiler; ella no puede mudarse a una habitación más barata porque se perdería la buena locomoción que usa para ir a trabajar y a estudiar.
El otro día nos llamó la atención que mencionó a Uberto. Había dejado de nombrarlo. ¡Qué raro!, pensamos con mi esposa.
Este pequeño detalle nos mantuvo varios días haciendo conjeturas. A menudo queda en evidencia nuestra esperanza de que vuelvan a juntarse.
Por un comentario que Mariana deslizó al pasar, parece que el esposo tiene algo que ver en las carencias que sufre nuestra hija. Ya hemos aprendido que si queremos saber algo más, no podemos preguntarle ni directa ni indirectamente.
Un día ocurrió algo inesperado.
Llamó para preguntarnos si podía venir a darse una ducha. ¡Por supuesto!, hubiésemos cancelado cualquier ocupación con tal de reunirnos con ella.
La madre le preparó su comida predilecta. Puedo asegurarles que esa ocasión era para mi esposa y para mí, una fiesta más importante que cualquier otra.
Llegó puntualmente y no mencionó la deuda que en otra ocasión habría cancelado al trasponer la puerta.
      ¿Puedo pasar al baño, mamá?—, dijo, demostrando además que había quedado fascinada con el perfume de la comida casera que antaño la esperaba cuando vivía con nosotros.
Salió de la ducha con un turbante hecho con una toalla y envuelta en una salida de baño de su mamá.
      La cena está pronta, ¿querés comer ya?—, le preguntó mi esposa en forma retórica porque la cara de hambre de nuestra niña es inconfundible.
Comió con voracidad, quizá con ferocidad, seguramente con hambre…, probablemente hambre atrasada.
La carita de nuestra niña, reconfortada por la ducha y por el plato de comida, nos emocionó hasta las lágrimas. Reprimimos un comentario evidente: vivía con carencias. Quizá no tenía un baño donde ducharse con comodidad ni accedía a una alimentación satisfactoria.
Finalmente no pude aguantar y sin atreverme a mirar a mi señora, le pregunté:
      ¿Estás segura que no querés volver a vivir con nosotros? Tu dormitorio de soltera está como lo dejaste.
      ¡Nooo, papá!—me dijo con su rutilante sonrisa— Si no fuera porque Uberto me dejó y nunca me ayuda, jamás podría haber disfrutado tanto esta ducha y esta comida con ustedes.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Chantaje navideño




      Te enteraste, ¿verdad?—, preguntó Alberto con voz llorosa.
      Sí, ¡siempre el mismo flojo! ¿No te das cuenta que es otra de sus trampas para salirse con la de él?—, respondió Mariana, levantando bastante la voz.
      ¿Pero cómo podés ser tan calculadora, fría, insensible? Recibimos una tarjeta con el logo de la funeraria—, increpó Alberto, ahora lloroso e indignado con su hermana rencorosa.
      Pensá un poco! Vos concebís a nuestro padre sin manipularnos, sin causarnos problemas, sin hacer todo lo posible para que vivamos pendientes de él?—, casi gritó Mariana.
      Con Mirtha estamos organizando todo para viajar al funeral. ¿Vos qué vas a hacer?
      Seguir con mi vida, por supuesto. ¿Te pensás que él se merece que alguno de nosotros se tome muchas molestias? ¡No cuenten conmigo!—, vociferó la hija, ahora indignada ella también.
      Bueno, ya veo que has tomado una resolución inflexible. Hablaré con Rosalía. Capaz que podemos viajar los dos matrimonio juntos.
      Está bien, mis dos hermanos menores son igualmente crédulos y sensibleros. Quizá si se juntan puedan forman uno solo como para enfrentar a ese crápula que nos gestó.
      ¿Te puedo hacer una pregunta?—, balbuceó el hermano.
      Sí, claro.
      Qué vas a hacer si cuando lleguemos a la casa de él te confirmamos que realmente falleció?
      Alegrarme, claro! ¿Qué voy a hacer? Pero no quiero hacerme ilusiones. Ese mal parido siempre nos ha cagado la vida sin obtener nada a cambio. Nos ha molestado solo por deporte, por el placer de enojarnos. Él quiere que intentemos recriminarlo y que por milésima vez nos haga callar, amenazándonos con desheredarnos. Es una lacra!
      Vos siempre te llevaste mal con él. ¿Qué vas a hacer si realmente murió y te dejó fuera del testamento?—, preguntó Alberto, seguro de que ella se había quedado sin respuesta.
      Quedate tranquilo. No sé cómo hizo la fortuna que tiene pero juraría que fue molestando, robando, explotando. Me haría un enorme favor si hubiera decidido morirse dejándome afuera de esa herencia sucia.
      No, Mariana, no podés hablar así de nuestro padre…
      ¡Cómo que no puedo? Me estoy controlando. Fijate que todavía no te dije que para mí es un hijo de puta. ¿Te das cuenta cómo me controlo?—, ironizó.
      No te entiendo. Cómo podés…?
      Ja! Se me ocurrió una idea. Los acompaño a ese supuesto entierro, pero con una condición. Si el viejo está vivo, yo lo mando a la puta que lo parió delante de mis cuñados y de mis sobrinos. ¿Aceptás?
      No, eso no va a ocurrir porque él falleció.
      Solo para ver si algún día se avivan vos y mi hermana, te aumento la apuesta. Si está vivo,  puedo mandarlo a la puta que lo parió y me mando a mudar dando un portazo; vos y mi hermanita me pagan el pasaje de ida y vuelta más la estadía de una noche en el hotel. ¿Aceptás la apuesta?
      Si me hacés esa apuesta es porque dudás si falleció o no.
      Claro que dudo! El chantaje funciona porque es verosímil. Él, tonto no es!
Finalmente viajarían Alberto con su esposa y dos hijos, Rosalía con su esposo y la hija, más Mariana, sola, sin el esposo y sin el hijo, porque sabía que el padre estaba vivo y no quería darle el gusto de que viera a su nieto.
Este plan no se pudo concretar por razones climáticas. Una tormenta de nieve provocó la cancelación de todos los vuelos. Intentaron comprar pasajes en tren, pero no encontraron tickets para los ocho.
Cuando se cercioraron de la imposibilidad de viajar, Mariana les dijo:
      Déjenme llamar a mí. Estoy segura de que él atenderá el teléfono—. Los hermanos se miraron asumiendo que no podrían evitarlo.
Expectantes, observaron ansiosos cómo ella intentaba comunicarse con el padre muerto. El teléfono no era contestado. Una sombra de duda recorrió su cara. Alberto tenía los ojos húmeros y Rosalía se mordía el labio inferior. Repentinamente Mariana enrojeció y gritó:
      ¡Papá! ¡La puta que te parió, papá! Sos una mierda!— y le tiró a su hermano el celular encendido para que lo barajara y continuara la conversación. Rosalía saltó de alegría, abrazó a su hijo y a su esposo. Los otros se quedaron paralizados, mirando cómo Mariana se alejaba, furiosa, abriéndose paso entre la multitud.
      Papito querido…, —siguió hablando Alberto, radiante de felicidad.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Con Mariana no sé qué somos




















1.  En nuestro Uruguay todo es a escala del pequeño territorio y de la pequeña población. Mi primo se burla diciendo que nuestro shopping más grande es un quiosco.
2.  Deambulaba por este mega-shopping-quiosco una noche de fabulosos descuentos. La gente y las bolsas de esa gente casi formaban una masa bulliciosa, con pequeños márgenes de movilidad.
3.  Me llamó la atención una mujer con cabello teñido de gris. El rostro juvenil quedaba realzado por el peinado de abuela coqueta. También me llamó la atención que no tenía bolsas. Éramos los únicos sordos ante las seductoras ofertas.
4.  Se ve que al mirarla levanté las cejas porque ella copió mi gesto. Eso me hizo gracia y ella copió mi sonrisa.
5.  Me acerqué a su oído y le dije:
6.  —Te invitaría a tomar un café pero tendrías que ser muy ingenua para no considerarlo una grosería obscena. ¿Se te ocurre alguna otra fórmula?
7.  Ella también me habló en el oído y me dijo:
            Valoro tu delicadeza. Te la retribuyo invitándote a tomar una copa de vino en mi casa. ¿Aceptás?
8.  Me hizo gracia su desparpajo y, tomándola del brazo como si yo fuera la dama, le contesté levantando ambas cejas.
9.  No salimos por ninguna de las 24 puertas del complicado edificio sino que tomamos un ascensor hasta el piso 14. Ahí vivía esta señora que se presentó como Mariana más un apellido polaco en el que, fonéticamente, no identifiqué ninguna vocal.
10.                   ¡Vaya colección de botellas, frascos, vasos, vasitos y copas, colgadas y apoyadas!
11.                   ¡Qué difícil me pareció todo esto! ¡Esta mujer era rica, o millonaria, o empresaria, o diplomática y yo con mi modesto título de contador mediocre y evasor de impuestos!
12.                   ¡Qué mal me sentí cuando me preguntó qué quería tomar! Nada de lo conocido por mí podría compartir aquellas suntuosas estanterías. Zafé diciéndole que la acompañaría en lo que ella prefiriera. ¡Qué error! Me sirvió un licor de menta que me pareció abominable. No se lo dije pero se enteró porque apenas lo probé.
13.                   ¡Qué estaba haciendo yo ahí! Se agolparon en mi cabeza escenas con Cary Grant, Alain Delón, Dean Martin, ideales para sentirme más y más un gusano.
14.                   Cuando después de 10 minutos comencé a pensar cómo irme sin molestarla me invitó a ver una documental. Me imaginé alguna colección de Discovery Channel, pero no: era una colección de los mejores goles en la historia del fútbol. Me encantó! Cuando aparecieron jugadores uruguayos quedé sentado en el sofá orgulloso como un soldado cuando escucha el himno.
15.                   En mi más profunda concentración futbolera, Mariana se puso de rodillas sobre la alfombra, abrió el cierre de mi pantalón y rebuscó con la mano hasta encontrar mi pene. ¡Qué vergüenza! Estaba más pequeño que nunca. Apenas sobresalían unas migas de piel arrugada.
16.                   Los goles eran cada vez mejores. Seguían apareciendo “goles uruguayos” y yo tratando de olvidar el mendrugo de pene que ella comenzó a lamer extremando la puntería de sus labios y lengua.
17.                   Yo le miraba el cabello y pensé que aquella joven en realidad era una anciana sin pretensiones, pero la paciente tarea bucal empezó a dar resultados. El juego de cámaras con que habían sido filmados los goles me pareció artístico, coreográfico, en algunos casos, surrealistas. Mi pene comenzó a crecer, la vergüenza cedió, me animé a tocarle la juvenil cabellera plateada.
18.                   Ella cambió, ahora parecía más desenvuelta porque había aumentado el material para su obra. Sentí cómo suspiraba y pensé que podría estar gozando con algo mío. Eso me trajo tranquilidad y pude identificarme un poco más con los “goleadores uruguayos”.
19.                   No sé cuánto tiempo habrá pasado, quizá 20 minutos o 50 goles. Cuando mi pene llegó al despliegue máximo, se levantó la pollera, —no tenía ropa interior—, y se penetró vaginalmente. Sentí un mareo pero recordé que no había ingerido nada de alcohol. Ella tuvo varios orgasmos. En cada uno se apretaba el estómago como si estuviera pariendo mi pene.
20.                   Comenzó a moverse con más velocidad. Mi eyaculación era inminente.
21.                   Así ocurrió y me convertí en una manguera de elevado caudal seminal.
22.                   Mi historia con Mariana continuó: siempre iniciaba una fellatio cuando intuía que yo estaba lo más alejado del deseo sexual. Quizá es una técnica polaca. No sé, cuando tengo la suerte que ella me invita a ver una peli, corro entusiasmado pero ella siempre logra distraerme para que mi respuesta comience desde la nada misma.