lunes, 30 de noviembre de 2009

Verdades con fecha de vencimiento

Todos los pueblos tenemos nuestros curanderos.

El instinto de conservación eleva nuestro estrés a niveles insoportables cuando imaginamos que nuestra vida está en peligro o el dolor nos atormenta.

Si el cuerpo y las afecciones que padece son similares en toda la especie, es llamativo que las técnicas diagnósticas y curativas difieran de manera sustancial.

Muchos coinciden en que la propia naturaleza es una gran farmacia en la que se encuentra lo que nos aliviará y curará.

Me parece aún más parecida la creencia en el poder mágico o casi mágico de los sanadores de nuestras diferentes culturas.

Sin embargo, a veces padecemos raptos de escepticismo y salimos a la búsqueda de otras culturas pensando que ahí está la verdad que nos falta.

Entre nosotros (los occidentales) está naturalizada la expresión «verdad científica» con la cual todos entendemos que «sobre eso no hay ni habrá más dudas».

No es suficiente observar que cada cinco o diez años hayan cambios muy profundos en la manera de conocer (imaginar) nuestro cuerpo. Insistimos en pensar que nuestras verdades a la moda son definitivas.

Como lo mencionaba hace poco en el artículo titulado La cenicienta y los psicofármacos, las neurociencias están provocando una revolución silenciosa.

Hace siglos pensamos que todas las enfermedades son psicosomáticas; hace cientos de años que aceptamos la importancia de la sugestión (tanto para enfermarnos como para curarnos). Es un hecho que existe el «efecto placebo».

Nuestros «sanadores» están pudiendo demostrar científicamente que esas respetables ideas ahora pueden ser reproducidas y demostradas en la higiénica objetividad de un laboratorio de experimentos.

Y vuelvo al principio: todos los pueblos creemos (y necesitamos creer) que nuestros «curanderos», «sanadores», «brujos» o «médicos» poseen la verdad y también necesitamos NO hacer hincapié en que estas verdades son transitorias y no definitivas.

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domingo, 29 de noviembre de 2009

Deudores incobrables

¡Tanto esfuerzo para llegar a ser una persona importante y ahora no sé cómo librarme de los abusadores!

Antes de aplicar mi energía a ascender dentro de la sociedad debería haberme fumigado contra los parásitos trepadores.

El más avivado fue el contador de la empresa pesquera que se me coló dentro de la familia enamorando a mi hija.

Soy el único que puede ver con total claridad cuál es la estrategia de este caza-fortunas.

Es tan ladino y desvergonzado que hasta mi mujer que no cree ni en ella misma está fascinada con su «yernito querido».

Algo que tampoco me salió bien fue pensar que a mis hijos les terminaría interesando administrar este pequeño imperio que he creado.

Con el ánimo de alentarlos pensé que si le tomaban el gusto a las comodidades materiales, cuando yo estuviera viejo se interesarían por saber cómo administrar todo este patrimonio.

Ellos sólo viven viajando y los e-mailes ya parecen un formulario impreso:

«Necesito refuerzos. Estoy en……… . Podés enviarlos a la cuenta Nº .... Espero que estén todos bien. Saludos.»

Y la nena, tan buena alumna en el colegio, ¿cómo pudo enamorarse de este crápula vividor?

¿Dónde me habré equivocado? Mi hermano me dice que no sería extraño que tanto tiempo dedicado al trabajo quizá me convirtiera en alguien a quien ellos quieren sabotear.

¿Vivirán mejor los que hicieron todo lo contrario a lo que hice yo?

No sería raro que la vida no sea más que esto, independientemente del camino que uno elija.

Pero no salgo de mi asombro que después de haber ayudado a tanta gente, sean casi las ocho de la noche y nadie se haya acordado de que hoy cumplo años.

¡Ja! Debe ser como dice mi prostituta de cabecera: «No prestes favores y mucho menos sin garantía hipotecaria».

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sábado, 28 de noviembre de 2009

Los castigos pedagógicos

En el artículo titulado «¡Cállate o te golpeo!» comentaba con usted que la violencia del hombre hacia la mujer puede estar causada porque ellas suelen tener más desarrollada la función simbolizante.

Dicho de otra manera, las mujeres son más diestras en el uso del lenguaje, tienen un talento natural para expresarse en forma oral o escrita.

Esto les permite disponer de una herramienta que contribuye a la convivencia pacífica porque ésta depende de saber negociar, dialogar, debatir.

¿Por qué las mujeres son más idóneas que los hombres en el uso del lenguaje? La explicación podría ser que ellas no disponen de fuerza física para defender sus derechos (como sí la tienen los varones) y además no pueden ser buenas combatientes porque suelen estar acompañadas de sus hijos.

Y esta observación me lleva a lo que es el tema central de este artículo.

A partir de la suposición de que los hombres golpeadores se defienden de un ataque verbal porque son torpes usuarios de la herramienta lingüística, podríamos pensar que la agresividad física contra los niños tiene una causa similar.

Cuando los adultos le hablan al pequeño para que modifique su conducta, éste no responde adecuadamente porque no tiene aún desarrollada la función simbolizante.

Los niños no obedecen porque no entienden. Los adultos nos irritamos porque erróneamente pensamos que entienden y caprichosamente cometen transgresiones que merecen ser castigadas.

En un intento de resumir las ideas de ambos artículos referidos a la violencia familiar, podríamos pensar que:

1) Las personas golpeadoras (generalmente varones) disponen de una destreza verbal inferior a la de su víctima y la respuesta agresiva aparece cuando se sienten atacados;

2) Las personas que castigan a los niños tienen una reacción similar porque, aunque tengan habilidad verbal, se irritan porque ésta no les da resultado.

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viernes, 27 de noviembre de 2009

«¡Cállate o te golpeo!»

Un golpe de puño equivale a un insulto, pero suele ser menos grave un insulto que un golpe.

En términos más académicos, es posible simbolizar muchas acciones mediante el uso del lenguaje.

El aspecto negativo de esta destreza que tienen ciertas personas (normalmente muy educadas) es que a veces sólo hablan y no ejecutan nada.

Por ejemplo, la parte positiva de poseer un buen desarrollo de la función simbolizante es que se pueden resolver muchos conflictos mediante la negociación, el diálogo, el debate, la discusión.

Ese mismo conflicto planteado entre personas con escaso desarrollo de la función simbolizante, se resuelve suponiendo que la razón la tiene quien logró desmayar al otro a golpes.

La parte negativa de poseer un buen desarrollo de la función simbolizante, es que puede quedar inhibida o atrofiada la capacidad de acción, porque la eficacia del discurso es tal que da lo mismo prometer que cumplir.

Muchas personas tienen incorporada la costumbre de prometer sin ton ni son y no se dan cuenta de que el receptor de esas promesas puede creer ingenuamente que serán cumplidas («después seguimos hablando de esto»; «termina tu tarea que te haré un lindo regalo»; «nunca más haré lo que hice»).

En suma: La violencia tiene como una de sus causas el escaso desarrollo de la función simbolizante (conocimiento del lenguaje, aptitud para usarlo con eficacia).

Parece obvio que los hombres somos más golpeadores que las mujeres porque somos más agresivos, sin embargo las mujeres suelen tener mayor destreza en el uso del lenguaje y algunos varones, cuando se ven «acorralados» por la inteligencia verbal femenina, se «defienden» a golpes.

Conclusión: La solución para la violencia doméstica está en la enseñanza del idioma; sobre todo a los varones ... «aunque usted no lo crea».

Artículos relacionados:

La violencia invisible ; La discusión deportiva ; «Hay que COMBATIR la violencia»

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jueves, 26 de noviembre de 2009

Soy su mejor enemigo

Los escritores más audaces pueden decir que los poderosos son de lo peor, arriesgando la vida en muchos casos. Pero hay algo que nunca son capaces de hacer: opinar negativamente del lector.

Usted también es alguien importante, como esos déspotas, mafiosos, hipócritas, corruptos, políticos estafadores, pero ni el escritor más dispuestos a correr el riesgo de padecer una venganza, logra decirle al lector que también tiene sus errores, sus cobardías, sus hipocresías, sus actitudes malignas, traicioneras, delictivas, irresponsables.

Y esto tiene una explicación: Todos —absolutamente todos— necesitamos ser amados. ¡CUESTE LO QUE CUESTE! y los lectores, con su generoso gesto de leer lo que escribimos, son los candidatos ideales para que nos amen, nos respeten, nos recomienden, nos prefieran.

Ésta es la razón más importante por la que usted nunca recibe la verdad sobre usted mismo, por eso hasta los más agresivos periodistas, nunca le dicen al lector lo que piensan sincermente de él. O se callan esas verdades o directamente se convierten en adulones.

Es menos importante perder la vida a manos de un asesino a sueldo que perderse la miel sagrada de la preferencia de los lectores.

Por eso usted, rodeado de adulones, no sabe lo más importante de todo: Las noticias que le informan quién es usted realmente.

Enterado de este mecanismo, no es que a mi no me importe contar con su amor, con su predilección y con la recomendación a sus amigos, ¡ME GUSTARÍA TENERLO COMO TODO EL MUNDO!, sólo que sé cómo este deseo desfigura mi objetividad y por eso, supongo que algún día, algunos me aceptarán. Aunque sean unos pocos.

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miércoles, 25 de noviembre de 2009

El repudio a Hitler y la inmortalidad del alma

El régimen nazi liderado por Hitler ¿fue bueno, regular o malo?

Me inclinaría a pensar que incluyó acciones buenas, regulares y malas.

Lo cierto es que los datos que me dejaron conocer me obligan a concluir que fue “perfectamente malo”.

Por el solo hecho de ser “perfectamente malo” ya comienzo a sospechar que algo no anda bien porque los seres humanos no podemos hacer nada perfecto (ni siquiera lo malo).

Esa información tan estridente, encandilante, rotunda y concluyente podría estar ocultando una verdad molesta.

Para los humanos es conveniente suponer que la ideología nazi es la maldad en estado puro. Necesitamos concentrar en ella toda nuestra capacidad crítica.

De hecho, si somos categóricos y terminantes al evaluar negativamente al nazismo, convertiremos a todas las demás ideologías y regímenes en buenos o al menos “no tan malos”.

Las atrocidades de los regímenes comunistas, el totalitarismo vigente en varios países (Cuba, China, Corea), el genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos, las salvajes evangelizaciones de otras épocas, quedan todos minimizados en su gravedad gracias al énfasis puesto en el régimen nazi.

Pero además podemos ignorar otras particularidades molestas.

La soberbia de los nazis al considerar que la raza aria era la raza superior, nos distrae de algo que hacemos continuamente y que es creernos la especie superior (a los animales).

O sea, si repudiamos enérgicamente a quienes se creyeron la “raza superior” podemos creer que no somos arrogantes cuando nos creemos la “especie superior”.

Una de las tantas satisfacciones de creernos superiores es que disponemos del libre albedrío, que podemos controlar a la naturaleza y hasta poseemos un alma inmortal.

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martes, 24 de noviembre de 2009

Pablo critica a Pablo

En el artículo titulado El sol es color blanco les comentaba que Protágoras dijo “El ser humano es la medida de todas las cosas”.

Si esto fuera cierto, entonces todo lo que percibimos y «sabemos» son ocurrencias desde nuestro particular punto de vista.

Ahora podría afirmar que «yo soy la medida de todas las cosas».

En lugar de ser nuestra especie como decía Protágoras, somos cada uno de nosotros individualmente.

¿Ha visto que en infinidad de temas no nos ponemos de acuerdo?

Que existan tantas opiniones como personas debería tener alguna causa.

La que yo le propongo es la siguiente: el instinto de conservación diseña nuestro gusto. Nuestras preferencias están vinculadas a lo más esencial: conservarnos como individuos y como especie.

Por esto es que somos tan fervientes defensores de nuestros gustos. No son antojadizas ni caprichosas: nuestras preferencias están dictadas por nuestro instinto de conservación. Si él nos indica que comer verduras es lo mejor, podríamos llegar a convertirnos en vegetarianos fundamentalistas.

Nuestra percepción de la realidad está condicionada por nuestros gustos personales que a su vez están determinados por nuestro instinto de conservación.

Simplificando: Si nos gusta comer verduras y frutas, percibiremos la realidad bajo la convicción de que los alimentos cárnicos son tóxicos.

La psicología, una vez aceptada esta falta de objetividad en nuestras percepciones, instrumentó los test proyectivos para saber «quién es quién».

En términos más coloquiales se dice: «Cuando Pablo habla a Juan, dice más de Pablo que de Juan».

En suma: cuando escuchamos a alguien describiendo, criticando o evaluando algún dato de la realidad, lo que está haciendo es exhibiendo (inocentemente) cuáles son sus contenidos mentales, cómo está procesando lo que le pasa, cómo su instinto de conservación está evaluando la realidad.


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lunes, 23 de noviembre de 2009

La burocracia interna

En las organizaciones burocráticas —una dependencia del estado, una gran empresa financiera—,

1º) alguien se encarga de recibir las solicitudes de los usuarios;

2º) otro se encarga de darle un formato que traduzca a términos institucionales aquella solicitud;

3º) otro la estudia y la opina con sus aspectos favorables y desfavorables;

4º) otro toma la determinación; y

5º) otro se la comunica al interesado.

En nuestra vida privada hacemos algo similar. Las diferentes tareas mencionadas no son realizadas por varios funcionarios pero es probable que utilicemos mucho tiempo para tomar una resolución (hacer una compra, aceptar o rechazar un vínculo, cambiar de trabajo).

Las organizaciones lo hacen así porque administran recursos de terceros y es necesario aumentar las seguridades de que no haya errores o delitos que perjudiquen a terceros (fondos públicos, dinero de los accionistas).

¿Cómo se explica que las personas nos utilicemos tanto tiempo para tomar ciertas decisiones que sólo comprometerían bienes propios?

En el inconsciente (que es de donde surgen las decisiones en última instancia) no está tan claro qué es nuestro y qué es ajeno.

Efectivamente, una equivocación en nuestras decisiones no solamente nos causaría una pérdida (de tiempo, de patrimonio) sino también de prestigio.

Así como las grandes empresas deben tener mucho cuidado para no perder dineros ajenos, las personas necesitamos tener mucho cuidado para no perder la opinión que los demás tienen de nosotros.

Por lo tanto es legítimo preguntarnos, ¿tenemos tanta libertad de tomar decisiones o lo “nuestro” en realidad funciona como ajeno?

En suma: a pesar de las críticas que todos hacemos a la lentitud de las organizaciones burocráticas, los individuos también aplicamos similares procedimientos porque en ambos casos (la administración de bienes ajenos o propios), consideramos que están en riesgo valores ajenos.

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domingo, 22 de noviembre de 2009

Justicia paralela

Ciudadano — Hola Perdomo, vengo a preguntarte qué pasa con la licitación del Casino de Puente Viejo.

Jerarca — ¡Yo que sé! Es un tema administrativo. Esas cosas caminan solas. ¿Qué duda tenés?

Ciudadano — La licitación la gané yo pero cuando fui a hablar con el Intendente de Puente Viejo me dijo que había venido una orden de arriba de parar todo.

Jerarca — ¡Cómo! ¿Orden de arriba de quién?

Ciudadano — Supongo que del Gobernador.

Jerarca — Esperá un momento. Silvana: comunicame con el Gobernador.

Jerarca — Hola Pancho, Perdomo, ¿qué pasa con la licitación del Casino de Puente Viejo? ¿Vos ordenaste parar todo? …… ¿Quién te presionó? ……… ¿Estás seguro de lo que me decís? Mirá que corto contigo y lo llamo para preguntar ……… Bueno, bueno, está bien Pancho, quedate tranquilo. Gracias. ¡Chau!

Jerarca — Silvana: comunicame con el Baluarte Partidario.… ¡Hola papá, sabés algo de la licitación del Casino de Puente Viejo! …… ¡Ajá! ¿Y ella qué tiene que ver? …… ¡Ajá! (bajando mucho la voz) Pero papá esa pendeja no puede estar influyéndote de esa manera. Tengo acá al que ganó la licitación y está recaliente porque le dijeron que había ido todo para atrás. Bueno, bueno, está bien, no te enojes que te hace mal, está bien, quedate tranquilo que ya se me ocurrirá algo. Chau papá, chau, chau, sí, quedate tranquilo.

Jerarca — (dirigiéndose al Ciudadano) ¡Malas noticias! Parece que hace unos años hubo algún problemita entre usted y Patricia Sureda.

Ciudadano — ¿Qué tiene que ver en todo esto esa puta barata que tuve que sacar a patadas de mi casa?

Jerarca — No sé cómo decírselo, pero resulta que esa «puta barata» es la esposa de mi padre. De hecho es mi madrastra. Comprendo su desconcierto pero convengamos en que a usted la suerte no lo está ayudando mucho.

Ciudadano (sonriendo) — ¡Ja! Algo de esto me habían advertido. Vine preparado para que usted me lo confirmara. En la vida se gana y se pierde. Lo peor es perder la vida. Jaja.

Había anochecido. El Ciudadano salió del edificio, atravesó una avenida muy ancha, se sentó en un banco público mirando hacia la ventana de la oficina donde estuvo, digitó un número en el celular y vio cómo volaron los vidrios de los ventanales. Sonrió y volvió a decirse: «Lo peor es perder la vida. Jaja».

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sábado, 21 de noviembre de 2009

La histeria y el incesto

Vulgarmente llamamos histérico/a a quien tiene una conducta que incluye actitudes exageradas o explosivas.

Cualquiera diría que la ciencia sabe qué es la histeria porque es un padecimiento, característica o enfermedad muy conocida.

Mucho me temo que no sea así. Como las ciencias de la salud (psiquiatría, psicología, psicoanálisis) no se ponen de acuerdo, es justo suponer que no saben exactamente qué es o por qué se produce.

Dos mil años antes de Cristo se opinaba que esas reacciones extrañas tenían su origen en un problema del útero (hystera en griego). Cuando se detectaron también en varones, debieron revisar la denominación pero por algún motivo no lo hicieron.

Más aún, el término «histeria» también es utilizado para describir ciertas manifestaciones colectivas.

Dentro de esa denominación genérica se incluyen reacciones que pueden parecer teatrales, amnesias, parálisis transitorias, pérdidas de la visión también transitorias, convulsiones.

Desde el punto de vista del psicoanálisis, estos fenómenos tan espectaculares podrían ser causados por un conflicto entre lo que el paciente desea y lo que puede obtener.

Hay consenso en que el eje principal corresponde a la sexualidad y más específicamente al complejo de Edipo.

Por lo tanto acá están en juego dos de las grandes dificultades que tenemos los seres humanos: la sexualidad y la prohibición del incesto.

El artículo titulado Atracción fatal incluye la hipótesis de que la infidelidad conyugal se produce como un intento de satisfacer deseos incestuosos.

En suma: la prohibición del incesto, por más que está totalmente aceptada por todos, es una transgresión a las Leyes de la Naturaleza castigada con fenómenos tales como la histeria o la infidelidad.

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viernes, 20 de noviembre de 2009

La generación omitida

Es probable que haya un corrimiento de los acontecimientos de nuestras vidas.

Siento muy a menudo que los novios y novias son elegidos sutilmente por los padres de los/as muchachos/as.

Esto ocurre especialmente en la población latinoamericana menos europizada, la que tiene mayor apego por las tradiciones post-coloniales y católicas.

Los jóvenes están sometidos a una opinión muy influyente porque cuando se enamoran y se ven compelidos hormonalmente a ejercer su vida sexual, son aún muy dependientes emocional y económicamente de los padres.

Por eso digo que existe un corrimiento en la elección de pareja, novio, cónyuge o concubino.

La mamá, recién cuando su hija o hijo han crecido, están en condiciones de elegir novio. No para ella, sino para otro. Para sí misma no fue posible porque su mamá también la indujo a tomar o dejar determinada persona.

Solucionada la elección colectiva del novio, cónyuge, o lo que fuera, surge el segundo corrimiento de roles: Los mayores quieren nietos. Necesitan ser abuelos.

Otra vez comienza a funcionar el arte de persuadir para que los hijos se reproduzcan con el partenaire que ayudaron a elegir.

Recién ahí los abuelos pueden ser padres como siempre lo desearon: sin estar apremiados por la responsabilidad, con todo el tiempo del mundo porque seguramente estarán jubilados, con el derecho a consentir a los niños para que quede bien claro que los «buenos» y liberales son los abuelos y que los «malos» y policíacos son los padres.

Cuando los hijos de esta pareja sean grandes, probablemente repitan la historia. Harán lo que siempre quisieron hacer y no pudieron, esto es, elegir una pareja (sin hacerse cargo de las consecuencias) y educar niños (sin hacerse cargo de las consecuencias).

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jueves, 19 de noviembre de 2009

¿Muñeca o pelota?

Imaginemos una familia que vive en una zona rural.

La constituyen el padre, la madre, un niño y una niña.

El padre se dedica a atender las tareas del hogar (cocinar, limpiar, cuidar a los niños) y la madre se dedica a la producción agrícola-ganadera del campo en el que viven (conduce un tractor, dirige a los empleados, faena animales para el consumo familiar).

¿Cuál podrá ser la orientación sexual de estos niños?

Muchos podrían pensar que en sus mentes inmaduras podría estar generándose una gran confusión.

Hasta donde he podido averiguar, nuestra conducta depende mucho de nuestro funcionamiento orgánico en su interacción con el medio social.

Las características corporales pueden ser de varón o mujer pero nos percibimos íntimamente como tales o al revés.

De la combinación de nuestras características orgánicas con el entorno surge nuestra conducta sexual predominante.

Si el entorno nos ama (protege, mima, aprueba) heterosexuales, seguramente lo seremos. Si nos ama siendo homosexuales, procuraremos serlo porque la necesidad de amor (protección, cariño, aprobación) es imprescindible para sobrevivir.

Y retomando aquella familia del principio, podemos decir que estos niños tendrán su opción sexual determinada por cómo sean preferidos por la sociedad (que en este caso está representada sólo por los padres y un hermano).

Los niños podrían pensar para sus adentros: «Si soy heterosexual me quieren. Entonces lo seré». O, por el contrario: «Si soy gay (o lesbiana) me quieren. Entonces lo seré». De modo similar: «Si observo que lo mejor para que me quieran es ser bisexual, no dudaré en serlo».

Mi opción sexual es uno de los precios que pago para ser aceptado, querido, mimado.

Sería muy conveniente que tanto los pensamientos interiores como las actitudes de quienes nos rodean fueran conocidos para poder influir sobre ellos, pero lamentablemente no lo son.

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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pablo Picasso pregunta:

El artista español Pablo Picasso (1881 - 1973) dijo: "A los doce años sabía dibujar como Rafael, pero necesité toda una vida para aprender a pintar como un niño."

Esta frase nos llama la atención por dos motivos: porque la dijo alguien famoso y porque nos demuestra por qué no somos famosos.

Nos golpea justamente en el sentido común del que tanto nos enorgullecemos.

Leer esta idea de alguien que accedió al sitial de los indiscutibles, nos interpela:

— ¿Los niños pintan mejor que los adultos?

— Los años de estudio de pintura, ¿no mejoran sino que empeoran al estudiante?

— Si continuamos aplicando el sentido común, ¿estaremos cada vez peor?

No sé que habría que responder.

Pero lo bueno de estos acertijos es que nos hacen pensar y de esta forma interrumpimos la inevitable atrofia producida por la costumbre de delegar esta función.

Los niños no son tan conscientes de la muerte como los adultos.

Ellos corren riesgos que los adultos no corremos. Tenemos que cuidarlos porque su vida está constantemente en peligro.

El miedo a la muerte (o a cualquier pérdida que nos la recuerde) nos quita flexibilidad, nos endurece, nos mantiene siempre en estado de alerta angustiada.

Los adultos necesitamos hacer grandes esfuerzos para superar este miedo a las pérdidas (complejo de castración).

Los niños son vulnerables por su inmadura complexión física y por su desconocimiento de los riesgos.

Los adultos somos quebradizos (frágiles) por un exceso de miedo a las pérdidas y la consiguiente falta de flexibilidad.

Quizá él quiso señalar cuánto trabajo nos da volver a ser tan flexibles como un niño.

Otra de sus frases célebres dice: "Lleva tiempo llegar a ser joven."

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martes, 17 de noviembre de 2009

Los coleccionistas de miradas

En un artículo recientemente publicado con el título Mírame por favor les comentaba cómo necesitamos ser mirados.

Ahí mencionaba que pertenecer a comunidades virtuales como FACEBOOK nos permite tener la ilusión de que somos mirados aunque quizá eso no suceda.

Otra intento de ser mirados consiste en figurar como «contacto» de Messenger de muchas personas.

A su vez —dentro de esta modalidad—, podemos conectarnos y desconectarnos muchas veces para que nuestra imagen aparezca repetidas veces en el monitor de los que nos aceptaron como «contacto».

Estas son formas benignas de ser mirados. Existen otras más complejas y hasta peligrosas.

La mirada de asombro o de susto es una mirada más valiosa para los fanáticos coleccionistas de miradas.

Si logramos asustar a quien podría mirarnos, es probable que podamos despertar esa mirada de miedo que tantos nos gratifica.

Para ello están todas las variantes del chantaje emocional que muchos coleccionistas practican con sus seres queridos (esto de queridos podría ser una ironía).

La salud frágil, la enfermedad crónica o la accidentalidad de ciertas personas podrían estar al servicio de este afán por conseguir la mirada de los demás.

Una y otra vez se repite la historia en la cual el coleccionista de miradas hace saber a sus proveedores de miradas que están corriendo algún peligro.

La víctima-proveedora de miradas angustiadas no sabe cómo zafar de esta situación porque el compromiso incluye grandes cantidades de aspectos éticos como pueden ser la solidaridad, el amor filial o el compañerismo.

El sentimiento de culpa juega un papel principal en este juego perverso. La víctima-proveedora suele ser alguien que goza sintiéndose protagonista, protectora o responsable de la vida del coleccionista de miradas.

La situación es perdurable porque ambos, de una u otra manera, gozan sufriendo.

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lunes, 16 de noviembre de 2009

Mis moléculas aman a las tuyas

¿Existe algo que podamos hacer para cambiar el curso de los acontecimientos?

Desde mi punto de vista, no.

¿Entonces para qué escribo tantos artículos con opiniones e información si de todos modos nada podría cambiar?

La respuesta es que no puedo dejar de hacerlo, así como usted no puede dejar de leerlo y si lo que acá lee modifica algo de su vida, tampoco podrá evitarlo.

Nuestra capacidad de entender es muy escasa. Vemos los acontecimientos como a través de un tubo: la percepción visual e intelectual está recortada a un mínimo segmento de esa realidad.

Cuando terminamos de ver algo para ver el segmento siguiente, ya cambió el anterior o nos olvidamos de la mitad de lo que allí habíamos percibido.

Con esta capacidad comprensiva tan rudimentaria, no podemos entender (abarcar) la enorme cantidad de factores por los cuales en este momento no puedo evitar escribir esto.

La idea es que esta cantidad de moléculas móviles, cambian de lugar, de función y quizá hasta de forma para conformar cada situación instantánea.

Un ejemplo gráfico sería la proyección de un film «cuadro por cuadro», a gran velocidad, representándose en cada cuadro una determinada ubicación de cada molécula y por tanto una determinada situación del universo entero.

Dentro de este universo estamos usted y yo, sujetos a cómo se dispongan las moléculas que nos componen y que provocan que en este instante yo escriba esto y que usted ahora lea esto.

El resto de esta concepción de la realidad surge por simple deducción.


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domingo, 15 de noviembre de 2009

El hombre dividido

Él — Así como me ves, soy ventrílocuo.

Ella — ¿Qué es eso?

Él — Que puedo hablar por mí y por otro.

Ella — Ah, sí, como esos que tienen un muñequito que parece estar vivo. ¿Dónde está tu muñequito?

Él — Mi muñequito debe mantenerse oculto porque nuestra cultura prohibe exhibirlo en público.

Ella (riéndose) — Creo entender por dónde viene tu explicación. ¿Qué dice tu muñequito?

Él (sin mover los labios, con vos grave y tono atrevido) — Me gusta tu cuerpo.

Ella (riéndose) — ¡Oh, no se anda con vueltas!

Él — Es uno de los problemas que tengo. Dice exactamente lo que piensa.

Ella — Realmente es un problema porque eso está tan prohibido como la desnudez.

Él (sin mover los labios ...) — Quiero besarte los muslos.

Ella (alarmada) — ¡Cuidado con lo que haces!

Él (muy ruborizado por la vergüenza) — Tranquila, no podrá escapar.

Él (sin mover los labios ...) — ¿De qué hablas estúpido reprimido? Si te mueres de ganas de estar con ella y hacerle el amor.

Él - No le hagas caso, es medio psicópata.

Ella — ¿Eres gay?

Él — ¡No,no! ¡Nada de eso!

Ella — Creo que tienes un problema psicológico. Estás disociado. Deseas una cosa y dices otra.

Él (sin mover los labios ...) — ¡Bien dicho! ¡Así se habla! Quiero besar todo tu cuerpo.

Ella (molesta) — ¿Pero qué es todo esto? Tu estás un poco loco. Me asustas.

Él — Tranquilízate, es una situación difícil para mí también. Compréndeme.

Ella (más tranquila) — Aunque reconozco que me sorprendes. Nunca me habían abordado de esta manera tan original.

Él — No sé cómo disculparme contigo pero te confieso que a mí también me gustas mucho.

Ella (con una sonrisa pícara) — ¿Que tal si nos reunimos los tres en algún lugar más discreto?

Él — ¡Aceptamos!

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sábado, 14 de noviembre de 2009

El cuerpo espiritual

Desde principio del siglo pasado existe una progresiva preocupación por el cuidado corporal.

— La conversión del deporte en hábito social,
— el creciente aprecio de la salud individual y colectiva, tan abrumadoramente manifiesto en lo que gastan los pueblos para conservarla y mejorarla,
— la consideración a un tiempo estética y ética de la alimentación,
— el estilo casi religioso de los movimientos ecológicos,
— la amplia difusión del yoga y otras técnicas de meditación,
— los variados rituales de acicalamiento, protección, decoración (tatuajes, pearcings), estimulación con masajes

¿no procura convertir a nuestro cuerpo en algo casi místico (y por lo tanto espiritual, sagrado, venerable)?

A un artículo publicado en febrero pasado con el título La cenicienta y los psicofármacos lo concluía con el siguiente párrafo:

« Nosotros necesitamos creer en la inmortalidad porque no aceptamos la muerte definitiva, las religiones toman este imperativo que le imponemos y prohíben suponer que la psiquis es orgánica, las neurociencias avanzan con ese palo puesto en la rueda y por eso la psiquiatría es la cenicienta de la medicina.»

Ahora es oportuno mencionar que desde principio del siglo pasado también espiritualizamos el cuerpo con lo cual estaríamos ganando la posibilidad de imaginar que, no solo el espíritu es inmortal sino que también podría serlo este cuerpo divinizado, híper cuidado, endiosado junto a la ecología, embellecido para que su aspecto sea lo más IDEAL posible (recordemos que «las IDEAS no mueren»).

En suma: es probable que eso que hacemos desde que nacimos (porque ningún lector nació a principio del siglo pasado) y que para todos es tan natural, no deja de ser algo estimulado por una fantasía: la de volvernos inmortales a toda costa.

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viernes, 13 de noviembre de 2009

¡Cuidado que llegué yo!

Les decía en el artículo titulado El valor de lo que se puede robar que los fabricantes de celulares (y muchos otros objetos) se aseguran de que haya ladrones interesados en robarlo para aumentar su cotización (comercial y afectiva).

Otro día les decía en el artículo titulado «Me robaron el segundo iPhone» que un cónyuge fiel se desvaloriza y hasta puede resultar aburrido.

Una de las tantas humoradas famosas de Groucho Marx (1890 - 1977) dice: "No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socio a alguien como yo".

Agrego otro ejemplo que es tan paradójico como los anteriores: Cuando consultamos a un experto, necesitamos no entenderle lo que nos dice.

Efectivamente, si lo que él nos dice es de fácil comprensión, nos ataca un tsunami de escepticismo, desconfianza y hasta paranoia.

Parafraseando a Groucho Marx, nuestra inteligencia quizá diga: «No confió en alguien que yo pueda entender».

Estos ejemplos señalan nuestra vocación por realizar selecciones adversas, nuestra predilección por lo menos conveniente.

En otro artículo anterior titulado Mala puntería les decía que el efecto óptico llamado refracción (por el que un objeto sumergido en el agua lo vemos en un lugar distinto al que ocupa realmente) es un buen ejemplo de cómo necesitamos corregir aquello que vemos y de modo similar, aquello que pensamos (o elegimos) cuando somos influidos por estas equivocaciones que cometemos con total naturalidad.

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jueves, 12 de noviembre de 2009

¡Mírame por favor!

La ciencia suele ser cruel y puede no tener escrúpulos a la hora de saciar su curiosidad.

Los experimentos con animales no pueden ser dados a conocer porque se generaría una conmoción pública. Menos aún pueden ser confesados los experimentos con seres humanos.

El mayor pesar que sufren los padres de niños que nacen ciegos es que nunca podrán ser vistos por sus hijos.

Claro que este sentimiento tan mezquino no podrán confesárselos ni a sí mismo. Pero es así.

No es esta una acusación ni mucho menos. Es una simple constatación de cómo somos los seres humanos (científicos o no) y cuánto necesitamos recibir el regalo de una mirada.

Las redes sociales se forman con personas que agregan su perfil a un sistema informático que posibilita conexiones entre los usuarios.

La mayor y más importante actualmente es FACEBOOK.

Sus administradores informan que ya son más de 300 millones los conectados.

Hasta donde he podido observar, el gran éxito de estas comunidades virtuales tiene una explicación en nuestra necesidad de ser mirados.

Efectivamente, en promedio cada ciudadano de esta comunidad ha subido 17 fotos cada uno para que los demás las miremos.

Se produce un fenómeno aún más particular y es que el placer de pertenecer a FACEBOOK no consiste en ser mirado sino en imaginar que uno es mirado.

Ponemos nuestras imágenes en esa vidriera virtual y creemos que alguien nos mirará pero no constataremos que eso ocurra.

El éxito de las comunidades virtuales del tipo FACEBOOK está motivado por la ilusión que tenemos de que alguien nos obsequiará esa mirada que tanto necesitamos. Nos alcanza con suponer que ocurrirá pero no tendremos la certeza.

Conclusión: necesitamos creer que nos miran.

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

«Me robaron el segundo iPhone»

Las personas somos coherentes pero no somos lógicas. Tenemos armonía pero no somos racionales.

Es un prejuicio suponer que la única coherencia es la lógica, matemática, universal.

Que funcionemos bien no significa que lo hagamos apegados a lo razonable.

En síntesis: somos seres emocionales que racionalizamos.

Con el artículo titulado El valor de lo que se puede robar intento comprender por qué los teléfonos celulares son tan robables.

Ahí propongo la hipótesis de que si estos aparatos no pudieran ser usados por quien los robe serían menos valorados por los usuarios porque se sentirían seguros de su propiedad.

Entonces, según nuestra particular forma de pensar y actuar, necesitamos que algo propio corra el riesgo de ser usado por otras personas para que realmente sintamos interés por él, lo cuidemos, lo valoremos, estemos dispuestos a pagarlo mucho dinero.

Muy probablemente quienes razonan de esta manera para mejorar la rentabilidad de sus inventos copiaron sin saber lo que sentimos por otras personas.

Efectivamente, cuando nuestro cónyuge nos tiene tensos porque tememos que nos abandone, estamos asignándole o reconociéndole un valor que lo halaga, lo prestigia, aumenta su autoestima.

Y acá aparecen los celos, que según la dosis pueden ser convenientes o imprescindibles.

Tanto nuestro cónyuge (amante, concubino, partenaire sexual) como el celular son importantes para nosotros (de diferente manera, lo reconozco) y aumenta su valor en la medida que otros también deseen poseerlo (y disminuye su valor en la medida que nadie desee poseerlo).

Porque somos coherentes pero ilógicos, armónicos pero irracionales, emocionales pero racionalizadores, es probable que en muchos órdenes de nuestra vida optemos según los mismos criterios.

Por ejemplo, elegimos un amante codiciable al mismo tiempo que nos compramos un iPhone.

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martes, 10 de noviembre de 2009

El salvajismo de los mansos

En un artículo publicado hace unos meses con el título Consuelo con secuelas les comentaba que la costumbre de acariciar a un niño que llora diciéndole «¡Pobrecito mi niño!» puede instalar en él la creencia en que «ser pobre atrae algún tipo de consuelo amoroso».

El razonamiento terminaba comentando que ésta puede ser una causa de la pobreza patológica de algunas personas.

Esta hipótesis en manos de algunas filosofías de la curación puede hacer creer que lo mejor es evitar consolar a un ser querido diciéndole «¡pobrecito!».

Incorporar la rutina de evitar decir o hacer ciertas cosas es una forma de utilizar un recursos muy sencillo que todos sabemos manejar y que se llama «represión».

La represión psíquica es tan sencilla y económica como la represión policial o militar para resolver algunos problemas (personales o colectivos respectivamente).

De hecho es lo que hace la naturaleza a su modo: cuando algo nos hace mal sufrimos intensos malestares. Sus anuncios son algo violentos, agresivos, desconsiderados.

En un intento por copiar los métodos de nuestra Jefa Suprema (la Naturaleza), los humanos hacemos algo similar: cuando alguna conducta es impropia para los intereses de la sociedad, entonces la prohibimos y le asociamos algún tipo de castigo para los incumplidores.

El psicoanálisis es más impopular porque es más considerado. En vez de reprimir y castigar las conductas impropias, les busca las causas y se pone a trabajar con cada paciente para encontrar otra forma de ser más eficiente para sí mismo y para los demás.

Y repito: el psicoanálisis es impopular porque es más considerado. Esto lo reafirmo porque los humanos somos drásticos para con los errores ajenos aunque decimos y creemos ser tolerantes, justos y equilibrados.

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lunes, 9 de noviembre de 2009

¿Qué quieres decir?

Cuenta un relato humorístico que un mudo integraba una multitud de personas donde se realizó el sorteo de un gran premio.

Quiso la suerte que él fuera el ganador pero mientras comenzó la cuenta regresiva para que apareciera el afortunado o se resolviera extraer otro número del bolillero, su discapacidad le impedía pedirle a la gente que le dejara pasar al escenario.

Desesperado por su impotencia y faltando escasos segundos, se le ocurrió abrirse el pantalón y mostrar su pene.

Algunas damas horrorizadas comenzaron a gritar «¡El mudo lo sacó! ¡El mudo lo sacó!» logrando de esta manera detener la cuenta regresiva del organizador.

Aunque todos pensamos que los niños siempre son felices porque pasan mucho tiempo jugando, sufren tanto como el mudo del relato porque es desesperante para ellos la dificultad que tienen para hacerse entender por los adultos.

Es muy probable que nuestro cuerpo sufra como quienes se desesperan pidiendo ayuda sin hacerse entender por quienes podrían ser los salvadores.

Quien recibe las señales más significativas del cuerpo es el propio enfermo, pero éste tiene que hacer una traducción a un lenguaje (el que hablamos) muy pobre porque las sensaciones (señales) no siempre son tan claras como para decir «me duele este diente».

Por este motivo (la dificultad en describir adecuadamente), nuestro principal proveedor de curación (la medicina clásica), suele no tomar en cuenta los dichos del paciente y prefiere guiarse por la información que brindan sus aparatos.

La mayoría de las veces esto funciona. Pero en algunos casos desoímos indebidamente esos mensajes creyendo que son simples creencias, sentimientos, miedos, supersticiones, ocurrencia ... como las del niño cuyos pedidos de ayuda desatendemos porque no entendemos qué nos pide.

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domingo, 8 de noviembre de 2009

La precocidad de Marcelo

Cuando pensé que me iba a volver loco, decidí aceptar la propuesta de Daiana de divorciarnos.

Yo creí que ella me quería pero la fidelidad a sus padres —especialmente a su padre— era más poderosa.

Me sentía tan acorralado que cometía errores contra mi voluntad corroborándoles hasta las críticas más absurdas.

Marcelito también sufría porque con sus cinco años no sabía a quién creele. Yo lo quise siempre pero en mi rol de padre también cometía errores inexplicables.

El último de esos errores fue irme de la ciudad después del divorcio.

Los triunfadores se quedaron viviendo juntos, aparentemente liberados de una plaga: yo.

Estuve cuatro años en análisis hasta que me atacaron una ganas incontrolables de volver a la ciudad, enfrentarme a los padres de Daiana, recuperar a mi hijo y si tuviera un poco de suerte, también a ella.

Sé que los impresioné con mi forma de presentarme tan decidida, enfática, sin vacilaciones.

Les pedí para ver a Marcelito y los viejos lo consintieron a regañadientes.

Nos abrazamos en silencio. Mientras sentía su cuerpito nuevamente me vinieron las ganas intensas de luchar por él.

Me presenté en el lujoso colegio que nunca hubiera podido pagar y una funcionara muy seria me informó que «Marcelo Podestá es un buen chico, algo retraído, no muy sociable, aceptable en el desempeño escolar excepto en pintura donde se destaca por un talento poco frecuente».

Mientras volvía pensaba que lo único importante para un niño de nueve años era potenciar su vocación. Pensé en la precocidad de Mozart y elaboré una estrategia para ayudarlo a que llegue a ser un futuro Picasso.

Gracias a mi agresiva gestión judicial obtuve el derecho a que viviera conmigo todos los fines de semana.

Para nuestra primera convivencia pasé por la casa de mis ex-suegros el viernes de noche y le dejé a Marcelito doscientos dólares para que comprara los insumos de dibujo que necesitara.

El sábado pasé a buscarlo y nos fuimos con la ropa que le preparó Daiana más las compras que había hecho con los doscientos dólares.

Le mostré su dormitorio y lo dejé para que se acostumbrara a él.

Cuando vino a donde yo preparaba lo que comeríamos me sorprendió verlo muy feliz, vestido y maquillado como una mujer.

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sábado, 7 de noviembre de 2009

Administración del desequilibrio

En el artículo titulado El budismo zen les comento la suposición de que la naturaleza se vale de provocarnos desequilibrios (hambre, sueño, dolor) para que nos movamos pues la quietud es contraria a la vida.

Complementariamente, nos atrae con el placer (alivio, diversión, alegría).

Con el dolor nos empuja y con el placer nos atrae. Por causa de ambos nos movemos lo necesario para que el fenómeno natural que llamamos vida (respirar, transformarnos, reproducirnos) se continúe el mayor tiempo posible.

A veces los seres humanos transgredimos las Leyes de la Naturaleza.

Una forma de transgredirlas (¡y que preferiría seguir haciéndolo!) es postergar el momento de nuestro fallecimiento.

El combate eficaz a ciertas dolencias y enfermedades logra que podamos sortear algunos obstáculos que —sin la intervención de la medicina— habrían terminado con nuestra existencia.

Detrás de las dietas, cirugías y medicamentos, sigue la naturaleza con sus criterios, intentando hacernos mover mediante la aplicación de dolor y el ofrecimiento de placer.

Como la medicina logra eludir este procedimiento natural, entonces tiene que recurrir a sugerir que las personas que participan de esta evasión de las Leyes de la Naturaleza hagan ejercicio físico.

La mayoría pensamos que es imprescindible mantenernos activos haciendo ejercicio voluntariamente (gimnasia, nadar, andar).

Esta necesidad de hacer ejercicio sin otro motivo que hacer ejercicio, podría ser la consecuencia de nuestra transgresión a las Leyes de la Naturaleza con el objetivo de prolongar nuestra existencia un poco más.

En suma: necesitamos movernos a propósito (porque sí, sin un objetivo práctico, irracionalmente) cuando eludimos los mecanismos naturales para conservar la vida aplicándonos técnicas médicas (dietas, medicamentos, etc.) que alteran artificialmente nuestra existencia.

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viernes, 6 de noviembre de 2009

La violación como castigo

«La confianza mata al hombre» es un proverbio.

Podría expresarse de una manera más explícita reformulándolo para que diga: «La omnipotencia es fatal» o «La soberbia adelanta la fecha de fallecimiento» o «Ignorar las propias debilidades es otro método de suicidio».

Es muy necesario que los humanos tengamos información sobre cómo funciona nuestro cuerpo. Los cachorros humanos, carentes de los instintos perfeccionados que poseen otras especies, tienen que ser educados durante muchos años.

La sexualidad es una asignatura obligatoria porque involucra la supervivencia de nuestra especie.

Para reproducirnos tenemos que estar aptos. No alcanza sólo con la fertilidad sino que se requiere un cierto grado de disposición afectiva.

Las mujeres que se embarazan pero quieren abortar, no están en condiciones de ser madres y —por el bien de ellas y de sus hijos— es mejor no violarlas, es decir, es mejor no imponerles algo que no desean.

Desde mi punto de vista quienes se oponen a legalizar el aborto por razones éticas pueden desconocer que ellos también podrían concebir involuntariamente porque el deseo sexual no siempre puede ser controlado.

Suponer que las mujeres que se embarazan «debieron pensarlo antes» es una forma de creerse omnipotentes.

La actitud contraria al aborto es una forma de auto proclamarse poderoso, capaz de vencer al instinto.

El mensaje implícito equivale a decir: «Yo controlo mi deseo» o «Mi instinto nunca podrá conmigo» o «Puedo administrar mi existencia».

Luchar contra el aborto nos permite imaginarnos poderosos, autocontrolados, disciplinados, seres superiores.

Por eso, quienes esto imaginan, son felices prohibiendo el aborto.

Algunos agregan otro ingrediente: Cuanto más castigan a las mujeres que desean interrumpir su embarazo, más grandiosos se sienten.

Por eso, quienes agregan este otro ingrediente, son felices violando.

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jueves, 5 de noviembre de 2009

Higiene terminal

Hace unos días publiqué un artículo titulado «Sistema inmunológico explotador» en el que sugería que los trabajadores de la salud necesitan que nuestro organismo no se cure sin su intervención.

Nuestro sistema inmunológico realiza una complejísima actividad, perfeccionada durante millones de años, que no sólo está capacitada para defendernos de los microorganismos que nos asedian sino que está preparada para repeler microorganismos que aún no existen en nuestro ambiente.

Su inteligencia va mucho más allá que eso. Sabe diferenciar a las células extrañas buenas de las malas. Por ejemplo, no combate los espermatozoides que podrían fecundar a la mujer.

Permite la acción de bacterias extrañas que nos ayudan en el proceso digestivo (flora intestinal).

Es capaz de reconocer tejido propio como enemigo cuando algunas células se vuelven patógenas por mutación (tumor).

Teóricamente es legítimo pensar que los trabajadores de la salud combatan inconscientemente al sistema inmunógeno para potenciar su fuente de trabajo.

Como digo en varios artículos anteriores,

— la culpa es una fantasía desvinculada de la realidad material;

— la naturaleza nos gobierna;

— somos simples testigos (no participativos) de lo que nos pasa;

— inventamos (como reacción adaptativa) el concepto culpa para mejorar nuestra convivencia y también porque no podemos soportar esta carencia de control que tenemos sobre nuestras vidas.

Resumiendo las premisas: 1) Los trabajadores de la salud pueden sabotear inconscientemente (atrofiar, empobrecer) nuestro sistema inmunológico para mejorar sus ingresos y 2) Esta sería una reacción adaptativa, natural e inevitable porque es un acto impuesto por la naturaleza.

Y termino con un ejemplo de cómo podría estar generándose la atrofia del sistema inmunológico: Todas las técnicas higiénicas inhiben la producción de anticuerpos, aumentando nuestra vulnerabilidad.

Lamentablemente la higiene excesiva que forma parte de nuestra cultura nos vuelve más enfermables y más dependientes de los trabajadores de la salud.

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Menos culpa y menos estrés

En el artículo publicado ayer con el título La suerte de Eva les comentaba que —según cierta forma de razonar—, todo lo que nos acontece responde a causas aleatorias, fortuitas, generadas por el azar.

En otros artículos he mencionado que la Ley Natural posee la máxima jerarquía mientras que la Ley de los Hombres ocupa un segundo nivel jerárquico.

Si fuera correcto aceptar la condición aleatoria de nuestras circunstancias, tendríamos que eliminar el sentimiento de culpa.

Mejor dicho: deberíamos eliminarlo de la Ley Natural ya que para ella no somos protagonistas de nada, sólo cumplimos sus órdenes.

No ser protagonistas significa que nuestros errores son causados por la mala suerte y que los aciertos son causados por la buena suerte.

Pero eso sí —según nuestra forma de organizarnos para convivir lo mejor posible—, tenemos instaurado el concepto de culpa, responsabilidad, justicia, enjuiciamiento e inclusive castigo.

Estos conceptos emergentes de la Ley de los Hombres no son naturales.

Si tuviéramos bien entendido que estamos influidos por dos códigos diferentes, podríamos pensar que la culpa no existe sino solamente el delito.

Pero, a su vez el delito no es más que un diagnóstico social (según criterios de la Ley de los Hombres).

De hecho, cuando somos aplaudidos estamos gozando de una buena suerte y cuando nos castigan estamos sufriendo la mala suerte.

Entendido esto, podemos vernos como pasajeros de un cuerpo que tiene su propio conductor (la naturaleza con sus infinitas redes de causas y efectos). Si lo entendiéramos así podría descender el estrés que se nos produce cuando nos creemos protagonistas y culpables.

Nos quedaríamos con el estrés básico que usa la naturaleza para perpetuar el fenómeno vida en cada ejemplar y en cada especie y para el cuál sí estamos preparados y no nos hace daño como el artificial.

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martes, 3 de noviembre de 2009

La suerte de Eva

Aunque todo comenzó con una combinación aleatoria de los genes que formaron mi primera célula, iniciaré esta historia en el momento del parto.

Si hubiera tenido la suerte de que mi mamá hubiera tenido la intuición de entenderme desde el principio, si ella hubiera respondido adecuadamente a mis necesidades cuando yo no sabía expresarme, entonces yo habría sido una persona confiada en que el mundo está hecho para mí y yo estoy hecho para el mundo.

En otras palabras, esas primeras experiencias me habrían convencido de que el mundo y yo nos llevamos muy bien, que tenemos feeling, que entre nosotros hay simpatía y empatía ... y si en algún momento nos enemistáramos, estaría confiado en una pronta reconciliación.

Pero mi suerte fue otra. Mi mamá a veces acertaba y otras veces no acertaba con mis necesidades. Entonces desarrollé la sensación de que mi relación con la humanidad es variable. Nunca estoy seguro de cómo me irá en el trato con los demás. La filosofía me aporta ideas sobre cómo piensan los demás y con esas ideas puedo tener un poco de tranquilidad en cuanto a que sabré qué hacer cada vez que no me lleve bien con mi entorno.

Si hubiera tenido la mala suerte de que mi mamá no me hubiera entendido nunca, que siempre que tenía frío me daba de comer y que cuando estaba angustiado me cambiaba los pañales, hoy no tendría cómo vincularme con ustedes, tendría que vivir dentro de mí, debería apartarme de la realidad.

A modo de reflexión final (y no menos importante) observen que siempre hablé de «suerte». Es decir, si soy muy feliz, bastante feliz o desdichado, es pura casualidad, suerte, azar.

Mi mamá fue como fue también por casualidad y así hasta Eva.

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lunes, 2 de noviembre de 2009

La cirugía es tétrica

— Fulano se hizo famoso porque escribió doce novelas.
— En realidad escribió una sola pero la publicó con doce tapas diferentes.


Este diálogo irónico tiene algo de psicoanalítico.

Según el psicoanálisis siempre pensamos más o menos lo mismo, pero a lo largo de la vida y de las circunstancias lo expresamos de forma diferente.

La misma teoría dice que esto es así siempre y cuando no se atraviese un trabajo psicoanalítico. En este caso la forma de pensar, de sentir y de ser, cambian.

Jacques Lacan, luego de mucho pensarlo, encontró la forma de decirlo como para que nadie lo entienda:

El significante es lo que representa a un sujeto para otro significante.

En el artículo titulado Polígamo, monógamo o gay les contaba la historia de una mujer que cuando vio a un varoncito orinando de pie, se obsesionó con que quería tener un pene.

Y ahora reorganizo las ideas para sacar alguna conclusión:

Un hecho fortuito (obsesionarse al ver un niño orinando) se convirtió en significante (lo que da significado a la vida, una razón de ser, una misión) que representó a esta mujer (ocupó su lugar, actuó por ella, la gobernó, la esclavizó) ante la familia, la sociedad, sus referentes (otro significante).

En el caso de esta mujer contamos con un objetivo (significante) bien fácil de reconocer (tener un pene) pero la mayoría tenemos significantes menos específicos aunque casi todos apuntan a lo mismo: ser amados.

Y es este objetivo único el que nos lleva a repetir siempre las mismas ideas (aunque con palabras diferentes).

Un tratamiento psicoanalítico nos hace entender lo que buscamos (ser amados) y a partir de ahí lo seguimos buscando, pero ya no tan obsesivamente como la mujer que quería tener un pene a toda costa.

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domingo, 1 de noviembre de 2009

Domingo de tarde. Llueve.

La mejor forma de evitar una autoeliminación es imaginar que la muerte propia no nos importa.

Para esto está el humor negro, los relatos macabros y lo que se me ocurrió este domingo lluvioso y aburrido ... ideal para matarse aunque sea por diversión.

Quiero elegir epitafios para mi tumba. Busco algo que detenga a quienes pasen ante ella.

Esta expresión literaria es valiosa porque hace pensar que ahí está la síntesis de toda una vida.

«Fui el que quise ser».

Este no porque los envidiosos también van al cementerio.

«De haberlo sabido, ni nacía».

Muy negativo. Van a pensar que fui un fracasado.

«Si no cambié estando vivo, menos cambiaré estando muerto».

Está lindo. Rebelde, contestatario, categórico.

«Mi grandeza se la debo a los mediocres como tú».

Éste sería el mejor si alguien me conociera.

«Fui un genio de la simulación, pero esta vez pueden creerme».

No está mal. Un muerto no tiene por qué ser modesto. ¿Cómo no tolerar un poco de jactancia reivindicativa a quien perdió hasta la vida?

«Me maté cuando supe que la vida no era más que esto».

Intrascendente y estúpido. Parece filosofía de Power-Point con música de flauta.

«Para conocer tu futuro, sólo levanta la tapa».

Ja, ja, está bueno. Tiene doble sentido, dramatismo, parece inteligente.

«Liberen al linyera que el violador homicida fui yo».

¡Oh!, ¿qué es esta confesión? ¿Querré matarme por la culpa?

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