sábado, 31 de marzo de 2012

El desconocimiento de qué nos gobierna

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El desconocimiento de los contenidos del inconsciente nos asegura ser individuos únicos, coherentes y cuerdos, para poder integrarnos a la sociedad.

Nuestra computadora puede pertenecer o no a una red de computadoras. Si está conectada a Internet, lo está a la red más grande. También puede estarlo si está conectada a una red de computadoras más restringida (dentro del hogar, de una oficina, entre universidades).

Los sistemas operativos de las computadoras (Windows, Linux, Mac) tienen funcionalidades especialmente diseñadas para esa conexión a redes.

Una de esas funcionalidades es la de compartir contenidos del disco duro (carpetas, archivos, programas).

En otras palabras, realizando la configuración correcta, otros usuarios (conocidos por mí o no) pueden acceder a los contenidos de mi máquina que yo haya autorizado expresamente. Lo que no haya determinado como contenidos compartibles, queda accesible sólo para mí.

Existe un texto del autor uruguayo José E. Rodó (1) conocido como Parábola del rey hospitalario, donde el escritor narra, con su característico estilo algo poético, el permiso casi irrestricto que ese rey le concedía a su pueblo para deambular por el palacio, aunque se reservaba una habitación a la que sólo él podía entrar y que permaneció cerrada aún después de su muerte.

El psicoanálisis opina que la naturaleza ha hecho algo similar con nuestra psiquis, aunque de manera más radical.

La conciencia contiene todo lo que conocemos, percibimos, recordamos, pensamos, razonamos, sentimos, mientras que el inconsciente es algo a lo que no podemos acceder de ninguna manera (ni nosotros ni nadie).

El inconsciente, esa zona reservada (similar a los contenidos informáticos no compartidos o a la habitación reservada del «rey hospitalario»), es necesaria para nuestra estabilidad psíquica.

El desconocimiento de sus contenidos nos permite tener una identidad propia. Somos individuos únicos, coherentes y cuerdos porque ni nosotros sabemos qué nos gobierna.

(1) Parábola del rey hospitalario

Ariel (libro completo que contiene la Parábola del rey hospitalario)

(Este es el Artículo Nº 1.528)

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viernes, 30 de marzo de 2012

El rol pasivo de los varones

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Aparentemente los varones conquistamos a las mujeres pero son ellas quienes nos eligen por causas biológicas, instintivas, mamíferas.

Por más que proteste contra los desórdenes mentales que provoca nuestra cultura, sigo siendo un señor respetable, que saluda a los conocidos, que anda vestido decorosamente y con apego a esta insoportable civilización.

Sin embargo, sueño con que algún día algo podrá mejorar, algún día algo ocupará su legítimo lugar; tampoco descarto que se interrumpa la subversión que nos afecta.

Es subversivo que las mujeres desempeñen un rol sexual pasivo y que los varones desempeñemos el activo cuando lo real es que ellas son las que convocan al varón que más les conviene cuando están físicamente dispuestas a ser embarazadas (1).

Como en el resto de los mamíferos, tienen que ser ellas las que eligen al varón que consideran el más adecuado para gestarles «hermosos (saludables) hijos».

La cultura da vuelta este fenómeno natural porque se le ha ocurrido que el varón se comprometa en la crianza de los hijos que fecunda.

Para lograr este difícil objetivo (ya que los varones notoriamente no tenemos ningún interés en los hijos que podamos fecundar), se inventó el matrimonio por el que al supuesto papá se le ofrece la titularidad honorífica de los hijos que fecunda, haciendo que los pequeños lleven su apellido.

El varón «conquistó» además que la sociedad le prohíba terminantemente a ella que fornique con otros varones, porque él sabe que ningún mamífero está predispuesto biológicamente para la monogamia.

Esta exclusividad que él exige (y ella también aunque con menor respaldo cultural) le viene dada porque procura que «su mujer» le brinde protección maternal, y como «madre hay una sola...», la prefiere en exclusividad para reforzar la fantasía.

También es subversiva la pantomima según la cuál «ellos las conquistan».

(1) «A éste lo quiero para mí» 

«Soy celosa con quien estoy en celo»

«La suerte de la fea...»

(Este es el Artículo Nº 1.527)

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jueves, 29 de marzo de 2012

El temor a aceptar que somos animales

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Los seres humanos no podemos asumir que somos animales por un temor similar al que alguna vez sentimos ante la iniciación sexual.

Una mayoría repudia la idea de que somos tan mamíferos como los demás.

Lo mismo ocurría cuando se suponía que los seres humanos habíamos sido creados por Dios. A Charles Darwin (1859) se le hizo muy cuesta arriba sugerir que quizá fuéramos un desenlace evolutivo a partir de los monos (1).

Seguramente habría sido mucho peor para Charles Darwin si hubiera dicho que los monos descienden de los humanos, dando a entender así que, no solamente no tenemos un origen divino sino que además somos una especie menos evolucionada que las otras, pues la posesión de un instinto que tiene «programadas» todas las acciones eficaces, parece estar mejor dotado que los modestos humanos que nacemos en una total ignorancia y vulnerabilidad.

Según nuestros propios criterios es más valioso un ser que pueda pararse a las dos horas de haber nacido y que pueda reproducirse a los 15 meses que otro (los humanos) que comenzamos a caminar a los 10 meses y que podemos reproducirnos a los 11-12 años.

En suma: La propia debilidad que nos caracteriza nos induce a imaginarnos superiores a los demás. Somos jactanciosos para compensar la pobreza vital de nuestra especie. De hecho, las conductas que tipificamos como orgullosas, arrogantes y presumidas, no son otra cosa que naturales compensaciones a una carencia no asumida y, por lo tanto, angustiante.

Que no podamos aceptar algo tan notorio como que somos mamíferos y de los más vulnerables, surge del temor a que si lo aceptáramos caeríamos en un pozo depresivo terminal.

Este temor es similar a las intensas tribulaciones que padecen los jóvenes sexualmente vírgenes, quienes terminan exclamando: «¡Ah, de haber sabido, lo habría intentado antes!»

(1) Artículo de Wikipedia sobre la «evolución biológica»

Otras menciones a «Charles Darwin»:

Pensamiento monopólico y violencia

En nuestra especie también hay padrillos

Los monos degenerados 

(Este es el Artículo Nº 1.526)

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miércoles, 28 de marzo de 2012

La historia debe repetirse ampliada

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Las informaciones nuevas sólo podrán entenderse después de una relectura.

Siempre tomando en consideración a un lector competente, los textos escritos pueden clasificarse de dos maneras: a) correctamente redactados y b) incorrectamente redactados.

Inevitablemente, ese lector competente tendrá dificultades con los textos que estén mal redactados pero no siempre comprenderá las ideas expresadas en los textos correctamente redactados.

Para entender las ideas comunicadas en los textos de buena redacción gramatical, el lector puede necesitar hacer más de una lectura porque el mensaje (la idea) escrito le es desconocido.

En otras palabras: es esperable que un texto bien confeccionado necesite más de una lectura cuando trasmite una idea desconocida hasta entonces por el lector.

En otras palabras, cuando un texto gramaticalmente correcto se entiende en una primera leída, es casi seguro que trasmite una idea ya conocida por el lector.

También es posible decir esto mismo afirmando que toda lectura fácil, accesible y rápidamente entendible, es redundante, innecesaria, nos hizo perder el tiempo, porque no nos aportó ninguna novedad, no aumentó nuestros conocimientos, sino que simplemente nos repitió algo que ya sabíamos. De no haber sido así, tendríamos que haber hecho más de una lectura, tendríamos que haber demorado en comprender el texto.

Acá está participando la famosa «resistencia al cambio»: en general queremos informarnos de las novedades que alguna vez ocurrieron. Entiendo que se cayó un avión, que el gobierno devaluó la moneda y que Shakira se pelea con los novios porque ya han ocurrido esos hechos anteriormente, ... aunque con algunos pequeños detalles que los diferencian.

Por eso el periodismo escrito se dedica a exponer los temas tres veces, como para que el lector entienda.

Efectivamente, hay un título que da la noticia, un resumen que la repite ampliada y un texto que la repite aún más ampliada.

(Este es el Artículo Nº 1.525)

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martes, 27 de marzo de 2012

El instinto de conservación colectivo

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Tanto la obediencia a Dios como los traumas infantiles suelen aprovecharse para disminuir nuestra responsabilidad.

«Comportarse como Dios manda» significa en nuestras culturas hispano-judeo-cristianas reconocer explícitamente, difundir entre quienes quieran escucharlo, que obedecemos al Todopoderoso con una obediencia irrestricta.

Tomo estas dos últimas palabras tan importantes (obediencia irrestricta) para traer a nuestro recuerdo la doctrina de la «obediencia debida», según la cual los militares están obligados a cumplir las órdenes de sus superiores.

Después de concluido un gobierno militar suele ser difícil el retorno a la democracia porque los militares ocultan sus abusos de poder alegando la mencionada doctrina de «obediencia debida».

Lo que me interesa resaltar en este artículo es que tanto los religiosos, como los militares y el público en general, aprovechamos todas las oportunidades disponibles para no asumir la responsabilidad de nuestros actos.

Es por eso que, desde cierto punto de vista, la creencia en Dios y la correspondiente actitud sumisa, subordinada, cumplidora de sus mandatos, cuenta con la ventaja de aligerar el peso de la culpa porque siempre es posible encontrar argumentos aparentemente racionales que justifiquen o al menos formulen atenuantes para los actos más condenables.

Pero no es este el eje temático del presente artículo, sino un simple prólogo para terminar concluyendo que el psicoanálisis suele ser usado para quitarse las culpas y alentar una conducta antisocial, pues el manido argumento de los traumas infantiles es aplicado indiscriminadamente cuando la ocasión lo requiere.

El psicoanálisis no cree en el libre albedrío (1), cree en el determinismo, supone que somos actuados por factores naturales pero también cree que por más entendible que sea una acción condenable de un individuo, la sociedad actúa legítimamente cuando implementa acciones represivas, disuasivas y hasta punitivas, porque el instinto de conservación de la especie (2) está jerárquicamente por encima de los derechos individuales.

(1) Blog que concentra todos mis artículos que refieren al Libre albedrío y al Determinismo

(2) Blog que concentra todos mis artículos que refieren a la Conservación de la especie.

(Este es el Artículo Nº 1.524)

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lunes, 26 de marzo de 2012

Las ganas intensas de agradecer

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La hipomanía o hipertimia, se caracterizan por provocar un ánimo llamativamente alegre, hiperactivo y con especiales ganas de agradecer.

La reacción social que provocan la depresión y la manía (ambos extremos del trastorno bipolar), no es de simpatía, ni de tolerancia, sino todo lo contrario.

Las personas depresivas generan agresividad y las personas maníacas (demasiado alegres, expansivas, habladoras, hiperactivas) generan fastidio, aburrimiento, nerviosismo.

A muy pocas personas les caen bien los enfermos. Todos aplicamos la mayor paciencia posible y nos esforzamos para que se curen así dejan de causarnos problemas.

Sin embargo, las reacciones de molestia son diferentes y eso repercute en el padecimiento del enfermo.

Un estado gripal es más tolerable que una enfermedad eruptiva, una fractura es más tolerable que una enfermedad muy contagiosa (hepatitis, por ejemplo).

Las enfermedades de la psiquis son difícilmente entendibles y eso agrava la reacción adversa. La incomprensión, que se suma a la alteración de la convivencia, suele inspirar la hipótesis de que el enfermo está abusando de quienes querrían ayudarlo, o que está teatralizando un rol para ejercer un dominio, o que la enfermedad es culpa suya, en cuyo caso corresponde juzgarlo y castigarlo a modo de tratamiento casero.

Creo que las enfermedades mentales son como las otras pues la psiquis es una función estrictamente orgánica.

Por lo tanto la depresión y la manía (bipolaridad), los ataques de pánico, la furia desatada y otras reacciones por el estilo, son formas de reacción del cuerpo ante estímulos específicos.

La hipomanía y la hipertimia son estados de ánimo ligeramente alegres, expansivos, creativos, que no perturban la funcionalidad del paciente pero que a veces desentona con el resto de la gente porque le cuesta esperar, delegar, escuchar o insiste con un optimismo excesivo, difícil de acompañar, así como también exagera los agradecimientos (1).

(1) El sonido «gr» para conjurar una amenaza imaginaria

La felicidad de pensar lo peor

(Este es el Artículo Nº 1.523)

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domingo, 25 de marzo de 2012

Un caso de adivinación

Volvió de las vacaciones justo en el momento en que un obrero subía una lata con restos de pintura al camión de lo que parecía ser una empresa de construcción.

Se miraron como si se conocieran y cuando el hombre se aprestaba a terminar con esa duda para irse, el dueño de casa le preguntó:

— ¿Ustedes estuvieron trabajando en esta casa?

— Sí, recién terminamos. Dejamos todo tan limpio como pudimos. Si algo está fuera de lugar les pedimos disculpas. Acá tiene nuestra tarjeta de presentación empresarial. Si nos necesita para algún otro trabajo tan solo llámenos.

El dueño de casa continuó un rato más en ese estado de leve perplejidad que inspiran las situaciones que parecen un poco extrañas pero no tanto.

Abrió la puerta principal y entró. Nada había cambiado. Todo estaba como lo había dejado. Hizo un recorrido superficial, abrió y cerró algunas puertas, miró dentro del canasto de la ropa para lavar, abrió la heladera, en las canillas del duchero colgaba un calzoncillo y un par de medias. Todo en su lugar.

Cuando se había reacostumbrado a su casa que, después de una semana de ausencia había comenzado a extrañar, pidió una pizza que le trajo el delivery y se fue a dormir sin comerla.

No pudo dormir.

El sueño se había esfumado y comenzó a recorrer los canales de televisión sin encontrar absolutamente nada que pusiera en riesgo un aburrimiento creciente.

Ya de madrugada recibió una llamada telefónica.

— Señor Javier Martínez, soy el escritor Carlos Dotta, ¿ha oído hablar de mí?

— No, señor Dotta, pero estoy extrañado porque nunca recibo llamadas a esta hora tan impropia.

— Sí, lo entiendo, pero verá que en muy poco tiempo se acostumbrará porque usted y su casa fueron totalmente remodelados. Usted es uno de los personajes de la novela que estoy escribiendo.

— ¿Esto es una broma?

— No, señor Martínez, es en serio. Podrá confirmarlo porque difícilmente sienta sueño, hambre o sed y comenzarán a presentársele situaciones insólitas. Para su tranquilidad recuerde que la ficción nunca supera a la realidad. Algo que ya puedo adelantarle es la fecha de su muerte...

— ¡No, no, no!—, gritó el personaje.

— ¿Cómo que «no»? —, dijo el autor, autoritario.

(Este es el Artículo Nº 1.522)

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sábado, 24 de marzo de 2012

La felicidad de pensar lo peor

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Aporta una sensación de felicidad imaginar situaciones trágicas para luego agradecer con pasión que «eso» no haya ocurrido.

En otro artículo (1) mencioné que muy probablemente nuestras expresiones verbales que incluyen el dúo «gr» puedan ser utilizadas inconscientemente con el ánimo de apaciguar un temor a ser destruidos.

De ahí que tantas personas se desviven por agradecer.

Es probable que inconscientemente el agradecido le pida clemencia al destinatario de su agradecimiento, le ruegue que eso que provocó la gratitud (recibir un regalo, una ayuda, un aplauso) no sea en realidad un señuelo (carnada, trampa) cuyo objetivo final sea depredar (comer, robar, destruir) a quien luego agradece en forma de ruego:

— «¡muchas gracias!»,
— «¡no sabe lo agradecido que estoy!»,
— «¡mil gracias!»,
— «¡le estoy infinitamente agradecido!»,
— «¡no tengo palabras para expresar la gratitud que siento por lo que ha hecho por mí!».

La compulsión a estar agradeciendo todo el tiempo (a Dios, al Cielo, a la Vida, a la Suerte, a cualquiera que no obstruya nuestro camino, a quien acaba de cobrarnos dinero), puede estar originada (la compulsión) por un sentimiento radicalmente opuesto a esta aparente generosidad, bondad, amor.

Quienes poseen fantasías terroríficas, ideas vengativas atroces, proyectos inhumanos para castigar ofensas, tienden a suponer que los demás tienen un mundo interior parecido.

En esta convicción, cada vez que alguien no les golpea la cara con el puño cerrado, cada vez que no son atropellados por un camión al cruzar la calle, cada vez que alguien no los roba, (porque estas son las expectativas de un pensamiento tan lleno de violencia y malos augurios), corresponde agradecerle a quien no los golpeó, ni los llevó por delante, y a todos los que no cumplieron las terroríficas fantasías de quienes agradecen excesivamente.

Imaginar lo peor y luego agradecer que no haya ocurrido, aporta gran felicidad.

(1) El sonido «gr» para conjurar una amenaza imaginaria

(Este es el Artículo Nº 1.521)

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viernes, 23 de marzo de 2012

El sonido «gr» para conjurar una amenaza imaginaria

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Es probable que la gratitud sea un sentimiento de temor que se intenta apaciguar con la palabra mágica «gracias».

La palabra «bombo» seguramente fue creada por algún niño cuando quiso aludir al instrumento de percusión que luego tomó ese nombre.

También encontramos algo semejante con el «trombón», el «clarinete», y el «violín».

Sus nombres aluden al tipo de sonido que provocan los instrumentos correspondientes.

En los comics encontramos abundantes «sonidos» escritos con letras que agregan idea de volumen sonoro o estridencia o tenebrosidad: «splash» (caída sobre agua), «mmmmuá» (beso), «pum» (golpe seco), «bang» (disparo de revólver), «cri-cri» (canto de grillos), «brrr» (miedro, temblor), «grrrr» (horror, gruñido amenazante).

Las palabras son usadas para comunicarnos pero también para conjurar peligros, atribuyéndoles algún poder mágico: rezar, bendecir, maldecir, exorcizar.

Las «palabras mágicas» son usadas por los magos, brujos y otros personajes con poderes sobrenaturales para obtener logros igualmente extraordinarios.

Esta introducción es para terminar hablándoles de las intensas ganas de agradecer que tienen algunas personas en muchas circunstancias.

Personalmente creo que los sonidos «gr» y «br» aluden a sentimientos de temor y, por lo tanto, cuando usamos esos sonidos es probable que inconscientemente estemos tratando de apaciguar alguna amenaza (generalmente imaginaria... pero no por eso menos temible).

En lo que refiere al tema de este artículo, el agradecimiento puede ser una actitud que más bien intenta apaciguar a quien va dirigido.

Quizá quien agradece está diciendo algo así como «te temo», «espero que no me hagas daño», «déjame con vida».

La gratitud es un sentimiento que denota subordinación: El caso más notorio es el agradecimiento a Dios por los dones recibidos, ... el más importante de los cuales seguramente es seguir teniendo vida.

Cuando el artista agradece infinitas veces al público que lo ovaciona, está diciendo en realidad «¡no me devoren!».

(Este es el Artículo Nº 1.520)


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jueves, 22 de marzo de 2012

El disciplinamiento del cuerpo que tenemos

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Nuestra mente cree poseer un cuerpo y protesta contra las instituciones que se lo educan, reprimen, le imponen disciplina.

Las marchas militares son sedantes y estimulantes a la vez.

El ritmo mecánico que se le impone al desfile de tropas marcado por compases que acompañan el andar a pie, también organizan los sentimientos.

La uniformidad del pensamiento colectivo estimulada por una marcha militar interpretada en un desfile, hace pensar que existe un objetivo común, una idea compartida, «un sólo corazón» podría decir apoyándome en una metáfora.

Por el contrario, la dispersión, el individualismo, el que cada uno ande por donde quiere, es angustiante y hasta depresivo. La libertad absoluta hace pensar en el caos, la anarquía y, por lo tanto, en la soledad personal con la consiguiente tristeza.

Todos recibimos algunas nociones más o menos rígidas sobre disciplina, el respeto por las normas y hasta el miedo a la autoridad.

En el hogar se imparten las primeras nociones pero es en la escuela donde la educación en conducta se impone teniendo en cuenta los criterios morales de la cultura.

El cumplimiento de horarios, la quietud, el silencio, la ejecución de tareas, nos preparan para poder integrarnos a la sociedad de tal forma que en unos años podamos ser padres de familia, trabajadores, ciudadanos.

La tarea de disciplinamiento (educación en conducta) es trabajosa, especialmente cuando la ideología predominante rechaza los métodos violentos (coerción física y psicológica) (1).

Las personas queremos y no queremos la disciplina.

Como mencioné en otro artículo (2) nuestra mente no puede ser objetiva al observarse, la psiquis no cree «ser» un cuerpo sino que cree «tener» un cuerpo.

Por un lado disfrutamos del orden, la disciplina y las marchas militares pero por otro lado nos quejamos de las restricciones que la educación le impone al «cuerpo que tenemos».

(1) La violencia es barata pero no rinde

(2) El cerebro tiene un cuerpo


(Este es el Artículo Nº 1.519)

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miércoles, 21 de marzo de 2012

La configuración del deseo

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La tarea del «disc jockey» tiene semejanzas con la configuración del deseo que hace una madre con su hijo.

Aunque la expresión inglesa «disc jockey» podría significar «jinete de discos», se usa para designar al artista capaz de mezclar música almacenada en diferentes soportes (CD’s, discos de vinilo, cintas magnéticas, computadoras).

Este arte es muy preciado por los amantes de la música y del baile pues sus creaciones son capaces de integrar armónicamente miles de sonidos, como si se tratara de una composición musical nueva.

Los disfrutamos en emisoras de radio y en fiestas bailables.

Es entretenido verlos trabajar pues se valen de aparatos sofisticados, llenos de rotores, perillas, deslizadores e indicadores luminosos, digitales, analógicos.

Con las fuentes de sonidos que ellos poseen y las herramientas que manipulan, logran esas creaciones que nos divierten y mejoran nuestra calidad de vida.

Son semejantes un «disc jockey» que compone música y una madre que configura el deseo de su niño.

Ella trata de aliviarlo, mantenerlo contento, sin llorar, con expresión complacida. Para eso le da de comer, lo higieniza, lo acaricia, le susurra, le canta, lo mece, lo abriga.

Claro que tanto el «disc jockey» como la mamá son humanos buscadores de placer personal (satisfacer su propio deseo).

Ella buscará placer personal en su tarea y por eso le dará al niño lo que le dé mejores resultados a ella confiando en que su niño protestará cada vez que algo no le guste porque le hace daño.

Aquellas primeras experiencias agradables configuran nuestra forma de desear, activando nuestras zonas erógenas por ejemplo, y en lo sucesivo intentaremos disfrutar como ella nos enseñó. Más aún, estaremos enamorados de ella sin importar nuestro sexo anatómico.

Algunos malestares en la adultez mejoran si podemos ajustar aquella configuración deseante infantil a la realidad contemporánea adulta.

(Este es el Artículo Nº 1.518)

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martes, 20 de marzo de 2012

Cómo tratamos a los demás

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Nuestra forma de tratar a los demás depende de cómo juzgamos el trato que recibimos.

Intentaré describir algo que todos conocemos de una u otra manera.

En síntesis, procuraré encontrarle los motivos psicológicos que encierra la sabiduría popular cuando expresa:

— «El que a hierro mata, a hierro muere»; y
— «Nadie es profeta en su tierra».

Como no podría ser de otra forma, cada uno se toma a sí mismo como referencia, es decir, actuamos considerando que el otro es igual a nosotros.

Por ejemplo, es normal que se oculten las malas noticias alegando no exponer al otro a un infarto, porque preferiríamos no estar enterados de nada que perjudique nuestros afectos, en tanto los afectos y el sistema circulatorio están íntimamente vinculados simbólicamente («Esa noticia me partió el corazón»).

Esa misma persona, enfrentada a otra distinta, tratará de darle los datos más espeluznantes sobre una tragedia, adoptando la mayor naturalidad posible, para demostrarle con cuánta entereza soporta los aspectos más sensibles de la realidad y, tratando dentro de lo posible, de que su interlocutor sí tenga un infarto, ponga cara de asco y salga corriendo, asustado de tan insólita valentía.

Otro ejemplo: vamos a una exposición de libros y nos encontramos con autores nacionales y extranjeros que, por única vez en el año «dan la cara» a los insoportables lectores, ... «Pero, bueno, ¡qué le vamos a hacer! Son imposiciones de la editorial».

Si tenemos a dos autores para felicitar, gratificaremos al extranjero pues no lo veremos nunca más e ignoraremos despiadadamente al compatriota que podríamos volver a encontrar, porque nos ocurre que cuando alguien nos felicita sentimos verdadero desprecio considerándolo un indignante adulón, sentimiento que no nos importa despertar en el que no volveremos a ver pero sí en quien podría ser «un profeta en nuestra tierra».

(Este es el Artículo Nº 1.517)


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lunes, 19 de marzo de 2012

Dios y el inconsciente

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Aunque la existencia de Dios y del inconsciente nos inducen a creer en el determinismo, es ventajoso creer en el libre albedrío.

No me canso de decir que Dios no existe y que la religiosidad es un gran mecanismo de defensa para poder interpretar la realidad de un modo más liviano, tolerable y esperanzador, pero resulta que soy psicoanalista y mirándolo bien, no sé si existen muchas diferencias entre las religiones y el psicoanálisis.

Dejando de lado a los psicoanalistas doctrinarios que se dedican a leer minuciosamente las «sagradas escrituras» (obras de Freud, Klein, Lacan) y que hacen hincapié en el pensamiento de esos personajes dejando para algún futuro incierto la comprensión de sí mismos y de los pacientes reales que nos consultan, dejando de lado a esos psicoanalistas, repito, los demás estamos tratando de entender qué ocurre con la existencia del inconsciente y sus consecuencias.

Imaginamos que existe un inconsciente así como otros imaginan que existe Dios.

Ya en esto tenemos un punto de encuentro muy importante. Religiosos y psicoanalistas partimos de suposiciones indemostradas y me atrevería a decir, indemostrables.

Ambos grupos de personas (religiosos y/o psicoanalistas), suponemos que estamos determinados por alguien o algo (Dios o inconsciente, respectivamente).

Si son los designios de Dios o del inconsciente lo que nos gobierna como si fuéramos sofisticadas marionetas, ¿por qué tantas personas (la abrumadora mayoría) creen en el libre albedrío?

Intento una explicación:

Como cada teoría está hecha a gusto de los teóricos, la teoría del libre albedrío nos aporta los siguientes beneficios:

— Podemos encontrar responsables para aplacar nuestra irresistible sed de venganza (juzgar, condenar y castigar);

— Cuando los «culpables» somos nosotros, podemos encontrar infinitos justificativos y atenuantes;

— Si de méritos se trata, podemos exhibir hasta el cansancio, nuestra habilidad, inteligencia, grandeza, valentía, que justifican el amor que reclamamos.

(Este es el Artículo Nº 1.516)

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domingo, 18 de marzo de 2012

¿Quién es (de) quién?

— (Atiende el teléfono con voz muy baja) Si?

— Hola, Rosanita, ¿cómo estás?

— Bien, mamá, ¿y ustedes?

— Voy a darte una buena noticia: con tu papá hemos decidido que te vamos a acompañar cada vez que Ernesto esté imposibilitado por sus compromisos.

— Quizá sea una buena noticia pero a mí no me alegra, pero igual, se los agradezco.

— ¿Pero qué te pasa, hijita? ¿Por qué decís que no te parece que es una buena noticia con ese tono de desencanto?

— Bueno, mamá, no tengo mucha energía para estar dándote explicaciones. Estoy tratando de ver qué hace mi cabeza con la patada que recibió de esa yegua.

— Es una buena doctora, Rosanita. Quizá debió ser más indirecta para comunicar una opinión que no pasa de ser eso: una opinión.

— No la defiendas porque ese diagnóstico no se entrega como un volante callejero: ¡Es una yegua! Pero te estaba explicando que no me parece una buena noticia un ofrecimiento tan invasivo como el que me acaban de hacer vos y papá.

— ¿Invasivo?, pero no seas ingrata, por favor. Reconozco que estés muy preocupada pero tenés que pensar también un poco en nosotros, cómo nos sentimos.

— No, mamá, no tengo que pensar nada en cómo se siente nadie excepto yo misma. Ahora mi problema es el más grande para mí y los que se sienten sanos, que por lo menos no me jodan.

— Bueno, Rosanita, comprendo que estés un poco alterada, pero vos sabés bien lo que significan los hijos para los padres...

— ¡Me importa un carajo lo que significan los hijos para los padres! Esa yegua hija de puta ya me dijo que el bulto es maligno, ya me condenó, para ella ya estoy muerta, sólo me dará cuidados paliativos durante el fallecimiento.

— Pero no es así, Rosanita, lo que...

— (Gritando) ¡No me digas más Rosanita, grandísima hipócrita!

— (Llorando) Nunca pensé que un hijo me diría «hipócrita»...

— Vos y papá dicen que me quieren pero como una parte de ustedes, no me consideran un ser independiente, propio, responsable.

— Pero, Rosana, si no te atiendes, podrías morirte y es como si tú nos robaras a nuestra hija, ¿entiendes por qué queremos ayudarte?

— ¡Déjense de hinchar! Yo no les robo una hija, ustedes nunca me entregaron mi cuerpo, ni siquiera ahora que está enfermo. Nunca fui mía y ahora, esta enfermedad de mierda me da fuerza para gritarles, ¡soy mía! ¿Entienden? ¡MÍA!

(Este es el Artículo Nº 1.515)

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sábado, 17 de marzo de 2012

El cerebro tiene un cuerpo

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Los humanos podemos estudiar con objetividad cualquier fenómeno de la Naturaleza excepto a nuestra propia especie.

Estaremos de acuerdo en que nuestro cerebro realiza funciones muy sofisticadas. No sé si estaremos tan de acuerdo en que la cosa pierde claridad si nos ponemos a pensar que ese juicio lo está haciendo el mismo cerebro que se analiza a sí mismo.

En otras palabras, cualquiera de nuestras opiniones está creada, confeccionada, producida por este órgano tan preciado, el que a su vez tiene que desdoblarse cuando opina sobre él mismo.

Con ese procesador neuronal podemos observar a los demás seres vivos con relativa objetividad, pero cuando nos observamos a los humanos esa objetividad se contamina, pierde distancia óptima, se torna subjetiva.

Podemos llegar a decir que los humanos somos tan mamíferos como los demás integrantes de esta clase zoológica (monos, vacas, perros), pero tenemos dificultades para llegar a la esencia del asunto, precisamente por esa falta de objetividad mencionada más arriba.

El núcleo de este artículo está en que nosotros podemos decir que un gato es su cuerpo, el gato es su cuerpo mismo, pero en el caso nuestro no podemos, e inevitablemente terminamos diciendo que los humanos tenemos un cuerpo, pero no podemos decir que somos un cuerpo.

Las culturas occidentales tienen entre sus leyes una norma muy antigua que se denomina genéricamente hábeas corpus, por la cual ningún ciudadano puede estar más de unas pocas horas privado de libertad sin que se le expliqué por qué fue detenido (por la policía, por ejemplo).

Si me permiten una traducción libre y con mentalidad hispanoparlante, la expresión hábeas corpus, significaría algo así como «Acá tienes tus pertenencias» refiriéndose nada menos que al cuerpo.

En suma: Nuestro cerebro no percibe que somos un cuerpo sino que él tiene un cuerpo.

(Este es el Artículo Nº 1.514)


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viernes, 16 de marzo de 2012

Una causa de inhibición

La metonimia es una función cerebral útil para no repetir errores, pero a veces nos causa inhibiciones.

La humanidad se divide en dos grandes sectores: los que reconocen la necesidad de ser amados y los que no la reconocen.

Para quienes la reconocemos, vemos con cierta extrañeza a quienes se mantienen indiferentes y hasta rechazando los sentimientos afectuosos que le ofrecen.

Es frecuente que cuando nos encontramos con personas que tienen sentimientos diferentes a los nuestros, sintamos un primer impulso a pensar que están equivocados.

Realmente creo que las personas que dicen no necesitar afecto, lo hacen porque eso es lo que más les conviene.

Más concretamente: quienes reconocemos la necesidad de ser amados y quienes no reconocen esa necesidad, lo hacemos porque nos conviene.

Dicho de otra forma: nosotros funcionamos mejor diciéndolo y ellos funcionan mejor no diciéndolo.

Un motivo de conveniencia para quienes reconocemos la necesidad es enviar un mensaje genérico a los otros que también necesitan ser amados para de esa forma resolver el problema dentro del mismo grupo de «consumidores de amor declarados».

Una posible conveniencia para quienes ocultan la necesidad de ser amados puede partir de la premisa de que esa información podría ser usada en su contra.

Ante estos casos lo primero que pensamos, psicoanalistas y no psicoanalistas, es que alguna mala experiencia anterior marcó («tatuó», grabó, fijó) esa convicción que se manifiesta por el recelo, el retraimiento, el miedo social.

Y termino con lo que, en este caso hipotético, sería la causa principal: la metonimia.

Gracias a esta función del cerebro, tendemos a generalizar los casos únicos, convirtiéndolos en permanentes y universales.

La metonimia funciona sobre todo generalizando experiencias negativas, para que «nunca más repitamos lo que nos causó daño». Aunque está para salvarnos la vida, a veces nos inhibe por error.

Otras menciones del concepto «metonimia»:

Las opiniones universales son imaginarias

El adulto con título habilitante

El dogma del dualismo cartesiano

(Este es el Artículo Nº 1.513)

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jueves, 15 de marzo de 2012

La necesidad del doble discurso

Un doble discurso nace por necesidad y no por malevolencia. Tenemos necesidad objetiva de ser incoherentes.

En general llamamos doble discursos a la flagrante oposición que pueda existir entre los dichos de un día y los dichos del día siguiente.

Una de las incoherencias más necesarias (y por lo tanto más populares) es la que hay entre lo que se pregona y lo que se hace.

Recordemos que todo discurso, al ser expresado con palabras, puede generar más de una interpretación. La ambigüedad suele hacer pensar, injustamente, en un doble discurso.

Alguien puede defender acaloradamente una libertad irrestricta pero en su vida privada imponerle reglas muy severas a quienes conviven con él y hasta buscar (inconscientemente) situaciones en las cuales sus propias libertades se vean recortadas.

Quizá sea bueno tener en cuenta estos hechos inevitables, es decir, que necesitamos tener un doble discurso, que necesitamos ser incoherentes y que la libertad es buena pero «hasta por ahí no más».

Cuando tenemos plena libertad nos convertimos en responsables absolutos de nuestros actos, mientras que si estamos supeditados a los límites que nos impone un régimen autoritario, podemos sentir el alivio de que lo que salga mal es culpa del régimen y no propia.

Sin ir más lejos, alguien puede defender sinceramente una democracia plena pero sabotearla haciendo reclamos con métodos tan agresivos que terminen derrocándola.

Por otro lado, nuestra cultura incluye como méritos personales la responsabilidad. Muy bien, aceptemos que sería bueno que las personas seamos todas muy responsables pero de ahí a suponer que lo somos por naturaleza, es un error.

Como es de «buen ciudadano» ser responsable, tenemos que decir y hasta pensar que lo somos, pero esto no es así, por eso no tenemos más remedio que tener un doble discurso. Por necesidad y no por malevolencia.

(Este es el Artículo Nº 1.512)

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miércoles, 14 de marzo de 2012

La Naturaleza es propiedad humana

Nunca evaluamos los fenómenos naturales por lo que deberían ser sino por lo que realmente son. Las acciones humanas las evaluamos por lo deberían ser.

Los desastres naturales (huracanes, inundaciones, tsunamis, terremotos) causan grandes pérdidas, en vidas humanas y en bienes materiales.

La reacción de los afectados ante esos fenómenos consiste en atender a los damnificados, tomar precauciones, evitar el pillaje, pero no hacen (porque no pueden) nada para que el viento, el agua o los terrenos vuelvan a estar como estaban.

Otra cosa que no hacen es ponerse a despotricar contra el fenómeno diciendo, por ejemplo: ¡esto es inaudito! ¡Así no podemos seguir! ¿Qué se ha pensado el océano? ¡Qué atropello!, etc.

Al comprender que se trata de un fenómeno natural que nos afecta, decidimos buscar formas de evitar todos los daños posibles mientras la situación anómala subsista.

Sin embargo esto no sucede cuando el perjuicio proviene de otro ser humano (delitos, infidelidades, incumplimientos).

Cuando alguien de nosotros es perjudicado por otra persona, ahí es muy probable que surjan las interjecciones mencionadas (¡esto es inaudito!, etc.) y con toda razón, aunque cabe mencionar que los motivos por los que alguien nos perjudicó podrían ser tan entendibles e incontrolables como cualquier otro fenómeno natural.

Los humanos adolecemos de un severo inconveniente en la comprensión de nosotros mismos: confundimos lo que realmente somos con lo que deberíamos ser. Permanentemente estamos juzgando a las personas por lo que se espera de ellas y no por lo que realmente son capaces de hacer.

Para no perder eficacia, tratamos de ignorar cómo funciona nuestra psiquis y así poder exigir con mayor rigor eso que imaginamos que debería ser: ideal, perfecta, justa, respetuosa, infalible.

No solamente nos imaginamos por fuera de la Naturaleza sino que además podemos pensar y actuar como si fuéramos sus dueños. (1)

(1) El poder y la buena salud delirante

(Este es el Artículo Nº 1.511)

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martes, 13 de marzo de 2012

Las leyes naturales

Click aquí para oír la lectura


Este es un punto de vista distinto a los más populares. Puede estar equivocado, o no.

La siguiente es una síntesis de varias ideas ya expuestas en este blog.

Los seres humanos no tenemos períodos de celo pero igualmente la mujer es la convocante. Los varones andamos por ahí olfateando qué feromona (olor de las hembras en celo) puede estar atrayéndonos y si la encontramos, allá vamos corriendo.

Cuando llegamos al entorno de la hembra convocante, ella nos detecta en forma visual y olfativa para instintivamente determinar si poseemos o no la dotación genética que en combinación con la suya le dé hijos de los cuales pueda enorgullecerse frente a las demás mujeres.

El auditorio de toda mujer son las demás mujeres y por eso todas son lesbianas o a lo sumo bisexuales.

Tienen que serlo porque aprendemos a amar y a gozar con una mujer (mamá). Es una mujer la que nos activa el cuerpo deseante con sus manipulaciones afectuosas e higiénicas. Por eso ambos géneros deseamos a una mujer.

De hecho es el género más importante porque anatómicamente hace la mayor contribución a la conservación de la especie (única misión de cada ejemplar de cada especie).

Un solo varón puede fecundar a mil mujeres por año a razón de tres eyaculaciones diarias y le quedan 33 días para tomarse vacaciones. A los 999 varones restantes pueden mandarnos a la guerra, explotarnos salvajemente, usarnos para experimentos de laboratorio.

Sin embargo estos 999 alguna vez se rebelaron e impusieron la monogamia y demás formas de predominio.

Como en cualquier régimen de facto (el de los varones, en este caso), todo funciona tal cual exigen los mandones, pero clandestinamente sucede lo que debe suceder (infidelidades, poligamia, mujeres insatisfechas) porque las leyes naturales no pueden transgredirse por mucho tiempo.


(Este es el Artículo Nº 1.510)

lunes, 12 de marzo de 2012

Las preocupaciones son inútiles e inevitables

Preocuparnos e imitar a los más exitosos nos provoca pérdidas de tiempo y energía como a todo el mundo.

La palabra preocupación sugiere algo negativo que podría ocurrir en el futuro. Esa eventualidad preocupante causa sentimientos tales como intranquilidad, temor, angustia, inquietud.

El cerebro de los preocupados segrega fantasías temibles, relacionadas con accidentes, enfermedades, ruina economía, muerte, abandono.

Los pensamientos parecen ser bastante controlables, pero me inclino a pensar que no lo son: la persona que se preocupa vive esas expectativas terroríficas sin poder sacárselas de la cabeza.

Con mucho optimismo podría decirse que el conjunto de penosos escenarios imaginados, es perpetrado inteligentemente por el «preocupado» para estar preparado para lo peor de tal forma que cuando ocurran los malos augurios, el drama parezca mucho menos grave.

Los simulacros de evacuación en aviones, edificios o en la vía pública son una forma de «pre-ocupación» pues los participantes simulan estar en una tragedia real, como para que si algún día ocurriera, el desempeño de los rescatistas obtenga los mejores resultados.

Vale la pena mencionar que las preocupaciones son producciones inevitables (determinismo) pero que podrían mejorarse en algo si pudiéramos aceptar conscientemente que las desgracias que imaginamos, nunca podrían ocurrir todas juntas como uno las imagina. Más aún: quizá ninguna preocupación llegue a realizarse.

Algo similar al fenómeno de las pre-ocupaciones imposibles lo encontramos en fenómenos afectivos del tipo admiración, idealización, envidia.

Nadie está exento de padecer angustia y tampoco nadie deja de luchar para sacársela de encima.

Cuando vemos acróbatas, cocineros, policías, o cualquier otro personaje que nos gana en felicidad personal, nos atacan ganas de imitarlos (estudiar su profesión, usar su tipo de vestimenta, vivir en cierta zona de la ciudad).

En suma: la preocupación para ejercitarnos ante los infortunios o imitar a quienes parecen felices, son pérdidas de tiempo.

(Este es el Artículo Nº 1.509)

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domingo, 11 de marzo de 2012

LA GRAN ESPERAnza

En la década del 60 apenas se conocían aunque vivían en casas contiguas.

María pertenecía a una familia muy católica, tenía varios hermanos, la madre era severísima y el padre estaba ausente con frecuencia porque sus ocupaciones le impedían volver a dormir por las noches, a veces durante semanas.

José pertenecía a una familia también católica aunque no tan practicante. Tenía dos hermanos menores y era un estudiante mediocre, a diferencia de María que, por vocación o por rigor materno, siempre obtenía las mejores calificaciones en la escuela de monjas a la que concurría.

José cursaba el liceo en una institución pública en la que los docentes y demás funcionarios registraban altos índices de ausentismo por razones gremiales, enfermedades femeninas, nerviosismo masculino o para conmemorar el día del profesor, el día del bedel, el día del estudiante y el día de quienes no tienen «día de».

Como les decía, estos muchachos apenas se conocían, pero sin embargo se soñaban. Por sus dieciséis años, flotaban en torrentes hormonales y un día descubrieron que podían entablar una conversación dando golpecitos en la pared lindera que separaba sus dormitorios.

Una tarde de verano, José fue invitado a «venir» y José «fue».

El muchacho trepó un muro, atravesó una ventana y ahí estaba junto a María que reposaba en la cama imitando una película que vio sin que la madre se enterara.

Él se tiró suavemente sobre ella quien lo abrazó haciendo movimiento pélvicos propios de varones. Él no reparó en eso pero cuando se disponía a bajar el cierre del pantalón, entró la madre.

A partir de ese momento la vida sexual, moral, familiar y estudiantil de María entró en un verdadero caos porque la señora no sabía si la penetración se había consumado.

José recibió furiosos gritos de su padre que sólo pretendían hacer creer a la vecina que lo estaba rezongando aunque en realidad lo abrazaba con orgullo.

Hace unos días José, (casado y padre de una hija), me contó emocionado que había encontrado a María mediante Facebook.

Se le caían las lágrimas contándome que en el encuentro que tuvo con ella descargaron todo el deseo acumulado en cuarenta años de afiebrados recuerdos.

(Este es el Artículo Nº 1.508)

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sábado, 10 de marzo de 2012

Las mujeres que desean copular diariamente

Las mujeres desean fornicar pocas veces en la vida para reproducirse y muchas veces con actitud masculina.

En oportunidades anteriores les comenté que las mujeres son bisexuales aunque es verificable que la mayoría reprime ese natural lesbianismo.

Efectivamente, en otros artículos (1) les daba algunos fundamentos de por qué varones y mujeres aprendemos qué es el amor, el erotismo y la sexualidad, por el trato que recibimos de nuestra madre cuando nos alimenta, higieniza, acuna, acaricia, mece, arrulla.

Si observamos qué nos dice el Diccionarios de la Real Academia Española  del verbo «arrullar», podemos constatar que en primer lugar nos expresa textualmente:

«Dicho de un palomo o de un tórtolo: Atraer con arrullos a la hembra, o esta a aquel.», y como segunda acepción, expresa textualmente:

«Adormecer al niño con arrullos...»

La cuarta acepción también nos va a servir porque expresa textualmente:

«Dicho de los enamorados: Decir palabras dulces y halagüeñas.»

En síntesis, es lícito suponer que sin ir más lejos, en esta práctica maternal (arrullarnos), se mezclan con naturalidad «adormecer al niño» y fenómenos de enamoramiento y copulación (entre palomas).

Por lo tanto, ambos sexos aprendemos a amar con una mujer y es natural que luego continuemos amándola eróticamente por el compromiso físico, corporal, de piel que tiene el vínculo primario.

En otro artículo dije que la mujer siente deseos sexuales menos de diez veces EN LA VIDA (2).

La pregunta sería, ¿por qué ellas sienten deseos sexuales muchas veces más que esas pocas que menciono?

Ocurre que ellas tienen deseos sexuales estrictamente femeninos cuando desean ser madres, pero la mayoría del tiempo tienen deseos sexuales en la posición masculina correspondiente al lesbianismo que mencioné.

Este deseo masculino que ellas sienten de copular casi diariamente es consecuencia de su inevitable (aunque reprimida) bisexualidad.

(1) Los varones maternales

¿Muñeca o pelota?

Polígamo, monógamo o gay

(2) El matrimonio no contempla la naturaleza humana

El deseo sexual fingido 

(Este es el Artículo Nº 1.507)

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viernes, 9 de marzo de 2012

Preguntas que enriquecen y respuestas que empobrecen

Veinticinco siglos después (de Sócrates), parece más confiable quien reconozca estar aumentando su ignorancia cuanto más sabe.

La información que ingresa a nuestro conocimiento impacta de diferentes formas, pero hay dos que presentan algo curioso sobre lo que compartiré un comentario.

Una de las formas se caracteriza porque el investigador no para de agregar interrogantes a su tarea. Nota que, cuando se entera de algo, le surgen dos, cinco o diez preguntas nuevas sobre asuntos que antes no se había ni imaginado.

Por el contrario, algunos investigadores se detienen cuando encuentran lo que estaban buscando. Su actividad se parece a quien busca el abrigo de lana rojo en el ropero: cuando lo encuentra, la búsqueda termina.

Para quien la tarea de buscar es un placer, la primera opción es un deleite: más busca y más ignora sobre temas nuevos.

Para quien la tarea de buscar es un sacrificio pesado, la aparición de interrogantes la recibe como una desgracia, pues le augura que deberá seguir buscando.

Para estos, tal situación se parece a quien está lavando un piso y cuando ya creía haber terminado, entra una jauría con las patas embarradas para arruinarle el esfuerzo que había hecho.

Algo de todo esto pudo haberle ocurrido a quien dijo «Sólo sé que no sé nada». El señor Sócrates (469-399 antes de Cristo) tuvo la suerte (o la desgracia) de darse cuenta que el conocimiento se presenta en forma de árbol que se ramifica cada vez más y más.

De todo esto podemos sacar en conclusión que aquella persona que está segura de todo y que no tiene preguntas, con toda seguridad es muy poco lo que sabe y que terminó sus búsquedas prematuramente, por cansancio, aburrimiento, desinterés.

Paradójicamente, es más confiable el conocimiento que tenga quien se declare socráticamente ignorante.

(Este es el Artículo Nº 1.506)

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jueves, 8 de marzo de 2012

La violencia pedagógica

La violencia física como procedimiento pedagógico irá cediendo paso a procedimientos que no humillen a los niños y a los adolescentes.

Es posible aceptar que un «coscorrón» produce un sonido similar a «¡cosc!». Por eso «coscorrón» es la onomatopeya de un «golpe en la cabeza».

No hace mucho (1) mencioné las «valiosas desventajas» que tiene la violencia. Sugería que es muy barata, fácil de aplicar, que no requiere una capacitación especial, pero que a la vez produce pobres resultados a mediano y largo plazo.

(En tono irónico) La violencia pedagógica es la usada espontáneamente por todo educador (padre, madre o docente espontaneo) cuando la incomprensión del niño lo enoja, cuando se siente agredido por la maligna inteligencia del pequeño, o cuando asume que esos pecados infantiles deben ser juzgados sumariamente y castigados en menos de cinco segundos, pues de no hacerlo se estaría formando un adulto delincuente.

(En tono aún más irónico) Con estas profundas reflexiones, por el bien del niño, sin olvidar que al castigador le duele más que al castigado, es que vuela una cachetada, se le pega con los nudillos en el cráneo (coscorrón), se le tira del pelo y cuando la situación lo justifica, el cinturón paterno rectificará la natural maldad de la insoportable criatura.

(Sin ironía) Vivo en Uruguay, pequeño país de América del Sur, bastante conocido por los éxitos en el fútbol, pero que también dispone de una legislación aceptable.

El 20-11-2007 se aprobó la Ley Nº 18.214 (2), popularmente llamada «Ley del coscorrón», con la que se prohíben las prácticas violentas y humillantes contra niños y adolescentes.

Por ahora es una expresión de deseo,... pero será efectiva el día que los actuales educados en la violencia y que no imaginan otro procedimiento, le den paso a las nuevas generaciones.

(1) La violencia es barata pero no rinde

(2) Ley uruguaya Nº 18.214 (Ley del coscorrón)

Otra mención del concepto «violencia»:

La prohibición del incesto es excepcional

(Este es el Artículo Nº 1.505)

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miércoles, 7 de marzo de 2012

El poder de la debilidad

Algunas personas razonablemente solidarias con enfermos y minusválidos pueden tener además un sentimiento de omnipotencia que aplican a logran una curación sea como sea.

Existen enfermedades asintomáticas o etapas en las que una enfermedad no se manifiesta. Los humanos buscamos solución para las etapas de una enfermedad en las que esta se manifiesta, pero las etapas «silenciosas» no estimulan acciones concretas.

Casi no existe literatura sobre la otra parte de la enfermedad, aquella en la que el enfermo encuentra beneficios, muchos de los cuales son realmente atractivos. Tan atractivos que pueden llevarlo a que la curación se presente como una amenaza.

El beneficio más insólito consiste en el aumento de poder social que nos permite tener (nos aporta, nos provee) el rol de «enfermo».

El instinto de conservación de la especie existe y nos obliga a ser solidarios, ayudar, colaborar, auxiliar, atender, acompañar, consolar. Sin perjuicio de esta compulsión de origen biológico, las leyes de todos los pueblos determinan con claridad que está prohibida la «omisión de asistencia» porque a veces ocurre que por razones coyunturales algunos ciudadanos pueden omitir esta ayuda al necesitado.

Ese instinto de conservación de la especie hace que el enfermo pueda ejercer autoridad sobre quienes lo atienden, a veces esclavizándolos, chantajeándolos emocionalmente, logrando que los seres queridos y solidarios queden sometidos a los caprichos autoritarios de quien, por padecer una conmovedora debilidad, genera en los demás un deseo irrefrenable de curarlo, aliviarlo, compensarlo.

Ese deseo irrefrenable puede agudizarse cuando el colaborador tiene sentimientos de omnipotencia. Es decir que, sin darse cuenta llega a la conclusión de que el enfermo no puede seguir sufriendo, que debe sanarse rápidamente, que no deberá tener ningún padecimiento mientras el omnipotente esté ahí para convertirlo en una persona sana, sin ningún impedimento, idéntica a como era antes de indisponerse.

(Este es el Artículo Nº 1.504)

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martes, 6 de marzo de 2012

Todo bajo estricto descontrol

Quienes necesitan negar que exista una parte de la psiquis totalmente desconocida (inconsciente), prefieren hablar de «subconsciente» y esforzarse por controlarlo todo.

Un banco debe ser una institución donde nuestros ahorros se encuentren seguros. Le pagamos comisiones o lo autorizamos a que los preste, para que, como contrapartida, él los guarde muy bien.

Con una certeza (confiabilidad) similar, nuestro inconsciente cumple la función de «guardar» (ocultar, alejar de la conciencia) los contenidos psíquicos que, si fueran conscientes nos impedirían vivir en sociedad (instintos, recuerdos vergonzosos, deseos inconfesables).

La psicosis (locura) se produce porque el aparato psíquico es tan ineficaz (débil) como lo sería un «banco de puertas abiertas».

Los contenidos psíquicos tan bien guardados influyen enérgicamente en nuestra vida, pero lo hacen cumpliendo el requisito de ser desconocidos (inconscientes).

El psicoanálisis tampoco sabe qué contenidos tiene cada uno en el inconsciente pero está especializado en conocer algunas de las técnicas de guardado (de ocultamiento).

Una de esas técnicas es la de utilizar una lógica distinta a la lógica de la conciencia (razonamiento, sentido común, juicio).

Cuando Freud «refundó» la existencia de esta función psíquica (varios filósofos anteriores a él habían planteado la posibilidad de un inconsciente), causó mucho malestar porque decirnos que una parte de nuestra mente funciona sin que podamos conocerla, hiere narcisísticamente (ofende, humilla, insulta) a quienes creen posible tener todo bajo control.

Actualmente, este conjunto de personas que suponen tener el poder de hacer lo que consideran mejor, optan por negar que tenemos una parte «inconsciente» y prefieren aludir a él llamándolo «subconsciente», dentro del cual se encuentran contenidos psíquicos omitidos, olvidados, extraviados por descuido, por ineficacia, por ignorancia.

Las personas que creen en el «subconsciente» dedican su vida a no equivocarse, manteniéndose en un estado de alerta máxima tan desgastante como ineficaz.

(Este es el Artículo Nº 1.503)

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lunes, 5 de marzo de 2012

Somos sinceros con quienes no se dejan engañar

Los sistemas informáticos que administran la interacción entre muchos usuarios (Redes Sociales, motores de búsqueda), utilizan políticas secretas para no ser engañados.

La Real Academia Española (1) define la palabra «algoritmo» de la siguiente forma:

"Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema."

Por mi parte les digo que por «algoritmo» se entiende un conjunto de fórmulas que representan y explican matemáticamente un fenómeno tan complejo como puede ser la conducta de los usuarios de Google o de Facebook.

Como la RAE no está muy convencida, les comento que etimológicamente el vocablo fue tomado de un matemático persa llamado al-Jwārizmī, que vivió alrededor del año 800 después de Cristo.

El uso de algoritmos en informática es lo que fundamenta mi optimismo comentado en un artículo anterior (2), en cuanto a que la informática podría generar sistemas de convivencia mejor adaptados a la condición humana real y no adaptados a las veleidades de los gobernantes, líderes políticos, religiosos, ideólogos, filósofos, psicoanalistas, que suponen que nosotros somos como deberíamos ser y no como somos realmente, para luego, cada vez que algo no funciona (delincuencia, corrupción, burocracia), echarnos las culpas como si ignoraran que los humanos mentimos, tratamos de abusar, de engañar, de aprovecharnos, de robar cuando nadie podría descubrirnos.

Los algoritmos utilizados en la informática toman los datos de un rastreo continuo de las conductas realmente actuadas.

Es importante que el algoritmo que gobierna estas plataformas informáticas (Facebook, Google, etc.) sea desconocido para que nuestra natural propensión al engaño se vea particularmente dificultada.

En otras palabras: si los usuarios no sabemos cómo somos observados y con qué criterio está siendo juzgada nuestra conducta, nos portaremos muy bien.

Esto suena kafkiano pero es real: sólo le mentimos a quienes pueden ser engañados.

(1) Diccionario de la Real Academia define la palabra «algoritmo»


(2) La prohibición del incesto es excepcional

(Este es el Artículo Nº 1.502)

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domingo, 4 de marzo de 2012

Padre también hay uno solo

A los 28 años ya estaba un poco aburrido de todo porque nunca me había faltado nada.

El negocio de mi padre caminaba, había viajado, había tenido sexo con mujeres muy bonitas y de todas las razas, tenía un hijo que vivía con su madre.

Entre copas conocí a un hombre muy agradable pero que empezó haciendo lo que nunca pude soportar: me habló como si me conociera de toda la vida.

No recuerdo de qué hablamos, pero quedamos de reunirnos a la siguiente noche en el mismo lugar.

Ahí apareció, muy bien vestido con ropa que sería extravagante en cualquiera menos en él.

La amistad fue creciendo a mayor ritmo del que yo había conocido antes. Era notoriamente un seductor y sabía bastante de mí, lo cual no me llamaba la atención en una ciudad de apenas dos millones de habitantes.

A la cuarta reunión me planteó sinceramente que había propiciado esos encuentros que habían comenzado como por casualidad y me propuso un negocio, rentable pero muy peligroso.

También se trataba de compra-venta como el negocio de mi padre, pero de una mercadería de comercialización prohibida.

Alguien que estaba dentro de mí aceptó la propuesta. No puedo decir que fui yo porque estuve a punto de arrepentirme.

La operación se hizo con total éxito y mi padre se sintió orgulloso de su hijo menor aunque nunca estuvo de acuerdo con las ganancias rápidas.

No me sorprendí para nada cuando al tiempo me llevaron a la cárcel, me enjuiciaron rápidamente y apenas me molestaron porque el estudio de abogados que contraté se encargó de todo.

Lo cierto es que terminé en la cárcel por contrabandista y una vez ahí empecé a no confirmar mis abundantes fantasías juveniles sobre qué era estar en la cárcel.

Me trataron muy bien, mis dos compañeros de celda ni me insinuaron lo que yo pensé que sería inevitable y después de unos meses me llevaron a hablar con el comisario.

El imponente señor desplegó una sonrisa como el telón de un teatro, me estrechó efusivamente su mano cálida, blanda, suavísima y me dio la gran noticia: estaba libre por buena conducta.

Cuando volví a mi casa sin pena ni gloria, esperé que mi padre se fuera y le pregunté a mi madre:

— ¿El comisario Barrientos, te conoce?, pero no me respondió. Fui casi corriendo a mi dormitorio, encendí todas las luces, me miré en el espejo, hice algunos gestos, sentí un escalofrío y volví casi furioso:

— ¡MAMÁ! ¿Soy el hijo de papá o no?—, y tampoco me respondió.


(Este es el Artículo Nº 1.501)

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sábado, 3 de marzo de 2012

El psicoanálisis y el índice de corrupción - (Artículo Nº 1.500)

El Psicoanálisis produce algunas curaciones «sin querer» y es el auto sinceramiento la clave de su éxito.

El Psicoanálisis no es un método curativo, sin embargo provoca curaciones «sin querer».

En algunas ocasiones he pensado y compartido con ustedes que el psicoanálisis tiene algunas semejanzas con las Ciencias Economías porque quienes se interesan por conocerse terminan sabiendo cuál es el camino más fácil para satisfacer las necesidades y los deseos.

Desde este punto de vista también puede decirse que el psicoanálisis es un método administrativo de nuestra energía. El resultado esperado es que la persona haga lo mismo que antes con menos esfuerzo o que disfrute más de la vida con el mismo desgaste vital que hacía antes.

En esta ocasión les comento que el psicoanálisis es un procedimiento que se parece a lo que ocurre en las democracias más saludables y que desde hace más de 15 años es determinado por el Índice de percepción de la corrupción (1).

En definitiva lo que hace Transparencia internacional es averiguar en cada nación cuál es el abuso de poder que hacen sus gobernantes y jerarcas públicos.

El índice suele ser bajo cuando los medios de comunicación funcionan con máxima libertad.

La transparencia en la gestión pública es fundamental para que los ciudadanos no sientan que algunos aspectos de su vida están afectados por reglas de juego desconocidas.

El orden interno mejora sustancialmente cuando predomina la confianza entre los habitantes, especialmente cuando los gobernantes y jerarcas son confiables y esto suele ocurrir cuando aparentemente «todo se sabe», «no hay misterios», «nadie gobierna a escondidas del pueblo».

Una persona se siente bien cuando no se miente, cuando no abusa de los mecanismos de defensa que distorsionan la realidad, cuando no tiene que abusar de creencia fantásticas para no caer en un pozo depresivo.

(1) Índice de percepción de corrupción

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viernes, 2 de marzo de 2012

El atractivo de los varones afeminados - (Artículo Nº 1.499)

El psicoanálisis opina que a los varones nos resulta muy perturbador descubrir que las mujeres no tienen pene. Es la famosa «angustia de castración».

Los canales de televisión ganan mucho dinero porque corren muchos riesgos:

— pueden ser sancionados por el gobierno;
— pueden ser abandonados por los avisadores que les proveen los ingresos económicos;
— pueden ser abandonados por los telespectadores por no encontrar atractivo en la programación;
— pueden padecer represalias de quienes se sientan denunciados o acusados.

Los canales de televisión están siempre a prueba y expuestos a sufrir algún quebranto.

En este contexto nada sencillo es que estos medios de comunicación masiva muestran cada vez con mayor frecuencia varones afeminados que antes estaban terminantemente prohibidos porque el «buen gusto» de la teleplatea habría reaccionado de la peor forma.

Las modas y los gustos casi no tienen explicación pero en este caso tenemos que pensar que ahora es agradable para una mayoría el aspecto que tienen los varones que hablan, gesticulan y se muestran con marcados rasgos femeninos.

El psicoanálisis tiene para sugerir que los humanos siempre gustamos de los homosexuales, del varón que parece mujer, sólo que antes teníamos que reprimir esa preferencia y ahora ya no.

Lo curioso del hecho es que inconscientemente todos los seres humanos desearíamos que nuestra madre tuviera pene. Más aún: que todas las mujeres lo tuvieran. Cuando los varones nos enteramos de que ellas no lo tienen, sentimos mucho miedo a perder el que «trajimos de fábrica». Nos ataca la famosa «angustia de castración».

Por lo tanto, cuando vemos a un varón que parece mujer, nos resulta agradable y si la cultura no reprime esta satisfacción (como parece ocurrir ahora), entonces encontramos atractivo, simpático, interesante el desempeño de un varón gay de rasgos afeminados, pues es lo más parecido a una «mujer con pene».

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jueves, 1 de marzo de 2012

Los deseos de muerte transitoria - (Artículo Nº 1.498)

Quienes creen en Dios y en la vida eterna, pueden desearle la muerte a alguien (a Hugo Chávez, por ejemplo), sin creer que le desean algo demasiado grave.

Todo lo concerniente a la creencia en Dios (1) ocupa gran parte de mis pensamientos.

Supongo que esto es así porque no puedo tolerar mi incapacidad para aprovechar los beneficios psicológicos que tiene incluirlo como parte de la realidad.

Me consta que es una actitud inteligente porque aprecio el desempeño de quienes, no solamente creen sino que además cumplen por lo menos algunos ritos religiosos, muy naturales para ellos, pero insólitos para mí.

En suma: Lamentablemente no puedo ser tan irracional como para beneficiarme de esa forma de pensar y sentir.

Porque respeto profundamente la irracionalidad y la incoherencia como rasgos característicos de nuestro funcionamiento cerebral es que compartiré con ustedes una idea sobre cómo, quien profese el bien, desea que su enemigo muera.

Es conocido por todos que el actual presidente de Venezuela (año 2012), es capaz de generar idolatría y odio. Quienes saben de su gestión política, seguramente ocupan alguno de esos dos bandos tan radicalizados.

Pues bien, quienes se complacen en odiarlo profundamente, lo hacen sin contradecir sus postulados bondadosos.

Como la creencia en ese ser súper-dotado (Dios) es posible gracias a la conservación de una afectividad infantil, tenemos que recordar que para los niños la muerte no existe. Ellos saben que podrán dejar de ver a alguien pero no piensan en una desaparición definitiva de nada ni de nadie.

Cuando odian a la madre o al padre y desean su muerte, esta no es una muerte definitiva, sino que es algo así como «quítate de mis vista que no quiero verte por ahora», como ocurre con los deseos de muerte dirigidos a Hugo Chávez.

(1) Sobre la creencia en Dios, hay varios artículos concentrados en este blog especializado.

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