domingo, 21 de diciembre de 2014

Licencia neuro-dactilar



Intentaré dormir, y sobre todo soñar, hasta el 20/01/2015. Va un abrazo.

Mariana y los límites



 
Los temas de dinero son difíciles de manejar. Nos cuesta pagar o cobrar. Lo usamos diariamente pero la experiencia no siempre alivia las inhibiciones que nos provoca. Mariana tiene su manera de resolver este problema.
 
Madre del alumno - ¿Qué opinás…?, ¿Robertito aprobará el examen?

Mariana – Si seguimos a este ritmo, creo que sí. Tu hijo es inteligente, pero, un poco vago, como todos los adolescentes.

Madre del alumno – ¡Creo que le caíste bien! Sos mucho más severa que los profesores del liceo. No sé si te diste cuenta…, pero anteayer estuvo a punto de abandonarte.

Mariana – ¿Abandonarme? en esta época es difícil poner límites…

Madre del alumno – Yo ya colgué los guantes. Acá la que pone un poco de orden es la conserje, la señora gorda que siempre te pregunta si deseás comer o beber algo.

Mariana – Aunque te parezca mentira, poner límites es difícil para todo el mundo, pero es mucho más difícil para quienes no cuentan con la ventaja de ser pobres.

Madre del alumno (riendo) - ¡A ver, a ver!, ¿cómo es eso de “la ventaja de ser pobre”?

Mariana – Para los pobres es fácil decir no a esto y no a lo otro, alegando escasez de dinero, pero para quienes no cuentan con esa escasez, ¿qué alegan?, ¿cómo le niegan una satisfacción al hijo demandante? Cuando un rico niega lo hace gastando su costo político, arriesgándose a perder el afecto del hijo, exponiéndose a una bravata escandalosa, a una reivindicación desde la injusticia, el maltrato, la desconsideración.

Madre del alumno – ¡Ah! Parece que conocés bastante de familias ricas...

Mariana – Muchas madres de tu clase social me contratan porque felizmente no me molestan quienes tienen más riqueza que yo. Me gusta el lujo, los autos caros, las cocinas amplias con muchas heladeras y máquinas como si fueran un restorán. Cuando era niña veía todo eso en las películas norteamericanas y ahora, gracias a mi profesión, puedo verlos desde cerca.

Madre del alumno – Qué bien... Me alegro. Te espero el próximo lunes. Estoy deseando que salve ese examen.

Mariana – Habíamos quedado en que hoy me pagarías las clases ya dadas.

Madre del alumno - ¡Ay! ¡Caramba, qué contrariedad! Sabés que ahora no tengo nada de efectivo. Te pago el lunes, en cuanto llegues.

Mariana – Lamentablemente, no va a ser posible. Si no tenés efectivo te pido que me hagas un crédito a mi cuenta en el Banco Zonal.

Madre del alumno – No sé usar la computadora. Mi hijo mayor es quien se encarga de todo eso y vuelve el lunes porque está en el campo.

Mariana – Está bien. Si no podés pagarme, no podré volver el lunes.

Madre del alumno - ¡Ay, Mariana, por favor, no podés hacerme eso justo ahora! ¡No podés ser tan rígida!

Mariana – Quizá sea rígida. Prefiero decir que soy prolija, que tengo palabra y, sobre todo, que respeto los límites.

Madre del alumno - ¡No puedo creer que me hagas esto! Nunca me había pasado. ¿Acaso piensas que no voy a pagarte?

Mariana – Lo que pienso es que yo le di clases a Roberto como habíamos pactado y que tú no estás pagándome como habíamos pactado. Tenés que corregir tu actitud. Tu ejemplo es más importante para tu hijo que toda mi enseñanza.

Madre del alumno – Te acompaño hasta la puerta. No sé qué decir. Estoy confundida. Me estás avergonzando. Quizá no te des cuenta con quién estás tratando.

Mariana – De vos depende que tu hijo reciba el resto de las clases. Ojalá consigas el dinero a tiempo. Espero tus noticias. (Mariana se despide besando en la mejilla a la Madre del alumno, acariciándole el hombro como para alentarla).

(Este es el Artículo Nº 2.251)

sábado, 13 de diciembre de 2014

La niñera de Mariana





 
Mariana tuvo una crianza especial, con una niñera especial. Quizá fue por eso que llegó a la edad adulta con muy pocos miedos.
 
Mi marido es quien sabe cómo se llamaba, porque en el Estudio Contable que administra le hicieron todos los papeles para contratarla.

Según parece era de apellido Gatica. Coincide con que ese fue el apodo que le pusieron unos empleadores anteriores porque ella siempre andaba descalza y no se la oía cuando se desplazaba por la casa.

Además era negra pura. Por sus venas no corría una sola gota de sangre no-africana. Ella era como una gata negra, una puma.

Era evidente su amor por la negritud. Jamás intentó imitar a los blancos. No nos despreciaba pero estaba orgullosa de su cuerpo, de su raza, de sus puntos de vista. Orgullosa de su lectura africana del mundo occidental.

No quisiera ser paranoica pero me parece que mi marido admiraba los labios de Gatica. En los micro instantes que los he visto frente a frente, él dedicaba millonésimas de segundos extra a mirarle la boca.

En última instancia fue nuestra bebé quien decidió contratarla.

Cuando Marianita tenía dieciocho meses era inquieta, llorona, excesivamente charlatana. Yo la quería —como toda madre, por supuesto—, pero me tenía un poco harta con la excesiva cantidad de tiempo que tenía que dedicarle.

Fue en esas circunstancias que contratamos a Gatica, quien por entonces tendría unos veinte años.

Marianita y ella se entendieron enseguida; fue por esa afinidad que ella se quedó con nosotros.

En cierta ocasión estuve a punto de despedirla porque descubrí que en el fondo del inodoro había un comprimido de Ritalina. Esto explica que mis controles diarios del blíster fueran ineficaces: no le suministraba a Mariana ese sedante recetado por el psiquíatra.

A mi marido le costó tranquilizarme y terminó de convencerme cuando me hizo ver que la niña estaba realmente tranquila desde que Gatica se encargaba de cuidarla.

Me resultó muy conmovedor ver la filosofía pediátrica de la mujer. No tenía empacho en interrumpir lo que estuviera haciendo para permitir que Mariana se sentara en la falda, apoyara la mejilla contra el seno desnudo y aspirara el perfume de aquel cuerpo, cerrando los ojos en señal de éxtasis interétnico.

Una noche en que la muchacha tenía su jornada semanal libre, me sentí más maternal que de costumbre y tuvimos una charla con mi hijita adorada. Fue entonces que entendí por qué nosotros somos blancos, rubios y de ojos azules, mientras que Gatica y toda su parentela son absolutamente oscuras.

Según la pequeña, nuestros abuelos nacieron donde casi no hay sol, donde casi no se ve el cielo. Por eso la naturaleza nos dotó de cabellos como el sol y de ojos como el cielo.

— Ah!—, dije entonces, perpleja. Enseguida se me ocurrió pensar que también por tener esos colores tan maravillosos es que los nórdicos somos particularmente arrogantes.

También me enteré de algo insólito. Según Mariana, Gatica era experta en contar la historia de Caperucita Roja, desde el punto de vista femenino y desde el punto de vista masculino. Según este último, el Lobo-Hombre no es tan temible como me lo explicaron a mí.

De esto hace ya más de veinte años. Un día Gatica se fue sin hacer ruido (simplemente no se despertó).

Silenciosamente también, había convertido a Mariana en una mujer tranquila, que no le teme ni a la negra oscuridad, ni a las negras intenciones, ni a los negros prejuicios sobre los varones.

(Este es el Artículo Nº 2.250)

domingo, 7 de diciembre de 2014

El embarazo adolescente con 50 años



 
Mariana pidió un regalo especial para festejar sus 15 años. Basada en lo que había leído sobre ingeniería genética, tuvo una vida y una maternidad diferentes a las que habitualmente tienen las mujeres contemporáneas.

Una noche, mientras la madre estaba en su reunión semanal con el coro, el padre de Mariana golpeó a la puerta del dormitorio. Esta lo hizo entrar y él, tratando de ser gracioso, intentó darle una sorpresa. Para eso no demoró en poner sobre el escritorio una botella de güisqui.

La chica quedó perpleja hasta que él se explicó: había comprado la primera botella de bebida para lo que sería una gran fiesta de 15 años.

La muchacha tragó saliva y se dio cuenta que se estaba demorando en plantear cuáles eran sus propios planes para tal evento tradicional.

Antes de que se siguieran haciendo gastos, Mariana juntó coraje y argumentos para comentar cuáles eran sus aspiraciones.

Cuando las planteó, el padre se puso serio y la madre se rió.

Nada de fiesta, ni de viajes, ni de cirugía estética, ni de tatuajes: había decidido congelar sus óvulos. “Sí, así como lo oyen”, les dijo con temor a una negativa y, peor aún, a que su sueño fuera criticado.

A partir de ese primer momento difícil, se ve que los padres dialogaron largo y tendido, que hicieron consultas, que averiguaron precios, garantías, riesgos.

Por suerte para la futura quinceañera, la solicitud tuvo ‘luz verde’.

A partir de esta aprobación, la muchacha cambió notoriamente. Se puso aún más seria, más estudiosa, menos sociable.

Luego de haber hecho los trámites y procedimientos médicos, la jovencita atesoró el documento recibido: lo mandó encuadrar y lo colgó en la pared, a los pies de la cama. Cada vez que se despertaba aquel comprobante la llenaba de energía, de optimismo, de proyectos, de sueños y hasta de poesías.

Sin embargo, se cuidaba de hacer comentarios. La madre solía indagar sobre los planes pero la muchacha solo daba respuestas genéricas, sin especificar nada en particular.

Tan pronto pudo, se dedicó a estudiar ingeniería genética. Adoraba la biología y logró la amistad de los profesionales de un laboratorio de esa especialidad. Estos la ayudaban alentándola, sugiriéndoles sitios web, escuchándola..., sobre todo escuchándola.

Cuando esta vida académica y de experimentos se convirtió en algo rutinario, comenzó a frecuentar grupos de jóvenes, buscando divertirse con el sentido del humor masculino pero también buscando tener relaciones sexuales.

Desde un primer momento, cada vez que hacía el amor con alguno que ella consideraba genéticamente digno de sus óvulos congelados, le planteaba el proyecto para que se postulara como potencial donador de espermatozoides.

La experticia sexual de Mariana era notoria. Los muchachos no hacían ninguna resistencia a tener sexo para que, en una maniobra muy simple, ella extrajera el semen de la vagina sin interrumpir una amena conversación.

Sus descubrimientos en fertilización asistida le dieron un cierto prestigio y el consiguiente dinero que gratifica una profesión incuestionablemente valiosa.

Cuando esta científica cumplió 50 años, comenzó el segundo tramo de su plan.

Efectivamente, aplicando técnicas de gestación fuera del útero (ectogénesis), invirtió parte de su fortuna en acondicionar una casa, en contratar niñeras, en asegurar la obtención de los requerimientos científicos más actuales para la crianza de niños.

Cuidándose de no llamar la atención de la prensa, puso a gestar 15 de sus óvulos congelados con los espermatozoides de sus 15 amantes genéticamente predilectos.

Varias veces al día, iba a la sala de gestación, les hablaba a los futuros niños, les cantaba acompañada de una guitarra. Se cambiaba frecuentemente de ropa para que a ninguna incubadora le faltara algo que portara el olor de la madre.

El amor y el rigor científicos permitieron que todo ocurriera sin tropiezos. Los 15 pequeños nacieron con diferencia de horas y allá se fueron a vivir con la mamá, en una casa especialmente acondicionada para ellos.

La historia siguió con los tropiezos normales de los recién nacidos: problemitas respiratorios, digestivos, insomnios.

El primer año no fue festejado, pero el segundo sí pues, según Mariana los pequeños entienden mejor qué es un cumpleaños.

La sorpresa para esta mamá fue organizada por dos de las niñeras. A poco de comenzar la fiestita aparecieron los 30 hombres que habían donado su semen. El encuentro fue extraño, nadie podía describir qué sentían. Se los notaba alegres pero desconcertados. Algunos hombres creyeron encontrar niños que se les parecían pero los otros no les confirmaban la deseada hipótesis de paternidad.

No sabemos cómo seguirá esta historia, pero en principio, ni la madre ni los padres hablaron de «mi hijo» como si estos pudieran pertenecer a alguien más que a sí mismos.

Los padres de Mariana también estaban desconcertados. El papá trajo dos vasos con hielo, abrió aquella antigua botella de güisqui y, para brindar, le dijo a su esposa:

— Que nos perdone Marianita, pero estos nietos son nuestros. ¡Salud!

— ¡Salud!

(Este es el Artículo Nº 2.249)