viernes, 28 de febrero de 2014

La libertad es solitaria


Para ser realmente libres tenemos que no estar subordinados a ninguna religión, ni partido político, ni equipo deportivo, ni dogma, ni ideología. Equivale, en suma, a la soledad.

Carlos Marx (1818-1883) fue un filósofo, intelectual y militante comunista alemán, de origen judío.

Precisamente por esta última condición es paradójico que él les haya recomendado a los judíos algo así como: «Si ustedes quieren ser libres tienen que dejar de ser judíos».

La idea propuesta es interesante para todos, no solamente para los judíos.

La libertad depende de la universalidad mientras que la esclavitud es una consecuencia inevitable de la singularidad.

Por universalidad puede entenderse la condición de no aferrarse a ninguna bandera, dogma, religión, ideología, mientras que por singularidad puede entenderse lo contrario, es decir, defender un dogma, apoyar una cierta ideología oponiéndose a todas las demás, embanderarse bajo cualquier consigna.

De estas ideas se desprende que los intolerantes son, por definición, esclavos, mientras que los tolerantes, son, por definición, amos, libres, independientes.

También de estas propuestas se desprende que la mayoría de las personas son esclavas y que realmente libres son muy pocos.

Claro que los libres, para seguir siendo libres, tampoco quieren ser los amos de nadie, sino que solo son amos de sí mismos. Rechazan tener subordinados, porque el patrón, al igual que el carcelero, está preso de su condición.

Nuestras culturas nos preparan para ser esclavos, para defender ciertas ideas con pasión.

El propio patriotismo es una forma de esclavitud, muy cargada de intolerancia y, por lo tanto, particularmente cargada de agresividad. El patriotismo es estimulado por los Estados para que los ciudadanos sean, potencialmente, guerreros frente a los otros pueblos.

En suma: Cuando usted se dedique a reclamar libertad, tenga en cuenta lo que efectivamente implica ser libre, esto es: no pertenecer a ningún partido político, no defender los colores de ningún equipo deportivo, no adherir a ninguna religión, ser fiel exclusivamente a sí mismo. Por lo tanto, reclamar la libertad equivale a reclamar la soledad.

Esto explica por qué los esclavos son (o somos) mayoría absoluta.

(Este es el Artículo Nº 2.153)


jueves, 27 de febrero de 2014

Libre albedrío, salud y carácter dominante


Quienes creen en el libre albedrío también entienden que la vida en los humanos no es tan automática como es la vida del resto de los seres vivos. Suponen que deben controlarse y, eventualmente, suponen que deben controlar a los demás.

El libre albedrío es la postura filosófica según la cual los humanos podemos tomar decisiones auténticas, sin ser influenciados por ninguna otra cosa que no sea la propia inteligencia o la voluntad.

Esta postura filosófica se contrapone al determinismo, según el cual los humanos NO podemos tomar decisiones auténticas, sino que es la Naturaleza la que nos hace actuar, como también hace actuar a cualquier otro elemento, con o sin vida: un árbol, una hoja en el viento, un terremoto.

Quienes creen en el libre albedrío son mayoría absoluta. Muy pocos creemos en el determinismo.

Según esa corriente de máxima aceptación, al descreer en los dictados de la Naturaleza, a la vez que creen en la capacidad del ser humano de gobernar su propia vida, consideran que la existencia debe ser gestionada, gerenciada, dirigida, trabajada por cada uno de nosotros. Creen que para vivir hay que pensar cómo vivir, qué hacer, qué comer, qué movimientos realizar, cómo controlarnos hasta en los más mínimos detalles. Esta mayoría cree que nuestro cuerpo es como una máquina, que requiere observación, análisis, mantenimiento, vigilancia, máximo control.

Todo esto, según los deterministas, es un error porque ningún otro animal, de anatomía similar o no similar a la humana, toma tantos cuidados o intenta ejercer tanto control y, sin embargo, vive normalmente.

Quienes creen en el libre albedrío realizan una serie de acciones cuando sienten algún dolor: toman un calmante, consultan Internet, consultan a un médico, ingieren ciertas sustancias químicas supuestamente tonificantes, preventivas, enriquecedoras.

Con esa actitud, según creo y les propongo pensar, prácticamente anulan los procesos de auto-sanación propios de cualquier organismo vivo. No solo interrumpen el proceso auto-curativo sino que, en el mediano plazo, esa actitud continua atrofia los mecanismos naturales de auto-curación. Por este motivo, luego de haber logrado esa atrofia, pasan a ser personas totalmente dependientes de la medicina.

Es normal, entre quienes creen en el libre albedrío, la fantasía según la cual la salud es un tema de negociación con el médico, de manera similar a que es realmente negocial cuando concurren al mecánico y este propone algunas opciones (comprar un repuesto original o uno adaptable, reparar el actual, hacer alguna modificación general).

En suma: quienes creen en el libre albedrío son personas que se imaginan capaces de controlar sus vidas, y, como son coherentes, también se imaginan capaces de dirigir la vida de otras personas (familiares, amigos, conocidos).

(Este es el Artículo Nº 2.152)


miércoles, 26 de febrero de 2014

La ignorancia es una enfermedad crónica


Ya sea en universidades o con Wikipedia, no tenemos más remedio que atender nuestra ignorancia porque funciona como una enfermedad crónica.

Los trabajadores de la salud tienen necesidad de enfrentar nuestra resistencia natural al dolor. Además de saber cómo tratar a nuestro cuerpo para disminuir las molestias, también necesitan alentarnos para que soportemos el dolor, diciéndonos: «¡ya terminamos!, ¡fuerza, falta muy poquito!, este es el último...».

Como en este momento estamos fuera de la situación, podemos reconocer que ellos nos mienten piadosamente. En general, nos hacen creer que todo será más fácil para que podamos superar la respuesta automática provocada por el instinto de conservación.

En los hechos, esas mentiras son útiles y a nadie se le ocurriría reivindicar “un poco más de sinceridad, por favor, ¡Qué se creen ustedes, me están tratando como a un niño...!”.

La educación no deja de ser un tratamiento cruento porque, hasta cierto punto, se parece a una cirugía en la que nos extirpan la ignorancia y nos trasplantan una cantidad de ideas.

Recordemos que sentimos amor narcisista por nuestra ignorancia y que nuestro organismo rechaza naturalmente todo eso que el docente-donante intenta implantarnos.

Para ayudarnos a resistir las crueldades inherentes al fenómeno educativo, la cultura apela a una mentira que lamentablemente termina convirtiéndose en verdad.

Al igual que la enfermera que nos dice «¡ya terminamos!, ¡fuerza, falta muy poquito!, este es el último...», la cultura nos dice que en seis años terminaremos con la escuela, que en seis años más terminaremos el liceo, que en cinco años más terminaremos la licenciatura, cuando la verdad es que nunca terminaremos de aprender.

Lamentablemente, ese engaño por el cual la cultura nos alienta a estudiar «un poquito más, que ya terminamos» hace que casi todos dejemos de estudiar cuando nos entregan algún título, siendo que en realidad la ignorancia es una enfermedad crónica que requiere ser atendida, por universidades, escuelas, cursos, seminarios, docentes o por Wikipedia, durante toda la vida.

(Este es el Artículo Nº 2.151)


martes, 25 de febrero de 2014

Lo que debemos aceptar de la educación


Los estudiantes deben desarrollar, mediante ejercicios prácticos, la tolerancia a la frustración y otras dos cosas más, según comento más abajo.

Hay tres cosas que tenemos que aceptar, nos guste o no nos guste.

Mejor dicho: hay más de tres cosas que tenemos que aceptar, pero en este artículo no puedo hablar de todo lo que tendríamos que aceptar porque sería demasiado extenso. Además, yo no sé todo lo que tendríamos que aceptar.

Más exactamente: hay tres cosas que tenemos que aceptar en lo que a educación de las nuevas generaciones se refiere. O sea, solo escribiré algo sobre educación, hoy, siglo 21, febrero de 2014. Desde Uruguay. Sudamérica.

Esas tres cosas, son:

1) Los niños deben aceptar, sin envalentonarse, que el maestro o profesor pueden aprender de ellos. Ni los estudiantes son totalmente ignorantes ni los profesores lo saben todo. Quizá sean más las veces en las que los maestros enseñan a los alumnos, pero eso no significa que todo el tiempo deba ser así.

Por lo tanto, (y esto va para estudiantes y educadores): ninguno de los dos detenta el conocimiento en forma absoluta. En todo caso, los profesores suelen saber un poco más que los alumnos, pero a veces, los alumnos conocen algo que los educadores desconocen. Si los alumnos se engrandecen porque saben algo que el maestro ignora, deben aprender a no ser tan arrogantes, y si los maestros ignoran algo que los alumnos saben, deben aprender a no deprimirse, porque si lo hacen están demostrando que se creían seres superiores, en vez de trabajadores adiestrados para «enseñar a aprender» a las nuevas generaciones.

2) Para aprender a veces es imprescindible aburrirse, enojarse, rebelarse. Así como todos los niños tienen que soportar las inevitables enfermedades eruptivas, propias de su edad, también tendrán que soportar estudiar cuando tienen ganas de jugar y tendrán que soportar memorizar contenidos que no entienden para qué sirven.

La lluvia es un fenómeno natural inevitable y beneficioso, así que, los adultos debemos escuchar las quejas de los educandos como escuchamos el sonido de la lluvia. Después de todo, aprender a soportar las frustraciones les va a servir durante toda la vida. Los centros de enseñanza son gimnasios para tonificar la tolerancia a la frustración. Lamentablemente, muchos docentes de matemáticas gozan provocando más frustración de la que ocurrirá en forma natural.

3) Está muy bien que se respete la diversidad, los gustos, los talentos, los tiempos de evolución, pero hay algo que no se puede respetar y es que el proceso educativo es la formación de ciudadanos que terminarán integrando un gran equipo de trabajo, esto es, la fuerza productiva de la nación. Esos futuros jugadores del gran equipo tienen que, mínimamente, saber leer y escribir, comprender lo que leen y manejar las herramientas informáticas como manejan los cubiertos o el papel higiénico.

(Este es el Artículo Nº 2.150)


lunes, 24 de febrero de 2014

Festejo falso


Opino que el festejo de goles de los futbolistas profesionales forma parte de las prácticas más engañosas de la industria del espectáculo.

Si tomamos en cuenta que personas muy inteligentes creen en la existencia de Dios y hasta organizan su vida contando con la influencia de esa entidad de realidad indemostrable, podemos creer casi cualquier otra cosa; seguramente de algún lado sacaremos evidencias que justifiquen la afirmación que se nos ocurra.

Aunque no tengo mucha experiencia en el asunto, sí llevo décadas haciendo zapping con el televisor y, he acá lo sorprendente: los jugadores de fútbol, cuyas transferencias suman millones de euros, que ganan por mes el equivalente a la totalidad de los sueldos de algunas pequeñas comunidades, festejan los goles como si estuvieran divirtiéndose en una despedida de soltero.

Pero claro, la industria del espectáculo es así:

— las coristas de un teatro de revista siempre sonríen aunque estén con menstruación dolorosa o acaben de pelearse con el hijo drogadicto;

— después de haber cantado miles de veces el único tema que le ha dado de comer durante décadas, el cantante se retuerce de angustia, de amor, de pasión, de desesperación. La voz y las manos le tiemblan; cuando termina, queda en trance por unos minutos para aportarle credibilidad al sentimiento impostado;

— el policía toma nota de la denuncia de hurto, frunciendo el entrecejo, torciendo la boca disgustado por la inseguridad ciudadana imposible de controlar, pidiendo más y más datos para que el vecino salga de la comisaría convencido de que en pocos segundos, varios patrulleros saldrán del garaje, con las sirenas abiertas, en varias direcciones, saturados de policías furiosos, blandiendo sus armas, para capturar y despedazar in situ a los malvivientes que le robaron al pobre hombre, quien, sin querer, dejó la puerta de su casa entornada y que, por ese motivo, cosa aun más grave, los policías tuvieron que interrumpir una divertida partida de naipes con los presos.

Pues sí: los seres humanos somos infinitos. No hay experiencia suficiente que impida sorprenderse con sus acciones. Felizmente, por ahora, no somos capaces de conocer las intenciones. El día que eso suceda, los trabajadores que atienden público y hasta los propios psicólogos, deberán estar preparados como para resistir alternativas similares a las que demanda un viaje intergaláctico.

Pero, por favor, está bien que hasta los más brillantes físicos, químicos y matemáticos crean en Dios, pero no sigan creyendo en la alegría de los que hacen goles y hasta se manosean como homosexuales exhibicionistas: es una farsa demasiado grotesca.

(Este es el Artículo Nº 2.149)


domingo, 23 de febrero de 2014

La biblia de metal

Iglesia, ceremonia, cura gordo, con barba desprolija, cejas muy pobladas, nariz ancha, carnosa, abultada. Viste los hábitos de forma irregular, corridos hacia un costado. Está despeinado. Los contrayentes parecen asustados. Se toman de la mano como si uno fuera el bastón del otro. El cura lee una biblia metálica y al pasar las hojas se siente un sonido ¡plac!, que rebota en las paredes de piedra de la catedral medieval. Lee con monotonía. La fonética es española pero nadie entiende lo que dice, excepto los novios, quienes se aterrorizan, aferrándose las manos frías y húmedas. Instintivamente, ella intenta acercarse más al futuro esposo. ¡Plac!, ¡plac! La mirada del sacerdote es amenazante. Tampoco es posible leerle los labios porque están cubiertos por la barba. Observando las extensas pausas, quizá sea asmático. Las recomendaciones son muchas, notoriamente amenazantes, porque cada vez aumenta más la voz, aunque sin mejorar la confusa dicción. Finalmente, cierra la biblia con un estruendo. Se da vuelta con displicencia y, desde lejos, la tira sobre una mesa antigua ¡Blummmm! Vuelve a mirarlos, más a ella que a él. Suspira como aburrido, como un burócrata, como desconforme con la tarea. Apoya las manos en una angosta placa de mármol que se sustenta sobre varias columnas enanas. Mira a los jóvenes con desprecio. Se produce un silencio expectante. Los invitados contienen el aire. Una puerta lejana rechina porque alguien la abrió sin saber de esta ceremonia. Repentinamente el sacerdote emite un eructo ensordecedor, prolongado, articulando más palabras inentendibles. Su mirada se serena, los novios se miran llenos de alegría, de ilusión, de esperanza. El público rompe en un aplauso. Algunos de ponen de pie para ovacionar. El sacerdote avanza hacia los novios. Los tres se abrazan moviéndose como si bailaran un ritmo juguetón. Aquel cura bestial parece ahora un niño gordito, travieso, humano, compinche, divertido, feliz. Muy feliz.

Salen de la nave central. El sacerdote apoya desconsideradamente su enorme brazo sobre el hombro de la muchacha. Acercándose a su oído, le dijo: «Podemos seguir amándonos porque continúas soltera». Con una sonrisa angelical, Mariana acarició la mano que aplastaba su hombro.

(Este es el Artículo Nº 2.148)


sábado, 22 de febrero de 2014

El enamoramiento y su evolución esperada

El enamoramiento es un fenómeno mental provocado por una transitoria sensación de completud, alcanzada por una imaginaria fusión entre dos personas recíprocamente enamoradas.

Nunca está de más hacer algún comentario sobre el amor. En este caso, destinaré unos pocos párrafos a la enfermedad mental asociada, esto es, el enamoramiento.

Escribiré como si supiera, para que usted, acostumbrado a leer lo que escriben personas que se creen sabihondas, no extrañe. Si yo dijera honestamente que ni yo ni nadie sabe algo, usted podría aburrirse y no leer todo.

La psiquis tiene varias características muy notorias; una de ellas es que se angustia cada vez que se da cuenta de cuán incompletos somos. No solamente somos tristemente vulnerables, sino que además nacemos diez o doce meses antes. Todo andaría mejor si fuéramos gestados en unos 20 meses. En este caso saldríamos del útero un poco mejor terminados.

Esta carencia (la incompletud) es determinante de una cantidad de reacciones que no tendríamos si naciéramos tan perfectos como los demás mamíferos (perros, gatos, caballos).

Todos conocen el dibujo del burro y la zanahoria. Pues bien, ha llegado el momento de que usted sepa que ambos personajes, (el burro y la zanahoria), representan al ser humano: el burrito persigue a la zanahoria así como los humanos perseguimos a otra persona creyendo que, si contáramos con su compañía, abandonaríamos definitivamente esa insoportable sensación de incompletud.

Pues bien, como en todas las especies mamíferas, nuestra hembra es la que seduce a, por lo menos, un macho, quien, a partir de ese momento ingresa en un estado pre-psicótico porque lo invade la omnipotencia, la soberbia, el delirio de grandeza y otros síntomas de la misma enfermedad: psicosis delirante aguda, vulgarmente llamada enamoramiento.

Si el varón responde adecuadamente, la mujer ingresa en una patología similar y también imagina que a partir de ahora terminarán para siempre las penosas sensaciones de incompletud. Como ambas locuras son similares y complementarias, la pareja ingresas en el mismo cuadro: el enamoramiento.

¿En qué consiste este síndrome (el enamoramiento)? En que ambos se imaginan completos; pierden transitoriamente la lucidez de reconocer que uno es el burro y que la otra es la zanahoria, objetivamente separados y distantes.

La Naturaleza ha dispuesto que esta locura a dúo, sea reversible y, cuando la mujer ha dado por terminada su gestación de nuevos ejemplares, paulatinamente comenzará a darse cuenta que está incompleta.

Seguidamente, al varón le ocurrirá lo mismo porque ella comenzará a enviarle señales de prescindencia (es decir, que puede prescindir de él).

Estos dos seres, ahora padres de algunos hijos, recobran la salud mental pero sintiéndose apenados porque, por la propia sabiduría de la Naturaleza que procura la conservación de las especies, aquella patología fue más gratificante que la horrible realidad, es decir, que somos irremediablemente incompletos.

(Este es el Artículo Nº 2.147)


viernes, 21 de febrero de 2014

Cuánto dura la felicidad

La duración de la felicidad depende de cuán lentos seamos para darnos cuenta qué nos está faltando: cuanto más lenta sea nuestra imaginación, más tiempo durará la sensación de felicidad.

Dicho de otro modo: la felicidad es un estado psicológico en el que la persona tiene la convicción de que está completa, que no necesita nada, que alcanzó la perfección.
En algunas filosofías utilizan la metáfora de «sensación oceánica», otros hablan de «Nirvana». También se evocan palabras tales como bienaventuranza, gloria, paraíso, gracia, beatitud.
Desde el psicoanálisis es posible suponer que la felicidad equivale a una reiteración de aquella época en la que el ser humano estuvo dentro del útero, o aquella otra en la que, por la lógica inmadurez del Sistema Nervioso Central (SNC), el niño sintió que formaba parte de un todo; sensación esta que perdió cuando el SNC estuvo suficientemente desarrollado como para reconocer la individualidad propia y ajena.

Aunque perder la sensación de individualidad y retomar la «sensación oceánica» significan un severo retroceso en la evolución biológica, para muchos es un logro atractivo sentir que se confunde con otro ser humano. Por ejemplo, la felicidad que encontramos en algunos estados de enamoramiento resulta de esa involución del SNC, por la cual los amantes se confunden, se disuelven, se fusionan, pierden la noción de que son dos individuos separados.

Vuelvo al comienzo: la sensación de felicidad depende, en última instancia, de un deterioro, de una pérdida de lucidez, de conciencia, de realismo, de imaginación.

Por ejemplo, si alguien se siente feliz porque se compró un teléfono de última generación, seguirá siendo feliz hasta que se dé cuenta que en pocos días saldrá un nuevo modelo que convertirá en obsoleto aquella maravilla que lo llevó a tocar el cielo con las manos. Cuando alguien logra estos cambios psicológicos (la felicidad) a partir de un estímulo tan elemental como es el de comprar un nuevo teléfono, puede disfrutarlos mientras no se dé cuenta que vive un momento demasiado efímero, inestable, limitado, dependiente de su lentitud para desilusionarse y recuperar el realismo que aporta un SNC sano.

(Este es el Artículo Nº 2.146)


jueves, 20 de febrero de 2014

Los escritores que solo reseñan libros

El vampirismo es una acertada metáfora de lo que hacen los lectores que prefieren libros con abundante bibliografía.

Parecería ser que los escritores de libros que aportan mucha bibliografía, solo son reseñadores, constructores de resúmenes, personas que hacen una narración breve de varias obras.

Los críticos de cine, que han mirado muchas películas, son reseñadores, gente capacitada para contar algo que vio y agregar algún dato anecdótico atractivo. Lo cierto es que ningún crítico (reseñador) cinematográfico es capaz de filmar sesenta segundos de algo que él mismo pudiera recomendar.

Lo mismo ocurre con los críticos gastronómicos, que se recorren diferentes restaurantes y luego escriben sobre qué les pareció la comida, la variedad, la atención al cliente, la ambientación del local, el nivel de precios y la higiene de los baños.

Los escritores de libros con extensa bibliografía están mal entendidos por los lectores: no son buenos escritores, así como los otros mencionados no son grandes directores de cine, ni grandes chefs de cocina.

Claro, hasta cierto punto es lógico: cuando los lectores evalúan la calidad de un escritor por la cantidad de libros que dice haber leído, sueñan con la creencia que harán un gran ahorro de tiempo y dinero ingiriendo este condensado, para evitarse la compra y la lectura de todos los libros que leyó el escritor.

Esta mentalidad es una especie de vampirismo: el lector que razona con esta lógica intenta quitarle, succionarle, devorarle, la sabiduría ya digerida al escritor.

El vampirismo es contagioso pues los vampiros se convirtieron en tales porque fueron vampirizados. Es probable que los escritores que abundan en bibliografía en realidad hacen la lista de todos los autores a quienes les chuparon la sangre leyéndolos.

Continuando con la metáfora del vampirismo, cabe señalar que no todas las víctimas de los vampiros han hecho una buena digestión, es decir, no todas las sangres son alimenticias, es decir, los reseñadores de muchos libros no siempre entendieron bien lo que leyeron.

(Este es el Artículo Nº 2.145)


miércoles, 19 de febrero de 2014

Mentir es una reacción provocada por la intolerancia

(Este artículo fue publicado el Domingo 25/08/2013 )

Me refiero al acto de mentir como si fuera legítimo porque la falsedad es una reacción inevitable contra la intolerancia.

Mentir es una actividad necesaria porque quienes nos rodean no están permanentemente dispuestos a aceptar cómo somos y a legitimar nuestros gustos.

La mentira surge por una suerte de intolerancia a quienes piensan, sienten y desean diferente.

Quien no puede entender ni admitir que otros piensen, sientan y deseen de forma diferente a la suya, adoptan una actitud agresiva como si esas diferencias constituyeran realmente un cuestionamiento a sus preferencias.

Por ejemplo, si yo fuera vegetariano e intolerante, quizá ataque a quienes coman carne por interpretar que su actitud encierra una crítica velada, oculta, disimulada a mi preferencia por los alimentos vegetales.

Dependiendo de quiénes nos rodean, la necesidad de mentir puede ser mayor o menor.

Esta necesidad también depende de cuán especiales sean mis creencias, gustos, elecciones.

En otras palabras, la mentira procura suavizar los desniveles que nos separan de los demás. Mentimos para acercarnos a los demás o para evitar que se alejen.

Mentimos porque no tenemos más remedio, por obligación, porque nos sentimos con derecho a satisfacernos aún cuando algunas personas nos reprueben.

Como en tantas otras actividades, a  veces perdemos la noción de medida y, creyendo que somos capaces de abarcar más y más tareas, aumentamos nuestra generación de falsedades hasta un punto en el que perdemos la eficacia que teníamos cuando dicha producción era menor.

Como usted puede ver estoy comparando, igualando, asemejando, a la producción de falsedades con otras acciones menos condenables, como son trabajar, producir, gestionar, estudiar, tener hijos, ampliar nuestro negocio.

Como usted puede ver también, me refiero a una acción condenable (mentir) como si fuera satisfactoria.

Lo planteo de este modo porque la falsedad es inevitable cuando la tolerancia es baja.

(Este es el Artículo Nº 2.001)



martes, 18 de febrero de 2014

El mensaje secreto de algunas palabras

En el uso de las palabras «tuyo» y «tuya» podemos encontrar una ideología, según la cual las mujeres pueden opinar pero quienes deciden por los dos son ellos.

El lenguaje condiciona la relación entre los sexos.

Me referiré al ejemplo que inspiró este artículo. Más exactamente, me referiré al pronombre posesivo, (que a veces funciona también como adjetivo), «tuyo» y su voz femenina, «tuya». Los respectivos plurales (tuyos y tuyas) no habré de considerarlos.

Cuando, en una situación notoriamente erótica, cariñosa, romántica, él le dice a ella «soy tuyo», solemos entender que él le está reconociendo a ella cuánto lo posee. Le está diciendo a ella «te pertenezco», «soy de tu propiedad», «tú eres mi dueña».

Ella, seguramente, se sentirá muy complacida por esta especie de enunciado notarial, en el que un varón documenta, por propia voluntad, su entrega en propiedad a la dama. Ella puede sentirse tan poderosa como una reina, como una terrateniente, como una rica mujer, propietaria de un ser humano de valor incalculable.

Hace más de tres años (cursa febrero de 2014) escribí un artículo (1) en el que ponía un ejemplo de cómo, el aparato psíquico, está diseñado como una casa con tres sectores diferenciados.

Uno de esos sectores, el YO, es el que se encarga de vincularnos con la sociedad. Es el que representa a los otros dos sectores: el inconsciente y el superyó.

Sin desconocer las sugerencias que recibe del inconsciente (instinto reprimido por las normas culturales) y sin desconocer las normas éticas, cuyo cumplimiento vigila el superyó, el YO es algo similar al Presidente de una República, quien representa al país cuando sale al exterior y administra el gobierno del pueblo, atendiendo a sus reclamos, necesidades, deseos, urgencias.

En suma: el YO es algo parecido al presidente de nuestra psiquis, pero no el tirano ni el rey: solo es el presidente de una república democrática.

Cuando el señor enamorado que presenté más arriba, le dice a la ingenua y anhelante (de poder) mujercita, «soy tuyo», en realidad le está diciendo «soy tu-yo», es decir, «soy quien preside las decisiones de tu psiquis».

¿Qué ocurre cuando es ella la que le dice a él «soy tuya»?

Aplicando la misma forma de razonar anterior, lo que ella le está diciendo es mucho menos oscuro. Ella no tiene segundas intenciones como él. Ella le dice algo así como «Soy tu ahora», «Soy lo que desees ya», «Soy tu fuente de satisfacción actual».

En suma: es posible pensar, aunque no sea posible demostrar, que el idioma tiene embebida una ideología, según la cual el varón gobierna y la mujer lo obedece. Él tiene voz y voto pero ella solo tiene voz, en tanto él, al poder decir «soy tu YO», vota por él y por ella.


(Este es el Artículo Nº 2.144)


lunes, 17 de febrero de 2014

Cada vez nos tocamos menos

La tendencia entre los humanos es a tocarnos cada vez menos.

El fenómeno está dentro de la categoría asco, repugnancia, sensación desagradable provocada por algo o alguien. En el fondo se trata de una especie de miedo difuso. Quizá fobia.

Al estudio de la distancia aceptada entre las personas en las diferentes culturas se lo denomina proxémica.

No solo importa la distancia corporal, también se tiene en cuenta la forma de mirar a los ojos, el volumen del habla, el léxico usado.

Quizá ya hace más de medio siglo que los médicos no utilizan las manos para explorar el cuerpo del paciente.

En la década de 1970 se popularizó el uso de televisores, convocándonos individualmente a mirarlos, haciendo callar a quienes quisieran intercalar algún comentario.

En la década de 1980 incorporamos otra forma de distanciamiento. El virus VIH, causante del SIDA, puede controlarse utilizando preservativo. Para muchos es incómodo, pero de hecho, por razones de salud, tuvimos que distanciarnos interponiendo un aislante en nuestras relaciones íntimas.

Podría decirse que en la década de 1990 comenzó a crecer exponencialmente el uso de teléfonos celulares, gracias a los cuales todos hablamos y hablamos, no sabemos de qué, casi continuamente, pero, eso sí: alejados físicamente, reforzando la tendencia a tocarnos cada vez menos.

Aunque Louis Brown, la primera bebé de probeta, nació el 25 de junio de 1978, recién en la década del 2000 estamos ante la eventualidad realista de prescindir de los penes para fecundar a las mujeres cuando tienen deseos de ser madres.

Ginecólogos expertos, provistos de todo tipo de aislantes de la paciente (guantes, instrumentos, tapaboca), pueden fertilizar a quienes, cada vez en mayor número, prefieren evitar los inconvenientes de vincularse corporalmente con un semental.

Los juegos electrónicos más sofisticados funcionan a partir de órdenes verbales. Ya comenzó la era en que evitamos tocar algo que pudo haber tocado la persona encargada de la limpieza.

Como les decía: La tendencia entre los humanos es a tocarnos cada vez menos.

(Este es el Artículo Nº 2.143)


domingo, 16 de febrero de 2014

Joe, el taxista

Joe era un hombre de piel oscura que hablaba poco.

Mucho tiempo después que dejé de verlo, supe por Vanessa que él era taxista y músico.

Pasaba gran parte de la noche manejando y tocando el saxo en un night-club frecuentado por marineros.

Joe tenía una existencia casi animal hasta que conoció a un hombre al que invitó a cenar. El comensal agachó la cabeza y devoró lo que le sirvió. Después buscó con la mirada una cama, se acostó en ella, acomodó el antebrazo debajo de la cabeza y se durmió.

Se despertaron al medio día, Joe salió a tomar una ducha y cuando volvió encontró al visitante en la misma posición pero sin ropa y con olor a jabón. Las sábanas parecían recién compradas.

Joe se le acercó, le acarició la pierna derecha a contrapelo y al tocarle los genitales observó cómo estos reaccionaron. Le practicó una fellatio muy breve porque, sin saberlo, esa era una tercera destreza, además de conducir sin accidentes y de tocar el saxo sin partitura.

El invitado siempre estaba postrado, mirando el techo y con perfume de jabón. Le practicaba sexo anal con repentina energía. A pesar de sentir un intenso dolor inicial, Joe imaginaba hermosas melodías.

Nunca se hablaban; no solo porque ambos eran muy lacónicos sino porque poseían idiomas diferentes. Aunque tenían el mismo sexo anatómico, concebían la realidad con lenguajes distintos.

Un día, el visitante se fue. Cuando Joe volvió, el amante ya no estaba. El cerebro atormentado buscó alivio componiendo la melodía que quizá usted ya conoce (1). Vanessa, la muchacha que mantenía la higiene de aquella gente, inventó una letra en francés bastante incoherente.

A los pocos días que Joe también se fue del edificio, Vanessa me contó esta historia. Por pura curiosidad le pedí que me dejara entrar a la habitación. Me tiré en la cama del visitante, puse el antebrazo como almohada y comencé a mirar el techo.

Las manchas de humedad parecían comunes, pero luego me provocaron ideas, asociaciones, recuerdos, interrogantes, angustia, miedo, deseos sexuales, alegría ...

Según cuentan, algo parecido le ocurrió a Rorschach cuando inventó el test proyectivo más famoso y que, merecidamente, lleva su nombre (2).

(1) Video en el que Vanessa Paradis interpreta Joe le taxi. 

(2) Artículo en Wikipedia sobre el Test de Rorschach

(Este es el Artículo Nº 2.142)


sábado, 15 de febrero de 2014

Los ancianos sí son monógamos


Los varones son, por naturaleza, polígamos, pero cuando envejecen tienen que aceptar la monogamia porque no tienen más remedio.

Los varones ancianos son monógamos por dos motivos fundamentales:

1) Porque las fuerzas físicas no les son suficientes para tener sexo con varias mujeres; y

2) Sobre todo, porque los ancianos difícilmente sean convocados por mujeres que los necesiten como padres de sus hijos.

De estas aseveraciones se deduce cómo funcionan los varones antes de convertirse en viejos:

1) Son polígamos y tienen que, obligatoriamente, tener sexo con todas las mujeres que los elijan para ser padres de sus hijos;

2) Son mentirosos porque no los dejan decir la verdad. Las sociedades están organizadas con tal hipocresía y desconsideración de las características naturales que obligan a los varones a ser monógamos y además a que ni mencionen su verdadera misión, esta es, satisfacer a cualquier mujer que los elija para ser fecundadas por él.

Y acá aparece un tema que bien podría ser el núcleo de este artículo. Lo expreso así: La mentira existe pero los mentirosos no.

La mentira existe porque las sociedades están organizadas sin tener en cuenta cómo somos los seres humanos (ahora me refiero a varones y a mujeres).

Si mujeres y hombres fuéramos respetados en nuestras verdaderas características, podríamos decir que nos gusta el cuerpo de mamá, que nos gusta tanto el teléfono del vecino que desearíamos quitárselo, que si algún día tuviéramos suficiente poder seríamos prepotentes, que repudiamos estudiar porque preferimos ser aceptados como somos y no como pretenden los profesores que seamos, y un extenso etcétera.

En este imaginario sinceramiento social, los varones podríamos decir que amamos a todas las mujeres que nos aman, entendiendo por «amar» el deseo de ser fecundadas por nuestro semen.

Como la cultura nos obliga a ocultar nuestra forma de ser, los hombres tienen que mentir, tienen que ser infieles (a la cultura neurótica, pero fieles a la Naturaleza) y, cuando ya no pueden con sus huesos, entonces simulan un arrepentimiento de aquella vida licenciosa, cuando migraban de cama en cama dejando hijos por doquier.

Ellas también son fieles a la naturaleza, pero el cuerpo las obliga a ser más sedentarias. No es tan fácil andar por ahí con hijos pequeños que demoran veinte años en salir definitivamente del útero.

Los ancianos de ambos sexos retoman muchas características de la infancia. Las retoman porque se vuelven tan débiles como los niños.

Los varones tienen que simular arrepentimiento para juntarse con alguna mujer que fue monógama porque los hijos le obstaculizaron ser polígama como él.

Por todo esto los ancianos varones se convierten en monógamos y siguen siendo fieles...a la Naturaleza.

(Este es el Artículo Nº 2.141)


viernes, 14 de febrero de 2014

Lo que cambia mientras todo sigue igual

La Naturaleza, segura de que nuestra especie ya tiene suficiente cantidad de ejemplares, quizá se preocupe menos por la conservación de cada inviduo.

Para muchas personas el psicoanálisis es una técnica, arte o ciencia demasiado sexualista, pansexualista, obsesionada con la función sexual.

Tienen razón: el psicoanálisis hace un gran hincapié en la sexualidad.

El motivo es que lo único importante para cualquier especie es perpetuarse. Todos los seres vivos estamos dotados de ese impulso a conservarnos como especie.

Como puede deducirse, para poder conservarla es preciso conservar a cada ejemplar.

Aunque la psiquis humana nos impulsa a priorizarnos como individuos, ahí tenemos uno de los tantos puntos de desencuentro entre lo que cada uno desea y lo que la naturaleza nos impone.

Efectivamente, parecería ser que a la naturaleza le importa bastante poco qué nos pasa a los individuos. Lo primordial siempre es la especie. De ahí que los individuos podemos quedar expuestos a peripecias que aumentan nuestra vulnerabilidad y mortalidad.

Peor aun: ahora que ya somos siete mil millones de ejemplares y que la especie parece tener un seguro de vida por muchos años más, es probable que la naturaleza (que se expresa en cada uno con los funcionamientos orgánicos automáticos, con los instintos, con las características más animales) se despreocupe aun más de los individuos.

En otras palabras: como somos muchos valemos individualmente menos pues cada uno dispone de múltiples suplentes.

¿Cómo se manifiesta este supuesto desinterés de la naturaleza por los ejemplares individuales de nuestra especie?

1) Nos reproducimos menos;
2) Perdemos interés por las relaciones sexuales;
3) Aumenta la cantidad de personas homosexuales (que no pueden reproducirse);
4) La proporción de ancianos respecto a los jóvenes es mayor;
5) Los métodos curativos pierden interés colectivo y, por lo tanto, eficacia;
6) Aumenta las posibilidades de conflictos armados y de epidemias;
7) La solidaridad pierde fuerza;
8) Se incrementan los casos de depresión;
9) El trato entre los individuos es más intolerante o indiferente;
10) El consumo de sustancias que nos apartan de la realidad, es mayor;
11) Las religiones disminuyen la cantidad de fieles;
12) Los entretenimientos solitarios ganan adeptos;
13) Se hace más difícil y costoso encontrar un espacio donde alojarse;
14) La presión económica sobre los Estados genera frecuentes crisis;
15) Las personas más vulnerables (niños, enfermos, ancianos) perecen en mayor cantidad;
16) Aumentan los delitos contra la vida;
17) Al aumentar el estrés aumentan las enfermedades psicosomáticas;
18) Aunque tenemos anatomías muy diferentes, los roles de los varones y de las mujeres cada vez se parecen más.

Los interesante es que, a lo largo de la historia, estas sensaciones siempre existieron. La única novedad es que nunca antes fuimos siete mil millones de ejemplares, mientras que el tamaño del planeta sigue siendo el mismo.

(Este es el Artículo Nº 2.140)


jueves, 13 de febrero de 2014

Cuando lo efímero es eterno

Se reflexiona sobre lo efímero, las escenas cinematográficas inolvidables y la metonimia.

A mucha gente le ocurre. Hoy me levanté con una palabra que, seguramente, seguirá dándome vueltas en la cabeza hasta que me duerma: «efímero».

Como quien lee el significado de los sueños para realizar apuestas en la lotería, consulté el diccionario:

1. adj. Pasajero, de corta duración.
2. adj. Que tiene la duración de un solo día.

Pienso: “Espero que esta palabra tenga en mi cabeza una permanencia efímera.”

Cuando uno amanece con ideas o palabras cuyo afán de protagonismo puede ser tan insistente como el de un niño que necesita ser mirado por la madre lo mejor es atenderlas hasta que se aburran y vuelen hacia otras mentes.

Para que la palabra «efímero» se entretenga le daré un juguete que a todos los adjetivos les gusta: la metonimia.

Este juego le permite soñar con la eternidad. Con la metonimia puede creerse que una parte y todo son lo mismo, que un instante equivale a siempre y, en el caso de «efímero» puede pensar que se transforma en su opuesto: «permanente».

Ahora estoy pensando que me levanté poseído por la palabra «efímero» porque, antes de dormirme, estuve mirando una película en la que llamaban la atención las miradas y sonrisas de amor entre los protagonistas.

Estas escenas seguramente fueron inspiradas por la despedida en el aeropuerto de la película Casablanca. La interacción visual entre Ilse (Ingrid Bergman) y Rick (Humphrey Bogart), es efímera pero nuestra erótica metonimia la convierte en eterna: esa mirada sin palabras siempre existirá.

¿Por qué en la cabeza de los espectadores se fija la idea de que aquellos enamorados aun se están mirando? Seguramente esto ocurre porque nuestra función metonímica, bajo las órdenes de la tendencia al placer, sigue diciéndonos que, si nos complace, lo efímero es eterno.

(Como las palabras se aburren con los discursos muy intelectuales, creo que «efímero» está por irse a otra cabeza más entretenida).

(Este es el Artículo Nº 2.139)


miércoles, 12 de febrero de 2014

Cómo conocer a nuestro inconsciente


Nuestra mente está organizada en capas ubicadas a diferentes profundidades. Las más profundas y desconocidas se ponen en evidencia por las críticas infundadas que hacemos de los demás

Imaginemos que la personalidad o la psiquis o la mente humana tiene diferentes capas, de tal forma que una es muy visible, la segunda es menos visible, pero influyente de forma clara en nuestra conducta y así, otras, más y más profundas, hasta llegar a una de ellas de la que no tenemos noticia por encontrarse muy alejada de la conciencia (superficie exterior).

La capa más visible funciona como protección porque somos conscientes de nuestra vulnerabilidad. Aunque no estemos todo el tiempo diciendo «¡qué débil soy!», hablamos con prudencia, no confiamos ingenuamente en cualquier desconocido, nos guardamos información.

En una segunda capa, más profunda, estamos organizados para vivir en sociedad, para ganar el dinero necesario, para especular, para buscar las mejores oportunidades, para evitar los gastos superfluos.

En una tercera capa, aun más profunda y, por lo tanto, menos conocida y eventualmente bastante desconocida, nos comparamos con los demás, observamos qué tienen nuestros semejantes para evaluar qué seríamos capaces de conseguir. En esta tercera capa funciona la envidia y está tan alejada de la conciencia, (somos tan poco conscientes de ella), porque nuestra cultura no la estimula sino que, por el contrario, la reprime.

En una cuarta capa, quizá la más profunda y alejada de nuestra conciencia, tan desconocida que podríamos decir que es inconsciente, está nuestro deseo de dominación: de nuestra vida, de lo que podría perjudicarnos, de quienes nos rodean. Deseamos tener el poder suficiente como para revertir drásticamente la debilidad, la vulnerabilidad, el miedo a la incertidumbre. En esa cuarta capa están: la omnipotencia, los deseos de dominación más absolutos, despiadados, inescrupulosos, crueles, sádicos. Esta capa es tan poco conocida porque es la más reprimida por la cultura. Nuestros deseos de dominar, humillar, explotar son castigados por la sociedad que integramos.

¿Cómo nos enteramos de nuestros contenidos más vergonzosos y reprimidos? Nos enteramos porque los imaginamos en los demás, porque los usamos para acusar injustificadamente a otros.

Todas las interpretaciones de las actitudes ajenas nos denuncian. Si acusamos de envidiosos, hablamos de nuestra envidia reprimida; si acusamos de inescrupulosos, de sádicos, de autoritarios, o de lo que sea, estamos hablando, sin darnos cuenta, de nuestras capas números tres y cuatro.

(Este es el Artículo Nº 2.138)


martes, 11 de febrero de 2014

Insólita causa del atraso estudiantil

En nuestro inconsciente colectivo asociamos los apremios físicos para extraer información, (tortura), con las exigencias pedagógicas para incorporar información.

Recientemente publiqué un artículo (1) en el que comentaba una reflexión sobre el terrible fenómeno de los apremios físicos aplicados por quienes necesitan obtener información, urgente y relevante, de personas que no quieren darlas (secretos personales, delitos, confabulaciones, atentados, complots, conspiraciones, terrorismo).

El eje de esa reflexión es simplemente resaltar el hecho de que la ciencia aun no ha encontrado una manera menos cruenta de obtener la información que alguien conoce, pero que se niega a compartirla.

Latinoamérica tiene bajos niveles de educación pública y también ha sufrido múltiples atentados a los Derechos Humanos, perpetrados por gobernantes y guerrilleros que apelaron a estas técnicas de extraer información de los enemigos prisioneros.

La obtención de información por métodos crueles es una herida que sigue abierta en nuestros pueblos. Cuando esto ocurre, la sensibilidad se sale de la normalidad, a tal punto que quedamos predispuestos a exagerar cualquier hecho que evoque aquellas prácticas inhumanas (la tortura).

Es por esta hipersensibilidad ante la obtención de información mediante apremios físicos que tampoco podemos tolerar el fenómeno opuesto, esto es, pedir a nuestros estudiantes mayor aplicación en el estudio.

Tanto quitar como dar información mediante alguna imposición de cualquier tipo, (desde las más primitivas y salvajes (castigos), hasta las disciplinas estudiantiles imprescindibles para elevar el rendimiento de los alumnos), provocan en los pueblos el doloroso recuerdo de los atropellos a los Derechos Humanos.

En otras palabras: Tanto rechazamos los apremios físicos, que ni siquiera aceptamos la disciplina, la exigencia, la corrección de los errores ortográficos, la superación de niveles básicos de aprendizaje.

La hipersensibilidad traumática ante la tortura, que enlutó nuestra historia reciente, nos mantiene en un estado de parálisis neurótica, indolencia, bajo profesionalismo de los maestros y de los profesores.

Reclamar más dedicación al estudio está asociado, inconscientemente, a exigir la confesión de los rehenes mediante tortura, como si los docentes fueran torturadores.

La mejoría de este fenómeno está dificultada por dos razones:

1) Porque no queremos ni hablar de los apremios físicos, no podremos elaborar el duelo por la dignidad que perdimos. Aquella vergüenza colectiva sobrevivirá como un temible fantasma, y

2) Ningún estudiante, de ninguna generación, hará algo por aumentar los requerimientos pedagógicos. Por lo tanto, intentarán que ese temible fantasma bloqueen los intentos de las autoridades educativas por aumentar las exigencias.


(Este es el Artículo Nº 2.137)


lunes, 10 de febrero de 2014

La ciencia y la tortura


La principal razón por la que existen los apremios físicos para extraer información urgente es que la ciencia aun no ha inventado un procedimiento menos cruel.

La humanidad sufre la crueldad de la tortura porque la ciencia aún no ha encontrado la manera de extraer la información de alguien que se niega a entregarla.

Nunca podrá saberse, pero casi todos los procedimientos de este estilo no ocurrirían si quienes necesitan obtener, de forma urgente, una información importante pudieran obtenerla sin mortificar a quien la posee y no está dispuesto a entregarla.

Los apremios físicos existen porque quienes necesitan obtener cierta información con urgencia no cuentan con otros recursos.

Hasta cierto punto, el procedimiento se parece al que tenían que aplicar los cirujanos antes de la invención de las anestesia: el suplicio de los pacientes era inevitable porque se consideraba importante salvar su vida a como diera lugar.

Sin embargo, la tortura tiene otro componente imposible de aceptar: la supuesta intención sádica de los ejecutantes.

La víctima y los allegados a ella no pueden evitar pensar que el sufrimiento responde más a un placer personal, patológico y perverso del torturador. Es casi imposible que los mártires acepten la hipótesis de que todo sería diferente si los torturadores poseyeran otra forma menos horrorosa de obtener la información que necesitan.

La hipótesis inevitable de que los torturadores disfrutan causando dolor tiene su principal fuente de inspiración en los deseos sádicos que todos tenemos, más o menos contenidos.

Para conocernos, solo necesitamos escuchar las conversaciones indignadas de quienes creer poseer una fórmula infalible para frenar la delincuencia. La ancianita más beata guarda en su corazón deseos tan sádicos que, si se postulara para un cargo de torturadora sería descalificada por exceso de celo.

(Este es el Artículo Nº 2.136)