martes, 20 de abril de 2010

La ciencia de los clones

Alguien que no ve, no oye, no palpa, no gusta y no huele, no podría sentirse como existente.

Varias veces he comentado con ustedes que los sentidos sólo funcionan por contraste (1): negro sobre blanco, ruido sobre silencio, suave sobre áspero, dulce sobre salado, perfume sobre hedor.

Menudo problema se nos presenta con la ciencia.

Esta forma de acceder a la verdad es la más prestigiosa. Existe consenso casi universal de que con el procedimiento científico comprendemos la compleja realidad.

La ciencia insiste en que los seres humanos somos todos iguales.

Los científicos afirman —por ejemplo— que los genes no tienen raza.

Sin embargo, para que podamos percibir y sentirnos existentes (porque según el primer párrafo, alguien que no percibe no tendría noción de existencia), necesitamos reconocernos diferentes.

En suma: nuestra fuente de información más prestigiosa nos considera a todos iguales pero nosotros necesitamos diferenciarnos unos de otros.

De hecho, entonces, los criterios de la ciencia están en conflicto con nuestras necesidades más vitales.

Si nuestro principal proveedor de verdades nos dice algo inaceptable, entonces la ciencia no es útil, no es confiable, dice conocernos pero en realidad comienza proponiéndonos algo que no podemos aceptar.

Para poder aceptar los beneficios de la ciencia, pero no caer en una virtual pérdida de la discriminación que necesitamos para sentirnos existentes, reaccionamos con intolerancia furiosa ante los que todos sabemos que son diferentes, pero de los que la ciencia dice que son iguales.

Este criterio científico y sagrado, también es defendido por quienes aman la masificación, tratando de arrasar con las diferencias personales, con las singularidades.

El marxismo y el cristianismo son dos grandes corrientes de pensamiento que junto a la ciencia, pregonan que los seres humanos somos iguales, y agregan: si no lo fueran, tienen que llegar a serlo.

Esto es genocidio.


(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»

«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar

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8 comentarios:

Lola dijo...

Qué horror si todos los hombres fueran tan feos!

Susana dijo...

No entiendo lo de los genes sin raza. Nosotros somos negros y tuvimos una hija negra. Será pura casualidad?

Oviedo dijo...

Para cada uno de nosotros tiene más prestigio lo que percibimos con nuestros sentidos, que lo afirmado por la ciencia.

Alejandra dijo...

Nunca había pensado que para reconocernos existentes debemos persibirnos y que para poder percibirnos, debemos ser diferentes. Está bueno!

Beltrán dijo...

Si todos los caucásicos fueran ciegos, no existiría el racismo.

Oriente dijo...

La etapa de la vida en la que estamos más vulnerables a la masificación es la adolescencia. Los adolescentes tienden a andar siempre en grupo, vestirse igual, opinar igual, escuchar la misma música, etc. Esto tiene un motivo, y es la inseguridad. Necesitan la aceptación de sus pares para luego ir pudiendo construir su personalidad; está sí única y particular (dentro de lo posible). Los adolescentes probablemente no necesitarían masificarse, si la sociedad adulta no les transmitiera con sus actos, que se debe ser normal, pasar des-a-percibido, para ser aceptado como uno de sus integrantes. Nótese que la palabra desapercibido contiene dos negaciones al acto de percibir.

Laura dijo...

Por un lado decimos que a través de la ciencia comprendemos la realidad y por otro lado existen montones de religiones y creencias.

Silvia dijo...

Sin embargo la sociedad, de vez en cuando, se permite aceptar a alguno de sus diferentes, e incluso cae en la exageración de ponerlo en un pedestal.