«Hasta que tuve 23 años, tenía la manía de visitar una biblioteca pública porque en mi casa no había libros y yo me había vuelto adicto a Dostoyevski, Balzac, Flaubert, y tantos otros que no recuerdo cómo se escriben. Si me hubieran visto mis amigos, no me lo habrían perdonado.»
Así le escribía hace unos años un presidiario a un colega.
Con este colega comentábamos la importancia que tienen lo que podríamos llamar la identidad virtual y la identidad real.
Días atrás publiqué un par de artículos (1) en los que comentaba que todos tenemos dos madres: una es la que desearíamos tener y otra es la que nos tocó en suerte.
Cuando nos encontramos con un desconocido (especialmente en un lugar cerrado), es casi seguro que imaginaremos cómo es (carácter, moral, educación, preferencias, conducta, profesión)
A partir de que tenemos confianza en nuestra habilidad para «conocer a la gente», convertimos nuestra suposición en una certeza y esperamos que no nos defraude.
Dicho de otro modo: Las características que imaginamos del desconocido se convierten en obligatorias para él y si no las satisface, entonces sentiremos que él nos mintió.
Nuestro proceso es el siguiente:
1) Sentimos miedo (angustia) ante un desconocido (en un lugar cerrado);
2) Defensivamente construimos una semblanza (perfil psicológico, biografía imaginaria) en base a cómo son quienes conocemos y tienen un aspecto similar;
3) Con esta descripción inventada, recobramos gran parte de la calma que habíamos perdido.
Por eso, si el desconocido nos demuestra que estábamos equivocados, nos sentiremos tan molestos con él, como se habrían sentido los cómplices del delincuente lector si lo hubieran pillado en una actitud impropia para un malviviente.
(1) El desprecio por amor; Las dos billeteras de mamá.
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10 comentarios:
Impecable! Nunca lo había pensado y ahora que lo dice parece que hablara por boca mía.
A mí me parece que por mi cara la gente se piensa que soy media rara. No sé, el hecho es que se acercan hasta ahí nomás. Sin embargo con los hombres he tenido suerte.
Debe ser por esto que ud dice, que está el dicho: " la primera impresión es la que cuenta". Aunque en realidad no sea tan así.
Cuando salgo a la calle me siento amenazada y se me cierra la glotis. Mi siquiatra dice que siento al entorno como amenazante. En los lugares cerrados no me pasa, las paredes y el techo me hacen sentir más continentada. Espero que nunca me toque entrar a un lugar que le falte el piso.
A mí todos me defraudan. Cuando conozco a una persona me imagino que es buena, inteligente, comunicativa. Después me doy cuenta de que nadie es más bueno, inteligente y comunicativo que yo.
(No creo en la falsa modestia)
Solo siento miedo ante un desconocido en un lugar cerrado si lleva un arma y tiene una mirada torba.
Veo que ud le presta mucha atención a los desconocidos y tiene una imaginación privilegiada.
Además es un prejuicioso.
La semblanza que construímos del desconocido es como los retratos hablados que hace la policía de los delincuentes. Como el desconocido nos amenaza porque no sabemos cómo es, le hacemos el retrato para sentir que en cualquier momento podrá ser atrapado. Si no anda suelto deja de ser amenaza.
No te parece un poco rebuscado, Hugo?
Para poseer una identidad tenemos que ser un poco lo que los otros creen que somos. Como ud ejemplifica tan bien, no se puede defraudar al grupo de pertenencia. Para seguir en un grupo no se puede evolucionar, cambiar demasiado. Los grupos dan soporte pero también ponen alguna que otra reja.
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