Quien más quien menos, es consumidor de inmortalidad.
El duelo más difícil de elaborar es el de la propia muerte.
Los otros duelos, los que elaboramos a partir de la muerte de un ser querido, son más reales, más coherentes, pero no tan trágicos y sentidos.
Para procesar el duelo de nuestro propio fallecimiento, apelamos a la estrategia de imaginar alguna forma de inmortalidad, como digo en el primer párrafo.
La idea que compartiré con ustedes está vinculada con la receta que propone «tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro».
Este producto de la fantasía (la propia inmortalidad) se encuentra en dos categorías:
1) La más económica, de uso masivo y por eso la utilizada por mayor cantidad de personas, consiste en adherir a la creencia de que vivimos y morimos muchas veces, hasta que finalmente dejamos de morir (reencarnación);
2) La más cara, de uso restringido y por eso la utilizada por menor cantidad de personas, consiste en trascender, hacerse famoso, trabajar para la posteridad.
Los que intentan comprar una parcela en la historia de la humanidad, son los que aplican su talento, energía y riesgo haciendo cosas que duren por lo menos un siglo más después de su muerte.
Artistas, políticos, científicos, militares, terroristas, delincuentes son notorios consumidores de trascendencia histórica.
— Escribir una novela que se convierta en un clásico de la literatura;
— Crear una nueva ideología;
— Inventar algo sorprendente;
— Conquistar por la fuerza nuevos territorios;
— Tirar abajo las Torres Gemelas; o
— Provocar la pasión periodística matando muchas prostitutas,
son intentos de pellizcarle a la vida un siglo adicional para aliviar el duelo de la propia muerte.
Observe la coincidencia: tanto un hijo, como un árbol, como la fama de un libro, sobreviven aproximadamente un siglo.
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10 comentarios:
Un siglo es menos que un instante del universo. No me sirve.
Creer en la reencarnación te libera de posibles frustraciones. No olvidemos que el que nace para pito no llega a corneta.
La generación que nos sucede no sabe nada de lo que hicimos. Cada vez la memoria es más escaza.
Por ahora me conformo por conquistar en exclusiva el territorio de mi cuarto.
Los homicidas no actúan para sobrevivir su muerte, son gente enferma a la que aún no sabemos cómo tratar a tiempo.
Un hijo, un árbol y un libro son objetivos mediocres. Nadie te recordará por eso; salvo que el libro sea excelente y su promoción también.
Sé que algún día alcanzaremos la inmortalidad. Es cuestión de esperar.
Cuando dejamos de morir ya no nos reencarnamos más, pasamos a formar parte del todo o algo así. No entusiasma mucho.
Quejarnos está mal. Antes la esperanza de vida era de 40 años.
De las 3 cosas que hay que hacer para pasar a la inmortalidad, la más difícil para mí es plantar un árbol.
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