— … estaba desesperado y ya había resuelto quitarme la vida porque el dolor en el alma era insoportable. Empezó por una pequeña angustia sin motivo. Sentía un dolor acá y algo raro de explicar, pero a medida que pasaron los días, el dolor se fue haciendo mayor hasta que empezó a desmenuzarme por dentro como si fuera un gusano lleno de dientes afilados.
Comencé a pensar que todo lo que había hecho hasta ese momento formaba parte de un gran error. Cuando con 18 años me vine para la capital, sentía que nadie podría detenerme, que llegaría a ser alguien que mereciera una mirada de Mónica, la niña-mujer que me enamoró cuando entré a la escuela.
El dolor en el alma después también fue dolor en el cuerpo, no tenía ganas de levantarme, me sentía como aplastado por una locomotora.
Mi madre ya estaba viejita y era muy poco lo que realmente podía hacer para ayudarme. Ella tenía sus propios problemas y verme tan mal la empeoró para sumarse a mis problemas.
El psiquíatra más amistoso que consulté me escuchó pacientemente, se interesó por mí pero su medicación producía mejorías superficiales y de corta duración.
Una señora con la que teníamos una amistad, muy creyente en asuntos esotéricos, me dijo que quizá me conviniera volver a mi pueblo y ver si los recuerdos que me estaban agrediendo, aparecían de una vez y yo podía enfrentarlos.
Primero no la escuché pero una mañana, como si alguien me dirigiera por control remoto, preparé una mochila, le pedí una carpa a mi hermano y me fui a un pequeño cerro desde donde se ve la iglesia de mi pueblo.
No puedo creer en los milagros, pero cuando me establecí y miré hacia mi pueblo, me invadió una sensación de felicidad que hasta me asustó. Al otro día seguía de buen ánimo y retorné a la capital, mucho mejor.
Ahora, cada vez que tengo ganas de matarme, me voy un par de días y me siento bien por varios meses.
— ¿Nunca fue hasta su pueblo?
— ¡Imposible! Estoy seguro que si entro no podré salir.
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22 comentarios:
Este relato si que es bien en clave psicoanalítica. Lo veo como alegoría de una regresión que se frena antes del mortífero retorno al útero.
A mi se me fue el asma cuando me fui de mi ciudad natal y ahora temo volver.
Quizá que lo que le hace tanto bien no es llegar a ese lugar sino irse de donde está.
Este relato sólo lo tomé en la parte de la mamá anciana xq es lo que me está sucediendo ahora. Ya no sé que hacer con ella y con lo que desearía que ella tuviera.
¿Cuál es el inconveniente de quedarse en su pueblo? ¿No puede dejar sus asuntos de la capital? ¿Si lo pone tan mal ese exilio, por qué no vuelve? ¿Teme que lo que encuentre no sea lo que dejó? ¿Ese pueblo es como los hombres; no se puede vivir sin ellos, pero con ellos no se puede vivir? ¿Lo extraña mucho pero hay otras cosas que están primero?
De niña me moría por que me dejaran subir al gusano loco. Soñaba con ese juego y con los autitos chocadores, pero si me hubieran dicho que si subía una vez, ya nunca podría bajar, no subía ni loca!
Si elijo medicina, tengo que dejar arquitectura. Si dejo arquitectura y tomo medicina, seré un médico hasta que me muera. Si elijo arquitectura y dejo medicina, podré además dirigir un museo, organizar encuentros de artistas, viajar por el mundo sin marcar la vuelta...y lo más importante, cuando esté por morir, no sabré bien que es lo que tengo.
ALGUNOS COBARDES NUNCA ENTRAN EN NINGÚN LADO. LES GUSTA MIRAR DE LA VEREDA DE ENFRENTE.
¿Y qué pasó con los recuerdos del pueblo? Parece que pudo enfrentarlos. Entonces yo le diría que ya está, no vuelva más, no vaya a ser que los recuerdos se envalentonen y lo dejen noqueado.
A mí me pasó algo muy parecido. En mi caso, sin embargo, lo que deseaba enfrentar era a mis tentaciones. Estuve una madrugada sentado en el cordón de la vereda frente al quilombo, y, PRUEBA SUPERADA. Me acodé cuatro horas ininterrumpidas en el mostrador del Tano, y tomé gaseosas, PRUEBA SUPERADA. Por último fui a buscar a mis hijos a lo de mi ex y no discutí con ella en ningún momento (salvo cuando me reclamó la pensión alimenticia, pero esa no la podía dejar pasar),PRUEBA SUPERADA.
Y ahora sabe qué? Estoy podrido de tantas pruebas, tengo ganas de salir al mundo con una escopeta de caño recortado. No sé para qué mierda trato de darme ánimo pensando que a ud y a mí nos pasan cosas parecidas. Ni sé mire, para que leí el artículo! Ud y yo no tenemos nada que ver!
Yo me sentía como aplastado por una locomotora cada vez que soñaba que una me pasaba por encima.
Después de 40 años fuera de mi pueblo natal, fui allá para enterrar a mi padre. Luego me quedé una semana. Decidí volver en tren. Esperé en la estación un miércoles de madrugada. Recuerdo que hacía mucho frío. Amaneció con mucha helada y fui a hablar a las oficinas. Me dijeron que "el último tren pasaba el martes de madrugada"
No hay ser más infeliz que el que se asusta con la felicidad.
No entiendo bien lo que sucedió con su madre ¿Ella se empeoró para solidarisarse con ud? ¿Quizo sumarse a sus problemas para que tuviera ud derecho de sentirse recontra-mal?
Mire que yo también sentí lo del gusano lleno de dientes ¿no tendrá la solitaria?
¡Si será nabo! Apenas se fue para la capital yo me ennovié con la Mónica.
Ahora tenemos medicamentos confiables y accesibles.
(no permita que la desesperación lo lleve a consultar charlatanes)
Sabe que no me doy cuenta dónde es que siente ese dolor "acá".
Hace bien en no creer en los milagros. El del control remoto fui yo. Sepa que ud no es el único que está bajo control.
¡La Tierra sera nuestra!! JA JA JA!
Ah! y para la próxima arme más prolija la mochila, que parecía un nido de cotorras (se lo digo sin ningún doble sentido)
Es curioso que lo que se destaca del pueblo en este relato es la iglesia. ¿Qué simboliza esa iglesia? Quizás el útero materno, la paz, el bien, la seguridad, la guerra santa, la quema de brujas, el poder papal. Bueno, perdón, ya me fui de tema.
Te recomiendo que en la mochi antidepresiva nunca dejes de llevar chocolate, prosac, pastillitas azules y mp3
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