Un día ella habló
con la madre porque encontró un pretexto aceptable para interrumpir una
incomunicación que ya llevaba cerca de dos meses.
— ¿Raquel,
tenés por ahí la receta de la torta que hacías para el cumpleaños de mis
hermanos?
— ¡Hija!,
¡hija!, ¿te cuesta tanto decirme «mamá»?
— ¡Qué
difícil se me hace hablar contigo! Siempre estás apegada a las tradiciones. Si
tu nombre es «Raquel» ¿porqué necesitás que te llame por el rol que tuviste?
¿Perdiste tu identidad como mujer?, ¿ya no sos más una persona?, ¿te
abandonaste a vos misma por el hecho de ser madre? Por eso nos abandonó papá,
porque se quedó sin lugar en la casa, no quisiste seguir teniendo hijos y le
diste la espalda. Sos el mejor ejemplo de lo que no se debe hacer.
— ¡Qué
ingrata sos, hija! ¡Cómo te olvidás de todo lo que me sacrifiqué por mis hijos!
— ¿No te
llama la atención que tu única hija ya tiene 34 años y ni piensa en repetir tu
modelo? ¿No te llama la atención que mis tres hermanos se fueron a fundar una
familia en otro país, lejos de vos? ¿Nunca se te ocurrió pensar que tu falta de
respeto a tu propio deseo ha sido un ejemplo desastroso para quienes
aspirábamos a vivir la vida?
—
Seguramente estuviste hablando con tu padre. Me llamás cada dos meses y me
criticás con los mismos sermones que me llevaron a separarme de él.
— ¿O sea
que vos suponés que yo no tengo discernimiento para criticarte? ¿La mujer es un
ser descerebrado… o solo a vos se te ocurrió dejar de ser Raquel para
convertirte en Mamá?
— Contigo
no se puede hablar. ¿Querías la receta de la torta de arena que hacía para los cumpleaños de tus hermanos? La
tengo acá.
— No, dejá,
Raquel, se me fueron las ganas de parecerme a vos. Mejor compro unos bizcochos
en la panadería. Chau.
— Hasta
pronto, hija, ¡recapacitá sobre tu ingratitud!
La mujer
joven llama a otra persona.
— Hola,
¿cómo andás?
— Bien,
pero ¿qué te pasa? Parecés enojada.
— No, nada,
después te cuento. Tengo ganas de tomar unos mates contigo. Compré unos bizcochos, ¿voy para ahí?
— Hoy no,
mejor otro día.
— Ah, ¿hoy
no? Bueno…, otro día.
Desconectó el teléfono y el timbre, bajó las
persianas, se acostó. Llora comiendo bizcochos mojados con lágrimas, llena la
cama de migas, desearía tener flatulencias.
(Este es el Artículo Nº 1.944)
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