domingo, 30 de junio de 2013

Frustraciones



 
Un día ella habló con la madre porque encontró un pretexto aceptable para interrumpir una incomunicación que ya llevaba cerca de dos meses.

— ¿Raquel, tenés por ahí la receta de la torta que hacías para el cumpleaños de mis hermanos?

— ¡Hija!, ¡hija!, ¿te cuesta tanto decirme «mamá»?

— ¡Qué difícil se me hace hablar contigo! Siempre estás apegada a las tradiciones. Si tu nombre es «Raquel» ¿porqué necesitás que te llame por el rol que tuviste? ¿Perdiste tu identidad como mujer?, ¿ya no sos más una persona?, ¿te abandonaste a vos misma por el hecho de ser madre? Por eso nos abandonó papá, porque se quedó sin lugar en la casa, no quisiste seguir teniendo hijos y le diste la espalda. Sos el mejor ejemplo de lo que no se debe hacer.

— ¡Qué ingrata sos, hija! ¡Cómo te olvidás de todo lo que me sacrifiqué por mis hijos!

— ¿No te llama la atención que tu única hija ya tiene 34 años y ni piensa en repetir tu modelo? ¿No te llama la atención que mis tres hermanos se fueron a fundar una familia en otro país, lejos de vos? ¿Nunca se te ocurrió pensar que tu falta de respeto a tu propio deseo ha sido un ejemplo desastroso para quienes aspirábamos a vivir la vida?

— Seguramente estuviste hablando con tu padre. Me llamás cada dos meses y me criticás con los mismos sermones que me llevaron a separarme de él.

— ¿O sea que vos suponés que yo no tengo discernimiento para criticarte? ¿La mujer es un ser descerebrado… o solo a vos se te ocurrió dejar de ser Raquel para convertirte en Mamá?

— Contigo no se puede hablar. ¿Querías la receta de la torta de arena que  hacía para los cumpleaños de tus hermanos? La tengo acá.

— No, dejá, Raquel, se me fueron las ganas de parecerme a vos. Mejor compro unos bizcochos en la panadería. Chau.

— Hasta pronto, hija, ¡recapacitá sobre tu ingratitud!

La mujer joven llama a otra persona.

— Hola, ¿cómo andás?

— Bien, pero ¿qué te pasa? Parecés enojada.

— No, nada, después te cuento. Tengo ganas de tomar unos mates contigo. Compré unos bizcochos, ¿voy para ahí?

— Hoy no, mejor otro día.

— Ah, ¿hoy no? Bueno…, otro día.

Desconectó el teléfono y el timbre, bajó las persianas, se acostó. Llora comiendo bizcochos mojados con lágrimas, llena la cama de migas, desearía tener flatulencias.

(Este es el Artículo Nº 1.944)

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