En la casona del Prado llegamos a vivir tres generaciones: los abuelos, la familia de mi tía, (esposo y dos hijos), y nosotros, (mamá, papá, mi hermana y yo).
La abuela era una mujer
alegre, fanática de festejar cualquier cosa porque se sentía feliz pasándose
nueve horas cocinando para que en una reunión de tres horas no quedara comida
ni para cenar algo liviano.
Nos llevábamos bien. Mi padre
y el esposo de mi tía soportaban sin dificultad la no pertenencia a los lazos
sanguíneos de los dueños de casa.
Hasta cierto punto mi abuelo
los ayudaba, los consolaba en las mini guerrillas tribales y matriarcales. Se
reunían en el fondo, debajo de una higuera, a tomar cerveza, escuchar a Carlos
Gardel y criticar a las mujeres: la abuela y sus dos hijas.
Para los niños era un buen
hogar porque tenían que amenazarnos para que dejáramos de jugar.
Una mañana el ambiente se
enturbió. Cuando me senté a desayunar sentí un silencio angustiado. La abuela
tenía la boca más fruncida que de costumbre y mi tía casi no saludó.
Después supe, porque mi
hermana me lo contó, que la tía estaba embarazada y que eso a la abuela no le
gustó nada.
Yo creía que las mujeres
infaltablemente se alegraban de cualquier embarazo, pero ahí entendí que hay
excepciones.
Ahora tendría que decir que
hay una excepción, en singular, pues mi abuela se sintió mal por ese embarazo
concretamente.
El ambiente de la casa se
complicó, perdió brillo, diversión, reuniones con mucha comida casera. El
embarazo de mi tía fue doloroso, lleno de sobresaltos, con insomnio, hipertensión
arterial y otros desarreglos de salud.
La abuela consideraba lógico
que eso estuviera ocurriendo y su malestar con la primera noticia se instaló
porque «algo le dijo» que ese futuro niño venía a traernos problemas a todos.
Según oí que mi abuela le decía al abuelo en su dormitorio, «ese niño es una
desgracia», ante lo cual el abuelo chistaba contrariado porque no se animaba a
un discurso más elocuente.
Con mis primos nos criamos siendo testigos de aquel mal presagio. Nació
un varoncito completamente sano que no paraba de llorar, los padres corrían
angustiados pero nada calmaba al pequeño gritón.
Sin perder la buena salud que lo caracteriza, aquel niño es hoy un
adolescente que nos odia a todos, que nos hace la vida imposible, ningún
experto en salud mental sabe qué pasa, pero según la abuela este niño vino a
cobrarnos lo que quedamos debiendo en vidas anteriores.
(Este es el Artículo Nº 1.930)
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