lunes, 17 de junio de 2013

La esperanza de que ella no se vaya



 
Las mujeres aman al padre de sus hijos solo mientras cursan el período en el cual desean quedar embarazadas.

Les cuento que la costumbre de alzar en brazos a la recién casada para que no pise el umbral del nuevo hogar tiene su historia, real o ficticia, como todas.

Hace siglos los gobernantes romanos estuvieron preocupados por la escasa población y para resolverlo organizaron una fiesta a la que invitaron a todos los pueblos del entorno.

Como ya tenían una pésima fama, que supo conservar Silvio Berlusconi, nadie aceptó la invitación excepto los muy ingenuos sabinos.

En determinado momento los romanos raptaron a las sabinas y expulsaron a los varones.

Llenos de resentimiento, transformaron su ingenuidad en sed de venganza y volvieron armados hasta los dientes a rescatar a sus mujeres.

Cuál no fue su sorpresa al descubrir que las sabinas, ahora madres de adorables romanitos, amaban a los padres de sus hijos y preferían quedarse con los raptores.

La costumbre de alzar en brazos a la recién casada para trasponer el umbral de la puerta del nuevo hogar pone en evidencia la muda esperanza de que ella se sienta raptada por el esposo y que prefiera quedarse con él antes que irse con algún otro.

Como ya sabemos por otra historia antigua, la esperanza fue la única «enfermedad» que no se escapó de la caja de Pandora. Por eso continúa afectándonos como una epidemia invencible.

Según creo haber comentado en otros artículos, las mujeres aman al padre de sus hijos mientras cursan el período en el cual desean ser madres, pero una vez superado ese estado, el amor hacia el varón elegido cae vertiginosamente, comienzan las riñas y disputas y, ¡oh, casualidad!, aquel maravilloso varón pasa a ser un vago, mujeriego, aburrido, panzón, calvo, eructa: ¡Que se vaya!

(Este es el Artículo Nº 1.931)

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