Las mujeres aman al padre de sus hijos solo mientras cursan el período en el cual desean quedar embarazadas.
Les cuento que la costumbre de
alzar en brazos a la recién casada para que no pise el umbral del nuevo hogar
tiene su historia, real o ficticia, como todas.
Hace siglos los gobernantes
romanos estuvieron preocupados por la escasa población y para resolverlo
organizaron una fiesta a la que invitaron a todos los pueblos del entorno.
Como ya tenían una pésima
fama, que supo conservar Silvio Berlusconi, nadie aceptó la invitación excepto
los muy ingenuos sabinos.
En determinado momento los
romanos raptaron a las sabinas y expulsaron a los varones.
Llenos de resentimiento,
transformaron su ingenuidad en sed de venganza y volvieron armados hasta los
dientes a rescatar a sus mujeres.
Cuál no fue su sorpresa al
descubrir que las sabinas, ahora madres de adorables romanitos, amaban a los
padres de sus hijos y preferían quedarse con los raptores.
La costumbre de alzar en
brazos a la recién casada para trasponer el umbral de la puerta del nuevo hogar
pone en evidencia la muda esperanza de que ella se sienta raptada por el esposo
y que prefiera quedarse con él antes que irse con algún otro.
Como ya sabemos por otra
historia antigua, la esperanza fue la única «enfermedad» que no se escapó de la
caja de Pandora. Por eso continúa afectándonos como una epidemia invencible.
Según creo
haber comentado en otros artículos, las mujeres aman al padre de sus hijos
mientras cursan el período en el cual desean ser madres, pero una vez superado
ese estado, el amor hacia el varón elegido cae vertiginosamente, comienzan las
riñas y disputas y, ¡oh, casualidad!, aquel maravilloso varón pasa a ser un
vago, mujeriego, aburrido, panzón, calvo, eructa: ¡Que se vaya!
(Este es el Artículo Nº 1.931)
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