Desde cierto punto de vista, cuando le regalamos a
un niño correspondería agradecerle por la satisfacción que él nos permite.
Nuestra inteligencia tiende a
percibir la realidad desde un solo punto de vista porque utiliza al otro como
fondo y contraste.
Por ejemplo, si algo nos
parece bueno, tendemos a ignorar los aspectos negativos que seguramente
contiene y al revés: cuando algo nos parece malo, tendemos a ignorar los
aspectos positivos que seguramente
contiene.
De más está decir que esta
forma de percibir deja de conocer la parte que no queremos ver: Hitler tuvo
buenas actitudes, la Madre Teresa tuvo malas actitudes, nuestro héroe nacional
tuvo actos de cobardía, el Sumo Pontífice a veces dudas sobre la existencia de
Dios, un varón que se excita intensamente con las mujeres puede verse
sorprendido por fantasías homosexuales.
El hecho es que así
funcionamos todo el tiempo y si no prestamos atención a esta característica de
nuestra mente inevitablemente tendremos zonas de ceguera intelectual.
Muchas personas tienen la
convicción de que debemos ser agradecidos. En casi todos nuestros pueblos
hispanoparlantes sentimos la obligación de enseñarles a nuestros pequeños la
costumbre de agradecer cada vez que reciben un regalo. Ni se nos ocurre pensar
que esto encubre una idea ligeramente negativa.
— Algunas personas realmente
disfrutan haciéndole un regalo a un niño, porque recuerdan los que recibió en
su infancia, porque se gratifican observándole la alegría del pequeño, porque
no saben expresar de otra forma el amor que sienten por él. Ese niño le hace un
gran favor a quien regala por el solo hecho de existir y recibir el obsequio
demostrando sorpresa, satisfacción, alegría desbordante. Si ese niño no
estuviera ahí para recibir el obsequio quien regala dejaría de disfrutar ese
momento de gloria personal;
— Por lo anterior, es el
adulto quien debería agradecer.
Artículo de temática complementaria
(Este es el Artículo Nº 1.941)
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1 comentario:
Tal cual.
¡Genial.!
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