En gran medida consideramos que las molestias inherentes a estar vivos son en realidad responsabilidades incumplidas por otros (culpables), nunca por nosotros.
El dinero es el objeto cultural
de mayor circulación. En segundo lugar el objeto cultural de mayor circulación
es la culpa.
El dinero y la culpa pertenecen
a categorías diferentes: el dinero es una mercadería y la culpa es una deuda
impaga.
No aclaro en qué circunstancias
se utiliza el dinero porque todos las conocemos, pero al menos hago un breve
comentario referido a las circunstancias en las que se utiliza la culpa, la
acusación, la recriminación, la facturación
de responsabilidades incumplidas, el reclamo de derechos insatisfechos, la
denuncia de deberes que no fueron cumplidos en tiempo y forma.
La culpa es una sentencia
acusatoria que recae sobre un deudor (culpable) y que tuvo una víctima, alguien
perjudicado, un acreedor (damnificado).
Teniendo en cuenta nuestra
tendencia a evitar las responsabilidades podemos afirmar que tenemos una
idéntica tendencia a no aceptar nuestra culpabilidad.
En otras palabras, somos
eficaces acreedores (quien espera que le paguen, quien espera cobrar, quien
espera ser resarcido) y somos malos deudores (quien debió cumplir y no cumplió,
quien hizo daño al acreedor, quien cometió una evasión a sus
responsabilidades).
Por la existencia de estas
pequeñas aunque abundantes reclamaciones solemos tener una visión de nuestra
existencia llena de deudores incobrables, de deudores morosos, de quienes
debieron ser responsables y, por no cumplir, nos perjudicaron de tal forma que,
cuando hacemos la reclamación surge como la única causa de que no seamos
plenamente felices.
Como es lógico, casi toda la
culpa de nuestros infortunios es ajena, es casi imposible que nuestra débil
inteligencia pueda entender que si sentimos angustia no es por la
irresponsabilidad de mamá, papá o los gobernantes, sino porque estar vivos
implica sentir molestias (1).
(Este es el Artículo Nº 1.921)
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