martes, 25 de junio de 2013

Los doctorados curativos



 
Las profesiones universitarias suelen usarse para reforzar una autoestima baja.

Esto es algo que me pasó a mí. Al principio pasé bastante mal pero al final tuve suerte.

Mi padre trabajó muchos años como mesero, (camarero, mozo), en un bar del centro donde acostumbraban reunirse hombres fanáticos del turf (carreras de caballos).

Sentí orgullo de Don Pedro, (mi padre), cuando cedió a la insistencia de tan distinguidos parroquianos y me hizo llevar por mi hermana mayor «para que me conocieran».

Lo trataban como uno más aunque con una especie de extraño respeto: el que profesa alguien económicamente superior a alguien humanamente superior.

Lo peor fue que anduve recorriendo las mesas saludando a toda esa gente que me inflamó las narinas con perfumes insólitos mezclados con humo de tabaco.

Con este antecedente era obvio que me convertiría en mesero yo también.

Por puro orgullo no quise que Don Pedro me consiguiera dónde trabajar porque me sentía seguro de haber heredado un oficio que nos permitió vivir holgadamente a los cuatro hijos que tuvieron los viejos.

El asunto no fue tan fácil como imaginé porque en este trabajo los mejores ingresos se reciben por el pago voluntario de los clientes (propinas).

Mi situación fue más difícil que la de mi padre porque en el restorán donde me dieron trabajo éramos dos mozos y tres mozas, (meseras).

Las mujeres son más encantadoras y saben cómo estimular a los señores para que «paguen» por un sonrisa, uñas pintadas, tacones altos.

Lo hablé con Don Pedro y se rió hasta avergonzarme. Me dijo:

— Creo que no servís para mesero. No te tenés fe. ¿Por qué no estudiás alguna profesión? Un título sirve para sentirse importante.

Fue lo que finalmente hice.

Lo bueno de aquella experiencia es que una compañera de trabajo continúa siendo mi esposa.

(Este es el Artículo Nº 1.939)

No hay comentarios.: