domingo, 9 de junio de 2013

Malerva




Tengo una cara parecida a la de un actor argentino bastante mayor que yo y conocido por su apellido, nombre o apodo: «Malerva».

Ese hombre siempre representaba roles de mala persona, de ladrón, de golpeador, de mentiroso, cínico, traidor.

Era un excelente actor precisamente porque todos coincidíamos en odiarlo a primera vista.

Un rostro parecido tengo yo. Felizmente, las películas de él ya nadie las mira pero cuando era joven me sentía perseguido por esa semejanza tan desfavorable.

En los hechos tuve pocos amigos, ninguna novia y los profesores hablaban mirando a toda la clase pero salteándome.

Nunca pude resolver la angustia de aquellos primeros años de mi vida laboral. Me costó bastante conseguir trabajo hasta que al final tuve suerte bajando mis expectativas salariales.

El primer día de trabajo me presentaron a los otros cuatro compañeros y a la única compañera.

Como era de esperar la historia se repitió, especialmente con la señorita Irma que no disimuló nada el disgusto que sintió al darme la mano aunque hice el amague de saludarla con un beso en la mejilla como era costumbre.

Parábamos la tarea todos juntos a la una de la tarde y nos acomodábamos en una tabla que hacía las veces de mesa de comedor. A mí me asignaron indirectamente la cabecera de la mesa porque era el lugar menos iluminado.

Cuando fui al baño para lavarme las manos vi que la señorita Irma había dejado sobre el lavatorio un anillo de oro que le prestó su novio para que lo recordara con amor.

Pensé en avisarle del olvido antes de lavarme pero algo me dijo que ella no se merecía de mí esa gentileza, así que ahí lo dejé como si no lo hubiera visto.

Parecería ser que ella no estaba acostumbrada a usar esa joya porque recién a las tres de la tarde se puso a gritar como una histérica «¡El anillo de Jorge!, ¡El anillo de Jorge!».

Como se puso conmovedoramente mal, me acerqué y le dije: «Lo dejaste olvidado en el lavatorio del baño», a lo que ella, con la peor cara de odio me respondió: «Ya sé que lo dejé ahí, pero ahora no está y la persona que entró detrás de mí fuiste tú».

«¡No puede ser!», pensé para mis adentros, ahora encima me acusan de ladrón.

Lo peor ocurrió porque todos le creyeron y comenzaron a mirarme con desconfianza y recriminación, como si dijeran: «Devolvele el anillo, ladrón».

Fue entonces que llamé a mi prima Mariana, le conté lo que me estaba pasando, ella se quedó muda un momento angustiosamente largo y me dijo: «El anillo está en el bolsillo derecho de un saco de hombre con cuadros grandes».

«El saco de Miguel», pensé. Fui hasta el lugar donde nos cambiamos, metí la mano en el bolsillo del saco a cuadros y ahí estaba. Lo escondí en el lugar más insospechado, salí del lugar simulando un gran enojo y, delante de los otros tres le dije a la señorita Irma: «Dice mi prima Mariana que te lo robó Miguel».

La reacción de Miguel fue tan comprometedora que todos empezamos a golpearlo, empujarlo y Miguel a llorar desconsoladamente, a pedir perdón, pero resulta que no pudo encontrar el anillo donde él creyó haberlo dejado. Entonces propuse que hiciera como pudiera pero que comprara otro igual, por lo cual quedó endeudado durante meses.

(Este es el Artículo Nº 1.923)

No hay comentarios.: