Los celosos procuramos la
traición del ser amado porque amamos más aquello cuya posesión es dudosa pues
la seguridad nos aburre.
Los triángulos amorosos han
dado abundante inspiración a los novelistas, no solo para expresar su arte sino
también para darle trámite a sus propios complejos amatorios porque los
escritores, vale repetirlo, son seres humanos.
En El Quijote se incluye una
novela corta titulada El curioso
impertinente (1).
Se cuenta en ella la gran amistad entre dos hombres llamados
Lotario y Anselmo, y la esposa de este llamada Camila.
Con mentalidad «siglo 21», cualquiera desconfiaría de la
heterosexualidad de aquellos muchachos, pero en aquella época la gente era más
ingenua o menos neurótica.
El asunto es que los grandes
amigos cursaron un período de ajuste de sus respectivos sentimientos recíprocos
porque la moral obligaba al soltero que se apartara del recién casado, pero
Anselmo era muy curioso, muy impertinente y también excesivamente celoso.
Estas particularidades lo
indujeron a pedirle un gran favor a su amigo Lotario: que pusiera a prueba la
fidelidad de Camila tratando de seducirla.
Al principio el seductor
improvisado fue rechazado por la esposa fiel, pero como El curioso impertinente no quedó conforme con la
intensidad de la prueba, le pidió a su amigo del alma que insistiera más y más.
A esta altura cualquier lector estaría deseando que Camila
cediera al acoso del «mejor amigo de su esposo» y a Cervantes se lo valora
porque nunca defraudó a sus clientes: Camila tuvo sexo con «el mejor amigo de
su esposo» y todo terminó de la peor manera..., para no defraudar al lector.
Los celosos contemporáneos son, o somos, como antes:
procuramos la traición de quien esperamos una fidelidad máxima. ¿Por qué?
Porque amamos con más pasión aquello cuya posesión tenemos en duda pues la
seguridad nos aburre.
(Este es el Artículo Nº 1.917)
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