Cuando algunas mujeres argumentan cruelmente sobre la irresponsabilidad de aquellas otras que no supieron evitar un embarazo, sobrestiman su autocontrol.
Este es el tercer artículo que redacto sobre la
despenalización del aborto (1).
Las razones para oponerse a que abortar esté permitido por
la ley me parecen obvias y quienes se oponen a esa práctica recurren a dicho
argumento principal: un niño concebido ya es una ser humano que debería estar
alcanzado por el derecho a la vida que todas las constituciones del mundo
consagran.
Por algún motivo que no tenemos suficientemente claro, el
ser humano siempre ha practicado el aborto y eso le ha costado la vida a muchas
mujeres que no querían ser madres.
Es fuente de muchos desentendimientos la práctica habitual
de juzgar a las personas comparando sus actos con algún modelo ideal que nos
indica «cómo deberíamos ser».
Ese modelo ideal es radicalmente inexistente, nadie se
asemeja a él, es tan puro y perfectos que sólo puede existir en la imaginación
pero nunca puede encontrarse en personas de carne y hueso.
A pesar de esta no existencia del modelo, persistimos en
utilizarlo para decir qué está bien y qué está mal.
En el caso del aborto ocurre lo mismo: quienes apelan a
defender ese artículo de la constitución que defiende nuestras vidas no reparan
en que a veces se cumple y otras veces no.
Seguramente quienes apelan a esa expresión de deseo
constitucional creen honestamente que ellas nunca se practicarían un aborto y
necesitan pensar eso porque de no hacerlo se verían amenazadas por una penosa
desilusión de sí mismas.
Cuando argumentan cruelmente sobre la irresponsabilidad de
las mujeres que no supieron evitar el embarazo lo hacen porque necesitan
suponer que ellas saben controlar sus instintos, sus deseos, sus intenciones.
Puedo asegurar que no se conocen!!!
(Este es el Artículo Nº 1.933)
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