martes, 23 de noviembre de 2010

Por qué hay amores que matan

Hace poco les decía que nuestro deseo es ser deseados (1).

Esta aspiración no carece de fundamentos. Surge de nuestra precariedad, de nuestro instinto gregario, de la objetiva condición vulnerable de nuestra especie.

También es inteligente en tanto sabemos —porque así somos— de nuestro egoísmo (fanáticos defensores de lo propio).

Por ejemplo,

— los autos ajenos pueden prenderse fuego, pero me pone de muy mal humor que una paloma confunda a mi Fiat del siglo 20 con una letrina;

— parece que el hijo de la vecina tiene hepatitis pero ¡pobrecito mi niño que no pudo agarrar chiches en la piñata de su cumpleaños!;

— mi cuñado perdió el empleo y está preso porque cometió un grosero abuso de confianza, pero mi maridito no encuentra el champú anticaspa que realmente le sirva.

Estamos en el centro de nosotros mismos. No puede ser de otra manera mientras nuestros ojos estén pegados al cuerpo. La realidad nos rodea y no es tan descabellado pensar que estamos en su centro: es como lo vemos ¿qué dudas pueden quedar? «Desde mi punto de vista, la realidad gira en torno mío».

Si como decía en el artículo mencionado, los humanos deseamos ser deseados, porque es de la única forma que nos sentimos menos mal, más seguros, mejor protegidos, entonces todo nuestro esfuerzo estará dirigido a generar y conservar esas condiciones.

Para que nada nos salga mal, como sabemos que las necesidades (comer, beber, dormir) son más imperativas (perentorias, impostergables) que los deseos (estudiar, bailar, jugar), intentaremos que los demás nos necesiten.

Cuando esta es nuestra estrategia de vida, será preciso que nuestros candidatos para que nos necesiten (padres, hermanos, cónyuge), tengan carencias, estén mal, se sientan frustrados y queden predispuestos a pedirnos ayuda, y así sentiremos satisfecha nuestra ambición de ser deseados en grado máximo, es decir, necesitados.

(1) ¡Hola! ¿Cómo te va?

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12 comentarios:

Miriam dijo...

Los otros nos van a necesitar sólo en la medida que nos deseen.
Una madre que busca subrepticiamente que sus hijos dependan de ella, no hace más que apoyarse en el deseo del hijo. La jugarreta no encontraría respuesta si la prole deseara abrirse camino sin miedo.

Roberto dijo...

Qué satisfacción te da un amigo cuando viene con la mirada baja a pedirte consejo, a llorar en tu hombro, a pedirte consuelo. En nuestro fuero interno nos sentimos felices "por ser útiles". Luego quizás sintamos algo de tristeza por lo que el otro está sufriendo.

Carina dijo...

Por lo que dice Roberto me parecen sanos los grupos de autoayuda formados por personas que sufren problemas y circunstancias parecidas.

Aldo dijo...

No me parece mal que el amigo se sienta feliz de confortar al otro, siempre que los papeles sean rotativos.

María dijo...

Ayer subió un muchacho a vender galletitas en el ómnibus. Como nadie le compró, bajó murmurando "qué hambre tienen hoy!"
Su utopía era que nosotros le compráramos sin hambre y sin plata.

Marta dijo...

Los amores que matan, desean de tal forma que convierte al deseo en una necesidad. Surge entonces el dilema
del amador: o vive él o vivo yo.
En cualquiera de las dos circunstancias la necesidad queda insatisfecha por falta de cuorum.

Alba dijo...

Nuestra necesidad es ser deseados para que cobre sentido alimentarse, dormir, reproducirse, reponer agua.

J. Bocca dijo...

Si hacés que la realidad gire en torno tuyo terminás mareado.

Yoel dijo...

Bocca tiene razón. Somos el centro de la realidad, y por eso mismo, para no marearnos, tenemos que encararla deteniéndonos en cada punto cardinal.
Cuidado, tampoco se trata de quedarse mirando un sólo punto, por ej: es sabido que quedarte mirando al sudeste te vuelve loco.

Morgana dijo...

El sol sale por el este, está más cerca el ombligo propio que el ajeno, una guerra del otro lado del mar molesta menos que un mosquito.
Aceptémoslo: no somos seres racionales.

Hidalgo dijo...

El gran desafío es generar un punto de rotación que se convierta en una circunferencia.

Norberto dijo...

No podemos ir en contra de nuestra propia naturaleza, pero tampoco se trata de someterse a ella. Siempre le hemos hecho batalla. Tiene que haber un porqué.