domingo, 3 de agosto de 2008

Todos menos yo

Cuando mis padres se divorciaron, me sentí un triunfador. Venía rezándole a la Virgen del Luján para que él se fuera y no volviera nunca más. Las veces que no estaba —porque por su trabajo tenía que viajar—, mi vida era feliz.

Al poco tiempo de la ruptura ya no sentía lo mismo que antes. Empecé a sentirme culpable y hasta extrañaba que él ya no volviera con nosotros.

Tanto daño me hizo este sentimiento de culpa que mi rendimiento escolar cayó a tal punto que me obligaron a recursar cuarto grado.

Mi madre estaba muy abatida, la casa estaba desordenada, nuestras horas de comer eran imprevisibles y ella casi no hablaba conmigo.

Cuando comenzaron las clases, me enamoré perdidamente de la maestra. Era una mujer alta, de grandes senos, piel muy blanca que tenía la sensual costumbre de acercarse a los alumnos y tocarlos con una especie de leve caricia sobre la espalda, el hombro o la cabeza.

Ella hacía eso con todos, pero nunca conmigo. Empecé a observar minuciosamente esos gestos. Pasaban los días y nunca me tocaba. Imaginé que yo tendría algún rasgo que le causaba rechazo. Quizá el mismo rasgo por el que mi madre casi no me hablaba.

Cada vez estaba más angustiado, por la culpa y por el abandono de estas dos mujeres tan importantes en mi vida.

Un día salimos a dar un paseo por el zoológico y ella seguía con la costumbre de tocar delicadamente a todos los alumnos menos a mí. Pero en cierto momento se me heló la sangre y pensé que me desmayaría. Ella apoyó su mano sobre mi hombro.

Sentí que el cielo cambiaba de color, que me invadía un sentimiento de alegría imposible de describir, miré al resto de los condiscípulos para ver si ellos estaban registrando el milagro.

Pero todo esto duró unos pocos segundos. Ella sólo se apoyó en mí para sacarse una piedrita del zapato.

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19 comentarios:

Anónimo dijo...

Me enamoré de la maestra y quizá fui la lesbiana más joven de la provincia.

Anónimo dijo...

Los desencuentros amorosos son los que más años han agregado a mi cuerpo.

Anónimo dijo...

Las personas magnéticas existen. Soy sensible a ello e inclusive en el subte o en el colectivo, algunas personas me trasmiten electricidad. Cuando puedo verles el rostro tienen algo en común pero no me doy cuenta qué es.

Anónimo dijo...

Esa sensación de que el cielo cambia de color me pasó una vez que un conocido de mi familia me sentó en su falda y empezó a acariciarme los muslos.

Anónimo dijo...

También recuerdo haber rezado cuando niña pero para que pararan de gritar y darse golpes. Es una forma de terror que no quisiera volver a sentir nunca más.

Anónimo dijo...

Fui el preferido de las maestras durante varios años pero no me di cuenta hasta que en sexto año dejé de ser el preferido y ahí supe cómo es la indiferencia vivida en carne propia.

Anónimo dijo...

Al principio de la separación de los padres se sufre un poco pero después pasa a ser el mejor estilo de vida.

Anónimo dijo...

La inestabilidad en los sentimientos me asusta. Sé que es una característica humana, pero me gustaría estar dentro del grupo de los más estables.

Anónimo dijo...

Es una suerte que la psicología halla ganado terreno y que hoy en día las maestras tomen en consideración los divorcios, las mudanzas, los diferentes duelos, al evaluar el desempeño de sus alumnos.

Anónimo dijo...

Yo también me enamoré de mi maestra cuando estaba en 2º grado. Recuerdo que tenía el pelo larguísimo y se llamaba Beatriz.

Anónimo dijo...

Hay tantas maestras y tan pocos maestros que muchas niñas nos enamorábamos de las maestras. Creo que cuando el amor busca desesperado donde depositarse, no evalúa demasiado.

Anónimo dijo...

Su mai estaba hecha un estropajo, compadre!

Anónimo dijo...

Se apoyó para sacarse una piedrita del zapato... ¡ánimo valor!

Anónimo dijo...

Siempre que nos apoyamos en alguien es para sacarnos una piedrita del zapato y caminar mejor.

Anónimo dijo...

Vea el lado positivo, seguramente no se apoyó en ninguna de la jaulas.

Anónimo dijo...

Cuánta pena da abandonar a un ser querido a causa de no poder con la propia vida. Y cuántas veces nos pasa.

Anónimo dijo...

¿Está seguro de que lo hacía con todos menos con ud.? Mmmm...

Anónimo dijo...

El niño del relato tendría que haber actuado de una manera más científica y corroborar en 1ª instancia si realmente no poseía algún rasgo pestilente.

Anónimo dijo...

Cuando el chico miró a sus condiscípulos descubrió que estaban todos mirando la jaula contigua, donde se desperesaba un enorme oso polar.