viernes, 31 de mayo de 2013

Comprender es comer para dominar



 
Cuando intentamos comprender a alguien intentamos dominarlo. Analizar es desmenuzar; comprender es digerir.  Comprender es incorporar, es integrar a nuestro cuerpo.

En otro artículo (1) les decía textualmente:

«… los institutos de enseñanza que preparan a los jóvenes para ingresar al mercado laboral tratan de enseñarles técnicas sobre cómo dominar un oficio, cómo conquistar un mercado, cómo con-vencer a los clientes o a los empleados (eufemísticamente denominado Administración de los Recursos Humanos).»

En ese texto les comentaba que la agresividad puede ser convertida en algo positivo mediante un proceso educativo y disciplinario que consiste en aprovechar la violencia combativa de la que estamos dotados en una energía canalizada hacia tareas destinadas al bien común: cirugía, vigilancia, docencia, deportes (que pueden ir desde el ajedrez hasta el boxeo).

A ese proceso de conversión de objetivos destructivos en objetivos constructivos se lo denomina «sublimación».

Pero existe otra forma menos conocida de dominar, conquistar,  vencer y que también tiene algo que ver con la agresividad.

Cuando alguien quiere comprender  cómo funciona algo o cómo reacciona alguien realiza, sin saberlo, una actividad comparable a comer, digerir y asimilar.

Comer es un acto estimulado por la agresividad que provoca el hambre. Aunque no solemos entenderlo como agresivo si lo pensamos un poco podremos entenderlo así. Nuestra dentadura está diseñada para romper, partir, desgarrar, triturar y, de más está decir que cualquier alimento que comamos es de origen biológico y en algún momento perdió la vida para que podamos ingerirlo.

El acto intelectual de comprender es llamativamente similar a comer. Conocer es convertir algo ajeno en algo propio, algo ignorado en algo conocido, algo exterior en algo interior.

Cuando intentamos comprender a alguien intentamos dominarlo, gobernarlo como supuestamente gobernamos a nuestro propio cuerpo. Analizar es desmenuzar; comprender es digerir.  Comprender es incorporar, es integrar a nuestro cuerpo.

 
(Este es el Artículo Nº 1.914)

jueves, 30 de mayo de 2013

Consultamos a quien defienda nuestro deseo




Cuando dudamos si hacer lo más agradable o lo más conveniente, consultamos a quien seguramente nos recomendará lo más agradable.

Las precauciones que tomamos para equivocarnos son sabias, inteligentes, prolijas, casi infalibles.

Repito: las precauciones que tomamos para equivocarnos, para no acertar, para evitar hacer las cosas bien, son casi siempre eficaces, excepto que tengamos mala suerte y terminemos haciendo las cosas bien.

Lo que generalmente nos ocurre es que estalla algún conflicto en nuestra mente que nos pone en duda sobre si haremos lo que más nos gusta o haremos lo que más nos conviene.

Ocurre que todo el mundo piensa que debe hacer lo racionalmente correcto pero cuando le toca ser racional evita por todos los medios las incomodidades que pudieran surgirle.

Lo racional es eso que piensa la cultura, lo que la costumbre ha instituido como el «deber ser», lo moralmente correcto, aquello que defienden quienes tienen más poder, tales como médicos, sacerdotes, gobernantes.

Lo que más nos gusta es lo que está sugerido por el instinto, por nuestra verdadera esencia, por el funcionamiento natural de nuestro organismo, por las emociones que más nos aman.

El conflicto es en última instancia la lucha permanente entre la cultura represora y el deseo libertario, entre lo que les gusta a los demás y lo que nos gusta personalmente, entre lo que tenemos que obedecer según los mandatos que rigen nuestra vida y lo que tenemos que obedecer según los mandatos de la Naturaleza que rige nuestra vida siempre que puede, siempre que logra escaparse de los intentos ajenos de dominarnos, aprovecharnos, explotarnos.

En esta lucha tratamos de «quedar bien con Dios y con el Diablo», pero si decidimos consultar opiniones ajenas nos aseguraremos de que nos recomendarán lo que más nos gusta y no lo mejor que intentamos evitar.

(Este es el Artículo Nº 1.913)

miércoles, 29 de mayo de 2013

La comunicación con personas desconocidas


Las comunicaciones en la web con personas desconocidas solo podrán ser divertidas o aburridas, pero nunca comprometidas.

Les comentaré algo que todos ya hacen pero sin darse cuenta. Mi único agregado es que lo describiré de la forma más clara que pueda.

Con las tecnologías de la información, especialmente canalizadas a través de Internet, los correos electrónicos, Facebook y demás redes sociales y los chats, es posible ‘hablar’ con muchas personas: conocidos, familiares, conocidos de conocidos, amigos, ex-compañeros de estudio, compañeros de trabajo y también con desconocidos.

Para una importante cantidad de usuarios de todas estas herramientas de comunicación constituye un gran problema la sinceridad que el otro pueda utilizar. Solemos preocuparnos cuando no sabemos si el ocasional interlocutor nos dice la verdad o nos miente.

Desde mi punto de vista existe una forma de que la sinceridad deje de preocuparnos.

Aunque parezca demasiado drástico es mejor no creer nada a creer un poco. Por supuesto que creer todo equivale a un suicidio por exceso de ingenuidad.

Por lo tanto nuestros intercambios con gente desconocida o casi desconocida deberían basarse en la seguridad de que el otro sólo excepcionalmente puede decirnos la verdad.

Sin embargo existe un hecho interesante: ¿Qué puede importarnos realmente lo que el otro nos cuenta? Mi respuesta es demasiado drástica: no tiene que importarnos nada excepto ver si nos entretiene, nos divierte, nos permite pasar un rato ameno.

Por lo tanto los intercambios con personas diferentes a las de incuestionable confiabilidad, (no me animo a dar ejemplos tales como «familiares» o «amigos íntimos» porque a veces los más allegados no son dignos de confianza), debe basarse en la sencilla fórmula «me entretiene-lo atiendo; me aburre-no lo atiendo».

En suma: las comunicaciones con personas desconocidas solo podrán ser divertidas o aburridas, pero nunca comprometidas.

(Este es el Artículo Nº 1.912)


martes, 28 de mayo de 2013

La soledad hormonal


La mujer dejará de estar acompañada cuando la hormona que la estimula a fecundar desaparezca de su cuerpo.

Como les he comentado veces anteriores creo que somos animales igual que los otros aunque con una autopercepción que nos hace creer superiores a las otras especies.

Esa autopercepción (subjetividad) nos induce a creer inclusive historias tales como que el Universo fue creado por un ser infinitamente superior, con quien mantenemos un vínculo especial. Suponemos algo parecido a que ese Ser es como un monarca que nos alhoja en su castillo mientras que el resto de los seres vivos vive alejado del monarca-Dios. Los humanos somos de la realeza, somos cortesanos que vivimos en un palacio mientras que todos los demás seres vivos son nuestros súbditos, viven alejados del palacio real.

¡Si no fuera cómico sería patético!

Pero tampoco olvidemos que puedo ser el único equivocado y que efectivamente existe Dios y que los humanos somos sus hijos elegidos. No lo descarto. Ya me he equivocado varias veces al decir lo que pienso.

Mientras averiguamos quién tiene razón les comento algo sobre la soledad hormonal, hipótesis nueva que algún día quizá se confirme.

Cuando me refiero a la soledad hormonal quiero decir lo siguiente:

Los ovarios segregan hormonas que obligan a la mujer a buscar un varón que la fecunde. Cuando esto sucede ella nunca está sola, recibe mensajes de texto, flores, bombones, acoso sexual, miradas.

Por lo tanto, no es que ella sea encantadora sino que sus ovarios están segregando una sustancia que atrae a algunos varones y también a algunas mujeres.

Esa hormona puede seguir existiendo en el torrente sanguíneo de la mujer aún cuando se encuentre en la etapa post-menopáusica.

La mujer dejará de estar tan solicitada y acompañada cuando esa hormona disminuya o desaparezca de su cuerpo.


lunes, 27 de mayo de 2013

La naturaleza masculina y la reprobación social moderada




Los varones que abandonan a sus hijos reciben una reprobación social moderada porque esa conducta, (abandonarlos), está en su naturaleza.

Los humanos somos violentos, impiadosos y hasta malvados porque somos débiles, vulnerables, incompletos.

Utilizamos la violencia para resolver aquellos problemas de convivencia que no podemos resolver de una forma más humanitaria, pero como a su vez la violencia explícita, (inmovilización, golpes, insultos), está expresamente condenada por nuestra moral, terminamos inventando y utilizando una cantidad de recursos de violencia psicológica porque son más difícilmente identificables y condenables.

Un yacimiento inagotable de recursos para aplicar la violencia psicológica está en los conceptos de salud y enfermedad. Por eso los trabajadores de la salud son, sabiéndolo ellos o no, agentes de represión psicológica.

En otro artículo y su video (1) les comentaba que el ser humano masculino tiene un fuerte desapego hacia los hijos que gesta, mientras que es el ser humano femenino quien brinda la mayor dedicación para la gestación y crianza de los nuevos ejemplares de la especie.

Esta característica del varón no es buena ni mala es sí misma  pero está notoriamente condenada por nuestra organización social en la que necesitamos que la mujer sea ayudada en la crianza de los nuevos ciudadanos.

Nuestra cultura ha determinado que un varón es sano cuando cuida a sus hijos tanto como la madre, pero como esta exigencia no coincide con la naturaleza del varón, apelamos a los criterios de salud y enfermedad para decir que el varón que incumple las responsabilidades que la cultura le impone está enfermo, es un inhumano, un ciudadano condenable.

Sin embargo, observemos que las exigencias de la cultura van muy poco más allá de la condena social, pues cuando los varones abandonan a la mujer que embarazaron padecen una moderada reprobación, (presión psicológica), para que la ayuden.

 
(Este es el Artículo Nº 1.910)