Los jueces del sistema judicial son personas influidas por sus emociones, por su ideología, por la mujer que aman.
«Todos los ciudadanos somos iguales ante la ley»: Es una linda frase que no pasa de
ser «una expresión de deseo» y no por mala voluntad de quienes administran la
justicia sino porque existen muchos factores por los que, en última instancia,
todos tenemos diferente suerte ante la ley.
Felizmente podemos pasarnos toda la vida si tener que enfrentarnos a
ella, pero cuando tenemos que hacerlo entonces nos enteramos de qué difícil es
saber cómo se plasmará en los hechos aquel postulado de que «somos todos
iguales».
En todo caso podríamos decir que todos estamos igualmente expuestos a
sufrir las consecuencias de la injusticia.
Las intenciones, (la expresión de deseo), son buenas pero cuando llega
el momento de tomar decisiones, los jueces pueden hacer interpretaciones muy
diferentes según el caso.
A lo largo de los milenios siempre han habido intentos de lograr que la
justicia con la que regulamos nuestra convivencia sea de aplicación objetiva,
es decir, que los códigos estén expresados de forma clara y que todos los
intérpretes de la ley con poder de hacerla efectiva dispongan de los mismos
criterios.
El malhumor que nos provoca esta frustración podría ser menor si
tuviéramos en cuenta que nuestra observación teórica de la realidad social y de
las normas de convivencia, suelen estar excesivamente contaminadas de otra
«expresión de deseo» según la cual «las cosas no son como son sino como
deberían ser».
Por ejemplo, los jueces que dictaminan sobre la culpabilidad y castigo a
las transgresiones de la ley de algunos ciudadanos, son personas sensibles que
sienten simpatías o antipatías, que a veces están felices y otras veces
contrariados, que quizá aman a una mujer que influye en sus decisiones.
(Este es el Artículo Nº 1.908)
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