domingo, 12 de mayo de 2013

Un duelo demasiado prolongado




Al sentir tintinear la cajita de música, trago saliva. Es inevitable.

Cuando mamá no podía dormir, abría la tapa de madera y comenzaba a sollozar como para no despertarme, pero era inevitable. Algo en la atmósfera de nuestro pequeño apartamento cambiaba como para que mis pulmones oyeran el tenue aleteo de su lamento.

Papá había fallecido hacía más de diez años, tiempo suficiente para que un duelo normal se diera por superado, pero en este caso no era así. Ella seguía mojando la almohada, pañuelos con puntilla perfumados de alguna loción para caballero, y suspirando ante alguna foto que guardaba celosamente en su libro diario.

Él nos había dejado económicamente muy bien porque tuvo la precaución de ahorrar suficiente dinero como para que con mamá no tuviéramos que preocuparnos.

Ella era una buena administradora y ambas nos dábamos los mejores lujos: comprarnos zapatos un mes cada una, destinar muchas horas de Internet a elegir el mejor restorán para ir a cenar algún sábado y hacerles lindos regalos a nuestros familiares más pequeños.

Yo tenía decidido que me quedaría soltera para cuidarla hasta el último día de su vida, porque creo que ese fue el deseo de papá. Nunca me lo dijo pero algunos comentarios suyos me aportaron la certeza de que él, estuviera donde estuviera, me daría su bendición siempre que yo cuidara de mamá.

Nos llevábamos bien con toda la familia pero no participábamos en ninguna de sus fiestas porque mamá no podía soportar a tía Angélica, casada con tío Alberto, hermano de papá.

En realidad yo tampoco me llevaba bien con tía Angélica, quizá por solidaridad con mi madre, quien nunca me había hablado mal de aquella mujer pero que notoriamente la odiaba.

Las dos habían enviudado casi juntas porque el tío Alberto falleció un mes después que papá y por la misma causa cardíaca.

Una noche en la que nos había desvelado una tormenta surrealista, vino la calma y sentí nuevamente la cajita de música, los sollozos de mamá y una brusca interrupción de su lamento. Me corrió un frío por todo el cuerpo, salí corriendo descalza hacia el dormitorio de ella y la vi rígida, con los ojos abiertos, con la foto de tío Alberto en sus labios.

(Este es el Artículo Nº 1.895)

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