Para poder tomar los riesgos inherentes a vivir
necesitamos tener algunas creencias que funcionen como redes de contención.
El Gran Circo de Giuseppe
Rossi viajaba por todo el mundo y se lo reconocía por dos características
importantes: no mostraba animales amaestrados y las acrobacias en el trapecio
ponían al público de pie y con el corazón en la boca.
Estos trapecistas habían
ingresado a la compañía desde muy jóvenes. Eran una muchacha afrodescendiente y
un hindú de piel casi negra.
Si bien trabajaban con una red
de contención que los protegía de alguna caída inevitablemente mortal, nunca la
habían utilizado porque los vuelos eran perfectos.
En cierta ocasión el circo
intentó entrar a un país excesivamente riguroso en los controles sanitarios de
los inmigrantes y cuál no fue la sorpresa de los volatineros cuando vieron cómo
los inspectores tomaban las cuerdas de la red de contención y la deshacían con
las manos delante de quienes habían arriesgado sus vidas de manera
extremadamente temeraria contando con que ninguna caída tendría consecuencias
lamentables.
Al constatar esta evidencia la
muchacha se abrazó a su compañero y se le aflojaron las rodillas al imaginar lo
que les podría haber ocurrido.
Mientras estuvieron creyendo
en la fortaleza de la red pudieron desplegar todo su talento con la máxima
audacia. La inesperada inspección sanitaria les demostró que esa creencia era
falsa.
Los humanos necesitamos tener
algunas creencias que funcionen como redes de contención. Las necesitamos para
atrevernos a tomar los riesgos correspondientes a vivir: salir de la casa,
entrevistarnos con un posible empleador, abordar a otra persona que nos gusta y
deseamos, enfrentar los compromisos inherentes a la formación de una familia,
endeudarnos, gestar hijos y hasta confiar en gente extraña para que los cuide,
ser intervenidos quirúrgicamente...
Necesitamos creencias que
funcionen como redes de contención.
(Este es el Artículo Nº 1.901)
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