domingo, 5 de mayo de 2013

Incomprensión y abandono


Alrededor de la hora veinte de los días hábiles, Mariana le daba la bienvenida a su mejor amiga quien se encargaría de cerrar el negocio de comida rápida y limpiarlo como solo ella sabía hacerlo.

En pocos minutos estaba sentada en el mismo asiento del colectivo, cuyo chofer la saludaba como a un familiar. El recorrido era siempre igual, millones de personas caminando por las calles, coloreadas por infinitos letreros luminosos.

Cierta noche iba Mariana mirando distraídamente cuando repentinamente vio a un joven. Mejor dicho vio los ojos y la sonrisa de un muchacho.

Comandada por alguna fuerza sobrenatural la joven salto gritándole al conductor: «¡Pará, Emilio, pará!».

El hombre, alarmado, hizo una maniobra peligrosa y Mariana pudo bajar entre un coro de pasajeros furiosos por el atropello y la brusca frenada.

Se tiró del bus antes de que se detuviera y comenzó a caminar-correr por la vereda tratando de ver al de los ojos sonrientes.

Imposible. Se había esfumado.

Cuando ya se había olvidado de aquella visión, volvió a verlo, esta vez con más suerte.

Se acercó a él y empuñando los pelos del muchacho, le dijo: «¡Me gustás, guacho!»(1).

Los amigos del joven se rieron pero el melenudo quedó petrificado. Mariana lo abrazó y sintió con regocijo que él también tenía olor a transpiración como ella.

Los muchachos se esfumaron, se los tragó la tierra o nunca habían existido, lo cierto es que comenzaron a caminar abrazados como si siempre se hubieran conocido.

Mariana fue muy feliz durante un par de semanas, pero un día lo encontró sin que él la viera venir y descubrió que estaba fumando marihuana. Él le dijo, muy nervioso, que era la primera vez que probaba un cigarro y ella se puso increíblemente furiosa. Lloró desconsoladamente, no quería que él la tocara. El muchacho comenzó a pedir perdón, que no lo haría más, se tiraba del pelo.

Por fin ella salió del desequilibrio emocional y le dijo cuánto dolor sentía al ver que él supusiera que ella sería capaz de juzgar alguna de sus conductas.

Superado este mal momento, hablaron de tener hijos. Más bien era ella quien lo deseaba y él, totalmente enamorado, le dijo que había conseguido un trabajo para poder vivir juntos y tener al bebé.

Ella no le dijo nada pero, luego de estar viviendo juntos hacía más de un mes, al cambiar el recorrido para llegar al comercio de comidas,  lo vio reunido con unos amigos.

Nuevamente lágrimas, desesperación, gritos, pedidos de perdón, hasta que Mariana le dijo cuánto le dolía que él pesara que ella sería capaz de juzgarlo.

Finalmente nació el tan deseado hijo de aquel muchacho de bella sonrisa y ojos adorables, pero él los abandonó explicándole a la desconsolada Mariana que no podía soportar que ella nunca lo juzgara.

(1) Alguno pobladores rioplatenses utilizan «Guacho» como apodo genérico, así como los norteamericanos dicen «Baby» o los caribeños dicen «Cariño».

(Este es el Artículo Nº 1.888)


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