Las comunicaciones en la
web con personas desconocidas solo podrán ser divertidas o aburridas, pero
nunca comprometidas.
Les comentaré algo que todos ya
hacen pero sin darse cuenta. Mi único agregado es que lo describiré de la forma
más clara que pueda.
Con las tecnologías de la
información, especialmente canalizadas a través de Internet, los correos
electrónicos, Facebook y demás redes sociales y los chats, es posible ‘hablar’
con muchas personas: conocidos, familiares, conocidos de conocidos, amigos,
ex-compañeros de estudio, compañeros de trabajo y también con desconocidos.
Para una importante cantidad de
usuarios de todas estas herramientas de comunicación constituye un gran
problema la sinceridad que el otro pueda utilizar. Solemos preocuparnos cuando
no sabemos si el ocasional interlocutor nos dice la verdad o nos miente.
Desde mi punto de vista existe
una forma de que la sinceridad deje de preocuparnos.
Aunque parezca demasiado
drástico es mejor no creer nada a creer un poco. Por supuesto que creer todo
equivale a un suicidio por exceso de ingenuidad.
Por lo tanto nuestros
intercambios con gente desconocida o casi desconocida deberían basarse en la
seguridad de que el otro sólo excepcionalmente puede decirnos la verdad.
Sin embargo existe un hecho
interesante: ¿Qué puede importarnos realmente lo que el otro nos cuenta? Mi
respuesta es demasiado drástica: no tiene
que importarnos nada excepto ver si nos entretiene, nos divierte, nos permite
pasar un rato ameno.
Por lo tanto los intercambios con personas diferentes a las
de incuestionable confiabilidad, (no me animo a dar ejemplos tales como
«familiares» o «amigos íntimos» porque a veces los más allegados no son dignos
de confianza), debe basarse en la sencilla fórmula «me entretiene-lo atiendo;
me aburre-no lo atiendo».
En suma: las
comunicaciones con personas desconocidas solo podrán ser divertidas o
aburridas, pero nunca comprometidas.
(Este es el Artículo Nº 1.912)
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