domingo, 19 de mayo de 2013

Miguel enamorado




Los humanos luchamos contra las diferencias sociales porque no logramos entender las leyes naturales. Si las entendiéramos podríamos poner en los platillos de una balanza los pro y los contra de cómo están repartidas las responsabilidades y los privilegios para observar admirados el justo equilibrio con el que están distribuidos.

El hijo menor del matrimonio llegó inesperadamente. La familia había dado por terminada la gestación de nuevos ejemplares pero algún error de cálculo dio lugar a este embarazo, que si bien causó sorpresa y consternación no tardó en ser un motivo de alegría como lo fueron todos los anteriores.

Miguel fue un niño robusto, enérgico, activo, movedizo, pero no era travieso, carecía de malicia. Era bonachón.

Como siempre ocurre, estas particularidades determinaron su destino: obedecía al último que lo rezongara y asumía como propio el consejo más reciente que recibiera. Por supuesto que este grandote bueno era muy voluntarioso para ayudar a los demás excepto para estudiar.

Fue imposible que Miguel se adaptara a la enseñanza oficial y los padres aceptaron el ofrecimiento de un tío estanciero quien se lo llevó a vivir con él.

La alegría del muchacho le llenaba la sonrisa de colores.

A poco de integrarse al lugar pidió permiso para alojarse en una gruta que los lugareños apenas conocían superficialmente pues nadie se había animado a entrar en ella hasta lo más profundo.

Cuando Miguel cumplió dieciséis años medía más de dos metros de altura y su rostro seguía siendo angelical, aunque comenzó a marcarse con gestos de tristeza.

Recuperó la alegría cuando vio a una joven, quien al verlo quedó paralizada por la sorpresa para inmediatamente huir atemorizada.

El mozo comenzó a cortejarla guiado por su instinto silvestre pero la muchacha solo se reía de él.

Quizá tocado por algo parecido al amor propio, el muchachote resolvió el asunto con su mejor sentido común: durante una noche sin luna raptó a la mujer que le devolvía la alegría y se la llevó a vivir al fondo de la cueva.

Si lo observáramos en otro ambiente social y dejáramos de lado el asunto del secuestro, diríamos que Miguel era todo un caballero pues trataba a la mujer con infinita ternura, a la que ella correspondía haciéndolo feliz. Muy feliz.

Pero un día llegó la policía y sacó de la cueva a la raptada. Miguel se espantó al ver que aquella mujer raptada en horas de la noche a la luz del día era la madre de su amada. A la mujer madura se la veía rozagante, hermosa, queriendo aferrarse a su raptor. Miguel titubeó pero respondió a los intentos de la mujer abrazándola, besándola, sacudiéndola con manotazos que ambos interpretaban como tiernas caricias.

(Este es el Artículo Nº 1.902)

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