Cuando dudamos si hacer lo más agradable o lo más conveniente,
consultamos a quien seguramente nos recomendará lo más agradable.
Las precauciones que tomamos
para equivocarnos son sabias, inteligentes, prolijas, casi infalibles.
Repito: las precauciones que
tomamos para equivocarnos, para no acertar, para evitar hacer las cosas bien,
son casi siempre eficaces, excepto que tengamos mala suerte y terminemos
haciendo las cosas bien.
Lo que generalmente nos ocurre
es que estalla algún conflicto en nuestra mente que nos pone en duda sobre si
haremos lo que más nos gusta o haremos lo que más nos conviene.
Ocurre que todo el mundo piensa
que debe hacer lo racionalmente correcto pero cuando le toca ser racional evita
por todos los medios las incomodidades que pudieran surgirle.
Lo racional es eso que piensa
la cultura, lo que la costumbre ha instituido como el «deber ser», lo
moralmente correcto, aquello que defienden quienes tienen más poder, tales como
médicos, sacerdotes, gobernantes.
Lo que más nos gusta es lo que está sugerido por el instinto, por
nuestra verdadera esencia, por el funcionamiento natural de nuestro organismo,
por las emociones que más nos aman.
El conflicto es en última instancia la lucha permanente entre la cultura
represora y el deseo libertario, entre lo que les gusta a los demás y lo que
nos gusta personalmente, entre lo que tenemos que obedecer según los mandatos
que rigen nuestra vida y lo que tenemos que obedecer según los mandatos de la
Naturaleza que rige nuestra vida siempre que puede, siempre que logra escaparse
de los intentos ajenos de dominarnos, aprovecharnos, explotarnos.
En esta lucha tratamos de «quedar bien con Dios y con el Diablo», pero
si decidimos consultar opiniones ajenas nos aseguraremos de que nos
recomendarán lo que más nos gusta y no lo mejor que intentamos evitar.
(Este es el Artículo Nº 1.913)
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