Los humanos solemos
disfrutar provocando dolor, sobre todo si además las circunstancias nos
permiten actuar en régimen de impunidad.
En otros artículos (1) les comentaba que nuestras mentes son capaces de
«matar (o de premiar) al mensajero», confundiendo
al que narra ciertos eventos con quien fue causa de esos eventos.
Aunque comunicar malas noticias parece ser
un rol desagradable, no faltan quienes desean asumirlo deliberadamente para disfrutar
de una situación particular.
Por
ejemplo: alguien tiene que avisarles a ciertos
familiares que una persona fallecida no los
incluyó en el reparto de los bienes (testamento).
Aún sabiendo que los destinatarios de esa mala noticia son famosos por
su necedad y por su rápida apelación a la violencia, alguien se ofrece para
darles esa mala noticia.
¿Por qué este voluntario se expone a ser insultado, golpeado y,
eventualmente, matado?
1) Se deleita tan solo pensando cómo se les transfigurará la cara
cuando reciban la noticia. Ninguna película de horror puede reproducir esta
situación, en vivo, generando una especie de electricidad en el ambiente. «Quiero estar ahí», dice el voluntario; «Ver la cara que pondrá tía
Eugenia, es algo que no se paga con nada»;
2) El voluntario quiere sentirse
protagonista, visible, mirado, se sentirá en el centro de la atención de gente
cargada de sentimientos fuertes, dramáticos, que difícilmente se repetirán;
3) Quizá la ocasión pueda ser aprovechada
para tomarse venganza de alguna molestia que a todos les pasó desapercibida
pero que, sin embargo, este mensajero
guardaba con rencor, esperando la ocasión para cobrárselas;
4) La malignidad en régimen de
impunidad es altamente placentera para la mayoría. Es poco conocida porque son
escasas las oportunidades que tenemos de ejercer un poder tan grande que nadie
podría detenernos ni castigarnos. Dar malas noticias genera dolor pero
racionalmente no es responsabilidad del mensajero.
(Este es el Artículo Nº 2.015)
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