viernes, 29 de diciembre de 2006

Mentime que me gusta


El hombre, un dios cuando sueña
Y apenas un mendigo cuando piensa.

Friedrich Hölderlin

Tengo muchos motivos para defender la mentira.

El otro día leía algo dicho por Jorge Luis Borges donde él, —en un reportaje— recordaba: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa, y no sabía, al despertar, si era un hombre que había soñado ser una mariposa o si era una mariposa que ahora soñaba ser un hombre”.

Cuando estudiaba periodismo en Barcelona, recuerdo que el profesor más querido por lo alumnos y más odiado por el rector, siempre nos decía: «Nunca permitan que la verdad les vaya a estropear una buena historia».

Años estuve repitiendo uno de esos sueños de los cuales da lástima despertarse: yo era capaz de volar, de levitar, de dar saltos pudiendo decidir cuándo y dónde caer. Esos momentos de mi existencia siguen siendo verdaderos hitos de placer y felicidad.

La mentira tiene muy mala fama porque todo lo placentero también la tiene. Los humanos aún no hemos encontrado la forma de convivir sin excluir el goce. Parece que para convivir hay que padecer. Como dijo Néstor Kirschner hace poco: «Nosotros (refiriéndose a su gobierno) hacemos una sola cosa bien: el mal».

¿Cuántos de ustedes no guardan rencor hacia quien les anunció la verdad sobre Papá Noel y los Reyes Magos? ¿No surgirá de esta experiencia insoportable todo intento de matar al mensajero? Muchas veces me oigo decir: «Yo no soy vengativo, pero tengo memoria», con lo cual me quedo tranquilo porque deploraría ser coherente en este tipo de cosas.

Cuando Oscar Wilde decía: "Si uno dice la verdad, tarde o temprano será descubierto", estaba usando su cerebro como un sofisticado alambique, porque efectivamente, hay que ser muy ruin, mezquino y cobarde como para decir una verdad sin tener móviles inconfesables y vergonzosos.

Cuando el oncólogo le dice a su paciente que « ¡Esto lo curamos de raíz!» está haciendo una obra mucho más humanitaria que Serpaj, porque él sabe que está convirtiendo una verdad relativa en absoluta... para ayudar a su paciente.

Y no quiero perderme en matices semánticos del tipo: «Blanca nieve y los siete enanitos» es una ficción, mientras que «Irak posee armas de destrucción masiva» es una mentira, porque a la postre todo es lo mismo. La realidad existe pero está fuera de nuestro alcance. Lo más que podemos registrar es nuestra realidad psíquica que reacciona ante estímulos que no podemos conocer. Es como si detrás de un espejo pasaran mil cosas pero nosotros vemos nuestra imagen y lo que nos rodea. Esa realidad psíquica opera según el principio de placer y se parece más a un sueño que a una percepción.

Pero acá entra el inevitable temor a la muerte y su contrapeso infaltable: la estrategia para evitarla, con lo cual fabricamos grandes mentiras o ficciones o como ustedes quieran llamarlo, para suponer que podemos gobernar nuestra existencia, ... como si una hoja que vuela alocada en un torbellino pensara que está haciendo acrobacia aérea. ¡Digan la verdad! ¡Qué espectáculo fascinante es ver cómo un niño pequeño imagina estar manejando el ómnibus... junto a su mamá que va pensando qué preparará de cena cuando llegue...!

Hay que ser patológicamente vanidoso para defender la verdad. Primero porque implica suponer que se es tan inteligente como para descubrirla; segundo, porque procura hacer creer que es tan resistente como para tolerarla; tercero porque desestima las consecuencias de ser brutalmente sincero, esto es, quedarse sólo como un perro, repudiado por esa mayoría de congéneres que asume humildemente que sólo se puede vivir con una buena dosis de autoengaño («el gobernante tal es bueno y los demás son malos», «el médico me curará», «Dios existe y está conmigo», etc.).

Más allá de lo que molestan... (porque se sienten dueños de la verdad), los ecologistas tienen una cierta lógica. Para poder establecer un buen equilibrio ecológico, tenemos que copiar a la naturaleza: si los sueños están ahí para conservar la salud de quien los sueña, no estaría mal decirle al ser amado lo que él quiere escuchar, más que envenenarlo con verdades tóxicas... aunque la esté pidiendo por masoquista o despistado.

De hecho el marketing es lo que hace: Averigua qué quiere el cliente, luego se lo da, automáticamente éste abre la manito, suelta lo billetes, que caen en el bolsillo del que estudió marketing con lo cual el circuito recomienza.

¿Alguna vez se preguntaron por qué el rumor llega antes y es más creíble? Las verdades siempre llegan tarde, por lo tanto son indeseables o ineficientes. Fíjense un ejemplo tomado al azar: hace quinientos años casi lo matan a Copérnico por decir que la tierra gira al rededor del sol y no éste alrededor de la tierra. ¿Qué sucede cinco siglos después? «A ver niños, repitan conmigo: El Sol SALE por el este y SE PONE por el oeste. ¿Entendieron, no?».

La ficción toma dimensiones planetarias cuando hablamos del fenómeno religioso. Fíjense que... ¡Ah! ¡Me están llamando para cenar! ¿Después seguimos?

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reflex1@adinet.com.uy

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