No es que el asesoramiento
en técnicas sexuales esté totalmente de más, pero es menos imprescindible de lo
que dicen.
Es un gesto de amor prestarle atención a lo que el cónyuge prefiere
para tratar de darle satisfacción.
Claro que si esta actitud está sugerida por algún consejero
matrimonial, tanto los efectos como la intención se desmerecen, porque, aunque
suene extraño, el matrimonio se vuelve swinger pues pasa a estar compuesto por
los dos que ya estaban más el asesor que se introduce en la pareja mediante la
revista, el libro, la sesión clínica.
No pretendo decir que todo tipo de aprendizaje o búsqueda de
asesoramiento irremediablemente le quita espontaneidad y estropea la relación,
pero me falta poco para decirlo.
Tanto el varón como la mujer están dotados naturalmente para hacer el
amor, para participar placenteramente en las relaciones sexuales.
Algunas personas, entre las que me cuento, suponemos que el
conocimiento es una fuente de placer inagotable. Por eso dedicamos muchas horas
a leer, comentar, escribir, preguntar, revolver la web, experimentar.
Los adictos al conocimiento queremos saber cómo tenían sexo los mayas,
como gozan los judíos, cuáles son las costumbres de los musulmanes, a qué se
dedican los esquimales, cómo estaría redactado un posible Libro Guinness de la
sexualidad.
Pero esas predilecciones del erotismo
intelectual no tienen por qué ser compartidas por personas que tienen otra
manera que sacarle la mayor cantidad de jugo a la vida.
La mayoría de las personas practica el sexo como le sale, guiada por la
intuición, dejándose llevar por lo que siente en el momento.
No hace falta saber de anatomía, ni de los puntos sensibles, ni de
posturas, ni de psicología femenina o masculina. Créame: no hace falta. Son
quienes trabajan como asesores, (de lo que todos sabemos), quienes presionan,
asustan, prometen, y cobran.
(Este es el Artículo Nº 2.018)
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