Casi todas sienten celos injustificados porque se
equivocan. Por creerse idénticas a las demás suponen que otras elegirán al
mismo varón.
Es probable que yo esté
equivocado, pero igualmente probable es que esté en lo cierto. La verdad no se
valida por la cantidad de creyentes, no es por consenso que convertimos una
hipótesis, una teoría, una creencia, en verdad confirmada.
Sin embargo, como tenemos
instinto gregario y como dependemos de ser amados, en muchas ocasiones dejamos
de lado la rigurosidad intelectual y adherimos a una cierta idea como verdadera
por el único motivo de sentirnos más próximos a los seres queridos que también
piensan lo mismo.
A veces defendemos con pasión
algunas ideas, creencias, ritos, partidos políticos, ideologías, porque otros
seres queridos también las defienden. En vez de apoyar aquello que nuestra
propia inteligencia ha validado nos afiliamos a una cierta postura como quien
se casa y pasa a ser el hijo político de los padres del cónyuge.
En otras palabras, algunas
personas adhieren emocionalmente a ciertas ideas y también emocionalmente, por
amor, como un acto de fe, las defienden con el mismo fervor que merece ser
defendida una verdad incuestionable.
En varios artículos (1) he
propuesto la idea de que las mujeres, cuando necesitan ser madres, eligen con
precisión a quien será padre de sus hijos, mientras que los varones aman a la
mujer que los elija y si lo eligen más de una simultáneamente (algo que muy
pocas veces ocurre) tendrá dificultades para copular solo con una de ellas.
Una mujer padecería celos
justificados si constatara que otra mujer casualmente quiere al mismo varón que
ella para padre de sus hijos.
Sin embargo casi todas sienten
celos injustificados porque se equivocan: como se imaginan idénticas a las
demás mujeres creen que todas elegirán al mismo varón que ellas.
(Este es el Artículo Nº 1.983)
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