A un dogmático se lo reconoce porque tienen prohibido pensar
y sólo puede citar a los profesionales.
Los regímenes autoritarios son
popularmente condenados pero íntimamente apoyados.
Desde hace décadas nos
solidarizamos con los judíos porque padecieron la política de exterminio de los
nazis, pero sin darnos cuenta imaginamos un mundo mejor en el que no tuviéramos
tantas razas mezcladas, tantas religiones, tantas corrientes políticas compitiendo
por llegar a gobernarnos.
Estamos en contra de las
pretensiones absolutistas de Hitler, pero en la intimidad de nuestro corazón desearíamos la pena de
muerte hasta para quienes tiran en la calle el envoltorio de un caramelo.
Además de escuchar lo que dice la gente común cuando expone
qué haría si llegara a la presidencia de la república, observo cuánta gente religiosa habla de Dios,
no para de mencionarlo, adorarlo, venerarlo.
Las religiones son organizaciones que administran el dogma
al que adhieren.
Dios es tan todopoderoso como un dictador, lo sabe todo como
las agencias de inteligencia, no tiene que rendirle cuentas a nadie como ocurre
en un régimen totalitario.
El adorado Dios no tiene límites en su capacidad para
imponer límites.
Los religiosos sueñan con una vida terrenal carente de
conflictos, de dudas, de contradicciones, en la que podamos dejar nuestro
celular apoyado en un banco del amueblamiento urbano con la certeza de que
nadie lo tocará.
Además de los comentarios ingenuos de los violentos
ciudadanos comunes y de los pacíficos creyentes en la autoridad de un ser
infinitamente poderoso, es posible observar el apego a los dogmas.
Los dogmas son sistemas de ideas cuya discusión o
cuestionamiento está de más. Una persona dogmática defenderá con pasión lo que
para él sean verdades sagradas: ciencia, religión, ideología.
A un dogmático se lo reconoce porque tiene
prohibido pensar y sólo puede citar a los profesionales.
(Este es el Artículo Nº 1.989)
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