Lo importante es que los adultos impongan
prohibiciones a los jóvenes para que estos se apasionen investigando lo
verdaderamente trascendente.
¿Cómo crecimos, nos
desarrollamos, llegamos a ser adultos varones y mujeres capaces de gestar y
criar a los ejemplares que nos remplazarán cuando muramos? Muy fácil: nuestros
padres, ingenuamente, nos dieron todo lo que nos ayudarían y nos prohibieron
todo lo que nos perjudicarían.
Con esa fórmula sencilla,
lograron manipular nuestros intereses haciendo que nos despreocupáramos de lo
que nuestros padres y maestros consideraban valioso e investigando como
apasionados científicos todo aquello que nos prohibieron.
El escenario fundamental está
dado por la gran prohibición del incesto. Este impedimento sexual está tan
proscripto que ni se puede hablar de él.
Los adultos que colaboraron en
nuestra formación temblaban de miedo si surgía algún indicio de sexualidad
entre consanguíneos: padres con hijos, entre hermanos, tíos con sobrinos. Quizá
los primos era el primer nivel de tolerancia a nuestra pasión incestuosa. Sin
publicitarlos, la sexualidad entre primos hermanos no era escandalosa, pero si
se podía evitar, mejor.
Todo cuanto trataron de
enseñarnos se convertía automáticamente en poco interesante, aburridor,
fastidioso. Por el contrario, cualquier indicio de información o estímulo
prohibidos, (texto, imagen, película), nos atraía poderosamente.
¿Qué ocurre ahora?
No por casualidad los padres
ya no saben qué hacer con Internet. Están preocupadísimos porque suponen que en
las redes está el demonio y, para peor, aquel padre que era más idóneo con los
asuntos sexuales, resulta que hoy es un pobre infeliz que no tiene ni la menor noción sobre cómo poner en hora un
reloj digital.
En suma: los padres actuales están sufriendo
más que los antiguos, están desorientados, pero todo está bien porque los
jóvenes reciben como antaño esos intentos de prohibición que los estimulan para
crecer y desarrollarse.
(Este es el Artículo Nº 1.991)
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario